No es de extrañar que la importancia de este cortijo radicara en el personaje que le dio el nombre actual, pues anteriormente estaba ligado a la familia alcalaína de los Tapia. Su propietario Fernando Marroun era hijo de los hidalgos Juan Marroun y Juana de Balboa. Nacido en la villa de Frechilla, obispado de Palencia, donde nacieron sus padres y vivieron, se casó con doña Antonia Sequera Colon de Portugal, hija de don Julián Sequera y Uribe, caballero de la orden de Santiago, y doña María de Atocha Colón de Portugal en segundas nupcias (en primeras con don Juan de Tapia). Al casarse vivió en la ciudad de Antequera con sus suegros. Fue regidor del ayuntamiento de Alcalá la Real hasta 1778, con dos honores, el de regidor perpetuo y de privilegio. Vivía en las casas de la calle del Llanillo, linderas con la calle Bordador con casas de don Francisco Javier de Valenzuela, la sede del antiguo Casino Primitivo. Y, por el Llanillo con casas de Bernardo de Mirasol, familiar del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba. Estaba relacionado con el industrial don Felipe Mantero, anterior poseedor de las casas. Incluso, amplió sus tierras comparando dos fanegas en las Atravesadas por el camino que va a la Acamuña. Cuando levantó el cortijo, eran los tiempos en los que muchos edificios religiosos de la ciudad y de la Mota comenzaron a desmontarse y se vieron obligados a trasladarlos a la ciudad llana y a los cortijos. Los escudos, las lápidas con epitafios, los molinos de piedra, las vasijas, la rejería y la madera noble sirvieron de material constructivo para muchos cortijos. El vecino francés afincado en Alcalá Santiago Batmala, padre del alcalde republicano don Pablo Batmala, compró y administró la finca y el cortijo desde finales del siglo XIX.
Este cortijo jugó un
papel estratégico durante la Guerra Civil, como puesto de vigilancia del frente,
desarrollándose un intenso combate con motivo de un avance de las fuerzas de
Queipo de Llano hacia el Castillo por el mes de diciembre de 1936, que fueron
cortadas por las tropas republicanas. En la actualidad, estaba en posesión del
hijo de una de las sirvientes de los Batmala, por cierto recientemente
fallecido que lo apodaban Antonio el de Marrón. Y, mantenía huellas de su
vivienda del siglo XIX, y, sobre todo, la reutilización de elementos
constructivos de la ciudad monumental de la Mota. El escudo con la cruz de
Caravaca estaba relacionado con la familia y respondía a la cruz patriarcal de
doble brazo sobre leño. Sus huecos de fachada y enrejado reflejaban una
tipología urbana junto con la puerta presidida por el escudo que suele apareceren las casas de las familias de los hidalgos alcalaínos. Los dos cuerpos de la casa simulaban otro tipo de construcciones urbanas de doble uso, residencial y rústico. La parte anterior y sin cubrir de casa, a modo de recibidor, que hacía las veces de patio de entrada, estaba presidida por una fuente y un estanque, en la que figuraban elementos de ornamento reutilizados de la Mota y de otros conventos desaparecidos. En concreto una lápida, encontrada por Juan Antonio Marín y Sebastián López, rota en dos partes, respondía a un epitafio de San Jerónimo con unos versículos de Ad Monachum rusticum y con las siguientes frases Dives,, qui no indiget pane, satis potens , qui non cogitur servire. Ambitiosa non es fames·. Un texto que se empleaba en los círculos de las escuelas universitarias renacentistas para el aprendizaje del latín con tintes de la moral clásica. Era un aviso ante la ambición y riqueza como norma de la vida y un canto a la austeridad.











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