Sucede
que, con frecuencia, abunda, en la
especie humana un grupo de personas que
se metamorfosean al sol que más calienta o que son culillo de mal asiento para
acercarse a un panal de rica miel. Son los travestidos políticos, los
oportunistas de turno, los chaqueteros de conveniencia, los tiralevitas de los
altos poderes, los fontaneros de las
cortes gubernamentales, los todoterrenos de cualquier situación, los que
se consideran imprescindibles y no ven
más allá de sí mismos, los desertores de su frente de batalla a la hora de la victoria
enemiga, los pesebristas de cualquier bando. Este tipo de personas ocupan
siempre un lugar preeminente en cualquier campo de la vida social, política y económica
durante la transición de una situación
hasta la consolidación de un acto.
Son como aquel
grajo que renunció al rango de su especie animal y, adentrándose a una granja de pavos reales
cogió las bellas plumas de un pavo real con el fin de simular que ya no era un
animal modesto y sencillo, sino que se había convertido en animal triunfador revestido de la torpe
soberbia pavoneada con aquel exuberante plumaje. Lo curioso del caso es el afligido
final que suele acontecer a este tipo de personajillos; pues inmediatamente son
descubiertos dentro del campo en el que
aterrizan, y pronto se les ve el plumero
al caérsele la falsa peluca con la que se habían encubierto, no pudiendo resistir los continuos picotazos
de adentrarse en filas enemigas. Además, lo qué es más triste, suele acontecer
cuando deben regresar a su grupo
natural, cabizbajos, sin el plumaje multicolor, heridos hasta el fondo de los
más profundos sentimientos, soportando los improperios de sus antiguos
compañeros, a quienes, en el momento de su metamorfosis, este grajo soberbio los había despreciado.
Y es que a
veces es preferible, como en la fábula de Fedro, compartir la vivencia de
aquellos grajos que se sintieron contentos dentro de sus moradas, soportando lo
que la naturaleza o las circunstancias les habían otorgado ( o mejor dicho como
dice Fedro, sobrellevando las adversidades, poniendo al mal tiempo buena cara)
sin tener que afrontar las desgracias ni los desprecios de los triunfadores,
donde los que son ajenos no pintan nada,
sino solamente forman un montón de paja, de plumas ficticias que las aventa el
viento del poder cuando lo considere oportuno.
Por eso nos
parece muy sabia la sentencia de este fábula del grajo soberbio y el pavo
real “Que nadie se atreva a vanagloriarse con los bienes ajenos, sino que cada
persona lleve su propio rango de vida”. Más bien” suo habitu vitam degere”
que sacando todos los matices a la traducción latina, “que vivamos nuestra
manera de ser, nuestra forma de comportarnos y nuestros proyectos a partir de
lo que tenemos por esencia, por
condición y por formación y no sobrepasemos otras fronteras del orgullo banal,
cuya enseñanza nos es muy explicita en estos momentos de crisis”. Pues, a
muchos le ha sucedió que se creían que
todos eran pavos reales y tan sólo eran unos grajos pelados, cuando comenzaron
los duros picotazos de los pavos especulativos.
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