LA MOTA SE CONVIERTE EN UN CEMENTERIO
Tumbas de la Iglesia Mayor de la Mota, Árabes, mozárabes y cristianas.
Los enterramientos de los seres humanos son uno de los testimonios arqueológicos, más importantes de todas las culturas. En Alcalá la Real, se encuentran en el mundo del Cobre y Bronce, en cuevas y en enterramientos excavados en rocas, o construidos con grandes losas que forman un rectángulo donde se ubican los cadaveres. Muestra de ello es el que se encuentra en el Museo Local. En tiempos de los íberos, hay vasijas de incineración de los cuerpos humanos, con tapadera, en la sala de la Muerte del mismo lugar. En Roma, hay muestra de los dos tipos de enterramientos sepulcros tallados en piedra de una sola pieza, procedente de la Fuiente del Rey y un féretro de cinc de la Fuente del Gato, con festones de liebres y un galgo perseguidor, pero hay una pequeña urna incineraria en forma de casita donde cuentan que estuvo el Hércules romano, como rito de la incineración. Son frecuentes las inscripción datadas por inscripciones y por doumentos de antología.
Junto al Pilar del Altar Maayor, una tumba mozárabe.
El abandono de la Mota como ciudad fortificada está relacionada, a finales del siglo XVIII, con la conversión de su espacio en un camposanto municipal. Ya, por este tiempo, se propuso crear un nuevo cementerio civil dentro del recinto de la Mota. Respondió a una política ministerial en tiempos de Carlos III con el fin de favorecer las mejores condiciones higiénicas y sanitarias de los pueblos de España. Hasta el primer tercio del siglo XIX, en todas las iglesias alcalaínas y en el cementerio contiguo al templo de la Veracruz, se hacinaban los restos de los muertos en criptas funerarias, sepulcro en el subsuel, , fosas de descomposición, osarios y pudrideros de estos recintos religiosos. Hay constancia de los primeros sepulcros amtropomórficos de tiempos mozárabes excavados en la planta de la Iglesia Mayor Abacial, así como en algunas zonas como la Pedriza y el cortijo de las Peñuelas, semejantes a los de la necróppolis de Tozar. En la mezquita aljama, abundan los restos de los sepulcros excavados en rona cas completando en sus dimensiones a los cuerpos humanos, y, desde tiempos de la conquista, comenzaron a enterrarse en las iglesias de Santo Domingo de Silos, y Santa Marías la Mayor. Posteriormente, se incrementaron los enterramientos en los templos y claustros de nuevos templos como San Juan, conventos de la Trinidad, San Fran cisco, de Nuestra Señora de Consolación, Santo Domingo de Guzmán o del Rosario, Encarnación y Capuchinos, más escasamente en Santa Ana y San Marcos; finalmente, en los templos de algunas aldeas como Charilla, la Rábita, Fuente Áamo y el resto de aldeas. En templos, se reservaban para las familias pudientes y las cofradías las capillas de enterramiento para sus familias y cofrades, donde levantaban altar, bóveda de enterramiento, y retablo, En algunas ocasiones, hay pequeños cementerio anexos como hemos comentado en los templos de la Veracruz, San Juan y San Sebastián. Sirva esta cita. Decíamos: " Lo mismo aconteció en este primer cementerio hasta ahora localizado en la Iglesia de San Sebastián. Se encuentra en un contrato de venta de una casa del Arrabal Nuevo de la ciudad del llano, levantado en las Entrepuertas ante el escribano Cristóbal Gallego en 24 de julio de 1533 y siendo testigos Martín Sánchez de la Hinojosa y el albañil Francisco Hernández. Pedro Gutiérrez Montañés, un paisano de la familia del sastre Juan Martínez,vendió por 16.000 maravedíes a a Hernán López Torrevejano, hijo de Martín Hernández Torrevejano, una casa en situada en este barrio, y lo más interesante es la ubicación de la casa, lindera con el cementerio de San Sebastián y la calle Real, por ambas partes, bien deslindadas ".
Mwescolanza de tumbas y culturas en el Cuerpo de la Iglesia Mayor
PLANTA Y ALZADO DE LA iGLESIA MAYOR
A partir del siglo XIX, la salida de los enterramientos de las iglesias, claustros y capillas colaterales obligó a la búsqueda de un espacio público, que respondiera a estas finalidades en favor de los vecinos de Alcalá la Real: se procuraban sitios alejados de la ciudad habitada, con aire y ventilación y sin el menor vestigio de contaminar las fuentes públicas. A pesar de que se hicieron varios intentos de ocupar espacios alejados a la fortaleza de la Mota con la posible ubicación del cementerio en los terrenos de la derruida ermita de San Bartolomé en el siglo XVIII, la ubicación final fue en el recinto fortificado de la Mota.
Tumbas de la Iglesia Mayor de la Mota, Árabes, mozárabes y cristianas. |
Junto al Pilar del Altar Maayor, una tumba mozárabe. |
Mwescolanza de tumbas y culturas en el Cuerpo de la Iglesia Mayor |
PLANTA Y ALZADO DE LA iGLESIA MAYOR |
El primer intento fallido tuvo lugar, en concreto, en 1787. Por un acuerdo del cabildo alcalaíno, se encomendó a los maestros de obras alcalaínos Antonio Martín Espinosa y Juan Miguel de Contreras su ubicación dentro del recinto fortificado. Estas fueron las palabras del informe:
“Hemos pasado a reconocer el sitio o muralla de la Mota, con el fin de efectuar en dicho sitio un camposanto, que está mandado por orden superior, y habiendo visto y reconocido dicho sitio, con la mayor reflexión(…) declaramos que por ningún caso es conbeniente se execute dicho Camposanto en el citado sitio por cinco razones: la primera y principal , por ser todo de pedriza, sin ser posible el sepultar en ella cuerpo alguno; la segunda, porque , aunque en algunas partes se halla al parecer tierra resulta por las excavaciones que para dicho fin se han hecho, el ser todo vestigios y escombros causados de la ruina de la ciudad que antiguamente se hallaba allí situada(…); la tercera, porque no se sabe quienes son sus dueños; la cuarta por encontrarse cerca de la Iglesia Mayor, por el costado Norte; y la quinta por ser un costo de quasi imposible tasación, por las muchas tapias que se necesitan y el costo tan exorbitante de desmontar peñones y quitar escombros(…)por cuyas razones dimos cuenta a su señoría sin dar principio al Plan(…) el qual enterado de todo nos mandó pasásemos al sitio llamado de San Bartolomé a 642 baras lineales de la última habitación de dicha ciudad. En dicho sitio hay una hermita desierta y para arruinarse con un pedazo de tierra de 72 varas de longitud y 68 de latitud que componen 4.896 incluyendo los gruesos y el cuerpo de la Iglesia”.
Hasta 1805, de nuevo el gobierno de la nación entró en el asunto y se hizo portavoz de sus órdenes el corregidor don Orencio Antonio de Santolaria, convocó a la ciudad y comenzaron a tomar acuerdos para su realización. Se propuso como emplazamiento del cementerio en la plaza antigua de la Mota. Para ello, se mantuvieron los planos, presupuestos y trazas anteriores del cementerio de la Mota, y estos se reformaron tasándose por los de los arquitectos de la Real Academia Juan Miguel de Contreras y Juan López de Paz. En 1807, sustituyó Manuel Granados a Juan Miguel Contreras importaban las tapias y cercas del cementerio 79.464 reales, el enterramiento general y nichos 84.105 reales; y la Iglesia y agregado s36.431 reales.
Pero, mientras tanto se llevarán a cabo la finalización de las obras, siguió enterrándose en las criptas funerarias de las iglesias y ermitas de la ciudad. Tras el paso de los franceses por la ciudad fortificada de la Mota, esto dejó expedito el camino para reubicar los enterramientos en dicho recinto. Además, en palabras de Guardia Castellano “los restantes sótanos de las demás iglesias venían siendo insuficientes para la mortandad de la población, por lo que fue necesario habilitar un local para los enterramientos”[1]. A esta medida de crear un recinto, destinado específicamente a camposanto, coadyuvó de nuevo la restrictiva política ministerial de Fernando VII que prohibía expresamente el enterramiento en las iglesias abiertas al público, y, por lo tanto, fue elegida la Iglesia Mayor de la Mota como el lugar más idóneo para la ubicación del cementerio de la ciudad.
En 1814, el abad y la Junta de Sanidad instaron al cabildo municipal a llevar a cabo la instalación del cementerio dentro del recinto fortificado de la Mota y, a su vez, en la abandonada Iglesia Mayor[2]. Los informes y los acuerdos municipales manifestaban que era el sitio más adecuado y, hasta incluso se atrevían calificarlo el mejor de la provincia: razones de cerramiento amurallado, poco coste de obra y de ventilación. Hasta su funcionamiento de cementerio, se utilizaron las iglesias de San Blas y Santo Domingo de Silos de depósito de cadáveres y oficio de misas.
La propia ciudad fortificada se había visto muy afectada por el nuevo cementerio que se realizó dentro de las murallas. “por ser un terreno que es yermo conocido con el nombre de la Mota el cual por los años 1341 fue conquistado a los moros, levantándose después dentro de sus murallas la Iglesia Abacial, Casas y edificios para su Ayuntamiento y demás pobladores quedando de frontera o plaza fuerte con su Alcaide. Así continuó, hasta que, pasado el tiempo y variando las leyes y costumbres, fue bajándose la población al punto que hoy ocupa. Dejando dicha plaza completamente desierta y sus antiguas murallas destruidas en su mayor parte. Por los años de 1814, en virtud de las órdenes superiores y, oído el informe de la Junta de Sanidad y Autoridad Eclesiástica , se dispuso que todo el espacio comprendido dentro de dichas murallas sirviese de Cementerio público por ser un terreno que nadie utilizaban y reunían cuantas condiciones se deseaban y con efecto verídico dentro de la Iglesia Abacial y en algún otro punto de dicho yermo pero dentro de murallas, por lo que siempre se ha considerado y reconocido del Ayuntamiento… [3]
EL CEMENTERIO DE LA MOTA EN 1819
A partir de esa decisión municipal, en 1816, la iglesia se descombró su interior, se desmontaron los restos de las bóvedas que amenazaban peligro y se ampliaron los lugares de inhumación de cadáveres. En 1818, las largas que se habían dado en la instauración del cementerio, ya no importaron, se prohibió el enterramiento en la Iglesia Mayor Abacial hasta que se hicieran las obras necesarias para ubicar el cementerio y, provisionalmente, los cadáveres se enterraron en las iglesias anteriormente mencionadas. En 1819, la Junta de Sanidad, ya estableció “el cementerio común fuera de los muros de la ciudad en el sitio nominado de la Mota a bastante distancia de la población, en una altura que la domina en todas las partes, y, en su consiguiente los vientos cruzándose en direcciones opuestas, ningún perjuicio acarrea a la salubridad del vecindario: cercado d altas paredes y de los muros de la fortaleza y en su seno contiene el mencionado sitio. Prevenido de firmes puertas, y con extensión muy sobrada un sinnúmero de años a este destino y cuya naturaleza del terreno es muy a propósito para la más pronta conjunción de los cadáveres y que de él ningunas aguas se filtran ni comunican con las potables del pueblo. Asimismo dentro de este recinto en la Iglesia que fue arruinado a la retirada del Ejército francés, se restableció y reparó una capilla en donde se celebra el Sacrificio de la Misa, y no a muy larga distancia se destinó la ermita de san Blas , también separada de la población , para depósito de cadáveres y celebración del oficio de Difuntos, todos estos objetos y atenciones fueron cumplidas puntualmente en observancia de las órdenes Superiores, y solo han quedado en ejecución , por haberse apurado los arbitrios para ello, el Osario y la habitación para un capellán y sepulturero. La limpieza y la extracción de la ruina de la citada iglesia y sus bóvedas para colocar en ellas las correspondientes sepulturas en que con distinción de párvulos a otras edades, y de sacerdotes a otras personas, se hiciese depósito y enterramiento de cadáveres., según está prevenido, señalando al mismo tiempo el terreno y, en seguida a la ocupación de la memorada iglesia que se necesitaba para nuevas sepulturas, aún el sobrante para ocurrencias y extraordinarias de alguna epidemia, para cuyos objetos han concurrido los peritos y manifestado el importe que se ha menester para llenarlos en todas sus partes. Por tanto, no hallándose otro mejor local para cementerio, que el que ya establecido, por las circunstancias preferentes a otro cualquiera que en el concurren, informan que no debe hacerse traslación a ninguna de las Iglesias vacantes, sino repararse lo que sea necesario en él lo que se está haciendo uso para este vecindario”.
El plan de la obra se le encargó al maestro Manuel Granados que hizo este proyecto con su correspondiente presupuesto: emparedamiento del osario (2.800 reales de vellón); excavación, extensión de tierra y allanamiento para sepulturas en el suelo (18.525 reales); composición y limpieza de sepulturas (5.095 reales); tejado del paso que cubría la capilla mayor y otro igual que está pegado a la torre (4.800 reales);tres galerías de nichos en su interior (4.000 reales);techado y tabicado de la casa del capellán sacristán (200 vigas, clavos, 66 haces de cañas, tercio de tomizas, 60 cahices de yeso, puertas o ventanas, trabajo y peones que suman 17.680 reales. El total de la obra alcanzaba la cifra de 52.900 reales. ´
En 1823, de nuevo los miembros del ayuntamiento se hicieron eco de un acuerdo de las Cortes sobre la salubridad pública y el emplazamiento de los cementerios, y de ello el alcalde dio fe incluso sobre el estado del cementerio y las reformas previstas. Y se pusieron en ejecución las propuestas de Granados.
La operación también fue descrita por el cronista Guardia Castellano, recogiendo las actas y un informe con motivo de la construcción del desaparecido cementerio hoy día desaparecido:
“no ya en sus antiguas criptas y sótanos, que habían sido con anterioridad cegadas por los franceses sino en la totalidad de su superficie, sobre el haz de la tierra, bien fosas cavadas someramente entre ruinas y escombros, bien formando pilas con los ataúdes colocados los unos sobre los otros, recubiertos con una capa de yeso. Cuando ya estas pilas alcanzaban alguna altura, se formaban otras delante y luego otras, por lo que iba reduciéndose el área del antiguo templo con aquel revoltijo sin orden ni concierto en que se iban acumulando las sagradas cenizas de aquellas generaciones.
La falta de una planificación y diseño de su interior, así como sus continuos derrumbes, dieron lugar a un aspecto insano, lúgubre e inhóspito que obligaba a tomar medidas lo más pronto posible para darle un giro a este nuevo cementerio. Pues realmente no respondía dicho espacio a un auténtico cementerio sino, más bien a la reutilización de un espacio religioso abandonado con fines de enterramiento. No obstante, los miembros del cabildo municipal se sentían complacidos por el hecho de haber dispuesto este espacio para camposanto y, además, se creían sumamente satisfechos de que respondía con todas las garantías, porque ya no se enterraba en las iglesias. Por eso, no era de extrañar que, a los requerimientos de las memorias de las autoridades provinciales, se contestara afirmativamente que existía un cementerio público y este, por su parte, reunía todas las características de lo que se le preguntaba en los interrogatorios del gobierno civil (así, se hizo en 1823 y 1834).
Estas son sus manifestaciones del ayuntamiento de Alcalá la Real en el segundo año 1834:
“Hacía algunos años que en los extramuros de la ciudad se construyó, hacia el sur y en un sitio elevado, un cementerio donde sepultaban los cadáveres de Alcalá y las aldeas, excepto los de Frailes y Charilla que tenían el suyo propio. La misión del gobierno civil solicita que se construyan cementerios en todas las aldeas y así evitar de la vista del público los cadáveres que puestos sobre borricos se conducen al cementerio de esta ciudad. Por este medio se disiparán aires malsanos que lentamente consumen la especie humana por la respiración y en tiempos epidémicos no se comunicarán los cadáveres de una ladera contagiada con los habitantes de la aldea”.
Prueba de que el cementerio público era una realidad, se encuentra en el libro primero de sepulturas que alude que en 1850 existía un conserje llamado José Moyano y que este ya organizaba la distribución de sepulturas Durante este tiempo, se utilizó como capilla y lugares del sacristán los pies de la iglesia y la capilla del Descendimiento o de los Aranda que daba a la escalera del campanario.
Todo el entorno de la Mota es un terreno abandonado y en gran manera metido en labor. Sirva de ejemplo esta acta de 17 de abril de 1854: "Se dio cuenta del informe emitido por la comisión de propios, para el memorial de Josefa Zafra de esta vecindad en que pidió al ayuntamiento ,en primero de marzo anterior, permiso para meter en labor una tierra inútil en las murallas de la Mota ,la cual ofrece cercar de piedra para guardar la posesión que linda y las limítrofes, siendo la comisión de opinión que se le conceda esta gracia para los cercados y le ha demarcado con el auxilio de los peritos un cascajar de seis celemines el ayuntamiento en su virtud acordó conceder la gracia tal como se propone en virtud.EL CEMENTERIO DE 1865
Sin embargo, realmente, el cementerio antiguo de la Mota, hoy desparecido, responde a un acuerdo municipal de 1865 atendiendo a los requerimientos del gobernador civil de la provincia de Jaén.
“Se presentó el expediente que el señor alcalde ha instruido en consecuencia de la circular del señor gobernador civil de esta provincia con fecha 25 de febrero último y lo acordado por la corporación en dos del actual para reparación del cementerio público de esta ciudad, resultando de el que lo que se proyecta es sólo levantar una cerca dentro de la plaza de la Mota con sus correspondientes techumbres en el punto que existe entre la Iglesia ya derruida y el Castillo, como sitio más a propósito tanto por tener fondo suficiente para inhumación de cadáveres cuanto por que, desde el año diez y siete , está todo ello adentro destinado a camposanto , y resultando finalmente la conformidad de las Autoridades eclesiásticas de esta Abadía , quien conoce como el Ayuntamiento la urgentísima e imprescindible necesidad de dichos reparos a los que no puede subvenir la fábrica por carecer absolutamente de recursos según la prueba en repetidos expedientes , siendo fácil del fondo municipal proporcionarlos incluyendo en el presupuesto ordinario los 15.000 reales que resulta consignados en la certificación(…) en vista de todo esto acordó la aprobación de él disponiendo se remita original a la aprobación del Gobernador de la Provincia…
Para ello, se solicitó la presencia del arquitecto provincial José María Cuenca. Este acudió a la ciudad, delimitó la localización del cementerio y diseñó y trazó los planos adecuados. Lo ubicó entre la iglesia mayor y el antiguo torreón del Homenaje. Desde 1817, todo el terreno ocupaba en planos y proyectos 3.249 metros cuadrados (un cuadrado de cincuenta metros por cada lado)[1], pero aquel año los munícipes solo se comprometieron a “verificar las obras comprendidas en dicho proyecto en la sección primera o sea la pared de cerramiento de la fachada y su ornamentación importando 2.690 escudo 500 milésimas” dejando el resto de las partidas para años futuros. .
Formaban parte del cementerio el cerramiento, dos patios, una capilla, sacristía, pabellones de administración y anatomía y una casa habitación del conserje y sepulturero. El presupuesto de la obra alcanzó la suma de 6.952 escudos. La obra se fue ejecutando de acuerdo con las posibilidades económicas municipales: se convirtió el suelo de la iglesia en camposanto de tumbas de inhumación, se mantuvo la antigua capilla hasta principios del siglo XX dentro de la Iglesia Mayor Abacial y se llevaron a cabo las tapias del cerramiento.
LAS REFORMAS DE 1874
En 1874, se cayó la bóveda por la parte de la cabecera de la iglesia, provocando el derrumbe de ataúdes y cegando los pasillos de los pabellones interiores del cementerio. Además, una intensa epidemia de viruelas y su consiguiente mortandad dio lugar a la habilitación del cementerio nuevo. No hubo posibilidad de llevar a cabo la obra y el traslado de las sepulturas del interior con la mesura y la planificación que exigía un espacio urbano tan importante, sino que primaron la precipitación, el tropel y la falta de recursos municipales para ejecutar las obras. Se vendieron a bajo precio y perpetuidad todas las bóvedas y panteones familiares para poder realizar las obras. Se modificaron los planos del arquitecto Cuenca, atendiendo más aun criterio de comodidad y posibilidad constructiva que a razones estéticas omitiendo todas las obras de gran envergadura. Se dividió el patio en dos, por medio de un muro con dirección norte-sur: el primer patio se dedicaba mausoleos, nichos y panteones de familias, con sus correspondientes galerías, en las que también podían hacerse sepulturas perpetuas, había pocos nichos y panteones que fueron ocupados por las familias hacendadas y pudientes; el segundo patio se dedicaba exclusivamente para fosas comunes. Tan sólo, se emprendieron parte de ala izquierda. En un principio, para comenzar las obras, consiguieron 16 panteones de familia (curiosamente estas respondían a las clases altas de la ciudad- los antiguos hidalgos, familias enriquecidas por la desamortización, industriales y altos funcionarios) y 128 nichos (para las clases medias como funcionarios municipales y estatales, labradores, iglesia …). En 1875, los munícipes se hacían eco de esa situación “Queda concluida la primera serie de aquellos ciento ochenta nichos y diez panteones de familias de vecinos, un espacio local en el segundo patio, con que el edificio cuenta paras inhumaciones particulares y zanja común a más de la separación local a los que deban enterrarse en virtud del decreto judicial[2]”.
La inauguración del nuevo cementerio tuvo lugar el 23 de diciembre de 1875 por medio de una ceremonia solemne donde participaron personalidades, autoridades y el clero de la ciudad que hizo procesión y responso. Esto conllevó el cierre del anterior cementerio y la inhumación a principios de enero de los primeros muertos. Se hicieron doce zonas, a su vez la segunda, dividida en varias secciones de un término de 10 a 12 con 12 sepulturas aproximadamente. Conforme se avanzaba el siglo, se aumentaba en sepulturas, panteones familiares y nichos sin destacar en su ornamentación salvo algunos con algunas esculturas
. En 1877, faltaba para cerrar el proyecto inicial por construir la zona de las galerías, bóvedas y nichos del ala derecha de la puerta de entrada, con lo cual se formó un paralelogramo armónico y uniforme en su construcción dejando el centro un espacio extenso y regular para mausoleos y sepulturas especiales; y la espalda, por el lado oeste, un gran patio de iguales dimensiones para las fosas comunes. En 1878 ya había 28 panteones familiares y los nichos se acercaban a los 300. En torno a 1887, ya había dos galerías en el primer patio predominando las sepulturas de tierras con más de dos millares a finales de siglo.
La falta de una planificación y diseño de su interior, así como sus continuos derrumbes, dieron lugar a un aspecto insano, lúgubre e inhóspito que obligaba a tomar medidas lo más pronto posible para darle un giro a este nuevo cementerio. Pues realmente no respondía dicho espacio a un auténtico cementerio sino, más bien a la reutilización de un espacio religioso abandonado con fines de enterramiento. No obstante, los miembros del cabildo municipal se sentían complacidos por el hecho de haber dispuesto este espacio para camposanto y, además, se creían sumamente satisfechos de que respondía con todas las garantías, porque ya no se enterraba en las iglesias. Por eso, no era de extrañar que, a los requerimientos de las memorias de las autoridades provinciales, se contestara afirmativamente que existía un cementerio público y este, por su parte, reunía todas las características de lo que se le preguntaba en los interrogatorios del gobierno civil (así, se hizo en 1823 y 1834).
Formaban parte del cementerio el cerramiento, dos patios, una capilla, sacristía, pabellones de administración y anatomía y una casa habitación del conserje y sepulturero. El presupuesto de la obra alcanzó la suma de 6.952 escudos. La obra se fue ejecutando de acuerdo con las posibilidades económicas municipales: se convirtió el suelo de la iglesia en camposanto de tumbas de inhumación, se mantuvo la antigua capilla hasta principios del siglo XX dentro de la Iglesia Mayor Abacial y se llevaron a cabo las tapias del cerramiento.
LA
IGLESIA DEL CEMENTERIO
Todo
esto obligó a que se trasladaran exteriormente los antiguos pabellones o
mausoleos que aumentaron más de la veintena; se reconvirtiera el antiguo aljibe
de la Casa de los Aranda en osario. En 1899, se inauguró una nueva capilla
neogótica en su exterior. Esta se hizo nueva, situada a espaldas del patio primero
sepultura común número 1. Capilla
bendecida con toda solemnidad y aparecida la noticia en la prensa. El capellán
del cementerio lo recogía de esta manera en una nota extensa del libro 5º de
Sepelios: “Ad
perepetuam rei memoriam. El día 24 de octubre de 1898 se dio
principio a la construcción de la Capilla del Cementerio y finalizaron las obras el 18 del mismo año,
y el 12 de enero de 1899, a las once de la mañana se bendijo solemnemente por
el señor arcipreste y párroco de Santa
María la Mayor, don Ildelfonso Díaz
Herrera quien, acto seguido, celebró el santo Sacrificio de la misa con los vestuarios Don Francisco Villuendas Romero y don Agustín
del Espino, aplicando la misa por todos los fieles difuntos de ambos panteones
, concluyendo el acto con un responso general y doble de campanas. Asistieron el excapellán
don José de la Torre Escribano, y otros varios señores sacerdotes m entre ellos
don José Carrillo Aguayo que ofició la misa y cantó el responso. El retablo lo
donó la parroquia de Santa María y la pila de agua bendita la parroquia de
Santo Domingo de Silos. Las casullas y ropa blanca eran de la capilla de la
cárcel. Todos los demás utensilios de cáliz, vinajeras se compró con los fondos
del Panteón.
Asistió el señor alcalde don José
Suárez Trujillo y comisión de Beneficencia y Caridad con su presidente y
segundo teniente alcalde don Blas Ramírez Castillo un numeroso concurso de
fieles- El Santo Cristo que hay en el altar es el mismo que hubo en 1814 en la
antigua capilla del dicho panteón, situada al pie de la torre y dentro de la
Iglesia. El cuadro de lienzo de gran
tamaño y que es el Patrocinio de San José lo donó don José de la Torre Arenas,
y el lienzo que representa el Descendimiento lo regaló el conserje del cementerio
José Moyano. El cuadro lienzo de la Purísima lo donó don
José de la Torre Escribano, presbítero y el de san Vicente de Paúl el capellán
don Francisco Villuendas... El personal del
ayuntamiento se componía de un capellán eclesiástico que ejercía de administrador
y controlaba el registro de cadáveres, así como realizaba las misas del
cementerio; de un conserje y de varios sepultureros. A principio de abril de
1906, se puso a andar el reloj de la torre de la Mota, lo que coadyuvó a las
entradas económicas del conserje.
En
1 de diciembre se bendijo el Vía Crucis de la ermita por el presbítero don José
González y fue colocado por el sacerdote don de la Torre Escribano. Lo bendijo
el capellán Villuendas y los regaló don Concepción Montañés del Mármol.
EL CEMENTERIO EN EL
SIGLO XX
El
18 de mayo de 1906, día de frío y viento, hizo visita pastoral el obispo don
Salvador Castellote tanto al cementerio como en la plaza pública. A finales del primer tercio del siglo XIX,
ofrecía el recinto dos patios bien diferenciados, uno delante de la iglesia con
panteones y sepulturas de tierra y un pabellón lateral de nichos con diversas
galerías; y un segundo patio con tres pabellones en forma de U y una reserva de
patio exterior para casos indigentes y extraordinarios.
Los
panteones familiares del interior se habían trasladado prácticamente al
exterior, entre los que destacan algunos con unas tumbas suntuosas. Como curiosidad
la primera de ellos era la de la familia Abril, otro el ayuntamiento había
donado al general Lastres y el número 18 la de la familia del médico Ruiz Mata
Écija, masón que fue enterrado en 1 de abril de 1920.
En cinco de julio de
1906, se principió a sepultar de nuevo en las fosas comunes del Patio ya que
habían transcurrido los cinco años, curiosamente esta noticia está recogida por
el capellán del cementerio que aducía que había crisis ministerial del gobierno
Moret. Este patio se encontraba con árboles en medio: en la zona primera se
dedicaba a los niños junto a un árbol y al segundo árbol a los hombres.
El
departamento judicial y otras dependencias como las fosas comunes para
accidentes, beneficencia y suicidas ocupaban un lugar especial en el segundo patio.
En
1933, se abrió un patio nuevo que fue el que acaparó la mayoría de los cadáveres
hasta el cierre del cementerio, junto con el de las fosas comunes para adultos
y párvulos.
Una
fotografía de 1936 es testigo de la distribución de patios y del cementerio. En
ellas, se ocultaba la capilla junto al osario y camino entre patio primero y
segundo. El patio primero era de menor extensión y alcanzaba el solar de la
antigua Casa Abacial, se observa que estaba prácticamente completo de
sepulturas de tierras, una galería junto a la línea divisoria; el segundo patio
mantiene tres galerías de nichos en forma de U y dos patios interiores de
sepulturas de tierras. Reservaba un espacio para las sepulturas especiales (de
beneficencia, párvulos, y casos excepcionales como suicidios, muertes
violentas…). La extensión de ambos es un perfecto cuadrilátero: un lado se
extendía desde la torre de la Iglesia Mayor Abacial hasta el lado de la torre
del Homenaje; otro, desde el extremo sur de la fachada principal de la Iglesia
Mayor hasta la Calancha; otro lado coincidía en su diseño con la paralela de la
muralla de Santiago, y el último iba de la torre del Homenaje hasta el segundo
dentro de la ciudad fortificada.
EL
CIERRE DEL CEMENTERIO
Tras
la guerra civil, el hacinamiento de cadáveres y sepulturas desbordaba dicho
lugar y esto dio lugar a que se emprendiera por el año 1947 la construcción de
un nuevo cementerio en el Cerrico Vílchez. Dicho cementerio fue realizado por la
Dirección de Regiones Devastadas y fue inaugurado el uno de julio de 1949. Unos
meses antes, se hicieron ordenanzas sobre el nuevo cementerio y comenzaron a
trasladarse y venderse mausoleos. Los últimos cadáveres que se sepultaron en la
Mota fueron los de Miguel Guardia Sánchez y Carmen Roldán Conde. El número de
cadáveres inscritos en el libro de sepulturas había alcanzado la cifra de 4.101
(hay que tener en cuenta que sólo se registran desde 1875 y, a partir de los
últimos decenios del siglo XIX primeros del XX, hay cementerios en Charilla,
Frailes, Mures, Pedriza, San José de la Rabita, Ermita Nueva, Santa Ana y
Riberas. Muchos cadáveres de nichos,
bóvedas y panteones del antiguo cementerio de la Mota se trasladaron al primer
piso de las nuevas galerías de nichos del nuevo cementerio, produciéndose poco
a poco un paulatino abandono del antiguo camposanto, que cegó prácticamente la
entrada del templo de Santa María la Mayor y convirtió en una terreno tétrico e
inhóspito las ruinas de pabellones, galerías de nichos y tumbas de tierra,
[1] AMAR. Acta de 13 de julio de 1865.
[2] AMAR. Acta de 26 de julio de 1875.
Dentro de las obras, solo cabe
reseñar que se llevaron a cabo en el
cementerio de la Mota, desde los pabellones viejos a los nuevos a lo largo de
los años comprendidos entre 1876-1891. Y como curiosidad una nueva iglesia
neogótica del gusto de la época se levantó en 1898 para prestar los servicios
religiosos al cementerio.
[1] GUARDIA CASTELLANO, Antonio, “Leyenda y
Notas para la historia de Alcalá la Real. Edición facsímil de Francisco Toro y
Domingo Murcia. Ayuntamiento de Alcalá la Real Págs. 367-371.
[2] Amar. Caja 77. Legajo 12.
[3] AMAR. Acta De 4 diciembre de 1865.
En
1933, se abrió un patio nuevo que fue el que acaparó la mayoría de los cadáveres
hasta el cierre del cementerio, junto con el de las fosas comunes para adultos
y párvulos.
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