El abad don Esteban Mendoza y Gatica subía
los peldaños de la escalera del Palacio Abacial. Se sentía muy satisfecho de la
obra que había costeado y venía rodeado de varios miembros de su curia para
celebrar un banquete entre el clero de su territorio, Entre ellos, un
peldaño más abajo seguía el cura castillero Anguita, gesticulaba y alzaba la
voz, como si quisiera hacerse escuchar o, al menos, que le prestara cubierta
atención el señor abad. No se entendía bien, pero hablaban de unas tierras a
medio cultivar, porque la zona que acercaba al monte, no se habían roturado
allá por los últimos años de los ochenta del siglo XVIII. Al escuchar el abad
la palabra de Coscoja, le preguntó a su vicario:
-¿Has escuchado?, parece que
Anguita debe tener un pleito con los Coscojares.
-Otra vez, estos cortijos, el alto
y el bajo, presentan litigio entre sus propietarios.
-No, mi señor abad, se refieren
a los Coscojares del Castillo de Locubín,
Ascendieron a los corredores
altos y entraron a la habitación cuadrada, amplia, lugar de recepciones, y
equipada para el banquete. El abad comenzó a entablar varias conversaciones con
los miembros de su curia. Le preguntaba sobre la situación de las tercias al juez
de Rentas; al notario apostólico le preguntaba sobre los conflictos
que mantenía con las hermandades de los rostrillos y sayones. En torno a
la mesa, se sentaron y se prepararon para el banquete que les había preparado
el cocinero Casanova. Entre vino torrontés, entablaron los clérigos varias conservaciones.
Pero los Coscoojares, de nuevo, salieron a colación de los presentes.
-No señor, abad, no son los Coscojales
entre el camino de Priego alto y el bajo. -comentó el cura castillero.
.-Entonces, a que se refiere?
-A los Coscojares del Castillo,
por la zona que llaman del Baño.
No tenía idea el abad sobre
este cortijo, que pertenecía nada menos que a un vecino de Vélez-Málaga, Diego
de Carrión y Anaya. Un cortijo que administraba el regidor José Benavides, un
vecino castillero que se había enfrentado con los arrendatarios de estas
tierras de labor y monte, que ocupaba más de trescientas y cincuenta fanegas.
Se multiplicaba en explicaciones el cura castillero, aludiendo los caminos
desde donde se podía acceder. Si saliendo del camino del camino de la Isla al
barranco de las Palomeras. Si estaba bajo las tierras de Encina Hermosa, si por
la parte oriental se encontraba la Alfábila....Pero, queriendo el abad zanjar
su ignorancia geográfica de la zona castillera, le increpó.
- ¿Por qué anda tan inquieto mosén
Anguita?
-Vuecencia, el asunto de ser
siempre. El conflicto de las rentas foráneas con los subarrendatarios, y, en
medio, los mayordomos de los señores de tierras lejanas. Quieren sacar hasta la
cerilla de las orejas de las familias labradoras.
-Me decías que no era este es
el caso. era más complejo. Aquí, se ha llegado a un grado más bajo de
subarriendo.
- ¿Cómo me dice?
-Al colonato.
El cura Anguita no paró de
hablar., Comentó el asunto hasta los últimos detalles. Desde que el mayordomo
regidor acudió al corregidor para demandar a un tal Juan del Pozo, ni
siquiera el labrador arrendatario. Un `personaje más bien pobre que había
recibido del arrendador Manuel Castillo la casa para poder vivir y una
parte de las tierras. Y con una sola yunta para poder hacer frente a los
quinientos reales que el labrador pagaba de renta. El mayordomo no lo
comprendía, cría que se le estaba engañando y lo llevó a la justicia. Llamó a testigos.
Le desvelaron que otros más subcontratistas del Castillo Habían recibido
suertes para poder salir al frente de los compromisos con el labrador. Pero
Benavides quiso cortar por lo sano. Muy sencillo contrató a un nuevo arrendado,
Cristóbal Collado. Lo hizo para parar el inicio de la nueva temporada, con las faenas
de la siembra. Y Pozo aludió su pobreza, la buena voluntad del labrador
Castillo para hacer una obra que denominaba de caridad. Desmentía y desmentía.
Buscaban testigos cada uno de ellos. Se 3echaban a la cara la
incapacidad de unos para poder afrontar esta renta o las labores. Pero el
juicio se cortó por lo sano. No llegó al final, no acudieron los testigos, no
hubo manera de seguir el pleito y fallar en favor de uno de ellos. Se
suspendió a Pozo y Castillo y entregaron las tierras al nuevo arrendador, era
más fiable, prometían quitar nuevos colonos y aumentar las rentas.
-Estos Coscojares parecen como si fueran de oro, -le dijo a Anguita el abad.
-No de oro, no, pero que hacen de oro le aseguro que sí.
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