- Me ha roto la serie de artículos sobre los meses la muerte de Cariño Robles. Con ciento dos años Cariño Robles emitió el último suspiro a las faldas del Cerro de la Luna en la Residencia de Nuestra Señora de las Mercedes, donde recibió un merecido homenaje cuando alcanzó el centenario, agosto era el mes del fin de obras y compromisos, y se mantiene como el de la Virgen de las Mercedes, entre festivales, cultos y fiestas de aldeas, encuentro de familias, homenajes y nombramiento muy merecido de hijo predilecto a Domingo Murcia. Entre el ayer y el hoy, el principio y el fin de nuevos ciclos de todos los caracteres desde el clima a las tecnologías.
- Cariño es símbolo de una generación que superó muchas adversidades, pero logró disfrutar de unos últimos pasos por el camino de la vida que rompen cualquier tipo de presagio o augurio vaticinados en la niñez y juventud.
- Es símbolo de un barrio alcalaíno, donde las madres contemplaron que muchos niños grandes de la calle Veracruz se incardinaron en la historia de la vida cotidiana de Alcalá la Real. Desde tiempos inmemoriales, esta calle se ha configurado en varios tramos que responden fielmente a la fisonomía de la sociedad alcalaína: en primer tramo abundaron los hidalgos (los rentistas, hacendados o burgueses), grandes comerciantes, industriales y funcionarios de alto rango; en el segundo espacio, los funcionarios medianos y menores, labradores y artesanos; en el tercer tramo se mezclaban los pujareros con los jornaleros que vivían en las casas de vecinos, y finalmente el último tramo desembocó en los que alimentaban su hogar con sus desoladas y únicas manos. Desde luego, todos estos espacios urbanos ofrecían un cuadro pintoresco de la vida de la sociedad. Pero, el tercer tramo respiraba un encanto especial, se alternaban las casas unifamiliares de los más hacendados con varias casas de vecinos que albergaban a numerosas familias cobijadas bajo sus cuatro paredes, con uno o dos dormitorios, un salón –cocina y, a lo más, una despensa, porque el resto de la casa se disfrutaba en régimen de comuna (los servicios, el agua del pozo, el patio de ocio y tender la ropa…). Este fue el principio de esta calle, en su actualidad se resiente de pertenecer al casco antiguo en su fisonomía y en sus gentes. Sin embargo, de lo que este tramo calle pudo presumir siempre, fue de la generosidad de los más pudientes con los más débiles, sin humillar; basada en la sana familiaridad y creando una atmósfera de bonhomía y solidaridad. Entre aquellas familias, destacaba la de Pinto – Robles. La formaba una familia muy frecuente en la actualidad, el matrimonio con dos hijos Merce y José Luís. El padre Mariano murió pronto, pero Cariño hizo –y sigue haciendo todavía-- honor arbóreo a su primer apellido. Fuerte y resistente como un roble.
- Hablar de esta matrona alcalaína, Cariño, significa acercarse a una mujer extraordinaria del barrio de San Juan, que se parecía al zahorí de las aldeas. Lo era todo para muchas familias de su entorno, desde los niños- que eran su pasión y su empatía- hasta los mayores como su mejor cuidadora de espíritu optimista. Ejercía de maestra de educación infantil desde los primeros años de la vida de los vecinos de la casa el Cura o la del maestro Garrido, y, así, las madres le dejaban en su patio de verde parral las cunas con sus hijos tomando el sol matutino cuando marchaban de compras al mercado de la calle Real; como monitora de ocio, brindaba a los más mozalbetes su patio para que jugaran a policía y ladrón saltándose paredes linderas y techumbres de corralones y tinas, disfrutaba viéndolos tirar a los pajarillos enredados en las ramas del sabroso ciruelo aplaudiendo el tino que aseguraba una merienda especial; con los adolescentes, hacía de guarda de ropa en el estío alcalaíno cuando se refrescaban en su hermoso pilón que presidía el barrio hasta que puso la ducha en los albores de la democracia. Su casa se asemejaba al comedor del Auxilio Social, donde se compartía el chocolate de bollo con el aceite de sus parajes de los Tajos. Se probaba el primer ponche con el bautismo de la madurez refrescado en el pozo que compartía con la casa de encima.
- Como familia agrícola, su economía era autárquica. Tenían trigo para pagar el pan a los panaderos; cebada para la yunta; hortalizas y frutas de la Fuente del Rey y no faltaba la carne de sus gallineros ni el cerdo de sus zahúrdas. La fruta, en aquellos tiempos tan escasa, solía almacenarse colgada en sus cámaras, a donde subíamos los pequeñuelos y cogíamos melones en verano, algún racimo de uvas en el otoño y melocotones endurecidos al sol por invierno. Las trojes repartían a los cereales, lo mismo que el pajar nos recordaba las tardes de picores cuando a mediados de julio los niños ayudábamos a meterla.
- El calor físico de su chimenea se semejaba al afecto humano que transmitía a todos. Parecía como si sus raíces provinieran de la recia leña de olivo y cerezo que se encerraban en la bodega, y descubríamos desde la ventanilla de la leñera del patio. Y. este calor se mantenía en los braseros de ascuas y ceniza que frecuentábamos las noches de inviernos contándonos anécdotas y noticias del pueblo, porque Cariño siempre conocía la vida de Alcalá. Su casa puede considerarse como un laboratorio de un futuro de muchos que acudieron a su regazo: hubo niños emigrantes como Gálvez, Pacuco y Marquitos que no tuvieron más remedio que trasladarse a otros lares de España para poder vivir y mejorar en calidad de vida; otros más afortunados se quedaron en nuestras tierras y ocuparon puestos importantes de la sociedad, y , muchos que mantuvieron las costumbres de sus antepasados y le siguieron en los años siguientes a su niñez y adolescencia. En su casa, se forjaron las semanas santas infantiles o las batallas campales entre pandillas de niños que simulaban las lides medievales en los asaltos a las cuevas de la Mota; a algunos le nació la inquietud empresarial con las tómbolas o los juegos sencillos como las canicas; algunas ganadoras de los concursos de belleza se forjaron entre las niñas, que Cariño y Merce vestían de madrinas para acompañar a sus hermanos en las procesiones infantiles. Cariño nunca la vimos poner un mal gesto a los chiquillos y eso que golpeaban su puerta a balonazos cuando se puso de moda el fútbol; reía a carcajadas viéndonos crujir la honda a su hijo y representar el paso de los Reos con papeles de seda de blanco y amarillo comprados en la tienda de Cipri. Con las niñas, jugaba a las casas de muñecas y le apañaba todo tipo de ajuar y vestido. A veces, la vimos, incluso, de costurera haciendo vestidos infantiles.
- Su casa, como muchas de los vecinos del barrio, era una casa de familia religiosa; desde niños, le llevábamos la estampa de primera comunión tras la misa y la posterior chocolatada en los amplios pórticos de la Escuelas de la Sagrada Familia; también, la propia Cariño frecuentaba la misa dominical y cumplía con los difuntos, porque era muy devota, como su marido, de la Virgen de la Cabeza, y cómo no de la Virgen de las Mercedes y del Cristo de la Salud. En su casa colgaban frecuentes y antiguas litografías de estas advocaciones; en sus arcones las estampas fanegueras de la Madre de Sierra Morena se enrollaban, porque siempre colaboraban dando una fanega de trigo para el fomento del culto de la ermita de San Marcos. La primera vez que escuchamos cantar el himno de la Morenita fue en su casa, lo mismo que, desde sus rejas negras y sus balcones, cuando éramos niños, pudimos contemplar, la mañana del Viernes Santo con todo su colorido y esplendor.
- Hay personas que le cuadran, como les sucede a ellas, el apellido, pero a ella lo que mejor le define es su nombre de pila. Cariño hace gala de la etimología latina del adjetivo “cara” querida “Cariñosa” y el diminutivo con valor afectivo “iño”. Es un amor hasta en lo imperceptible, sonrisa amorosa, dadivosa entrega y optimismo placentero. Pues, Cariño es sensible como la flor de jazmín de muchos patios de su alrededor, infiltra su amor sin ostentación, sencillamente, hasta el punto que hubo familias del barrio que compartieron parte de su hogar con motivos de reconstrucciones de sus viviendas, sin nada a cambio, con la generosidad que solo caracteriza a las personas de bien. Y es que su hogar era el centro oportuno y el cobijo de relajación para los infortunios, porque su sonrisa y su buen humor siempre estuvieron a la flor del optimismo de sus labios. Sus portales eran el refugio en los momentos de apuros y sus puertas abrían como las de las iglesias para convocar a las asambleas de compartir la cultura de la calle. Allí, repasábamos los libros y nos refugiamos de algún cogotazo de nuestros padres, porque la considerábamos nuestra protectora.
- Y, en el primer decenio del siglo veintiuno, Cariño, todavía, resistía en el barrio, acudía cuando podía a su casa. Cariño vivió su tercera juventud; hace unos años, se atrevió a subir conmigo hasta la azotea de la Torre del Homenaje, disfrutando de los actos culturales y religiosos de su barrio: con frecuencia se le veía orar en el templo de san Juan, pedía por los difuntos del barrio y se alegraba de que sus discípulos disfrutasen una buena calidad de vida y otros ostentasen cargos o responsabilidades de la ciudad. Parece como si los estuviera viendo de pequeños y les imbuyera el mismo afecto y tratamiento sin que hubieran pasado los años. En la Residencia Virgen de las Mercedes, Cariño cumplió los cien años, con la misma vitalidad que en sus años mozos y, al verla, se nos venía este relato de amor que hemos escrito. Y por encima de todo, con Cariño, todavía aprendimos mucho, era un testimonio y una apuesta segura de vida. Su salud no era sino un reflejo de un alma generosa y alegre sin entresijos ni maldades, muestra de una mujer optimista que sabía compartirlo con los demás. En el templo sanjuanero, quedaron las aspidistras (pilistras alcalaínas), la banda de hermano mayor romero y litografías de la Virgen de Sierra Morena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario