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domingo, 27 de enero de 2013

DOROTEO HIDALGO PÉREZ



 

Hay personajes alcalaínos, que se merecerían una novela, y no de  simple ficción, sino de realismo puro y duro. Paso, pues,  por alto la ingratitud de cierto crítico  espontáneo y analfabeto que identificó con los reality show la vida de  algunas de estas personas comentándolas a la ligera y   tachando su historia de novela de ficción urbana, simplemente   para  denigrar al adversario,    y así evadir su sentimiento de culpa. En Alcalá la Real, abundaron estos personajes de vida intensa y novelesca, como Pepe Ibáñez, Manuel y  Agustín Linares, Francisco Vela León, Adolfo Díaz o Pedro Gálvez. Son personas que aprendieron las primeras letras en las escuelas de los maestros garroteros de las aldeas o del casco urbano de Alcalá la Real, se forjaron en lides guerreras( primero los hicieron en tierras africanas, con el desastre de Anual,  y, luego en las filas de la  Guerra Civil); a pesar de su entrega en la lozana juventud, dieron,  en muchos casos,  sus carnes en cárceles y en campos de concentración; purgaron sus presuntas culpas de luchar por la República en los batallones de trabajo;  y, curtidos con un bagaje cultural de introducción básica a profesiones artesanas o administrativas, ejercieron  puestos de trabajo y cargos administrativos desde peón hasta llegar  a las más altas cotas que podía aspirar un proscrito por el régimen. Eran y fueron autodidactas en su formación, en su aprendizaje profesional y en el ejercicio de sus relaciones laborales, Pero, aprovecharon los más oscuros rincones recónditos para adquirir la cultura básica del álgebra, el dominio de la gramática castellana y las bases teóricas de la contabilidad: unos lo hicieron en las celdas de cárceles; otros en las literas de las amplias salas frías de los campos de concentración; los hubo que aprovecharon las teóricas del  horario de milicia. Estos personajes habían nacido en el ambiente rural, pero venían marcados con un sino artístico; por eso,  abundan poetas populares  (incluso  los hay que hacen pinitos  de atrevidos quintetos y algún que otro soneto), pintores ( he encontrado muchos dibujos inspirados en personajes de tebeos) y , sobre todo, abundan los músicos aficionados. Era la música como su tubo de escape a la presión que se veían sometidos. Si tuviéramos que concretizar todo esto en una persona; no hay duda de que Doroteo Hidalgo Pérez es el soldado que encuadra en tierras  republicanas, sufre el  duro trabajo de los batallones  franquistas de Málaga y  adquirió un dominio musical del violín que lo distinguió hasta los años setenta del siglo XX por muchos rincones de la comarca alcalaína.  Nacido en Jamilena,  residió durante muchos años en Charilla, su radio de acción se extendió en todo su derredor  aldeano  y se hizo célebre por su acompañamiento orquestal en los bailes del candil formando parte de las Orquestas de Ferreira, que fue quien le enseñó el arte del violín,  Isabelita la Ciega y  José  “El Molinero” en su aldea  y la del alcalaíno  Andrés el Ciego ( con las que  los alcalaínos iniciaban, en invierno,  el rito del enamoramiento dentro de  las plantas bajas de los cortijos;  o en las eras al descubierto , por la primavera y estío); tras la guerra, con Revelles. En 1946, con eso de que “pasas más hambr e que un músico”, se  dedicó a la agricultura y  ser recovero de muchos rincones de la Alcalá rural.  Pero aquella inquietud y dotes de mando que había adquirido en las contiendas, reverdeció, siendo ya maduro,  en experiencias empresariales cuando entró  en las filas laborales de la Cooperativa San José Artesano o en la metalística Demansa. Pero, entre números y contabilidades, nunca Doroteo olvidaba  el violín, pues aprovechaba los momentos de convivencia familiar y las fiestas de sus nietos para llenar el ambiente con el  viento agradable de las notas musicales de un instrumento de cuerda que dominaba  como nadie.  Ya, en sus últimos años, Doroteo se hizo conferenciante , no ocultó su pasado ni sus conocimientos artísticos a nadie, expandió su callada cultura con la edición de un disco musical  de los cantes y bailes que se remontaban a las crónicas de María del Pilar Contreras. Estaba orgulloso de haber compuesto su vals “Alba”. Parecía como si la sangre le hirviera en su cuerpo como en su juventud  primera; se le veía como un adolescente de noventa años, de aspecto quijotesco, mirada profunda y viva, facciones propias de un espíritu inteligente y pleno de la paciencia a la manera  de un músico de orquesta que quiere armonizar las notas de la composición con el resto de la toupe. Se sentía orgulloso del reconocimiento oficial  de sus años como soldado en las filas republicanas, creía que no habían sido en balde, porque su prole había alcanzado lo que a él le costó tanto tiempo llegar. Tenía voz de convocatoria  y  de escucha, compostura de un caballero del pueblo haciendo honor a su apellido sin el don  por privilegio real, ganado a fuerza de los duros palos que le había la vida. Que la tierra le sea leve y  su espíritu sea granjeado con coronas de  laurel  por la musa Erato, que de seguro le prestará, en la otra vida,  la viola para amansar los cisnes del descanso eterno.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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