Francisco
Martín Rosales
Recuerdo que,
en mis años de juventud, sentíamos un
interés apasionado por la defensa de lo público. Nos repugnaban todas aquellas
actitudes que trataban de arrebatarnos
el espacio común, natural o social. Por eso, algunas proyecciones sobre este tema nos causaban un gran impacto – en el túnel del tiempo, creo que nos sentíamos
sumamente atraídos por una película dedicada a una valla o alambrada que rompía la vida armónica de una sociedad
para apropiársela el individuo, resaltando la lucha entre la propiedad pública
y privada - y, salvando la legítima propiedad privada, nos convertíamos en
defensores a ultranza de aquellos espacios comunes que los individuos no podíamos dejar que lo usurpasen las
personas particulares.
Hoy día, sin
embargo, con una miopía galopante y una insensibilidad sin escrúpulos, asistimos al deterioro más alto que se ha producido en la historia de una parte fundamental de las sociedades
humanas, en concreto, de todo lo que
pertenece a cada uno de los miembros de un lugar
y, al mismo tiempo, se comparte
en común con el resto de su comunidad para
poder realizar el trabajo,
prestar un servicio o, simplemente, para
disfrute y ocio que se nos otorgó por el consenso natural y universal
antes que vinieran los legisladores.
Casi todos los
días, podemos poner ejemplos sobrados de
los hurtos y robos con nocturnidad y alevosía que se producen en nuestro
entorno. Unas veces, notamos la falta de
un elemento del mobiliario urbano- un
banco, una farola, un árbol, una planta de un jardín o un árbol- que probablemente se ha colocado en una casa
particular o ha caído en manos de los
traficantes de lo ajeno ( de seguro,
encolerizaremos y echaremos sapos por la boca contra el ladronzuelo de turno).; sin
embargo otras veces, nos quedamos
como panchos , cuando vamos
caminando y nos topamos con caminos, que
los abrió la naturaleza y fueron ( y son, porque los bienes públicos son
intransferibles) , comunales, de
propios y de realengo ( lo que hoy día serían del pueblo), convertidos
en particulares, ya que el arado
mecánico del tractor ha metido la cuchilla en donde no era suyo. Y nos queda una cara de tontos,
porque nos quieren hacer pasar de
ignorantes. Así, en nuestra comarca de la Sierra Sur, de pronto,
y como de bruces, te topas, con frecuencia, un camino que comienza y se rompe
por la labrantía ilegal. A veces, incluso se colocan vallas, invadiendo
caminos que ya se fijaron para la
eternidad y revisaron, con sentido de
ejemplificación, las autoridades en las
visitas de veredas, caminos, sendas, y servideras. A la defensa de la intimidad
y de la propiedad privada, incluso se le llama usurpación de lo ajeno.
Y es que el
lenguaje está cambiando, cosa que es lógica. Pero, si una calle
de Alcalá la Real o de las aldeas,
nos pertenece a todos para desplazarnos, o para disfrute
de la comunidad, ¿Por qué las calles del
campo, que no son sino los caminos, veredas, servideras y sendas de antaño, no
se respetan y se mantiene intocable el uso comunal, ya que sirven para el
transporte de la riqueza y el desplazamiento humano- así como en la sociedad
del ocio, al desarrollo físico de las persona?
Por eso, creo
que es necesaria una nueva visita, revisita o revisión de los caminos de
nuestro entorno, antes que nos encontremos que no se puede pasar del
Portichuelo, con eso de los deslindes y otras hierbas, que es lo mismo que la
defensa de lo privado. Esperemos que se
tome nota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario