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jueves, 23 de enero de 2014

DESDE EL MIRADOR DE LAS CRUCES. ARTÍCULO DE IDEAL ALCALÁ LA REAL.


DESDE EL MIRADOR DE LAS CRUCES

 

 

Año nuevo, vida nueva. Atrás ha quedado el refranero estacional y religioso. Nos disponemos a contemplar, a lo largo del presente año,  Alcalá la Real desde varios ángulos, que son los miradores de prestigio de su intrahistoria y de su devenir diario.  Vamos a comenzar, por donde nació aquella civilización del mundo de las cuevas, cuyos restos se plasman en las oquedades talladas del paraje de los Llanos, los miradores de las Cruces. Un mundo que nos habla del paso de la trashumancia a la agricultura, del tránsito del predominio de  la sociedad rural de  nuestras aldeas  a  una ciudad moderna que ha dejado muchos aspectos pueblerinos, un lugar que,  antaño, fue   cruce de caminos y hoy, son  parajes cortados por la acción egoísta humana en su afán de apoderarse hasta de los animales. Un símbolo de intercomunicación comarcal  entre Alcalá y los núcleos orientales  de población,  y ahora un bello rincón reservado para la cinegética. Fósil de las canteras romanas, hábitat de las cuevas neolíticas,   hito  y punto de memoria de la guerra civil, lugar de  paso de monfíes, bandoleros,  hombres de la sierra y maquis con aires de libertad.  

Cualquier persona puede optar por diversos puntos de parada y mirada que jalonan el borde de esta antigua y rocosa  dehesa. Lo puede hacer, en la Cruz del Rayo,  junto al depósito del  agua, y no  reparará en contrastar  la ciudad contemporánea –la que arranca de los años desarrollistas de los setenta del siglo XX- con la ciudad moderna -, la que diseñaron “a lo romano” los primeros pobladores en tiempos de los Reyes Católicos: en este segundo decenio del siglo XXI ya no contemplará la trama urbana invadida por un sinfín de grúas de la construcción, formando un contraste entre barrios de casas de  varias plantas junto con  edificios que sobresalen por encima de  la media histórica,   sino que  aparece, ante su vista ,un racional  y rectangular  damero ( salvo las calles  Utrilla y Rosario, como prolongación de Pedro de Alba) que se ilumina en el atardecer como si fuera la retícula de un cielo de una caseta de feria.

Si le apetece al rutero de turno,  puede caminar sobre la vereda del borde del tajo,  y detenerse en la ermita de la  Mujer Verónica, un primer intento de reforestación  del lugar y un  sitio recreativo, como si fuera un oasis de aquel inhóspito yermo junto al actual parque periurbano: aquí el contraste  es evidente entre una población que se ancla en sus tradiciones, y, por otra parte,  se muestra abierta las nuevas formas de  vida  marcadas por el  ocio y la escasez del trabajo. Es un canto a la sociedad del bienestar en medio de las blancas casas de la barriada de la Verónica .

Si pasamos el gran depósito central distribuidor  de las aguas que proceden de las sierras de Frailes, el caminante se detiene en el mirador de las Cruces, antiguo vía crucis que serpenteaba a lo largo del cerro del Calvario jalonado entre cruces, oratorios, ermitas y templetes  donde se encerraban los misterios de la pasión de Jesús: la tecnología,  plasmada en el mundo de las telecomunicaciones, ha sustituido los primeros avances de la técnica-un potente molino de viento- por unos postes metálicos que, a través de sus antenas, nos relacionan con todos los rincones del mundo. Sin embargo, ello no ha sido óbice para convertir aquel rincón en Premio de Paisaje Arquitectónico Mediterráneo, y se muestren los atisbos de las nuevas fuentes de riqueza actual como son fomento del turismo rural, la formación de núcleos de viviendas de segunda ocupación, y la erradicación de los guetos  de los barrios tradicionales de las ciudades.             

Si nos adentramos hacia el portillo de los Aspadores, el puesto de mira puede ubicarse  en las cercanías de las primeras canteras abiertas en los bancales que se asientan  sobre el depósito del camino de San Marcos:, la contemplación nos abre senderos de futuro y huele a pasos romeros, es la ventana abierta  a  la nueva apuesta comarcal con la vista puesta en las tierras del Castillo de Locubín y  Alcaudete, al mismo tiempo que se fija la mirada  en las   rutas de comunicación, una llamada a una sociedad más sensibilizada con otros mundos y otras formas de utopía, una ruptura con el ombliguismo local que, a veces, puede redundar en cierto catetismo. Mirar es contemplar, pero si la vista se dirige al horizonte es crear utopías, romper con los moldes de lo que  se ha superado; esa es la meta que  nos conduce desde los miradores, mirar nuestra tierra con ojos de nuevas alternativas. O, si no lo podemos conseguir, al menos intentarlo.    

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