MARTÍNEZ
MONTAÑÉS EN SEVILLA
Desde el 30 de diciembre del año pasado hasta el 15 de marzo del
recién nacido 2020, puede contemplarse la muestra única e irrepetible de
la mayoría de las obras maestras del
alcalaíno Juan Martínez Montañés (Alcalá
la Real, 1568- Sevilla, 1649), Un jiennense,
considerado por muchos tratadistas del arte “maestro de los
maestros”, tal como titulan la
exposición hispalense de modo que, en el campo de la escultura fue uno de los que
mejor define la transición del Renacimiento al Barroco gracias a la influencia
de su maestro, también alcalaíno, el imaginero Pablo de Rojas. En la figura del
Lisipo Español, se consigue la capacidad de levantar un territorio artístico
personal, poniendo toda la intensidad de creatividad personal al servicio de la
fe y de la belleza. En el Museo de Bellas Artes, las salas quinta y la
reservada para las exposiciones temporales ambientan, gracias a su anterior uso
de templo conventual, las 44 esculturas y relieves del genial artista,
coadyuvadas con una exquisita ubicación para ser contempladas y una iluminación
muy sugerente Completa la exposición
hasta 58 obras, pertenecientes a su contexto
artístico de la Sevilla del Dios de la Madera, con las obras de Valera,
Pacheco, Gaspar Núñez, Herrera y otros.
Se echa de
menos una introducción documental y biográfica de su etapa de la infancia y
aprendizaje en tierras alcalaínas y, granadinas, con su maestro Pablo de Rojas,
donde aprendió los modelos iconográficos de los santos, Virgen, Niños Jesús, Jesús
Nazareno, y Crucificados. Así lo manifestaba, en su tiempo, el propio Pacheco refiriéndose
al Crucificado de marfil para el conde de Monteagudo, esculpido en 1580, que
luego sublimará Montañés con sus obras sevillanas de este modelo iconográfico.
Toda la exposición se encuentra centrada en su etapa sevillana, donde han aparecido
la mayoría de las obras descubiertas o atribuidas, entre los cuadros
majestuosos de Roelas, Herrera, Zurbarán y Murillo que cuelgan de las paredes
del extinto templo. Muy bien distribuida para el conocimiento y estudio de la
obra montañesina, la exposición se inicia con una sección, que coincide con los
pies y el cuerpo del antiguo templo conventual, donde se exponen los primeros retablos
o conjuntos más notables de San Isidoro del Campo y San Leandro, así como
algunos encargos privados. De tierras de Santiponce, proceden varias imágenes del retablo mayor del monasterio cartujano, los sepulcros de sus
fundadores y las pequeñas figuras del retablo de la capilla eucarística del
Reservado; del retablo de San Leandro, recoge el programa iconográfico de la
exaltación de la genealogía de san Juan
Bautista y Jesucristo mediante las imágenes de su principales miembros, y los
relieves de la escenas de San Juan en el desierto y el Bautismo de Jesús sin
olvidar la presencia de varios ángeles atlantes y la cabeza degollada de San
Juan Bautista, en la doble versión del escultor alcalaíno y de Gaspar Núñez;
del convento franciscano de Santa Clara, los santos Juanes y San Francisco,
restaurados contrastan y resplandecen frente a la exposición alcalaína. En el
segundo tramo, correspondiente al crucero y presbiterio, destacan las muestras
más importantes de su excelente producción artística desde su primera obra
localizada tras el examen de maestro de escultura y arquitectura, cual fue el
majestuoso San Cristóbal, en el que se puede contemplar desde diversos ángulos
el perfecto estudio de fuerzas y equilibrios que lo acercan a los genios
universales con la figura del santo y el Niño Jesús. En un contexto introductorio
con cuadros que incitan a la devoción por parte de las manos pintoras de
Pacheco y Varela y el retrato montañesino
de Francisco Varela, atribuyéndole el falso origen sevillano, desde Santa Catalina a Santa Teresa, pasando por san
Agustín y lo santos jesuitas an Ignacio y san Francisco de Borja, se encuentra
un rincón devocional que refrenda su huella en la imaginería de los grandes
santos, patronos de órdenes religiosas y exponentes de la mística del siglo XVII. La
figura de San Jerónimo, partiendo del barro cocido de Torrigiano, se
complementan con las que fueron fruto de su gubia en Santiponce y Llerena,
donde impresionan y anuncian otros modelos iconográficos como el de Santo
Domingo de Silos, recogiendo el ambiente ascético del Siglo de Oro.
En la Sala reservada para exposiciones
temporales, abundan sus aportaciones más importantes dentro de la iconografía
sevillana con el Niño Jesús del Sagrario de la Catedral de Sevilla, la serie de
la Inmaculada Concepción haciéndose eco de ese momento de este dogma mariano
trasplantado al intimismo del creyente moderno. Y, sobre todo, destacan las
imágenes de los Crucificados, bellamente complementados con obras de su entorno
para una mejor comprensión del tratamiento peculiar montañesino. Como en la
exposición alcalaína se echa en falta la presencia de una imagen nazarena, así
como alguna muestra de su producción para tierras americanas, que
complementarían esta excelente exposición del ilustre imaginero alcalaíno. No
obstante, la presencia del Cristo de la Clemencia y la Cieguecita, resaltan en
un contexto enriquecido con la presencia de los Crucificados de los Desamparados
y de Santa Clara. Y la Inmaculadas del San Andrés, San Julián, Pedroso y Santa
Clara.
La gran labor
de conservación y restauración de muchas obras, entre ellas de las expuestas el
año anterior en Alcalá la Real, han enriquecido la exposición y es aliciente
para su visita, ya que significan un excelente punto de partida para el estudio
de su obra, sobre todo las de las imágenes del monasterio de Santa Clara, ya que
permiten contemplar la extraordinaria calidad y belleza del maestro alcalaíno.
Además, el acercamiento al espectador que se percibe en tablas de retablos, como
los recién restaurados de la iglesia de la Anunciación resalta en la expresión
pictórica que le aportaron entre otros su paisano Gaspar de Regis, el pintor Francisco
de Pacheco y Baltasar Quintero, firma
recién descubierta en el retablo del monasterio de San Leandro.
En esta
muestra. no se ha olvidado la producción no religiosa con lo que se complementa a la exposición alcalaína como las
figuras de Guzmán el Bueno y María Alonso
Coronel, ni el san Juan Evangelista del museo de Valladolid, ni la etapa trágica con algunos elementos del retablo de la iglesia
jerezana de San Miguel por la presencia de las imágenes de San Pedro
y San Pablo y varios ángeles, que recogen momentos importantes y etapas que
influyeron en la vida de Montañés como la peste sevillana de los años cuarenta
del siglo XVIII. La Virgen de Cinta de la catedral de Huelva,
San Bruno de la Cartuja de Sevilla, y otras obras atribuidas como las de la
iglesia de la Magdalena no podían faltar a la cita museística, así como las del
propio museo de Bellas Artes de Sevilla, procedentes de colecciones de otros
conventos. Tampoco están ausentes Alonso Cano ni Juan de Mesa, el maestro abrió
la senda de muchos artistas, de las que se hace eco esta exposición. Una
muestra que como pretenden los organizadores. Las cotas alcanzadas por el artista lo
convierten en maestro de maestros, cuyo principal discípulo fue Juan de Mesa.
Esta exposición constituye una oportunidad única de profundizar en su vida y su
obra en la génesis del Barroco en Sevilla.
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