EL SOS DE LAS DOMINICAS. EN ALCALÁ LA REAL INFORMACIÓN.
Hace unas semanas que la
ciudad de Alcalá la Real se ha levantado con una llamada de auxilio por parte
de las monjas que componen el convento
dominico de Nuestra Señora de la Encarnación. Si embargo, este edificio no fue
su primer domicilio ni sirvió con esta función religiosa. Su primer destino
tuvo lugar en la ciudad fortificada de la Mota, donde estas monjas se alojaron en la casa de doña
Leonor de Sotomayor y fundaron este monasterio femenino de la orden
dominica. El ama, una devota y señora emprendedora, huérfana de
padre y madre, pensó fundar un convento. Cedió su casa,
buscó personas influyentes y poderosas entre los notables y
ayuntamiento de la ciudad para que le ayudaran a hacer realidad el proyecto: No
tuvo, al principio, muchas dificultades, porque la mayoría de los regidores y
jurados eran familiares suyos relacionados con las diversas ramas
de los Aranda. Como se suele decir, mató dos pájaros de un tiro,
porque su plan contribuía con la defensa municipal de que no se
abandonara la privilegiada fortaleza, y, por otra parte, sabía que
le era imposible fundarlo en otro sitio, porque a nadie se le
permitía edificar edificios religiosos en los bajos de la
ciudad alcalaína.
Pero, pronto,
comenzaron a surgir raros
inconvenientes, acontecimientos extraños e inesperados
sobresaltos. Las primeras monjas venidas de Almagro y Jaén se
quejaban de las malas condiciones que ofrecía aquella casona al
sotavento y frío del cerro de la Mota. Pero, con la entrada de las nuevas inquilinas de Alcalá, muchas de ellas,
procedentes de famosas familias hidalgas de la ciudad, comenzaron a
revivir las antiguas habladurías que corrían de boca en boca a lo
largo de la ciudad. A ello se añadió que se produjeron varias
muertes de las doncellas más delicadas, y comenzaron a
levantar los más inesperados comentarios sobre la salubridad del
convento y la presencia de un duende. Su llegada producía ahora mayor
ansiedad provocando grandes desasosiegos; de
nuevo, hubo abandono de otro grupo de monjas; en vano
servían todas las prevenciones tomadas, y aparecieron el agua
rosada, las enfermedades. la superiora se le colmó la paciencia y,
secretamente, habló con varios señores de la ciudad para urdir un plan . Lo
hizo con un regidor, familiar suyo, que le sugirió un cambio de
residencia del convento aprovechando que el abad había condescendido
a que casi se convirtiera en parroquia una iglesia del llano de la ciudad. Llamó
a un escribano y arrendó una casa; trasladó de noche a
toda la comunidad a una casa de la calle Real fuera de la fortaleza
de la Mota. No estaban muy conformes los miembros del ayuntamiento
que mantenían sus casas en la fortaleza para no perder los privilegios; también
la reacción del abad como autoridad eclesiástica no se hizo esperar. Y, así,
todas las monjas recibieron un decreto de excomunión por haberse
trasladado de domicilio sin licencia abacial. Pero, pronto quedaron sin
efecto aquella excomunión, pues obedientes y a regañadientes regresaron al
convento.
Días después, el mismo proceso y concatenación de hechos: enfermedades, miedos por
el duende, exorcismos continuos... No podían resistir más.
Y así llegó el 1602, esta
vez el plan se hizo con mayor sigilo. Se buscaron de
valedor al regidor Sotomayor Aprovecharon la ausencia
del abad fuera de la ciudad, pues había marchado a Valladolid para
arreglar asuntos familiares y personales de su estancia como abad de esta
ciudad castellana. Como un reguero de pólvora se extendió que las mojas habían
intentado pasarse a las casas de Cristóbal de Ibáñez junto a la
ermita de la Veracruz para hacer en ella su convento,
esto sin habérselo advertido al abad ni sin
tener el beneplácito del ayuntamiento de la ciudad. Este
convocó su cabildo, y se dividieron los pareceres: el viejo alcaide
y los hidalgos de sangre opinaron que no se podía permitir el traslado del
convento, porque iba en contra de los intereses de la fuerza y conservación
de la Mota; de mudanza nada, y menos sin estar presente el abad. El
escribano del cabildo, acordaba este criterio en contra del parecer
de Sotomayor: Se hable con el prior del convento de los
dominicos para que no se bajen porque no tienen decencia ni custodia las casas
que agora viven.
Días después, de Valladolid
regresó el abad mayor y mantuvo la excomunión
de todas las monjas, al mismo tiempo que les tramó un ardid jurídico
muy complicado. Convirtió en parroquia la ermita de la Veracruz, con lo
que conseguía que no se pudieran levantar iglesia y convento cercano a
sus alrededores. Las monjas no podían aguantar más. Habían
vencido la casa de los duendes. Y ahora se veían rotas por los
abandonos, deshechas por los sinsabores de la ciudad y arruinadas porque
no podían afrontar la destrucción económica de sus bienes.
Pero, como si se
tratara un milagro, a primeros de 1602, nació un rayo
de esperanza en la comunidad dominica. No podían levantar un convento, pero sus
patronos le sugirieron que podían comprar y trasladarse a un recinto en forma
de convento. Se buscó un lugar casi religioso, un hospital que, por
supuesto, tuviera un oratorio; y lo consiguieron, en el Llanillo,
junto a la iglesia de la Veracruz. Le llamaban Hospital del
Dulce Nombre de Jesús, donde se albergaba la imagen de la Coronada,
patrona de los Desamparados y Madre de la
Caridad. Aquel amplio recinto de casas tenía capacidad
para albergar aquella numerosa familia religiosa, Tan sólo,
debían buscarle traslado al hospital y les compraron las casas de
enfrente, las que estaba anejas a la ermita de la
Veracruz. La jugada era perfecta.
Además le
favorecieron las circunstancias, el cambio de criterio de las
autoridades y hasta el tiempo. La peste intensa que azotaba
a la ciudad fomentó la marcha de la fortaleza de muchas
personas y los regidores cambiaron de opinión con
respecto a las monjas. Consideraban que los nuevos barrios de la ciudad
necesitaban de servicios religiosos y, si el abad había permitido la
instalación de la parroquia en la ermita de la Veracruz, no
creía que fuera un obstáculo que estos se realizaran, como en otros lugares y
obispados, en las nuevas dependencias del monasterio. Por
eso, no es extraño, que un famoso regidor don Pedro Fernández Alcaraz alzara el
tono y dijera en la sesión del veinte de febrero de 1602 tocando el
corazón de los presentes:
“No le demos más
vueltas, y dejemos que las monjas tengan allí el convento y se hagan
en su templo los servicios religiosos de impartir los sacramentos,
Lo digo con mucha razón, porque no ha sido parte del no haber habido hasta hoy
parroquia para que deje de estar poblada como están todos
aquellos arrabales tan remotos de las parroquias antiguas que hay en esta
ciudad. Por cuya causa, han acabado muchas personas, grandes como
recién nacidos, los unos sin confesiones y los demás
sacramentos; e las criaturas sin bautismo: cosas de grandísima
lástima y sentimiento. (…)os pido y suplico a la ciudad
nombre dos caballeros de ella para todo lo dicho tocante a esta causa de que
favorezcan a estas santas monjas y por ser justa y sancta defensa"
No hizo falta más. Se
trasladó el convento al Hospital, el duende quedó en la Mota, en la casa
vendida en 1603 a un tal Francisco de Córdoba; que sepamos
años después se abandonó todo el recinto fortificado y con ella su
casa. Por un encanto especial de aquel rincón los cernícalos y las
aves migratorias solían posar en los recovecos de las bodegas y
planta baja de la casa del misterio, del duende, buscaban tal vez matar al
duendecillo.
Y el
duendecillo ha reaparecido queriendo destruir un patrimonio alcalaíno que
albergó los enfermos y ancianos de la
ciudad durante el siglo XVI, los moriscos que venían de tierras de la
Alpujarras hacia otras tierras de Castillo, e, incluso a los presos de ambos
bandos de la Guerra Civil cuando se convirtió en cárcel. Hubo intentos de transformarla
en escuela y mercado de abastos. Pero lo que no debemos permitir que este
edificio patrimonial se venga abajo con tantos años de historia y tanta riqueza
artística en su interior. Es una llamada a todos los vecinos y a las
instituciones, pues debemos derrotar al duende de la destrucción y se quede
convertido en una gárgola de la Iglesia Mayor de la Mota.
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