OTOÑO ALCALÁINO
En Alcalá la Real, el otoño alcalaíno se identifica desde tiempos remotos
con el zumaque. Hoy se ha convertido en un emblema de los senderistas del
último trimestre del año a través de una
ruta que descubrió la asociación de
su mismo nombre, y que institucionalizó la delegación municipal de turismo en
2018. Pero, el zumaque siempre fue un
valor añadido de los vecinos de la Ciudad de la Mota. No fue una reserva
natural del paraje de los Llanos, pues los había en tierras de la villa del Castillo de Locubín, y en otros
parajes, como el Cañuelo, la Acamuña y la
Fuente de la Negra. Los antepasados disfrutaron de pingües beneficios
con este producto del zumacal, tras ser elaborado en el molino, situado junto a
la Fuente Beber en los aledaños de la Tejuela. Se mantuvo como conservante y elemento básico para curtir las pieles, recogiendo su tradición artesanal musulmana. Vinieron
nuevos tiempos y le aconteció, como cantaba Juan Ramón Jiménez; Esparce octubre, al blando movimiento/del sur, las
hojas áureas y las rojas, /y, en la caída clara de sus hojas, /se lleva al
infinito el pensamiento. Sus hojas amarillentas y rojizas inspiraron a
poetas y atrajeron a pintores, encantan como las ánimas de la fiesta de Todos los Santos a muchos
visitantes, que acuden a este alumbramiento otoñal. Entre zarzamoras e
higueras, majoletas y chaparrales, olivos silvestres y enredaderas salvajes.
Bajo el frontón artístico y horadado de los Llanos y los caminos de Monte
del Rey; y en medio de rocas
desprendidas desde tiempo del Mioceno y chozones de piedra seca de tiempos de pastores. Camino de
antiguo viñedos de vino torrontés, albillo y toda clase de vidueños; paso de
pueblos de la Edad del Bronce, romanos, y de hombres de conquista, tanto árabes
como cristianos divisando torres y atalayas (la de Charilla, la Nava, Acamuña,
Hacho, Pedregales, y Dañador). Compartiendo con la ciudad fortificada de la
Mota la vigilancia natural del paso por
las riberas del Guadalcotón.
Pero el otoño no es solo amarillo
de hojas caídas de las alamedas de los
arroyuelos. Las rosadas granadas se
abren entre la membrana gualda, el
rojizo de los escaramujos tiñe de
púrpura a la rosa canina, el verde
oscuro del olivar encanece con las primeras lluvias y se recoge entre los
encinares, algún que otro quejigo y fresno
moteados por el marrón de sus
frutos silvestres. Forman un
paraíso cromático que conduce al intimismo. Como
cantaba el poeta de Moguer: Qué noble paz en este alejamiento de todo; oh prado
bello que deshojas tus flores//; / ¡oh agua fría ya, que mojas con tu cristal
estremecido el viento!/ Este sentimiento del
alma nos invade con todos los colores en su fulgor final. Son días que invita a
recorrer las calles y callejuelas de la ciudad
llana, y subir hacia los
arrabales. Se desgarra el alma con la despedida casi diaria de
tantos lugares de encuentros pretéritos. Y en verdad que se han hechos
muchos intentos de recuperación de esta zona.
Pues La Casa Pineda, entre fachadas hidalgas recuperadas y solares abandonados,
brilla con su piedra arenisca de la fachada e invita a trámites burocráticos,
estudios universitarios y orientaciones laborales. El bullicio de la
Guardería Infantil del Rosario apaga las
voces anónimas de los espíritus de los frailes dominicos. Y,en la
retina del recuerdo, se encadenan el antiguo mercado junto a la Fuente de la Mora,
la Tercia, las tabernas de la calle
Real, las tiendas de telas, ultramarinos,
el salón de bodas, las abacerías,
las barberías, los amoladores, las zapaterías, la Gota Leche, el Centro de
Día de la calle Llana, las carpinterías, el Hospital Viejo, las almazaras de la cruz de Villena y del Toril… Y, en este sito, me vienen aquellos versos; ¡Encantamiento de oro! Cárcel pura, /en que
el cuerpo, hecho alma, se enternece, /echado en el verdor de una colina! Al
salir contemplo una puerta cerrada y una tienda que anunciaba Especialidad Carne de Lidia
en medio de la silueta de una escena taurina. Una institución que se nos
va, un pañuelo que ya no anuncia un trofeo taurino sino un adiós de la familia Teba,
que se remonta a los orígenes de esta afición popular. Se me corta la
respiración. Me quedo con estos versos,
pues me siento impotente ante este ocaso
de hojas urbanas caídas con la blancura
de las casas : En una decadencia de hermosura,/la vida se desnuda, y resplandece/.la
excelsitud de su verdad divina.. Y me pregunto ¿ Sera por mantenerse el
santuario de la Virgen de las Mercedes?
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