EL PARAISO DE LA SIERRA SUR.
Si hay una comarca de la
provincia de Jaén, en la que confluyan más rutas de diversa índole, la Sierra
Sur de Jaén ocupa un lugar preeminente. Nos podemos remontar hasta las antiguas
vías púnicas y romanas para poder comentar el origen de estos pueblos. Como
tierra de frontera entre el reino de Castilla y Granada perviven sus testigos militares y sus caminos
de entrada y campo de batalla entre musulmanes y cristianos. Con Carlos I
podemos enlazar desde Europa hasta Granada pasando por Alcalá la Real como ruta
carolina o la huella urbanística de su tiempo den Villares y Valdepeñas. El
mundo del olivo se introduce con el itinerario de municipios que se titulan con
este proyecto de patrimonio de la Humanidad. San Juan de la Cruz dejó sus
huellas por el camino de la Corte que enlaza las ciudades de la Mota y
Alcaudete. Caminos de Pasión nos adentra en una singularidad que nos remonta a
un modo de entender la Semana Santa con los pasos vivientes. Ciudades Medias lo
enlaza con otras ciudades de Andalucía. Castillos y Batallas se manifiesta en
una gran cantidad de atalayas y fortalezas que se remontan al tiempo de los
primeros pasos de los árabes por la Península. Entre la modernidad y el
carácter ancestral, nos podemos acercar a lugares del santerismo en las
montañas de Frailes o Sierra del Camello
Entre
sierras y valles de la Subbética, donde recorren arroyos y ríos que desembocan
al Genil y Guadajoz, nacieron variaras ciudades que testimonian la huella del
urbanismo renacentista de tiempos de Carlos V . Desde la capital del Santo
Reino, nos podemos acercar a los Villares, donde podemos constatar un pueblo
que nace en la primera mitad del siglo XVI, como una pequeña aldea creada para
repoblar y roturar la Sierra de Jaén. Su traza reproduce la forma de antiguos
campamentos militares romanos, entre
viales fijados por la cardo y decumana. Los mismo que Juan de Reolid, llevó a cabo de las nuevas
poblaciones de Campillo de Arenas, Mancha Real o Valdepeñas, que, junto a Los
Villares, deben su creación al proyecto repoblador de la sierra de Jaén, de
Juana I de Castilla, de 8 de marzo de 1508, y cuya ejecución tiene lugar a
partir de 1539 durante el reinado de su hijo Carlos I. Los Villares eligieron
el lugar de los Majanos para la nueva población, que, al estar situado en un
cerro entre los ríos Eliche y Río Frío, los planos de Juan de Reolid, debieron adaptarse
a la orografía. Junto con la huella
renacentista de la Iglesia de San Juan Bautista, o la visita al palacio de Vizconde y el
ayuntamiento no puede olvidarse
subir al puerto de la Hoya a través del área de recreo de Riofrio, un
paraje que conecta con la ruta de los Barrancos de la Hoya. La Pandera en medio
de un lugar donde abundan los manantiales
y un lugar que nos invita a un entorno singular y de gran belleza para contemplar el Quebrajano.
Desde
los Villares el camino nos conduce a Valdepeñas, los monfíes, los bandoleros,
la gente de la Sierra, los caballeros de los montes, los maquis y los romeros
de los santuarios de Chircales, Moclín o el reciente de la Hoya del
Salograr, escribieron sus páginas de
intrahistoria recorriendo caminos
inhóspitos, coronando cumbres superiores a los mil metros, que entre surcan barrancos y torrentes, donde se
guardan valiosos ecosistemas naturales y paisajes serranos, de recientes
cerezos, viñedos de antaño y huertas
mimadas por la mano de los hortelanos que aprendieron la ingeniería del agua
entre canales, caz, presas y puentes. Se
puede encontrar , entre olivares, el
bosque mediterráneo autóctono,
con el protagonismo de la encina, el quejigo, el enebro y el tejo, sin
impedir la introducción de los avances técnicos de las energías eólicas de las Sierras del Trigo el Paredón .
Valdepeñas
de Jaén es un sitio privilegiado
de la naturaleza entre la famosa
Sierra de la Pandera y la de Alta
Coloma, con simas gigantesca, y quejigos y encinas centenarias y picos de los
de mayor altura de la Sierra Sur. Se
hace imprescindible la visita a los parajes de Las Chorreras y el Cañón de
Pitillos. Su urbanismo marcado por las directrices a lo romano de Vitrubio
invita a la visita de la iglesia renacentista de Santiago Apóstol y su
tradición molinera tiene su mejor testigo en el bien conservado molino y museo
de Santa Ana. La Sierra Sur tuvo siempre como un santuario para sus gentes la
ermita de Santo Cristo de Chircales, alejada del pueblo y, tras pasar, por
bellos parajes de huertas trabajadas con gran mimo por los hortelanos
valdepeñero.
Alcalá la Real, enclave estratégico
fundamental para expediciones bélicas o mercantiles, ha sido un
lugar propicio, desde tiempos remotos, en el origen y desarrollo los
temas de los romances. Ser “llave, guarda y defendimiento de los reinos de
Castilla”, y “puerta del reino de Granada”, como se ha mencionado en
muchos documentos, daba lugar a distintas y variadas pugnas fronterizas, que
después el trovero y el juglar de turno, difundían en otros lugares, para
ganarse el favor de sus señores. La fortaleza
de la Mota ofrece el crisol de sus culturas; desde las cuevas argárica
hasta la iglesia Mayor abacial pasando por la Cárcel Real de estilo mudéjar y
el castillo de los Banu Saîd. El caso histórico ofrece una nueva ciudad entre
los cerros de las Cruces y la Mota, donde se jalonan edificios civiles
neoclásicos como el Ayuntamiento y el Palacio Abacial, y religiosos como las iglesias de Consolación, San Juan y Angustias o neoclásicos como San Antón. El
historicismo ecléctico dejó su huella en
su arteria principal del Llanillo de la mano de Manuel López Ramírez, Granados
Domingo Sánchez Velasco y Cándido García.
Alcalá la Real está rodeada de una
corona de estrellas aldeanas, donde lucen las atalayas . Se remontan a diversos
periodos de la historia desde un villar romano o una alquería árabe o a la
roturación y repartimiento de tierras de reinados anteriores. Las Grajeras
ofrece un aspecto diseminado entre barrancales y las salinas, la ermita de San
José, y los cortijos blancos en medio de extensos olivares. La ruta molinera
del Velillos abastecía con su pan a la
ciudad de Alcalá la Real y, en torno al cauce del río, que por aquí se denomina
Frailes, surgieron varios núcleos. El primero, cercano al Cepero, se alza Frailes,
que canta con sus aguas los antiguos baños, y , en trámite, de renacer en su
uso, paraje singular entre los barrios
del Bahondillo , la Iglesia de Santa Lucía, Nacimiento y Almaguer; las aguas
recuerdan los antiguos batanes, molinos
de pan moler y de aceite y se cruzan por diversos puentes que conducen a
tierras de la Hoya del Salograr. No pudieron recibir mejor nombre las dos aldeas
alcalaínas de las Riberas. La Alta, lindando con el asentamiento del
oppidum iberorromano de la Mesa, su ermita de san Juan Bautista remonta a
tiempos carolinos en los que los colonos
comenzaron a levantar capillas junto a los cortijos de los labradores e
hidalgos rentistas. Sus vegas son un elixir del cultivo artesano que mima los
productos con el agua controlada. Por su parte, la Ribera Baja mantiene
algunos testigos de la industria
molinera con un molino cercano a los dominios del Cerrato y otros transformados
en viviendas de turismo rural en un paraje histórico y de gran belleza, que
recuerda los parajes de Huéscar, donde se cantaba el romance de Caballeros de
Alcalá, peones de Colomera. La ermita de San Jerónimo es un testigo de
construcción andaluza religiosa.
Castillo de Locubín , a los pies del cerro de la Nava y regado por el río
San Juan, canta al agua desde tiempo
inmemorial. En la parte alta, la Villeta conserva algunos paramentos de su
pasado árabe; pero, la iglesia de San Pedro, expone el sello renacentista de
Juan de Aranda Salazar y de su tío Ginés Martínez de Aranda. Las ermitas de Jesús
Nazareno y de San Antón recogen los restos de esta arquitectura andaluza y
religiosa de tiempos de la Ilustración. A l río hay que bajar y disfrutar de su
nacimiento, sus huertas, sus presas de Nogueral y Moño, su puente, el barrio de
Triana, el Batán y los testigos de una zona molinera de pan comer, aceite y papel.
En sus sierras, montañas y cerros, todavía se alzan la torre de la
Cogolla, Marroquín, y Nava. Es un lugar, donde siempre las cuevas, como la
Jabonera, sirvieron de refugio de personas que abandonaron el pueblo, y donde el oppidum iberorromano de Ipocobulco
ocupó el paraje de Encina Hermosa. Muy cercana se encuentra La Venta del
Carrizal, nacida de una hospedería
de la familia Escavias, se adentra a la ruta del santerismo por las Mimbres, y,
el río baña sus blancas casas y su iglesia de San Antonio. El agua cristalina,
los senderos del valle del San Juan, el cerezo en flor primaveral y el olivar
de las laderas convierten este paraje de la Sierra Sur en un espectáculo visual
de la naturaleza, como la fuente de la Teja.
El antiguo
camino mozárabe y califal venía jalonado
por estas ventas. Otra, en la actual carretera
nacional N-432, entre Alcaudete y Alcalá la Real y justo en el cruce de la
carretera que conduce a La Rábita y Sabariego, se halla este rincón de la
Sierra Sur. Un sueño de Celedonio
García, junto a su mujer, Paqui Ruiz, la
venta de San Antonio. Su nombre
le viene de una imagen que se
hallaba en la iglesia del cortijo de San Antonio y preside durante todo el año una pequeña
ermita que se halla en las instalaciones de la propia venta.
En Alcaudete,
a los pies de la Sierra Ahillos la huella calatrava marca esta ciudad de la
comarca de la Sierra Sur, en la que concurren las rutas de la Vía Verde del
Olivar, mozárabe y califato. Su castillo extiende su visión hasta sus ricos olivares ( entre ellos las
aldeas de La Bobadilla, Los Noguerones y El Sabariego ) y sus huertas, regadas
por los ríos San Juan, Víboras y la Fuente Amuña. No puede pasarse por alto los humedales la
Laguna Honda y Chinche . A los pies de este recinto, el señorío de los Martín
Fernández de Córdoba se hace patente en
su bellísima iglesia de Santa María la Mayor, de la mano de Martín de Bolívar, y la ciudad medieval jalonada de edificios
civiles y religiosos que se levantaron
entre el siglo XVI y XVIII: el ayuntamiento, las iglesias de San Pedro,
iniciada por Francisco del Castillo, y
del Carmen, capilla de Santa Catalina , santuario de la Fuensanta y monasterio de Santa Clara.
Fuensanta
de Martos, entre terrenos montañosos y la campiña olivarera, alberga la iglesia de Nuestra Señora de la Fuensanta,
la Fuente Negra, la de Mateo Inurria y
el Lavadero. Sus pasos vivientes distinguían culturalmente este pueblo de la
Sierra Sur. Lavadero, Las torres defensivas de Torrevieja y el Algarrobo, así como las
ermitas de Los Encinares, La Ribera y El Regüelo forman parte de su patrimonio
cultural. Dos productos la distinguen: el olivar y el mueble.
La aldea de Las Veletas de Fuensanta
se conoce también por La Ribera, como una muestra de estos núcleos aldeanos, un poblamiento rural disperso intercalar, articulado a lo largo de la carretera que lo atraviesa, dispuesta en buena parte de su trazado siguiendo el curso del río de La Virgen. Se compone de unos nueve núcleos o cortijadas: El Pilar de Reyes, Huerta del Monte, Los Cortijillos, Las Veletas, La Castillería, Vadohornillo, Pedro Juan, El Arenal y La Venta del Papero (y alrededores de La Venta).
La Sierra Sur es tierra de pueblos y ciudades, aldeas y cortijadas, olivar
y encinares, Patrimonio histórico, urbano y militar. Naturaleza e historia.
Pero también es Tierra de Ben Jakán, Ibn Said al Magribi,
Abu Yafar, del Arcipreste de Hita, de Martínez Montañés, de Pablo de Rojas, de
Juan de Aranda Salazar, de Mateo Primo, de Emilio Camps, de Povedano, y de
Pablo Rueda; o de vecindad de Ginés
Martínez de Aranda, los Sardos Raxis o la Orden de Calatrava. Tierra de
Romances fronterizos, de fandangos averdialados en Castillo, Valdepeñas y
Alcalá, y de canciones que se remontan a tiempos remotos.
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