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lunes, 13 de enero de 2014

MALDITA CRISIS



 

            MALDITA CRISIS
 

            Por el entresijo de la ventana  contemplaba la verde alameda que se reflejaba en la ruidosa corriente del río Velillos. Ya no podía más. Se sentía sin fuerzas, no era capaz de  soportar, ni un segundo más, un aliento de su cuerpo. Por todos los rincones de su casa le asechaban problemas y desgracias. Eso que era una mujer joven, pero bruñida, a los dieciséis años,  con el cincel de la muerte inesperada de su esposo en una accidente de moto. En los años anteriores había afrontado la crianza de tres hijos antes de cumplir los veinte años arrastrada en los suelos de olivares durante la campaña de la aceituna; recordaba cómo había podido comer algún turrón de las bolsas de caridad, promovidas por entidades públicas;   hasta ahora, había podido  convencer de su infortunio a muchas personas de bien que se compadecían de su hambre y de la  miseria de sus retoños. Pero, ya no tenía más dotes de persuasión, era víctima de la maldita crisis. Contemplaba, a su alrededor, que muchas  personas acudían, con ella y muchos más, a las dependencias de caridad  con nuevos y enormes problemas. Pero, el suyo era el más grande, sola, sin recursos  y marginada por ser de la raza que era.

            Se había quedado, por aquellos días, sin contemplar el mundo  a través de  la televisión y  le quedaba sólo una tinaja de agua para limpiar la vajilla de una comida de  una sopa de patas de gallina. Para colmo, el túnel del futuro se presagiaba más oscuro todavía al abrir la arquilla vacía de sus ahorros.

            Pensaba una y mil veces el modo de salir  del atolladero, rememoraba la estrategia anterior con la que le había ganado el pulso a la desgracia, maquinaba la búsqueda de  nuevos  retos para  que reapareciera la luz en su mansión de cueva, contemplaba la despensa vacía y  deshojaba la margarita de  alguna visita de suerte inesperada. Se decía por debajo “.Tan sólo me queda que pagar un sello del seguro agrario y no tengo quien me pueda avalar, ¡maldita crisis!”. “La luz vendría; no tendría que bajar por cántaros de agua a la fuente de la aldea y mis hijos podrían comer como los de mis vecinos, pero ¡qué crisis, si siempre soy crisis! No levanto cabeza desde que nací”

            Seguía contemplando  el agua cristalina que rompía los guijarros del caz del antiguo molino. Y, en esto llamó el cartero a su puerta.

            -Toma un cheque  de doscientos euros, asunto, seguro agrario; remitente anónimo.

            -Gracias, Señor. De esta me he salvado. ¿Vendrás mañana?

 . 

 

 

 

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