Desde un año
acá, nos ha sobrevenido una mala racha en el centro educativo de enseñanza
secundaria “Alfonso XI”, de Alcalá la Real, parece que envejece, al mismo tiempo, con sus hombres y
su edificio. Se nos fue Luís Gallego, que ya glosamos en un artículo anterior; recientemente
el joven Antonio Téllez nos abrió el año
con un sabor de primavera muerta; ahora no ha tocado el corazón la muerte de
nuestro compañero y amigo Manuel Ramírez Zafra. Todos ellos eran miembros del
personal docente, dedicados a las tareas complementarias del sistema educativo, en el que la reproducción
de un documento o la puesta en funcionamiento de un aparato de las nuevas tecnologías
juegan importantes roles en la formación y en la educación de nuestros alumnos. No puedo pasar por alto y de soslayo la figura y personalidad de Manolo Ramírez;
dejó una huella profunda en el centro
alcalaíno durante su paso por la conserjería de las dependencia del instituto
decano; siempre dispuesto a prestar sus
servicios a los profesores a la hora de la preparación de las clases-realizando
con todo mimo y afecto las tareas
encomendadas del material
educativo- aportando su sentido común y su afabilidad en sus relaciones con los
compañeros de su entorno y con todos los profesores. Luego, cambió de ruta y
quiso adelantar su edad de jubilación, prestando los servicios en el Centro de
Día, se ganó la simpatía y la buena
consideración de los miembros de la Junta Directiva, personal de este ente, y de
cada uno de nuestros queridos mayores. Siempre recordaré el afecto y
cariño con que ejecutaba todas las
tareas: disfrutaba regalándome la participación
del décimo de Navidad, que intercambiamos con el de la Virgen de las
Mercedes. Le encantaba leer las cosas de nuestra tierra, se mantenía informado
diariamente sobre los asuntos de nuestra
ciudad en la prensa local y de la provincia.
Por última vez, le regalé la revista de la Patrona.
Recuerdo que siempre era una persona
respetuosa con los antepasados, pius erga parentes, y, por eso, quería que
el pueblo recordara en una revista
cofrade el nombre de su abuela Mercedes la Cantera. De pequeño, le había dejado
una huella indeleble de mujer
autodidacta, ingeniosa y médica artesanal, y creía que con aquel escrito se le
hacía un homenaje merecido.
Era un gran
conversador, sencillo y muy cariñoso con su mujer y todos los miembros de su familia, le
gustaba ser amigos de sus amigos, vivía y compartía muchas historias de nuestra
ciudad con los hombres de su confianza,
y era leal con los suyos; también
era un hombre de palabra, prevenía a sus íntimos lo que podía sobrevenirle para no verlos
desesperanzados. Y, siempre, en otoño me convocaba y me esperaba para ofrecerme las acerolas
amarillas de aquel árbol centenario de su peculio del Puente Mané. Y, allí, en aquel
paraje reconocía tantas cosas, cuando compartíamos unos momentos, como estos que describía un poeta: “Pasa el grito veloz/
efímero del aire./ Le recuerda otro tiempo,/ cuando podía a solas/ perderse un
día entero, ver oír,/ sin buscar nada
más que el propio día/” . Se convertía, allí, en el consejero sincero, el historiador de la intrahistoria que no se
escribe, en el alma nostálgica de sus
tiempos de albañil, de trabajador en
Condepols, de su primero oficio educativo y vecino de Quesada, en
portador del orgullo de ocupar un número de los primeros hermanos del Cristo de
la Salud, y en el laborioso agricultor
que se enorgullecía con el laboreo de sus parajes en tierras alcalaínas. No me
esperaba que reinara en ti para siempre el silencio imperturbable de nuestros
campos. Siempre daba aliento a los demás.
Y me viene a
la mente el regreso de mi último encuentro como cuando te visité en tu casa,
y lo hago con estos versos:
“pensativo, ligero de pasaje/con la nostalgia oculta en el bolsillo/del recuerdo,
bueno, integral, sencillo,/compañero del olmo y del paisaje/.En este caso, falto
del fruto de tu acerolo, orgullo
de tu linaje y de tus amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario