A CARIÑO,
LA MADRE  DE  LA CALLE  VERACRUZ
Hoy cumple cien años Cariño Robles, ahí va mi homenaje y el de
muchos niños grandes de la calle Veracruz. Recordar la calle Veracruz es
incardinarse en  la historia de la vida
cotidiana de  Alcalá la
  Real.  Si  el túnel del tiempo volviera, de
seguro que sus primeros vecinos fueron unos de los  más audaces que ocuparon,  tras la licencia de edificación que dieron
los Reyes Católicos, los alrededores del cruce de la calle de Pozuelo de San
Juan, para bajar paulatinamente hasta los aledaños de  la iglesia de la Veracruz , fundada en
torno a 1550 en las inmediaciones del Llanillo. Debieron ser aquellos primeros pobladores
gente inquieta, amante del comercio y, por así decirlo, algo comodones, porque
quisieron evitar las pinas cuestas de la subida a la fortaleza de la Mota. 
Pues, desde aquellos tiempos del siglo XVI, la calle, como sin
quererlo,  se ha configurado en varios
tramos que responden  fielmente a la
fisonomía de la sociedad alcalaína: en primer tramos abundaron los hidalgos,
grandes comerciantes, industriales  y funcionarios
de alto rango; en  el segundo espacio,
los funcionarios medianos y menores, labradores y artesanos; en el tercer
tramos se mezclaban los pujareros con los jornaleros que vivían en las casas de
vecinos, y finalmente el último tramo desembocó en los que alimentaban su hogar
con sus desoladas y únicas manos. Desde luego, todos estos  espacios urbanos ofrecían un cuadro
pintoresco de la vida de la sociedad. Pero, el tercer tramo respiraba un
encanto especial, se alternaban las casas unifamiliares de los más hacendados
con varias casas de vecinos que albergaban a numerosas familias cobijadas  bajo  sus cuatro paredes, con uno o dos  dormitorios, un salón –cocina y, a lo más,
una despensa, porque el resto de la casa se disfrutaba en régimen de comuna (los
servicios, el agua del pozo, el patio de ocio y tender la ropa…). Sin embargo, de
lo que este tramo de calle pudo presumir siempre, fue de la generosidad de los
más pudientes con los más débiles, sin humillar; basada en la sana familiaridad
 y   creando
una atmósfera de bonhomía y solidaridad. Entre aquellas familias, destacaba la
de Pinto – Robles. La formaba  una
familia muy  frecuente en la actualidad,
el matrimonio con dos hijos Merce y José Luís. El padre Mariano murió pronto,
pero Cariño hizo –y sigue  haciendo
todavía-- honor arbóreo a su primer apellido. Fuerte  y resistente como un roble.
Hablar de esta matrona alcalaína, Cariño, significa acercarse a
una mujer extraordinaria  del barrio de
San Juan, que se parecía al zahorí de las aldeas. Lo era todo para muchas  familias de su entorno, desde los niños- que eran su pasión y su  empatía- hasta los mayores como su mejor
cuidadora  de espíritu optimista. Pues,
desde que la conocimos. ejercía de maestra de educación infantil  desde los primeros años de la vida de los
vecinos de la casa  el Cura o  la del maestro  Garrido, y, así, las madres le dejaban en su
patio de verde parral  las cunas con sus hijos
tomando el sol matutino cuando marchaban de compras al mercado de la calle
Real; como monitora de ocio, brindaba a los más mozalbetes  su 
patio para que jugaran a policía y ladrón saltándose paredes linderas y
techumbres de corralones y tinas,  disfrutaba 
viéndolos  tirar  a los pajarillos enredados en las ramas del  sobaroso ciruelo aplaudiendo el tino que
aseguraba una merienda especial; con  los adolescentes, hacía de guarda de ropa  en el estío alcalaíno cuando se
refrescaban  en su  hermoso pilón que presidía el barrio hasta
que puso la ducha en los  albores de la
democracia. Su casa  se asemejaba al
comedor del Auxilio Social, donde se compartía el chocolate de bollo  con el aceite de sus parajes de  los Tajos. Se probaba el primer ponche con el
bautismo de la madurez refrescado en el pozo que compartía con la casa de
encima.
Como familia agrícola,  su
economía era autárquica. Tenían trigo para pagar el pan a los panaderos; cebada
para la yunta; hortalizas y frutas de la Fuente  del Rey y 
no faltaba la carne de sus gallineros ni el cerdo de sus zahúrdas. La
fruta, en aquellos tiempos tan escasa, 
solía  almacenarse colgada en sus
cámaras, a donde subíamos los pequeñuelos y 
cogíamos melones en verano, algún racimo de uvas en el otoño  y melocotones endurecidos al sol por invierno.
Las trojes  repartían a los cereales, lo
mismo que el pajar nos recordaba las tardes de picores cuando  a mediados de julio los niños ayudábamos a
meterla.
El calor  físico de su
chimenea se semejaba al afecto humano que transmitía a todos. Parecía como
si  sus raíces provinieran de la recia
leña de olivo y cerezo que se encerraban en la bodega, que descubríamos desde
la ventanilla de la leñera del patio. Y. este 
calor se  mantenía  en  los
braseros  de  ascuas 
y ceniza  que frecuentábamos las
noches de inviernos contándonos anécdotas y noticias del pueblo, porque Cariño
siempre  conocía  la vida de Alcalá. Su casa  puede considerarse como un laboratorio
de  un 
futuro de muchos que acudieron a
su regazo: hubo niños emigrantes como Gálvez, Pacuco y Marquitos que no tuvieron
más remedio que trasladarse a otros lares de España para poder vivir y mejorar
en calidad de vida; otros más afortunados se quedaron  en nuestras tierras  y ocuparon puestos importantes de la  sociedad, y , muchos  que  mantuvieron las costumbres de sus
antepasados  y le siguieron  en  
los años siguientes a su niñez y adolescencia.    
En su casa, se forjaron las semanas santas infantiles o las batallas
campales entre  pandillas  de niños que simulaban las lides medievales
en los asaltos a las cuevas de la
 Mota ; a algunos  le
nació  la inquietud empresarial con las
tómbolas o los juegos sencillos como las canicas; algunas  ganadoras de los  concursos de belleza  se forjaron entre las niñas, que Cariño  y Merce 
vestían de madrinas para acompañar a sus hermanos en las procesiones
infantiles.
 Cariño nunca  la vimos poner un mal gesto a los chiquillos y
eso que golpeaban su puerta a balonazos cuando se puso de moda el fútbol;  reía a carcajadas viéndonos crujir la honda a
su hijo y  representar el paso de los
Reos con papeles de seda de blanco y amarillo comprados en la tienda de Cipri.
Con las niñas, jugaba a  las casas de
muñecas y le apañaba  todo tipo de ajuar
y vestido. A veces, la vimos, incluso, de costurera haciendo vestidos
infantiles. 
Su  casa, como muchas de los
vecinos del barrio,  era una casa de
familia religiosa; desde niños, le llevábamos la estampa de  primera comunión tras la misa y  la 
posterior chocolatada en los amplios pórticos de la Escuelas  de la Sagrada  Familia ;  también, la propia  Cariño frecuentaba la misa dominical  y cumplía con los difuntos, porque era muy
devota, como su marido, de la
 Virgen  de la
 Cabeza , y cómo no de la Virgen  de las Mercedes  y del Cristo de la
  Salud.  En  su casa colgaban frecuentes y
antiguas  litografías de estas
advocaciones; en sus arcones las estampas fanegueras  de la Madre  de Sierra Morena se enrollaban, porque siempre
colaboraban dando una  fanega de trigo
para el fomento del culto de la ermita de San Marcos. La primera vez que
escuchamos cantar el himno de la
 Morenita  fue en su casa, lo mismo que, desde sus rejas negras
y sus balcones, cuando éramos niños, 
pudimos contemplar, la mañana del Viernes Santo con todo su colorido y
esplendor.
Hay personas que le cuadran, como le sucede a ellas, el apellido,
pero a ella lo que mejor le define es su 
nombre de pila. Cariño hace gala de la etimología  latina del adjetivo  “cara” querida “Cariñosa”   y el diminutivo con valor afectivo
“iño”.  Es un amor  hasta en lo 
imperceptible, sonrisa amorosa, dadivosa entrega y  optimismo placentero. Pues, Cariño es
sensible como la flor de jazmín de muchos patios de su alrededor, infiltra su
amor sin ostentación, sencillamente, hasta el punto que  hubo familias  del barrio que 
compartieron parte de su hogar con motivos de reconstrucciones  de sus viviendas,  sin nada a cambio, con la generosidad que
solo caracteriza a las personas de bien.  Y es que su hogar era el centro oportuno  y 
el  cobijo  de relajación 
para los infortunios, porque su sonrisa y su  buen humor siempre estuvieron  a la  flor del optimismo de  sus labios.
Sus portales eran el refugio 
en los momentos de  apuros y  sus 
puertas abrían como las de  las
iglesias para  convocar a las asambleas
de compartir  la cultura de la calle. Allí, repasábamos los libros y nos
refugiamos de algún cogotazo de nuestros padres, porque la considerábamos
nuestra protectora.
Y, en el  primer decenio del
siglo veintiuno, Cariño, todavía, resistía  en el barrio, acudía cuando podía a su
casa. Ya hace tiempo que la hizo más cómoda adaptando  la parte baja, sin perder  su 
abolengo patrimonial  porque  conserva el sabor pajarero; incluso, huele a
trigo de bondad  y respira aromas de
vecina fraternidad. Cariño vive su 
tercera juventud; hace unos años, se atrevió a subir  conmigo hasta la azotea de la Torre  del Homenaje, disfrutando
 de los actos culturales  y religiosos de su barrio: con frecuencia se
le ve orar en el templo de san Juan, pide por los difuntos del barrio y se
alegra de que sus discípulos  disfruten  una buena calidad de vida  y otros ostenten cargos o  responsabilidades de la ciudad. Parece como
si los estuviera viendo de pequeños y les imbuyera el mismo  afecto y tratamiento  sin que hubieran pasado los años. En la Residencia Virgen de las Mercedes, Cariño cumplió los cien años, con la misma vitalidad y, al verla, se nos viene este relato de amor que hemos escrito.
Pero, por encima de todo,  con
Cariño, todavía se aprende mucho, es un testimonio y una apuesta segura de
vida. Su salud no es sino un reflejo de un alma generosa  y alegre  sin entresijos ni  maldades: Es muestra de una mujer optimista que
sabe  compartirlo con los demás. Ahí,
esta la  banda de hermano mayor que nos
donó para nuestro museo de San Juan y sus estampas de la Virgen  de Sierra
Morena. Cariño nos ha enseñado lo que es ser peregrino de  la tierra en el seguimiento a Jesús de la Salud  y romera de gloria de
la mejor seguidora de su hijo, La
 Virgen  de la
 Cabeza 


Felicidades por el homenaje a Cariño porfa se lo trasmites a José Luis "Chele" para los amigos.
ResponderEliminarGracias Paco
Soy Antonio Peña
Un abrazo para todos
qUÉ ALEGRÍA, NO SBARÍA ESTE ERA TU SEUDÓNIMO, Antonio Peña González. Un abrazo a toda la familia.
EliminarMuy bonito el artículo Paco Martín. Nos ha gustado mucho a mi padre Rafael Peña González y a mí
ResponderEliminarPrecioso Paco, yo también le tengo un afecto especial, vecina, amiga y su puerta siempre abierta a mi madre, "Mercedes la de Gloria", siempre la quiso y siempre la sintió como su mejor vecina.
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