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jueves, 23 de abril de 2020

CARIÑO CUMPLE CIEN AÑOS, LA MADRE DE LA CALLE VERACRUZ


A CARIÑO, LA MADRE DE LA CALLE VERACRUZ



Hoy cumple cien años Cariño Robles, ahí va mi homenaje y el de muchos niños grandes de la calle Veracruz. Recordar la calle Veracruz es incardinarse en  la historia de la vida cotidiana de  Alcalá la Real. Si el túnel del tiempo volviera, de seguro que sus primeros vecinos fueron unos de los  más audaces que ocuparon,  tras la licencia de edificación que dieron los Reyes Católicos, los alrededores del cruce de la calle de Pozuelo de San Juan, para bajar paulatinamente hasta los aledaños de  la iglesia de la Veracruz, fundada en torno a 1550 en las inmediaciones del Llanillo. Debieron ser aquellos primeros pobladores gente inquieta, amante del comercio y, por así decirlo, algo comodones, porque quisieron evitar las pinas cuestas de la subida a la fortaleza de la Mota.
Pues, desde aquellos tiempos del siglo XVI, la calle, como sin quererlo,  se ha configurado en varios tramos que responden  fielmente a la fisonomía de la sociedad alcalaína: en primer tramos abundaron los hidalgos, grandes comerciantes, industriales  y funcionarios de alto rango; en  el segundo espacio, los funcionarios medianos y menores, labradores y artesanos; en el tercer tramos se mezclaban los pujareros con los jornaleros que vivían en las casas de vecinos, y finalmente el último tramo desembocó en los que alimentaban su hogar con sus desoladas y únicas manos. Desde luego, todos estos  espacios urbanos ofrecían un cuadro pintoresco de la vida de la sociedad. Pero, el tercer tramo respiraba un encanto especial, se alternaban las casas unifamiliares de los más hacendados con varias casas de vecinos que albergaban a numerosas familias cobijadas  bajo  sus cuatro paredes, con uno o dos  dormitorios, un salón –cocina y, a lo más, una despensa, porque el resto de la casa se disfrutaba en régimen de comuna (los servicios, el agua del pozo, el patio de ocio y tender la ropa…). Sin embargo, de lo que este tramo de calle pudo presumir siempre, fue de la generosidad de los más pudientes con los más débiles, sin humillar; basada en la sana familiaridad  y   creando una atmósfera de bonhomía y solidaridad. Entre aquellas familias, destacaba la de Pinto – Robles. La formaba  una familia muy  frecuente en la actualidad, el matrimonio con dos hijos Merce y José Luís. El padre Mariano murió pronto, pero Cariño hizo –y sigue  haciendo todavía-- honor arbóreo a su primer apellido. Fuerte  y resistente como un roble.
Hablar de esta matrona alcalaína, Cariño, significa acercarse a una mujer extraordinaria  del barrio de San Juan, que se parecía al zahorí de las aldeas. Lo era todo para muchas  familias de su entorno, desde los niños- que eran su pasión y su  empatía- hasta los mayores como su mejor cuidadora  de espíritu optimista. Pues, desde que la conocimos. ejercía de maestra de educación infantil  desde los primeros años de la vida de los vecinos de la casa  el Cura o  la del maestro  Garrido, y, así, las madres le dejaban en su patio de verde parral  las cunas con sus hijos tomando el sol matutino cuando marchaban de compras al mercado de la calle Real; como monitora de ocio, brindaba a los más mozalbetes  su  patio para que jugaran a policía y ladrón saltándose paredes linderas y techumbres de corralones y tinas,  disfrutaba  viéndolos  tirar  a los pajarillos enredados en las ramas del  sobaroso ciruelo aplaudiendo el tino que aseguraba una merienda especial; con  los adolescentes, hacía de guarda de ropa  en el estío alcalaíno cuando se refrescaban  en su  hermoso pilón que presidía el barrio hasta que puso la ducha en los  albores de la democracia. Su casa  se asemejaba al comedor del Auxilio Social, donde se compartía el chocolate de bollo  con el aceite de sus parajes de  los Tajos. Se probaba el primer ponche con el bautismo de la madurez refrescado en el pozo que compartía con la casa de encima.
Como familia agrícola,  su economía era autárquica. Tenían trigo para pagar el pan a los panaderos; cebada para la yunta; hortalizas y frutas de la Fuente del Rey y  no faltaba la carne de sus gallineros ni el cerdo de sus zahúrdas. La fruta, en aquellos tiempos tan escasa,  solía  almacenarse colgada en sus cámaras, a donde subíamos los pequeñuelos y  cogíamos melones en verano, algún racimo de uvas en el otoño  y melocotones endurecidos al sol por invierno. Las trojes  repartían a los cereales, lo mismo que el pajar nos recordaba las tardes de picores cuando  a mediados de julio los niños ayudábamos a meterla.
El calor  físico de su chimenea se semejaba al afecto humano que transmitía a todos. Parecía como si  sus raíces provinieran de la recia leña de olivo y cerezo que se encerraban en la bodega, que descubríamos desde la ventanilla de la leñera del patio. Y. este  calor se  mantenía  en  los braseros  de  ascuas  y ceniza  que frecuentábamos las noches de inviernos contándonos anécdotas y noticias del pueblo, porque Cariño siempre  conocía  la vida de Alcalá. Su casa  puede considerarse como un laboratorio de  un  futuro de muchos que acudieron a su regazo: hubo niños emigrantes como Gálvez, Pacuco y Marquitos que no tuvieron más remedio que trasladarse a otros lares de España para poder vivir y mejorar en calidad de vida; otros más afortunados se quedaron  en nuestras tierras  y ocuparon puestos importantes de la  sociedad, y , muchos  que  mantuvieron las costumbres de sus antepasados  y le siguieron  en   los años siguientes a su niñez y adolescencia.    
En su casa, se forjaron las semanas santas infantiles o las batallas campales entre  pandillas  de niños que simulaban las lides medievales en los asaltos a las cuevas de la Mota; a algunos  le nació  la inquietud empresarial con las tómbolas o los juegos sencillos como las canicas; algunas  ganadoras de los  concursos de belleza  se forjaron entre las niñas, que Cariño  y Merce  vestían de madrinas para acompañar a sus hermanos en las procesiones infantiles.
 Cariño nunca  la vimos poner un mal gesto a los chiquillos y eso que golpeaban su puerta a balonazos cuando se puso de moda el fútbol;  reía a carcajadas viéndonos crujir la honda a su hijo y  representar el paso de los Reos con papeles de seda de blanco y amarillo comprados en la tienda de Cipri. Con las niñas, jugaba a  las casas de muñecas y le apañaba  todo tipo de ajuar y vestido. A veces, la vimos, incluso, de costurera haciendo vestidos infantiles.
Su  casa, como muchas de los vecinos del barrio,  era una casa de familia religiosa; desde niños, le llevábamos la estampa de  primera comunión tras la misa y  la  posterior chocolatada en los amplios pórticos de la Escuelas de la Sagrada Familia;  también, la propia  Cariño frecuentaba la misa dominical  y cumplía con los difuntos, porque era muy devota, como su marido, de la Virgen de la Cabeza, y cómo no de la Virgen de las Mercedes  y del Cristo de la Salud. En su casa colgaban frecuentes y antiguas  litografías de estas advocaciones; en sus arcones las estampas fanegueras  de la Madre de Sierra Morena se enrollaban, porque siempre colaboraban dando una  fanega de trigo para el fomento del culto de la ermita de San Marcos. La primera vez que escuchamos cantar el himno de la Morenita fue en su casa, lo mismo que, desde sus rejas negras y sus balcones, cuando éramos niños,  pudimos contemplar, la mañana del Viernes Santo con todo su colorido y esplendor.
Hay personas que le cuadran, como le sucede a ellas, el apellido, pero a ella lo que mejor le define es su  nombre de pila. Cariño hace gala de la etimología  latina del adjetivo  “cara” querida “Cariñosa”   y el diminutivo con valor afectivo “iño”.  Es un amor  hasta en lo  imperceptible, sonrisa amorosa, dadivosa entrega y  optimismo placentero. Pues, Cariño es sensible como la flor de jazmín de muchos patios de su alrededor, infiltra su amor sin ostentación, sencillamente, hasta el punto que  hubo familias  del barrio que  compartieron parte de su hogar con motivos de reconstrucciones  de sus viviendas,  sin nada a cambio, con la generosidad que solo caracteriza a las personas de bien.  Y es que su hogar era el centro oportuno  y  el  cobijo  de relajación  para los infortunios, porque su sonrisa y su  buen humor siempre estuvieron  a la  flor del optimismo de  sus labios.
Sus portales eran el refugio  en los momentos de  apuros y  sus  puertas abrían como las de  las iglesias para  convocar a las asambleas de compartir  la cultura de la calle. Allí, repasábamos los libros y nos refugiamos de algún cogotazo de nuestros padres, porque la considerábamos nuestra protectora.
Y, en el  primer decenio del siglo veintiuno, Cariño, todavía, resistía  en el barrio, acudía cuando podía a su casa. Ya hace tiempo que la hizo más cómoda adaptando  la parte baja, sin perder  su  abolengo patrimonial  porque  conserva el sabor pajarero; incluso, huele a trigo de bondad  y respira aromas de vecina fraternidad. Cariño vive su  tercera juventud; hace unos años, se atrevió a subir  conmigo hasta la azotea de la Torre del Homenaje, disfrutando  de los actos culturales  y religiosos de su barrio: con frecuencia se le ve orar en el templo de san Juan, pide por los difuntos del barrio y se alegra de que sus discípulos  disfruten  una buena calidad de vida  y otros ostenten cargos o  responsabilidades de la ciudad. Parece como si los estuviera viendo de pequeños y les imbuyera el mismo  afecto y tratamiento  sin que hubieran pasado los años. En la Residencia Virgen de las Mercedes, Cariño cumplió los cien años, con la misma vitalidad y, al verla, se nos viene este relato de amor que hemos escrito.

Pero, por encima de todo,  con Cariño, todavía se aprende mucho, es un testimonio y una apuesta segura de vida. Su salud no es sino un reflejo de un alma generosa  y alegre  sin entresijos ni  maldades: Es muestra de una mujer optimista que sabe  compartirlo con los demás. Ahí, esta la  banda de hermano mayor que nos donó para nuestro museo de San Juan y sus estampas de la Virgen de Sierra Morena. Cariño nos ha enseñado lo que es ser peregrino de  la tierra en el seguimiento a Jesús de la Salud y romera de gloria de la mejor seguidora de su hijo, La Virgen de la Cabeza

4 comentarios:

  1. Felicidades por el homenaje a Cariño porfa se lo trasmites a José Luis "Chele" para los amigos.
    Gracias Paco
    Soy Antonio Peña
    Un abrazo para todos

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    1. qUÉ ALEGRÍA, NO SBARÍA ESTE ERA TU SEUDÓNIMO, Antonio Peña González. Un abrazo a toda la familia.

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  2. Muy bonito el artículo Paco Martín. Nos ha gustado mucho a mi padre Rafael Peña González y a mí

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  3. Precioso Paco, yo también le tengo un afecto especial, vecina, amiga y su puerta siempre abierta a mi madre, "Mercedes la de Gloria", siempre la quiso y siempre la sintió como su mejor vecina.

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