DESDE EL MIRADOR DE LAS CRUCES
Año nuevo, vida nueva. Atrás ha quedado el refranero estacional y
religioso. Nos disponemos a contemplar, a lo largo del presente año, Alcalá la Real desde varios ángulos, que son
los miradores de prestigio de su intrahistoria y de su devenir diario. Vamos a comenzar, por donde nació aquella
civilización del mundo de las cuevas, cuyos restos se plasman en las oquedades
talladas del paraje de los Llanos, los miradores de las Cruces. Un mundo que
nos habla del paso de la trashumancia a la agricultura, del tránsito del
predominio de la sociedad rural de nuestras aldeas a una
ciudad moderna que ha dejado muchos aspectos pueblerinos, un lugar que, antaño, fue cruce de caminos y hoy, son parajes cortados por la acción egoísta humana
en su afán de apoderarse hasta de los animales. Un símbolo de intercomunicación
comarcal entre Alcalá y los núcleos
orientales de población, y ahora un bello rincón reservado para la
cinegética. Fósil de las canteras romanas, hábitat de las cuevas
neolíticas, hito y punto de memoria de la guerra civil, lugar
de paso de monfíes, bandoleros, hombres de la sierra y maquis con aires de
libertad.
Cualquier persona puede optar por diversos puntos de parada y mirada que
jalonan el borde de esta antigua y rocosa dehesa. Lo puede hacer, en la Cruz del
Rayo, junto al depósito del agua, y no
reparará en contrastar la ciudad
contemporánea –la que arranca de los años desarrollistas de los setenta del
siglo XX- con la ciudad moderna -, la que diseñaron “a lo romano” los primeros pobladores
en tiempos de los Reyes Católicos: en este segundo decenio del siglo XXI ya no
contemplará la trama urbana invadida por un sinfín de grúas de la construcción,
formando un contraste entre barrios de casas de
varias plantas junto con
edificios que sobresalen por encima de
la media histórica, sino
que aparece, ante su vista ,un
racional y rectangular damero ( salvo las calles Utrilla y Rosario, como prolongación de Pedro
de Alba) que se ilumina en el atardecer como si fuera la retícula de un cielo
de una caseta de feria.
Si le apetece al rutero de turno,
puede caminar sobre la vereda del borde del tajo, y detenerse en la ermita de la Mujer Verónica, un primer intento de
reforestación del lugar y un sitio recreativo, como si fuera un oasis de
aquel inhóspito yermo junto al actual parque periurbano: aquí el contraste es evidente entre una población que se ancla
en sus tradiciones, y, por otra parte, se
muestra abierta las nuevas formas de vida
marcadas por el ocio y la escasez
del trabajo. Es un canto a la sociedad del bienestar en medio de las blancas
casas de la barriada de la Verónica .
Si pasamos el gran depósito central distribuidor de las aguas que proceden de las sierras de
Frailes, el caminante se detiene en el mirador de las Cruces, antiguo vía
crucis que serpenteaba a lo largo del cerro del Calvario jalonado entre cruces,
oratorios, ermitas y templetes donde se
encerraban los misterios de la pasión de Jesús: la tecnología, plasmada en el mundo de las
telecomunicaciones, ha sustituido los primeros avances de la técnica-un potente
molino de viento- por unos postes metálicos que, a través de sus antenas, nos
relacionan con todos los rincones del mundo. Sin embargo, ello no ha sido óbice
para convertir aquel rincón en Premio de Paisaje Arquitectónico Mediterráneo, y
se muestren los atisbos de las nuevas fuentes de riqueza actual como son
fomento del turismo rural, la formación de núcleos de viviendas de segunda
ocupación, y la erradicación de los guetos
de los barrios tradicionales de las ciudades.
Si nos adentramos hacia el portillo de los Aspadores, el puesto de mira
puede ubicarse en las cercanías de las
primeras canteras abiertas en los bancales que se asientan sobre el depósito del camino de San Marcos:,
la contemplación nos abre senderos de futuro y huele a pasos romeros, es la
ventana abierta a la nueva apuesta comarcal con la vista puesta
en las tierras del Castillo de Locubín y Alcaudete, al mismo tiempo que se fija la
mirada en las rutas de comunicación, una llamada a una
sociedad más sensibilizada con otros mundos y otras formas de utopía, una
ruptura con el ombliguismo local que, a veces, puede redundar en cierto
catetismo. Mirar es contemplar, pero si la vista se dirige al horizonte es
crear utopías, romper con los moldes de lo que
se ha superado; esa es la meta que
nos conduce desde los miradores, mirar nuestra tierra con ojos de nuevas
alternativas. O, si no lo podemos conseguir, al menos intentarlo.
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