Archivo del blog

viernes, 21 de febrero de 2020

EN IODEAL ALCALA LA REAL. ALMAZARAS, FÁBRICAS Y MOLINOS DE ACEITE (I)



ALMAZARAS, FÁBRICAS Y MOLINOS DE ACEITE (I)






Es verdad que hoy día los sistemas productivos no se definen por el predominio absoluto del sector primario como acontecía en otros siglos. Pero juega un papel muy importante en el mantenimiento de la población en la España Vacía, y, en nuestro caso, mundo rural, que, a pesar de los avances tecnologías y movimientos migratorios y de despoblamiento ,se han plasmado en catorce aldeas, unos seis núcleos rurales y numerosos cortijos transformados en lugar de aperos, viviendas rurales de usos agroindustriales. El cereal y el viñedo desempeñaron un papel decisivo en estas tierras del Sur. Pero, desde hace más de dos siglos y medio, el mundo rural  alcalaíno puede concebirse sin la presencia del olivo. Como producto agrícola y como industria agraria. Incluso, se reguló toda su actividad artesanal mediante unas ordenanzas que recogían desde el vertido de la jámila hasta las pozas; curiosamente, un regidor de origen italiana Pedro Veneroso la incorporó al corpus legislativo de la ciudad de la Mota. 
En el municipio alcalaíno hay constancia de un molino de aceite a mediados del siglo XVIII, a las faldas de la Camuña, en contraste con Castillo de Locubín, donde eran varios los que transformaban la aceituna en aceite desde tiempo inmemorial. El alcalaíno era propiedad de la familia de Marroun y Balboa, y compartía la transformación de los productos agrarios juntamente con la molienda del zumaque; los molinos aceiteros del Castillo se remontaban a siglos anteriores y llegaron a compartir la elaboración del aceite con la de la harina, y el papel, de modo que destacaban los de la familia de los Aranda y Montijano en el entorno del río San Juan. Los molinos solían albergarse en los cortijos y en construcciones, que diseñaron un nuevo tipo de vivienda que ampliaba las antiguas moradas. Junto a la habitación de la molienda o nave de fábrica con las piedras, ruedas, prensas, o vigas, se distribuían otros cuartos:  la prensa con su torre, el de la caldera, y el del pesebre del animal de tiro; en los cuartos de los cosecheros, colocaban sus cargas diarias para reservar la elaboración olivarera; también, existían los sitios de decante, y las bodegas del almacenamiento en cántaras, las dolias romanas. No faltaban otros cuartos auxiliares como las dependencias del encargado, el patio, y el lugar de peso de las cargas de aceituna. La torre o un aposento más elevado albergaba el mecanismo de la viga con una altura en torno a los cinco metros y albergaba abrazaderas, rodillos, sombrerillo de aro y husillo, todos ellos de madera; luego, con el uso del vapor las chimeneas se alzaron y se distinguieron entre el paisaje de cereal y olivarero.
            La roturación de los montes enriqueció a sus propietarios con las primeras producciones de trigo y demás cereales. Pero los campos fueron agotándose, y en los terrenos de monte, el olivar sustituyó a los viñedos y encinares. Hasta los terceros decenios del siglo XIX, el olivar alcalaíno quedaba reducido a su carácter disperso y de riego escaso y concentrado de las Riberas, Palancares algunos pagos con fuentes, y al olivar de secano a la zona de Charilla, Santa Ana, Caserías, Grajeras y la Rabita. El molino fue la única industria artesana que distinguió a las aldeas alcalaínas. Al primer molino de la Acamuña se añadieron por doquier nuevas industrias aceiteras por todas las tierras del Sur de Jaén. La industria molinera  comenzó a propagarse en estos decenios con dos molinos, una en Alcalá y otro en Santa Ana, pero debieron pasar varios decenios y extenderse los campos de olivar para que ya en 1854 nuevas maquinarias y políticas desamortizadores coadyuvaran a que nacieran otros nuevos molinos, mientras pervivía el de dos vigas de la familia Romero en las Grajeras, y los de prensa comenzaron a impactar de la mano de Antonio León y Antonio Serrano  en  Santa Ana,  y José María Cano en Ermita Nueva.


A finales del siglo XIX y principios del XX, se produjo una gran salto cualitativo y cuantitativo del mundo olivar pasando de la trilogía cereal, olivar y viñedo al binomio olivar y cereal en detrimento de viñedo. Los grandes propietarios de cortijos fueron los primeros que levantaron sus fábricas de aceites en sus propios terrenos, o, en las aldeas con nuevas tecnologías y fuentes de energía, la de vapor y la electricidad. De los cuatro o cinco molinos se pasa a los catorce, y se extiende a nuevas zonas: el de la Casería del Águila de Miguel Siles en la zona de la Pedriza y Cantera Blanca, dos en Charilla, de los González y García Taheño, uno en las Riberas de la familia Jiménez Cuenca, dos en Alcalá el de José Oria y Buenaventura Sánchez Cañete en Tejuela; manteniéndose el de la Grajeras con extensión a la Rábita y Fuente Álamo. Los había desde el de prensa de torrecilla, o de hierro, hasta el de máquina de husillos, pasando por el de prensa antigua de viga, de modo que los usuarios podían ser de carácter público o de propia cosecha. Su tipología respondía a unas fachadas blancas, que solían estar rodeadas de varios patios receptores del trasiego diario; la mampostería y aparejo de cantería en las partes nobles caracterizaba la elevación de sus muros. Se distinguían los de la ciudad de los de las aldeas en la hacienda rural, donde se albergaban el horno de pan y el molino aceitero con su prensa, torrecilla y todos los otros útiles.  en invierno el olor a jámila y aceite se extendía por sus derredores aldeanos. A principios de siglo, el sello modernista imprimió una huella especial a los molinos alcalaíno con el empleo del ladrillo que distinguía a las chimeneas y algunas paredes de los distintos cuartos. Las fachadas se enriquecieron con una rejería de forja, sillares y portadas en las partes nobles, cubierta de teja árabe, buena carpintera de sus vanos, y bellos mosaicos que ilustraban las zonas dinteladas con los santos de los patronos y que anunciaban la fundación y nombre del molino. Han quedado muestras importantes de este patrimonio rural en la fábrica de las Caserías de San Isidro y Santa Ana, otras se encuentran en ruinas o desparecieron como la de san José de la Rabita o de Charilla. Manuel de la Morena, Domingo Sánchez Velasco, los Granados, y los maestros de obras municipales  como Alameda o Cándido López dejaron su estilo y su huella en estos edificios del casco urbano y aldeas.  Comenzaron a aprovecharse hasta los residuos de la molienda, por eso dos nuevas fábricas de orujo nacieron en la zona. Pero,  este siglo acabó casi con todos los cultivos salvo el monocultivo olivar, mientras se tomaron políticas para asentar la población en las zonas rurales, pues no se habló hasta en los tiempos actuales de la España Vacía, o la aldea vacía. Eso es otro capítulo. Más molinos, fábricas y almazaras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario