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martes, 20 de agosto de 2013

CAPÍTULO IX. EL ESCRIBANO PINTOR DESCRIBE LA PLAZA ALTA DE LA MOTA Y EL QUE ESPERA SE DESESPERA

                         No había hecho más que terminar la escritura de Martín Jufre de Loaysa y llamó a la puerta el criado de Martín de Aranda. Le comunicó que, dentro de breves momentos, llegaría su señor para hacer un arrendamiento de las tiendas  del regidor Alonso  de Magaña, su vecino en la Plaza Alta. En el trance de la espera, por eso que el que espera desespera, en  su interior, se lo come la ansiedad de no poder acudir a la cita con el cura Blázquez interrumpida en varios momentos  por las urgencias e imprevisiones de este azaroso día.  El escribano era el punto opuesto, el contraste fiel con la serenidad y armonía del erudito cura. Pues , mientras este se entretenía en transcribir las letras de  otra estela que subía al coro alto de la Iglesia Mayor Abacial, el  escribano no sabe donde poner sus posaderas. Le hervía la sangre.  


     Sale a la plaza para localizar los datos del contrato y se fija en todos los edificios de su entorno. Su tienda está rodeada  por  unas peñas  junto a la Casa de las Pesas de la Harina, las escaleruelas que accede a la plaza a cuyo flanco izquierdo se adosan varias tiendas del cabildo;  a la entrada  de la plaza  la tienda  que llaman del Portón, la que comunica con los adarvejos del  Cañuto,  y nueve tiendas con su corredor bajo dedicadas a sus compañeros los escribanos;   por la parte alta, otras nueve tiendas donde, a través de un corredor alto, se entra en los aposentos y establecimientos  de los  vendedores de telas, paños y otras mercancías. Se fija , en las tres del centro, que destacan, por un cuerpo de hastial que las precede, donde se encontraba la residencia del corregidor con una arcada, balcón y portada ( se dice así mismo, "buena presencia le dio Juan de Orea"); luego dirige la mirada hacia la zona meridional donde se encontraban la capilla,   la vivienda del alcaide  y la cárcel real  ( bello edificio coronado por unos castillejos en las esquinas y otro central ),  más hacia el oeste la casa de los  Méndez Sotomayor y varias viviendas  de hidalgos en cuyos soportales se encuentran varias tiendas, la botica de Aranda, las cuatro tiendas de Magaña, las tiendas y casa  del propio  Martín de Aranda, donde detiene la mirada  durante más tiempo para no equivocarse en el documento que va a escribir;  aguza la vista hace el fondo  y distingue otras  viviendas como las de Francisco de Gamboa, las casas  y hospital de los Monteses y  las dependencias de la Abadía; y sin forzar su vista,  parece como si  en la parte que mira casi al oriente , se le presentara de frente  el claustro gótico de la iglesia  Mayor que se unía con el cabildo  por un pasadizo superior añadido a la capilla del Deán. Cuando está a punto de volver a su escribanía , se detiene en el último edificio que cierra el círculo de su rápido  ojeo,   las Casas de Cabildo

La plaza no es completamente llana, sino irregular y con pequeños promontorios porque, por algunos ángulos de su superficie, resaltan  algunas peñas del lugar y  del mismo color de las piedras de las  fachadas de mampostería y  las portadas dinteladas.  Sobre todo, son muy señaladas las que ocupan la parte anterior de las Casas de Cabildo  porque sobresalen desde el suelo arrecifado y casi se conectan con los ventanales  y el balcón corrido de maderas del ayuntamiento. Por la parte de la cárcel y las viviendas de los Méndez de Sotomayor  mostraban algunos restos de casas derrumbadas y enrasadas  a duras penas para las fiestas y regocijos. En las fachadas de toda la plaza alterna  la piedra arenisca con los detalles salientes de ventanas y  balcones colgadizos, donde predominan el  mohoso hierro de los cierres y de los garabatos de soporte  y la madera ennegrecida por el paso  y  las inclemencias del tiempo.  

Prácticamente, habían pasado las fiestas de todo el año, pero quedaban algunos restos de los toriles portátiles para las fiestas de toros, pues este año se habían aplazado hasta la celebración de las fiestas de la Natividad de la Virgen María. Los almotacenes, durante toda la mañana, vigilaban a los peones contratados;  con  grandes escobones de retama, limpiaban los desechos de las verduras y hortalizas que habían vendido los hortelanos de la Fuente del Rey, las Riveras y del Castillo de Locubín. Jugueteaban algunos niños a tirar las piedras a los gansos  como si recordaran los  tiempos medievales. Los comerciantes salían a sus  puertas anunciando los nuevos productos:.” Paños catorcenos a bajo precio, estopa, sábanas de tiradizo y de Holanda,..   ” “Tafetanes variados”, “Sedas granadinas y de Murcia” “Terciopelos para la s fiestas…”. En la tandilla de aceite, se llenaban las alcuzas con un líquido viscoso que no ofrecía muchas garantías a estas alturas del  año. El pregonero, en las escalinatas de las  puerta de las plaza de la Iglesia y junto al Cabildo, rodeado de dos poderosos e hidalgos,  formaban un círculo de personas  y declamaba un bando del  corregidor anunciado una ordenanza sobre las sanciones a los gañanes que con su ganadería invadían los predios ajenos.

            Hay un bullicio extraordinario a la última hora de la mañana. Pues, muchos  clérigos salen de la iglesia Mayor tras haber oficiado todas las misas de sus capellanías. Pasan por la sacristía,  anotan las rezadas y cantadas  en el libro de registro y miran las tablas para los  deberes de los días venideros. El hambre acucia a todos  los comerciantes y vendedores, los escribanos se despiden de su oficiales  a las puertas de las tiendas de escribanía y los regidores comunican al corregidor los deberes cumplidos de sus delegaciones; a rapidez se apodera  de muchas personas por el tufillo  de las chimeneas, ya que expande un  olor entremezclado con  hierbas silvestres y recocido de vísceras y asaduras: se percibe una densa  atmósfera ,  oculta por  el humo negruzco de las chimeneas. Los carniceros desalojan los tablones de las carnicerías por debajo de plaza, y rellenan de grasa de animal  las lámparas de la torre de la Imagen, ya  que  les correspondía su  reposición diaria y el pago de los toros de las fiestas. Curiosamente,  de improviso el  alguacil mayor conducía a la casa del corregidor  a un esclavo berberisco que  gritaba “no tengo culpa ninguna, soy inocente, yo no coger nada, me lo dio ella”.

            Marín de Aranda cruza la plaza y se encamina a la tienda de Gómez Muñoz. Este lo recibe afectuosamente y le dice:

-Aquí estamos a servicio de su merced, ¿me ha traído los poderes?

-Estos son los poderes de Alonso de Magaña,  regidor de Alcaudete.

-Pues manos al asunto. Relleno los huecos del documento.  ¿Quiere que le lea el texto completo?

-Hágalo.

-Comienza con las formas de rigor del  arrendamiento, lo hace a la ligeras, casi tatareando, pero  se detiene con alta voz al llegar a  los nombres del arrendatario “Hernán Martínez, sastre vecino de la muy noble ciudad de  Alcalá la Real”;  y  también cuando  llega a esta parte : “  recibe en arrendamiento del licenciado Martín de Aranda Arroyo, que soy presente y en nombre de Alonso de e Magaña, regidor de Alcaudete  cuatro tiendas que son en la Plaza Alta, que alindan todas juntas  con casas  y botica  de Martín de Aranda Arroyo, por tiempo y espacio de tres años”.

-Y añada: “ fecha desde cuando  corre el pago, san Juan del próximo año; cantidad de la renta, 17 ducados”.

-Así ha quedado,

Se lo  relee. Mientras el boticario azuza su oído para que no falte detalle alguno.  

-Le he matizado “ en tercios pagos de cuatro en cuatro meses”- se lo manifiesta el escribano parsimoniosamente-  

-Está bien. Correcto.  

-¿Falta alguna cláusula más?

-Sí una muy importante,  “ que una de las cuatro ventanas ha de ser para mí el licenciado Martín de Aranda,  o a quien quisiere dejarla y la que quisiere tomar para  ocuparlas y tomarla en las fiestas o cuando se celebraran algún regocijo en la plaza”.

-Puesto está. Ya sé que es muy importante tener un sitial en la plaza: para los toros, la festividad del Corpus, los autos sacramentales, los regocijos de las fiestas extraordinarias, para los juegos de cañas, los ingenios de los gremios..

-Un hidalgo como yo , no puede verse privado de ocupar un asiento de hidalguía en un día del Corpus, mientras cantan...

-Perdona que le interrumpa. Tengo prisa, mi señor

-Apunte y no olvide, que las tiendas que ocupare deben estar en prefecto estado de sus tejados y sin menoscabo alguno; si no debe comprometerse con sus bienes y embargo el sastre.

-También, lo he escrito, Y además acabo con los mismos términos que otras veces he usado en sus arrendamientos.

-Correcto.

-Vengan firmen ustedes, y como testigos Alonso Mazuelos y Juan  Gutiérrez de Rueda, que tengo prisa. Me llaman de la Audiencia, otro lío con este chiquillo, que requiere mi ayuda.

 

Se retiran todos y el escribano se encamina a la tienda del corregidor. Se le acusaba que había robado unos cuantos  maravedíes a una anciana.

El criado  berberisco, de tez de color de membrillo, vio el cielo abierto cuando entró el escribano.  Parecía como si llevara un asunto entre ambos

-Déjele en libertad, le fío yo. Estoy en deuda con él. Me ha hecho algunos recados. --­---Pero debe e sufrir algún  castigo.

-Yo le ajustaré las cuentas.

-Gracias, mi señor, yo no he sido.

Se le acerca al oído al  escribano y le dice:

-Su dama no me hace caso alguno.

-Insiste. Dile que los signos divinos me acompañan. Díselo.       

Y rápidamente  marcha hacia la iglesia. El cura Blázquez le dice que hay que volver por la tarde o mañana, pues el sacristán está cerrando las puertas.

-Ya te contaré las nuevas marcas que he encontrado. Subiendo a la torre…  

 -Usted, puede tener las llaves...

-No, ahora no.                                  

             

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