MALDITA CRISIS
Por
el entresijo de la ventana contemplaba
la verde alameda que se reflejaba en la ruidosa corriente del río Velillos. Ya
no podía más. Se sentía sin fuerzas, no era capaz de soportar, ni un segundo más, un aliento de su
cuerpo. Por todos los rincones de su casa le asechaban problemas y desgracias.
Eso que era una mujer joven, pero bruñida, a los dieciséis años, con el cincel de la muerte inesperada de su
esposo en una accidente de moto. En los años anteriores había afrontado la
crianza de tres hijos antes de cumplir los veinte años arrastrada en los suelos
de olivares durante la campaña de la aceituna; recordaba cómo había podido
comer algún turrón de las bolsas de caridad, promovidas por entidades públicas;
hasta ahora, había podido convencer de su infortunio a muchas personas
de bien que se compadecían de su hambre y de la
miseria de sus retoños. Pero, ya no tenía más dotes de persuasión, era
víctima de la maldita crisis. Contemplaba, a su alrededor, que muchas personas acudían, con ella y muchos más, a
las dependencias de caridad con nuevos y
enormes problemas. Pero, el suyo era el más grande, sola, sin recursos y marginada por ser de la raza que era.
Se
había quedado, por aquellos días, sin contemplar el mundo a través de
la televisión y le quedaba sólo
una tinaja de agua para limpiar la vajilla de una comida de una sopa de patas de gallina. Para colmo, el túnel
del futuro se presagiaba más oscuro todavía al abrir la arquilla vacía de sus
ahorros.
Pensaba
una y mil veces el modo de salir del
atolladero, rememoraba la estrategia anterior con la que le había ganado el
pulso a la desgracia, maquinaba la búsqueda de
nuevos retos para que reapareciera la luz en su mansión de
cueva, contemplaba la despensa vacía y
deshojaba la margarita de alguna
visita de suerte inesperada. Se decía por debajo “.Tan sólo me queda que pagar
un sello del seguro agrario y no tengo quien me pueda avalar, ¡maldita
crisis!”. “La luz vendría; no tendría que bajar por cántaros de agua a la
fuente de la aldea y mis hijos podrían comer como los de mis vecinos, pero ¡qué
crisis, si siempre soy crisis! No levanto cabeza desde que nací”
Seguía
contemplando el agua cristalina que
rompía los guijarros del caz del antiguo molino. Y, en esto llamó el cartero a
su puerta.
-Toma
un cheque de doscientos euros, asunto,
seguro agrario; remitente anónimo.
-Gracias,
Señor. De esta me he salvado. ¿Vendrás mañana?
.
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