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domingo, 16 de septiembre de 2012

JOSÉ LA CAL SERRANO



 

            Con frecuencia, los escritores  rebuscan en los arcones de la Historia los personajes más inverosímiles con el fin de llevar a cabo un  reportaje inédito. Y, en la vida local, no se frecuentan  los vecinos del pueblo llano, que ejercen de ciudadanos y que, en demasía, han merecido la medalla del reconocimiento colectivo. La figura del  alcalde pedáneo es una buena muestra de esta realidad; se remonta a los inicios de nuestra romanización, porque participan de la delegación del “legatus pro pretore” (el delegado del jefe) y de los duumviros o ediles locales (por su incardinación y su representación de su ámbito territorial). También, durante el Antiguo Régimen, lo fueron ministros de justicia, ejerciendo la persecución de los castigos, la representación de la autoridad de la máxima autoridad municipal y real – la de los corregidores- y  desplegando la labor de síndicos personeros a favor  de sus vecinos antes cualquier medida arbitraria de las autoridades foráneas.

            A partir de la Constitución de la Pepa y de la I República, se abrieron nuevos aires en estos representantes y sus competencias se ampliaron los barrios y aldeas  con representación política. El  alcalde pedáneo vivió, como los representantes de distrito de las grandes capitales, a expensas de alcaldes de los partidos turnistas, que eran los que nombraban. Siempre,  las autoridades locales, conscientes de que el alcalde pedáneo era su máximo representante  delegado en  su ámbito concreto, cuidaban  esmeradamente de cada uno de ellos. Esto no era óbice de que, si llegaban los liberales, eligieran a los compromisarios  de su partido; o, si  lo hacían los conservadores, lo cambiaran por un miembro de sus filas; incluso vino la Segunda República, y se nombraron los miembros de la coalición republicano-socialista.

Con la llegada  de la actual democracia, se frecuentó la consulta a la hora de elegir a estos delegados de la alcaldía. Se asumía la delegación y la representación, de un lado; pero, por otro, se invitaba a participación vecinal. En la historia de las consultas hay  casos curiosos y extravagantes de las disfunciones de no comprender la singularidad de este cargo, pero no puede olvidarse  que entre el alcalde pedáneo y la máxima autoridad siempre se ha establecido un inteligente equilibrio, en el que  se fundamenta la auctoritas del alcalde pedáneo, o sea  entre la delegación y la representación popular.

            Muchos alcaldes podrían encarnar esta manera tan acertada de ejercer este cargo tan entrañable. Nos quedamos con Pepe la Cal, recientemente fallecido y que desempeñó el cargo  de alcalde pedáneo de la aldea de Santa Ana durante un amplio periodo de tiempo (1991-2007) . Con Pepe la  vocalía de barrio se humanizó, porque bebió de fuentes de un  padre de bien, muerto repentinamente en los años treinta del pasado siglo, al que la aldea le rindió una solemne despedida por su entrega a la República. Desde julio de 1991, Pepe supo perfectamente ejercer   el verbo conjugar su delegación municipal con hacer valer su representación vecinal, sin intimidarse  con  los arañazos de los demagogos de turno; se convirtió en un reivindicativo personero de su pueblo, de su gente y de sus representados, ya que fue concejal en 1995, Lo hizo con la fuerza del voto oficial de las urnas,  y con la gallardía de no creerse ufano ni ostentoso, sino sencillo, con el alma humilde que siempre le ha caracterizado. Probablemente, durante estos meses de verano y con la enfermedad acosándole a diario, haya recorrido en la agenda de su memoria todas las obras y servicios  en las que  colaboró y compartió con la corporación municipal alcalaína (por ejemplo,  en educación, cuando la escuela rural de Santa Ana se remodeló, se amplió, y  se incorporó al C.P. Sierra Sur  dentro de todo el Ciclo de Primaria de la ESO, o se creó la guardería;  en asuntos sociales y médicos,  cuando se pusieron en funcionamiento y se levantaron  el Centro Social  en octubre 1992 o el nuevo consultorio en 2006; en  las fiestas,  cuando se dieron grandes pasos de progreso; o  en Patrimonio artístico, cuando se convirtió Santa Ana en un lugar para visitar y  la Escuela Taller intervino en varias restauraciones  de la iglesia de Santa Ana y  la Fuente del Rey en 1992, y  cuando con vecinos de Santa Ana y su parroquia se  dio una nueva imagen a sus  cuadros, imágenes, retablo, fachadas, o cuando se descubrió la tumba algárica del Humilladero y  cuandol as monjas  trinitarias se trasladaron a la Fuente del Rey).

 

Todo esto lo procuró, durante estos años de mandato con la vista puesta en  sus vecinos y prestando su más leal colaboración  y su incondicional disponibilidad personal  ( la gran ampliación industrial de la aldea de Santa Ana , los nuevos servicios  médicos, escolares o sociales que se renovaron en la aldea y la Fuente del Rey, el empuje del sector servicios de este rincón tan entrañable de Alcalá, la participación ciudadana de uno de los tejidos más vivos de nuestro alrededor). No podemos soslayar que,  en la industria, se amplió el minipolígono del Chaparral  y se crearon  naves industriales municipales y particulares como  Caiba, Planta Hormigonera, Cotex, Troflex, en sus inicios,  y Bandesur, Cooperativas textiles, Cartonaje;  se abrió la explotación de la cantera del Chaparral; tembién, en servicios. se puso en funcionamiento el Centro Agroganadero, proliferaron  de empresas de servicios como los mesones rurales o  el concurso de Hortalizas, se donó la finca de la Solana y ENAGAS instaló algunos puntos y depósito fundamentales por su zona en 1993, sin olvidar  el polígono urbano de la Fuente del Rey y del Chaparral, los Semáforos en Santa Ana, la pavimentación de calles y plaza y el Parque del Comendador y Fuente Pero, por encima de todo, Pepe fue el prototipo del alcalde pedáneo, como todos los que he conocido,  hombre de consenso, servidor de sus vecinos, amante de la paz social;  y siempre abierto a las empresas futuras que beneficiaban a  este partido de campo. No fue un francotirador encubierto,  ni se escondió en las catacumbas: un hombre leal con la autoridad, responsable  con sus vecinos y excelente mediador  en los momentos difíciles. Con este bagaje de José La Cal, Santa Ana recordará un periodo singular y de progreso de su historia. Su homenaje no es sino un pequeño reconocimiento de una entrega total, generosa y, a veces, incomprendida.

Y en verdad que, a lo largo de sus dieciséis años de alcalde pedáneo fue una  persona que supo conjugar los intereses de los vecinos con la representación del  gobierno local: Por ello, la historia de su aldea es una muestra de un manifiesto progreso en la extensión de servicios, en la diversificación económica con el desarrollo del tejido industrial ( dos polígonos)  y en la paz social de la que disfrutaron en estos años de  democracia, cuando tuvo el honor de ser alcalde pedáneo y concejal.

 

Francisco Martín Rosales   

 

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