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domingo, 31 de octubre de 2021

LA SAGA DE LOS ARENAS, PINTORES DEL SIGLO XVIII EN LA SEMANA DEL JAÉN

 




 

 

 


 



Tras los tres primeros decenios del siglo XVIII, en los que la familia de Luís Melgar y Valladolid, padre e hijos, ocuparon un lugar importante en el mundo artístico de la ciudad de la Mota trabajando y creando un taller de arte y tienda comercial, en la que se contrataban obras de pintura, marquetería, dorado y contratos de retablos, surgen nuevos artistas en la ciudad de Alcalá. La familia de los Arenas comenzó a pujar por entrar en este mundo artístico de la mano del pintor  Manuel de Arenas, y de su hija María Eugenia.

Más que en la pintura figurativa de cuerpos e imágenes  religiosos ( Vírgenes, Cristos  y Santos ), su  línea de escenas, por último, encuadra  a esta  familia . Avecindados en Alcalá, lograron, con su pintura decorativa y anecdótica ocupar el puesto de los artistas granadinos de la arquitectura efímera como los granadinos Perea. Pintura que trasladaron a otros lienzos propios de paredes de capillas, como la Adoración de los Pastores y de los Reyes Magos del convento de las Madres Trinitarias o la Resurrección de Lázaro de la iglesia de Consolación.  

Recogemos un contrato que ilustra de los diversos campos que trataron con su modalidad pictórica a través de un contrato con los comisarios de la fiesta del Corpus de  1737, los regidores don Manuel de Manrique de Estrada y Chumacero y don Felipe del Rincón. Firmaba Manuel de Arenas como maestro de pintor  y lo avalaban los vecinos don Antonio Cano  y don Vicente Arenas. Se comprometía a la composición de la Plaza, el altar en medio de ella  con las 16 columnas y arqueada  y otros cuatro costados con su adorno  correspondiente a semejante festividad y colgadura  por encima de los arcos que hace, cielo o toldo pintado. Y lo fijaba en la cantidad de 1.400 reales y debía recibirlo en varios plazos así establecidos:  600 reales el último día del mes de febrero; otros 600 , cuando se encuentre la fábrica del adorno en el primer cuerpo,  otros 600 cuando esté fabricado el tercer cuerpo de dicho alta ; y   el último  de los 600 reales  en la víspera del día del Corpus a medido dúa , que era cuando debía estar acabada de adornar dicha plaza conforme a la  planta realizada y firmada por los caballeros comisarios y debía asumir las carencias e incumplimientos.

El contrato conllevaba otras obligaciones. El pintor se obligaba colocar  todas las arañas que se debían poner para el adorno de la plaza en todos los arcos y en todos los adornos que se componían los arcos de la plaza del Ayuntamiento, y en el Altar las candilejas. Por su parte los comisarios debían entregar al pintor el algodón y aceite que necesitara para las arañas y lámparas, que debían encender Manuel de Arenas.

Y muy interesante por su labor pictórica  esta condición “ que el otorgante ha de poner en los claros de los arcos de adentro y entremedias de pintura  de Historia, de láminas, al óleo finas,  y adornadas  de caprichos”.

No sólo se obligaba al día del Corpus, sino que era condición  que el día de la Octava había de estar  obligado  por el dicho otorgante Manuel de Arenas  a poner la colgadura en la plaza de la Mota, y todo el derredor de ella y arco de la puerta de la Iglesia y de las Casas Capitulares antiguas.

A mediados de siglo se constata que otra  familia granadina fue la encargada de la organización de todos los preparativos, ornamentos, aderezos, danzas, altares, y demás elementos de la Fiesta del Corpus. Era la familia de los Perea, que provenían del Corpus de la ciudad de la Alhambra y, mediante conciertos de siete y ocho años, se obligarán de padres a hijos a organizar los principales actos y adornos. En concreto, el 1757, Juan Perea firma un contrato cuyo memorial recoge el acta del cabildo del día ocho de enero, donde se compromete a  hacer todos los años la función del Corpus y tener pertrechos suficientes, que eran los adornos y altar de la plaza juntamente con las tres danzas de dichos días . El período de duración del contrato suele establecerse con una periodicidad de siete años, que a veces prorrogan como es el caso de este mismo en el año 1763, aunque cada vez exigen nuevos elementos y materiales: en este año precisamente las tablas, madera y rollizo de los altares y de los toldos. Al morir en el año 1772, sus hijos, tutelados por Felipe Guillén, mantienen las mismas cláusulas. En el año 1784, finalizó este contrato y el propio cabildo quien organiza la tramoya del toldo e iluminarias.

 

 

 

 

  Al perderse el eslabón con ellos, la ciudad va a adquirir algunos elementos de tramoya y aparato, que eran sobre todo los lienzos de damasco rojo que colgaban todos los ventanales de las Casas de Cabildo y de las Carnicería y cubrían el altar levantado en el centro de la Plaza del Ayuntamiento. Concuerda con el color de terciopelo rojo que tenían los vestidos de los porteros y los trompeteros y los asientos del cabildo en la Iglesia Mayor. Muestra de esta situación es el año 1748, cuando los comisarios Diego de Moya y Juan de Callava se ven imposibilitados a traer  un adorno decente de la plaza. Fueron los años anteriores a los Perea. Los motivos eran claros: no había persona que se comprometiera a venir por la escasa cantidad librada para tal efecto por la ciudad. Acuden , entonces , de nuevo al maestro Arenas, residente en Alcalá, que pide un anticipo de doscientos ducados y se concierte con él un período de ochos años. Así lo refieren los anteriores comisarios:

Han tanteado  al maestro Arenas que se halla en esta ocasión y este se obliga a hacer el adorno nuevo para la plaza con la condición de que salgan con la anticipación doscientos ducados y que éstos se extingan en ocho años a razón de veinticinco en cada uno y con la condición que a de adornarla dicha plaza en los expresados años de nueva pintura y a satisfacción de los caballeros comisarios en quien entrase el turno en los ocho años.

López  Guadalupe califica a Arenas como un pintor eminentemente popular, cultivador de una pintura meliflua, decorativa y anecdótica. Pero realza  su gran capacidad productiva en los diversos campos de la pintura, y además debemos cuidar sobre la autoría por la participación de su hija. No nos extraña que cuadros como la Divina Pastora  y el Divino Pastorcito sean de alguno de los dos.

En esta línea los claustros  y museos de las iglesias y convento alcalaínos pueden aportar en el futuro una línea abierta de investigación para conocer esta familia que aportó una gran cantidad de obras artísticas a las ciudades de la Sierra Sur.

 

 

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