No había hecho más que terminar la escritura de Martín Jufre de Loaysa y llamó
a la puerta el criado de Martín de Aranda. Le comunicó que, dentro de breves
momentos, llegaría su señor para hacer un arrendamiento de las tiendas
del regidor Alonso de Magaña, su vecino en la Plaza Alta. En el trance de
la espera, por eso que el que espera desespera, en su interior, se lo
come la ansiedad de no poder acudir a la cita con el cura Blázquez interrumpida
en varios momentos por las urgencias e imprevisiones de este azaroso día.
El escribano era el punto opuesto, el contraste fiel con la serenidad y armonía
del erudito cura. Pues , mientras este se entretenía en transcribir las letras
de otra estela que subía al coro alto de la Iglesia Mayor Abacial, el
escribano no sabe donde poner sus posaderas. Le hervía la sangre.
La plaza no es completamente
llana, sino irregular y con pequeños promontorios porque, por algunos ángulos
de su superficie, resaltan algunas peñas del lugar y del mismo
color de las piedras de las fachadas de mampostería y las portadas
dinteladas. Sobre todo, son muy señaladas las que ocupan la parte
anterior de las Casas de Cabildo porque sobresalen desde el suelo
arrecifado y casi se conectan con los ventanales y el balcón corrido de
maderas del ayuntamiento. Por la parte de la cárcel y las viviendas de los
Méndez de Sotomayor mostraban algunos restos de casas derrumbadas y
enrasadas a duras penas para las fiestas y regocijos. En las fachadas de
toda la plaza alterna la piedra arenisca con los detalles salientes de
ventanas y balcones colgadizos, donde predominan el mohoso hierro
de los cierres y de los garabatos de soporte y la madera ennegrecida por
el paso y las inclemencias del tiempo.
Prácticamente, habían pasado
las fiestas de todo el año, pero quedaban algunos restos de los toriles
portátiles para las fiestas de toros, pues este año se habían aplazado hasta la
celebración de las fiestas de la Natividad de la Virgen María. Los almotacenes,
durante toda la mañana, vigilaban a los peones contratados; con grandes
escobones de retama, limpiaban los desechos de las verduras y hortalizas que
habían vendido los hortelanos de la Fuente del Rey, las Riveras y del Castillo
de Locubín. Jugueteaban algunos niños a tirar las piedras a los gansos
como si recordaran los tiempos medievales. Los comerciantes salían a sus puertas
anunciando los nuevos productos:.” Paños catorcenos a bajo precio, estopa,
sábanas de tiradizo y de Holanda,.. ” “Tafetanes variados”, “Sedas
granadinas y de Murcia” “Terciopelos para la s fiestas…”. En la tandilla de aceite,
se llenaban las alcuzas con un líquido viscoso que no ofrecía muchas garantías
a estas alturas del año. El pregonero, en las escalinatas de las puerta
de las plaza de la Iglesia y junto al Cabildo, rodeado de dos poderosos e
hidalgos, formaban un círculo de personas y declamaba un bando del corregidor
anunciado una ordenanza sobre las sanciones a los gañanes que con su ganadería
invadían los predios ajenos.
Hay un bullicio extraordinario a la última hora de la mañana. Pues, muchos clérigos
salen de la iglesia Mayor tras haber oficiado todas las misas de sus
capellanías. Pasan por la sacristía, anotan las rezadas y cantadas en
el libro de registro y miran las tablas para los deberes de los días
venideros. El hambre acucia a todos los comerciantes y vendedores, los
escribanos se despiden de su oficiales a las puertas de las tiendas de
escribanía y los regidores comunican al corregidor los deberes cumplidos de sus
delegaciones; a rapidez se apodera de muchas personas por el tufillo
de las chimeneas, ya que expande un olor entremezclado con hierbas
silvestres y recocido de vísceras y asaduras: se percibe una densa atmósfera
, oculta por el humo negruzco de las chimeneas. Los carniceros
desalojan los tablones de las carnicerías por debajo de plaza, y rellenan de
grasa de animal las lámparas de la torre de la Imagen, ya que les
correspondía su reposición diaria y el pago de los toros de las fiestas.
Curiosamente, de improviso el alguacil mayor conducía a la casa del
corregidor a un esclavo berberisco que gritaba “no tengo culpa
ninguna, soy inocente, yo no coger nada, me lo dio ella”.
Marín de Aranda cruza la plaza y se encamina a la tienda de Gómez Muñoz. Este
lo recibe afectuosamente y le dice:
-Aquí estamos a servicio de su merced, ¿me ha
traído los poderes?
-Estos son los poderes de Alonso de Magaña,
regidor de Alcaudete.
-Pues manos al asunto. Relleno los huecos del
documento. ¿Quiere que le lea el texto completo?
-Hágalo.
-Comienza con las formas de rigor del
arrendamiento, lo hace a la ligeras, casi tatareando, pero se detiene con
alta voz al llegar a los nombres del arrendatario “Hernán Martínez,
sastre vecino de la muy noble ciudad de Alcalá la Real”; y también
cuando llega a esta parte : “ recibe en arrendamiento del
licenciado Martín de Aranda Arroyo, que soy presente y en nombre de Alonso de e
Magaña, regidor de Alcaudete cuatro tiendas que son en la Plaza Alta, que
alindan todas juntas con casas y botica de Martín de Aranda
Arroyo, por tiempo y espacio de tres años”.
-Y añada: “ fecha desde cuando corre el
pago, san Juan del próximo año; cantidad de la renta, 17 ducados”.
-Así ha quedado,
Se lo relee. Mientras el boticario azuza su
oído para que no falte detalle alguno.
-Le he matizado “ en tercios pagos de cuatro en
cuatro meses”- se lo manifiesta el escribano parsimoniosamente-
-Está bien. Correcto.
-¿Falta alguna cláusula más?
-Sí una muy importante, “ que una de las
cuatro ventanas ha de ser para mí el licenciado Martín de Aranda, o a
quien quisiere dejarla y la que quisiere tomar para ocuparlas y tomarla
en las fiestas o cuando se celebraran algún regocijo en la plaza”.
-Puesto está. Ya sé que es muy importante tener
un sitial en la plaza: para los toros, la festividad del Corpus, los autos
sacramentales, los regocijos de las fiestas extraordinarias, para los juegos de
cañas, los ingenios de los gremios..
-Un hidalgo como yo , no puede verse privado de
ocupar un asiento de hidalguía en un día del Corpus, mientras cantan...
-Perdona que le interrumpa. Tengo prisa, mi señor
-Apunte y no olvide, que las tiendas que ocupare
deben estar en prefecto estado de sus tejados y sin menoscabo alguno; si no
debe comprometerse con sus bienes y embargo el sastre.
-También, lo he escrito, Y además acabo
con los mismos términos que otras veces he usado en sus arrendamientos.
-Correcto.
-Vengan firmen ustedes, y como testigos Alonso
Mazuelos y Juan Gutiérrez de Rueda, que tengo prisa. Me llaman de la
Audiencia, otro lío con este chiquillo, que requiere mi ayuda.
Se retiran todos y el escribano se encamina a la
tienda del corregidor. Se le acusaba que había robado unos cuantos maravedíes
a una anciana.
El criado berberisco, de tez de color de
membrillo, vio el cielo abierto cuando entró el escribano. Parecía como
si llevara un asunto entre ambos
-Déjele en libertad, le fío yo. Estoy en deuda
con él. Me ha hecho algunos recados. -----Pero debe e sufrir algún castigo.
-Yo le ajustaré las cuentas.
-Gracias, mi señor, yo no he sido.
Se le acerca al oído al escribano y le
dice:
-Su dama no me hace caso alguno.
-Insiste. Dile que los signos divinos me
acompañan. Díselo.
Y rápidamente marcha hacia la iglesia. El
cura Blázquez le dice que hay que volver por la tarde o mañana, pues el
sacristán está cerrando las puertas.
-Ya te contaré las nuevas marcas que he
encontrado. Subiendo a la torre…
-Usted, puede tener las llaves...
-No, ahora no.
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