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miércoles, 25 de septiembre de 2013

CAPÍTULO XII. SIGUE EL RELATO DE LOS ALCALAÍNOS EN LA GUERRA DE LA SUBLEVACIÓN DE LOS MORISCOS.


CAPÍTULO XII. SIGUE EL RELATO DE LOS ALCALAÍNOS EN LA GUERRA DE LA SUBLEVACIÓN DE LOS MORISCOS.

 





           
 


Marchó, muy de noche, a su casa; en el trayecto apenas podía distinguir, bajando  por entre la oscura  y pendiente  calle del Postigo, algunas escalinatas que le adentraban en el barrio de Santo Domingo. Llegó a su casa, subió a los cuartos de la segunda planta que daban a las cuevas horadadas en la roca .  Durmió  como un lirón sobre su cama de lienzo de estopa, y, cubierto solamente con sábanas de tiradizo. Al día siguiente, era domingo, muy de  mañana bajó a su cuarto de entrada  y sacó de su alacena sus cuadernos de apuntes. Desató las cintas, y comenzó a leer los folios que trataban sobre la participación de los alcalaínos en la Guerra de Granada Contra los Moriscos. Lo hizo de corrido, sin comentario alguno, iniciando la lectura por el folio que había señalado, el día anterior,  con una cuartilla llena de garabatos y firmas de ensayo.  Era  un día antes de la Navidad de 1568,  en Alcalá  hacía una noche de perros, con mucho frío y cayendo la nieve en los picos más altos del Camello, Martina, Solana de Montefrío y la Mota. Lo mismo que  le comentó  en un libro Diego Hurtado de Mendoza, un  escritor noble  de Granada, cuyo relato fue entremezclando el oficial de escribanía con sus notas" hacía  aquella noche tan mal tiempo, y caía tanta nieve en la sierra que llaman Nevada y antiguamente Soloria, y los moros Solaira,  que cegó los pasos y veredas cuanto bastaba, para que tanto número de gente no pudiese llegar. Sin embargo, el rebelde Farax con sus ciento y cincuenta hombres, poco, antes del amanecer, entró por la puerta alta de Guadix, donde se junta con Granada el camino de la sierra, con instrumentos y gaitas, como es su costumbre. Llegaron al Albaicín, corrieron las calles, procuraron levantar el pueblo haciendo promesas, pregonando sueldo de parte de los reyes de Fez y Argel, y afirmando que con gruesas armadas eran llegados a la costa del reino de Granada: cosa que escandalizó y atemorizó los ánimos presentes, y a los ausentes dio tanto más en qué pensar, cuanto más lejos se hallaban; porque semejantes acaecimientos, cuanto más se van apartando de su principio, tanto parecen mayores y se juzgan con mayor encarecimiento  Los moriscos, hombres más prevenidos que diestros, esperaban por horas la gente de la Alpujarra: salían el Tagarí y Monfarrix, dos capitanes, todas las noches al cerro de Santa Helena por reconocer; y salieron la noche antes con cincuenta hombres escogidos, y diez y siete escalas grandes, para juntándose con Farax entrar en el Alhambra; mas visto que no venían al tiempo, escondiendo las escalas en una cueva se volvieron, sin salir la siguiente noche, pareciéndoles como poco pláticos de semejantes casos, que la tempestad estorbaría a venir tanta gente junta, con que pudiesen ellos y sus compañeros poner en ejecución el tratado del Alhambra; debiéndose esperar semejante noche para escalarla. Mas los del Albaicín estuvieron sosegados en las casas, cerradas las puertas, como ignorantes del tratado, oyendo el pregón; porque aunque se hubiese comunicado con ellos, no con todos en general ni particularmente, ni estaban todos ciertos del día (aunque se dilató poco la venida), ni del número de la gente, ni de la orden con que entraban, ni de la que en lo por venir ternían. Díjose que uno de los viejos abriendo la ventana, preguntó cuántos eran, y respondiéndole seis mil, cerró y dijo: «Pocos sois y venís presto»; dando a entender que habían primero de comenzar por el Alhambra, y después venir por el Albaicín, y con las fuerzas del rey de Argel. Tampoco se movieron los de la Vega, que seguían a los del Albaicín; especialmente no oyendo la artillería del Alhambra que tenían por contraseño. Había entre los que gobernaban la ciudad emulación y voluntades diferentes; pero no por esto así ellos como la gente principal y pueblo, dejaron de hacer la parte que tocaba a cada uno. Estúvose la noche en armas; tuvo el conde de Tendilla el Alhambra a punto, escandalizado de la música morisca, cosa en aquel tiempo ya desusada; pero avisado de lo que era, con mejor guardia. El Marqués, aunque no tenía noticia de la contraseño que los moros habían dado a la gente de la Vega, y él le tenía dado a la gente de la ciudad, que en la ocasión había de disparar tres piezas; temiendo que si se hacía pensasen los moros que estaba en aprieto, y acometiesen el Alhambra en que había poca guardia, mandó que ningún movimiento se hiciese, ni se pidiese gente a la ciudad; que fue la salvación del peligro, aunque proveído a otro propósito; porque acudiendo los moriscos de la Vega a la contraseño, necesitaban a los del Albaicín a declararse y juntarse con ellos, y como descubiertos, combatir la ciudad. Bajó el Conde a la plaza nueva y puso la gente en orden: acudieron muchos de los forasteros y de la ciudad, personas principales, al presidente don Pedro de Deza, por su oficio, por el cuidado que le habían visto poner en descubrir y atajar el tratado, por su afabilidad, buena manera generalmente con todos, y algunos por la diferencia de voluntades que conocían entre él y el marqués de Mondéjar. Éste con solos cuatro de a caballo y el corregidor, subió al Albaicín, más por reconocer lo pasado, que suspender el daño que se esperaba, o asosegar los ánimos que ya tenía por perdidos, contento con alargar algún día el peligro; mostrando confianza, y gozar del tiempo que fuese común a ellos, para ver como procedían sus valedores; y a él para armarse y proveerse de lo necesario, y resistir a los unos y a los otros. Habloles: «Encareció su lealtad y firmeza, su prudencia en no dar crédito a la liviandad de pocos y perdidos, sin prendas, livianos; hombres que con las culpas ajenas pensaban redimir sus delitos o adelantarse. Tal confianza se había hecho siempre, y en casos tan calificados, de la voluntad que tenían al servicio del Rey, poniendo personas, haciendas y vidas con tanta obediencia a los ministros; ofreciéndose de ser testigo, y representador de su fe y servicios, intercediendo con el Rey para que fuesen conocidos, estimados y remunerados». Pero ellos respondiendo pocas palabras, y ésas más con semblante de culpados y arrepentidos que de determinados; ofrecieron la obra y perseverancia que habían mostrado en todas las ocasiones; y pareciéndole al Marqués bastar aquello sin quitalles el miedo que tenían del pueblo, se bajó a la ciudad. Había ya enviado a reconocer los enemigos; porque ni del propósito, ni del número, ni de la calidad dellos, ni de las espaldas con que habían entrado se tenía certeza, ni del camino que hacían. Refirieron que habiendo parado en la casa de las Gallinas, atravesaban el Genil la vuelta de la sierra; puso recaudo en los lugares que convenía; encomendó al corregidor la guardia de la ciudad; dejó en el Alhambra donde había pocos soldados mal pagados, y éstos de a caballo, el recaudo que bastaba, juntando a éste los criados y allegados del conde de Tendilla, personas de crédito y amistades en la ciudad. Él, con la caballería que se halló, siguió a los enemigos llevando consigo a su yerno y hijos ; siguiéronle, parte por servir al Rey, parte por amistad o por probar sus personas, por curiosidad de ver toda la gente desocupada y principal que se hallaba en la ciudad. Salió con la gente de su casa el conde de Miranda don Pedro de Zúñiga , que a la sazón residía en pleitos, grande, igual en estado y linaje: eran todos pocos, pero calificados. Mas los enemigos, visto que los vecinos del Albaicín estaban quedos, y los de la Vega no acudían; con haber muerto un soldado, herido otro, saqueado una tienda y otra como en señal de que habían entrado, tomaron el camino que habían traído, y por las espaldas de la Alhambra prolongando la muralla, llegaron a la casa que por estar sobre el río llamaban los moros Dar-al-huet, y nosotros de las Gallinas, según los atajadores habían referido. Pararon a almorzar, y estuvieron hasta las ocho de la mañana: todo guiado por Farax para mostrar que había cumplido con la comisión, y acusar a los del Albaicín o su miedo o su desconfianza, y aun con esperanza que llegada la gente de la Alpujarra harían más movimiento. Pero después que ni lo uno ni lo otro le sucedió, acogiose al camino de Nigüeles arrimándose a la falda de la montaña, y puesto en lo áspero, caminó haciendo muestra que esperaba. Pocos de la compañía del Marqués alcanzaron a mostrarse, y ninguno llegó a las manos por la aspereza del sitio; aunque le siguieron por el paso del río de Monachil hasta atravesar el barranco, y de allí al paraje de Dilar, por donde entraron sin daño en lo más áspero.

     Duró este seguimiento hasta el anochecer, que pareció al Marqués poco necesario quedar allí, y mucho proveer a la guarda y seguridad de la ciudad; temeroso que juntándose los moriscos del Albaicín con los de la Vega, la acometerían sola de gente y desarmada. Tornó una hora antes de media noche.”

            El escribano tomó un folio aparte y leyó esta copia de una  carta que en la noche posterior a este relato  le había enviado el Márqués del Mondejar a la ciudad,  desde la Alhambra de Granada, e  inserta en el acta  del cabildo del 26 de diciembre de 1568, día  cuando llegó a Alcalá ,  a Loja y Alhama , el  siguiente de suceder los hechos.  Se leyó  en las salas altas del  cabildo tras haberse reunido urgentemente  en la madrugada del día siguiente. Y, esta misiva,   la ciudad de la Mota  quedó enterada del levantamiento de los moriscos.

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 “Magnifico Señor. Por mandato, que envié  para la ciudad de Loja y Alhama/ extenderé a vuestra merced el aviso que tenía y lo que después/ ay que decir, es que anoche intentaron de levantar/ el Albayzín y que gran número de los enemigos va creciendo/ y desvergonzándose de manera que conviene salir yo en/ persona a remediarlo y allanarlo y conviene con toda / brevedad y presteza del mundo la gente de esa ciudad / a dese aquí con gran brevedad porque depende  de ello/ la guardia y seguridad de este reino y de qualquier negligencia / que esto ubiere podrá resultar daños irreparables/importásele a vuestra merced siendo, como es ministro de Su Majestad/ si que en esas ciudades de su corregimiento oviese algún descuydo qué cosa / y qué tanto va, el qual creo yo que no avrá . Nuestro Señor la muy magnifica persona de/ vuestra merced  guarde y acreciente. De Alambra a 26 / de ciciembre de 1568 al servicio de vuestra merced, el muy noble”.

Comprobó que, en el dorso, estaba escrito su  destinatario:  al muy magnífico señor don Gómez de Figueroa, corregidor de Loja, Alhama,  o,  por ausencia, al acalde mayor.

            El marqués llamó a  la  gente, sin dinero alguno, y a Alcalá lo hizo porque estaba muy cercana a la  zona del conflicto, y , alegando  que venían  a  servir al Rey, les previno que se jugaban la  seguridad,  al mismo tiempo que les comunicaba que estaban a ligados a su persona , y a  la  memoria de su  abuelo y padre ( el escribano recordaba siempre el afecto que mantenía el abuelo con esta ciudad  donde pernoctó  en tiempos de los Reyes Católicos y  vio nacer a su hijo Antonio)  , cuya fama era grande en aquel reino. Comenzaron  a dividirse los hidalgos en diversos pareceres, porque si hubo quien les movió  la esperanza de ganar o de  conseguir  fama y otras cosas “por el ruido o por vanidad de la guerra”, los hubo también reticentes a querer  juntarse para afrontar esta contienda. No obstante, Alcalá compartió la llamada con  otras  ciudades y señores de la Andalucía. Sabía que los caballeros alcalaínos habían asumido, desde antiguo,  la obligación de acudir en ayuda del Rey  y debían  cumplir  con  su cometido a usanza del cabildo municipal. Por eso, se veían obligados a  traer la gente a su costa durante el tiempo que duraba la  comida que podían traer a los hombros ( y le aclaraba Hurtado “talegas las llamaban los pasados, y nosotros ahora mochilas”). En las negociaciones posteriores, Mondéjar les comentó  el modo de financiar la operación: “se contaba comida  para una semana; mas acabada, servían tres meses pagados por sus pueblos enteramente, y seis meses adelante pagaban los pueblos la mitad, y otra mitad el Rey: tornaban éstos a sus casas, venían otros;  era una manera de levantarse gente dañosa para la guerra y para ella, porque siempre era nueva. Esta obligación tenían como pobladores por razón del sueldo que el rey les repartía por heredades, cuando se ganaba algún lugar de los enemigos".

            Como los alcalaínos no respondieron  a los primeros avisos ni a las primeras horas, el marqués convocó también , según contaba Hurtado de Mendoza,  a soldados particulares aunque ocupados en otras partes; a los que vivían al sueldo del Rey, a los que, olvidadas o colgadas las esperanzas y armas, reposaban en sus casas. Proveyó de armas y de vitualla; envió espías por todas partes a calar el motivo de los enemigos; avisó y pidió dineros al Rey, para resistillos y asegurar la ciudad.

 

También recogió el clima  imperante en la ciudad de la Alhambra para persuadirlo aún más a la hora de tomar la  decisión de emprender pronto la marcha  Mas en ella era el miedo mayor que la causa: cualquier sospecha daba desasosiego, ponía los vecinos en arma; discurrir a diversas partes, de ahí volver a casa; medir el peligro cada uno con su temor, trocados de continua paz en continua alteración, tristeza, turbación, y prisa; no fiar de persona ni de lugar; las mujeres a unas y a otras partes preguntar, visitar templos: muchas de las principales se acogieron a la Alhambra, otras con sus familias salieron, por mayor seguridad, a lugares de la comarca. Estaban las casas yermas y las tiendas cerradas; suspenso el trato, mudadas las horas de oficios divinos y humanos, atentos los religiosos y ocupados en oraciones y plegarias, como se suele en tiempo y punto de grandes peligros.

No andaba con presteza la ciudad de la Mota ante esta inesperada situación de guerra. Pues respondió con una escueta carta al Marqués de Mondéjar evadiéndose del compromiso  y  aludiendo que habían estado recientemente defendiendo la Costa de unos barcos turcos  con una compañía de soldados. Querían autojustificarse dando por comprensible la actitud de Alcalá, pues no sólo, debían  a hacerse frente a lo que suponía de sangría de hombres, sino también el acopio de efectivos por parte de  Alcalá y Castillo en la proporción de un tercio a dos tercios (  24 por ciento para la villa castillera y otro 57 por ciento para la ciudad de Alcalá la Real fuera de dinero u hombres). Además, alegaban las pocas armas eficaces que le quedaban en su armero municipal, ya que los soldados alcalaínos disponían, en su mayoría, de algunos arcabuces, pero,  otros muchos sólo tenían ballestas, picas, y espadas de tal manera que, tenían que  cambiar estas últimas  y comprar nuevos arcabuces. Por eso, el  corregidor no se anduvo con chiquitas, porque su postura , en  asuntos de la Corona , era tajante; a pesar de que, en los primeros momentos, tratara de mediar en las continuas dilaciones  y achaques contemporanizadores de los miembros del cabildo municipal (pues les había salido bien a los miembros del cabildo  en otros tiempo la táctica de retardar y alargar con alegaciones   su  presteza en  el envío de las tropas alegando servicios anteriores), Como es lógico, el marqués no atendió, en esta ocasión,  tampoco las evasivas, sino que envió otra segunda carta , en términos muchos más agresivos:

Recibí la carta de vuestra merced a veintisiete de este y oy a Rodrigo de Góngora, regidor de esta ciudad, tengo a muy bien entendido y entendida la voluntad con que esa ciudad a servir y sirve  gente / a Su Majestad, le obligara en postergar a rebelarla, pero por la necesidad  presente no se puede tener resspeto a nada, e así recibiere vuestra merced, que toda presteza posible  se me envíe toda la gente útil para pelear que ay , oviere de prestar a Su Majestad, se lo encargo e mando , que no espero ya otra cosa, para sí  al campo , sino  que me llegue alguna gente. Alhambra 28 de diciembre de 1568.

 

Sin miramiento alguno, se tocó aleo, se hizo el alarde  por las calles altas de la Mota, los barrios de Santo Domingo y Nuevos y , una vez reunidos los soldados en la Plaza Alta, se le repartieron los arcabuces, espadas, ballestas, lanzas  y  picas, e , inmediatamente organizados en una compañía  con sus capitán , alférez y sargentos, el corregidor se aprestó a  que salieran de  la ciudad; iban en formación como una compañía de cien soldados tiradores al mando del  capitán y regidor Juan de Aranda Figueroa. Llegaron a Granada, se pusieron a las órdenes del marqués, con el que acudieron a sofocar primero  cualquier revuelta que sugiera en el Albaicín y, posteriormente,  se  dirigieron a  la primera línea de batalla, donde se mantuvieron desde 31  de diciembre del año 1568 hasta el 26 del mes de febrero del año 1569  en el frente de Órgiva. Cayó enfermo el capitán y fue sustituido  el 16 de marzo por  el alférez, su pariente Francisco de Leiya.

 

La mujer de Antón  lo llamó desde la cocina. Le decía que estaba dando el último toque la campana de la Iglesia de Santa  María la Mayor.  Cerró el cuaderno , se arregló un poco colocándose un recio manto de lana y cubriéndose la cabeza con un gorro; después  se cogieron del brazo  y desviándose de las escalinatas del Postigo, por el Cañuto   para evadir los copos de nieve  se dirigieron a la Iglesia de Santa María para asistir a  Misa Mayor. Puso una señal en el cuaderno  y dejó en este párrafo la lectura de la Guerra contra los Moriscos  para la tarde de este frío  domingo al calor de la chimenea.

 

 

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