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domingo, 19 de enero de 2020

EL SOLDADO DEL SANTO ENTIERRO DE CRISTO, UN CARTEL DE 1784



EL PAJE DE LA JINETA DE CARMONA
 QUE ACOMPAÑABA
A SOLDADOS Y JUDÍOS, COMO A LA VERACRUZ, 
DULCE NOMBRE DE JESÚS Y SOLEDAD
Mira por donde el mismo día que se presentaba el cartel de Semana Santa 2020, topé, en los archivos alcaláinos, con un soldado de los Soldados del Santo Sepulcro de Alcalá la Real. Levantaba el documento el  escribano Florencio Serrano un 26 de diciembre de 1784  en la escribanía de su casa de la Calle Real. Se llamaba Juan de Vega, y me vino a la mente la familia y saga de los Vega tan ligados a estos pasos de Semana Santa, en concreto el capitán Juan Vega ya fallecido, pues debió ser un antepasado suyo, quien testaba ante el escribano y aportaba datos muy interesantes. Lo deje hablar. Y me dijo que sus padres eran José de Vega y Ana Teresa Hinojosa. Se casó por dos veces: en la primera lo hizo con María Canovaca Ruiz( hija de Pedro Cano y Ana Ruiz) , con la que tuvo un hijo de nombre Antonio  y una hija, de nombre Dorotea,  que no llegó ni a ser casadera, pues murió pronto y tuvo que tener un ama para su crecimiento;  en segundas nupcias, contrajo matrimonio con  Manuela Martha, hija de Juan Martín  y Manuela Nieto.
Vivió en la calle Rosario, muy cerca de las iglesias  en las que se desarrollaron sus  actividades cofrades, entre la iglesia del convento del de Nuestra Señora de los Remedios, subiendo la calle Real llegaba  al  convento franciscano de La Observancia de San Francisco, y por la misma calle Rosario ascendía a su  parroquia de Santa María Mayor, que tenía su sede por estos años en la iglesia de San Juan. 
Durante su vida, se veía que debía haber sido un buen labrador, que había labrado las tierras de la capellanía de Francisco Márquez.  Consistía en un peculio de cuatro fanegas y media con su lagar y dos fanegas de tierra calma en  el pago del Rosalejo, a la que se añadía aranzada y media de viña torrontés, alguna que otra albillo o albarillo, y unas cepas de todos vidueños. También gozaba de un solar junto a la iglesia de Santo Domingo de Silo, más bien un solarín, porque el barrio estaba prácticamente abandonado y allí laboraba algunos alcachofares, espinacas, acelgas, tomates de secano y unos almendros. 
Buen cristiano, participaba como hermano de  la hermandad y esclavitud del Pendón de los Soldados del Santo Sepulcro de la iglesia de San Francisco de la Observancia, una iglesia  de mucha amplitud, con la que compartía culto diario a través de una reja que le exponía a su vista  su Santo Entierro, la Soledad  y un Santo Cristo a sus pies, en una capilla frontal a la capilla Mayor,  que daba a la plazoleta desde  que venía del campo por el barrio de San  Blas, calle Lagares, y Cristo de la Piedra; otras veces lo hacía desde la ermita  de San Sebastián, lindando con el claustro de San Francisco y contemplando el barrero, la Mata, la Acamuña, y por delante las dos calles  casi abandonadas que subían a la fortaleza de la Mota.  Tampoco olvidaba la práctica piadosa del Vía Crucis, ya no se acordaba del que se había levantado en la Cuesta del Cambrón, sino el que lo practicaba, simulando a Jesús y  subiendo al barrio del Calvario, donde desde mediados del siglo XVII, se levantó la primera estación con su cruz, que señalaba como hito la Pimera Estación, junto a un oratorio, donde se veneraba un cuadro del Señor del Ecce-Homo, una capilla sencilla, de cúpula de media naranja, que invitaba a proseguir el camino del Calvario, como se llamaba el  barrio, y luego de las Cruces, por las catorces cruces de las estaciones. Se detenía en algunas que habían horadado una pequeña urna en la roca de las faldas de los Tajos  y habían introducido la  escena pasional, de modo que  siempre lo hacía en la ermita de la Verónica, o cuando leía detenidamente en las peanas de otras "Aquí cayó por primera vez... por segunda vez... por tercera vez...". Y, un poco sudoroso y casi sin aliento, se detenía en el oratorio del Santo Sepulcro, donde albergaba otras imágenes como la de san Judas,  a los pies del molino de viento de los Llanos. Contemplaba la ciudad, señalaba su casa de la calle Rosario, el ayuntamiento, los conventos y regresaba por  los rincones con olor  de romero, entre cuevas  de pastores y almendrales, por verdas que daban a los  huertos de los vecinos de los barrios altos  con solarines. Tmabién le venía a la mente, la leyenda del corregidor y la muerte que se ecnontró mientras simulaba una dama con toga negra envolvente. 
Como otros hermanos del Santo Sepulcro, se comprometía a salir todas las tardes del Viernes Santo hasta las primeras horas de la noche acompañando al Santo Entierro de la iglesia franciscana, también a velarlo durante la misma noche sin poder salir de las estancias del convento, recogiendo la costumbre de otro nombre de la hermandad como Judíos y Guardas del Santo Sepulcro, que incluso firmaron un acuerdo con el  clero conventual y la cofradía para sacar el gallardete en la misma noche y velar al Santo Sepulcro. Salían con el gallardete de la Soledad y  el del Santa Sepulcro,  eran 42 hermanos vestidos de judíos, con su capitán, alférez, sargento  y cabos de escuadra, el hermano mayor y alcaide, y un personaje peculiar, el paje de la Jineta, un niño provisto de una espada y bellas vestimentas como todavía se conservan en otras ciudaddes castellanas y andaluzas ( Sevilla, Carmona o Navalcarnero) entre las tropas de romanos y judíos.  (Ya en este tiempo solían salir los gallardetes de las casas de los hermanos mayores de estas cuadrillas, y llevarlos hasta la procesión con las costumbres de evitar salidas por el lado izquierdo, evitar escándalos y salir vestidos de judíos o de soldados de la tropa de la ciudad). Y, en la velada, a pie firme, junto al Santo Sepulcro relevándose aquella noche, y volviendo a la celda del claustro que le reservaban los frailes para descansar y sosiego del trajineo de aquel día. No era hidalgo como los cofrades de la cofradía de la Soledad, fundada por los años finales del siglo XVI, ni entraba en los litigios como habían provocado sus miembros en el siglo XVIII, cuando salían por la noche, y valiéndose de la nocturnidad y alevosía, se cubrían de rostrillos y cometían muchas tropelías, cuyos litigios llegaron nada menos a  la Chancillería de Granada en tiempos del corregidor Montoya, y, en clara lid contra las autoridades rigoristas de la abadía alcalaína, sobre todo los provisores y vicarios que no comprendían los pasos alcalaínos, donde se mezclaban los de imágenes con los vivientes cubiertos de rostrillo, vestidos con atuendos de la tropa de la ciudad e, incluso, de sayones, verdugos, sambenitos del Santo Oficio, y personajes no privilegiados  de la ciudad. 
A la hora de morir, no se olvidaba de las horas que pasó junto al Santo Entierro, en visitas desde la plazoleta y en las convocatorias anuales del Viernes Santo. Recordaba que lo debían velar como lo acostumbró con el Santo Entierro en la noche del Viernes Santo. Y para compartir el mensaje de aquella escena de Pasión, quiso ser enterrado en la bóveda que tenía reservado todos sus compañeros de esta hermandad menor, siendo recibido por la comitiva de frailes, pendón, hachones y cirios de la  cofradía. 

Y no olvidó que le dijeran misa de réquiem y otra cantada, como  estaban obligados a decírsela los frailes y los miembros de la cofradía de la Soledad con los gallardetes  del Santo Sepulcro y Soledad, y el pendón de la cofradía, como lo habían hecho con su mujer y su hija Dorotea, así lo marcaban los estatutos.  Por haber sido hermano de la Tropa de Soldados y salir con ellos en la procesión. 

Se lo encargaba a su hijo Antonio y a don Manuel Berlango.
Su hijo debió vivir momentos muy tristes para la cofradía de su padre. En primer lugar, todos los bienes y memorias y fundaciones cofrades desaparecieron  en tiempo de Godoy, en la mal llamada primera desamortización de este personaje, que el no promulgó. Posteriormente, en el año 1808, cuando todas las cofradías y hermandades, gallardetes, pasos y cuadrillas  practicamente  se integraron en la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús,  a la que se añadió Santa Caridad, para poder recoger el nuevo esíritu real de ejercer la labor caritativa y social, integrándose o transformándose otras muchas en simples cofradías de ánimas, para decirle las misas en el óbito final. En tercer lugar, cuando el Santo Entierro se integró en 1830 en esta última cofradía, prácticamente ni salían ya en las procesiones, entre años de guerras, conflictos sociales y los malos tiempos que corrían. Finalmente, vivió los momentos de que el convento fue cerrado, la imagen de la Soledad y todas las demás imágenes, y retablos fueron vendidos, y tan sólo desde el Rosario, se levantó un nuevo retablo de la Soledad,  frente al de Jesús Nazareno y comenzó a realizar la procesión bajo la égida del la cofradía del Dulce Nombre de Jesús. Venía de tiempos, en los que la Madre de Dios de toda las las iglesias, que acompañaba en su Dolor , se transformó en Soledad en la mayoría de las procesiones de Semana Santa, la del Miércoles Santo del Señor del Huerto, y cambio de nombre por el de la Humildad, la del Jueves Santo de la Veracruz, y la Madre de Dios del Rosario que  compartió este cambio.  Incluso, hubo algunas Soldades como en San Juan. 

Su hijo no preveía , la confusión  de esta  procesión de la Soledad y Santo Entierro, al  salir dentro de la del Dulce Nombre de Jesús, su posible uso del Santo Entierro de la virtina de cristal de la ermita de Santo Sepulcro, ni el depósito en las Dominicas para salir el Viernes Santo por la nochea principios del siglo XX, lo mismo que la pérdida o extravío del Santo Entierro, ni la creación de otro nuevo, obra de Jacinto Higueras en 1951,  en el convento dominico- Eran nuevos tiempos...se vivía con otros aires, la oficialidad, el cambio de la Virgen de los Dolores por la Soledad en esta Noche....muchos cambios y periodos de  ausencia hasta 1982..... 

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