CAPÍTULO III. EL PRIMER CLIENTE DEL ESCRIBANO PINTOR.
No hizo sino abrir la puerta,
cuando aparece una pareja de hombres de mediana altura, algo calvos, y de tez
blanca con los ojos achinados de no haber pegado ojo en toda la noche.Eran los
molineros Francisco Hernández Moreno y
Garcí Delgado González. Quedaron unos
momentos esperando al actor de aquel
contrato de arrendamiento. Les preguntó Gómez Muñoz:
-A quién esperan
ustedes?
-Al señor don Diego de Cabrera.
-Adelantemos el papeleo, ¿sois vecinos de Alcalá la Real?
-Llave y guarda y defendimiento de Castilla.
Se acerca el ilustre caballero,
de porte apuesto, algo larguirucho. Y entra en la puerta, toca un aldabonazo,
Le abre muy ceremoniosamente el oficial
de la escribanía.
-Pase señor don Diego.
-Ah, ya han llegado los
molineros-mientras los saluda con recato, cierto distanciamiento y falta de
apego.
-Hemos comenzado los protocolos,
y estamos en el momento en el que intervine como propietario de un molino
-¿Cuál de ellos?
-El molino de pan moler que está en el término de la Ribera y que
alinda con el camino que va Colomera.
-Ah, el que me han dicho mis
criados que lo iban a arrendar molineros.
-Sí, señor, para servirle
El escribano se detiene para
poner en texto documental y de protocolo notarial la conversación y , mientras pregunta,
ordena al oficial que tome nota:
-¿Tiempo?
-Un año desde el día de san Juan.
-¿Cuota?
-Dos fanegas de harina puestas
cada semana en mis casas de la Mota
–Anote, que en la renta, entran
dos pedazos de tierra que alindan con el
camino.
-Y que nos comprometemos a
devolver le incólumes todas las herramientas
y maquinaria de el molino a fin de contrato.
-Evidente, si no, prepárense para
cargar con los gastos de reposición o falta de ellas.
-Y, en lo de las piedras de
moler, señor don Diego, pues son dos.
-Si molieren las dos a la par,
han de pagar el doble.
Interviene el señor escribano
dirigiendo la palabra al propietario, porque, según señalaban las ordenanzas de
molinos, quedaba a su cuenta esta importante
obligación. Lo hace con estas palabras:
-“ Ha de hacer limpiar el caz del río una vez a su costa en el año y si no lo hiciere , los molineros pueden
apremiarlo; y si no lo limpiare, los dichos molineros, señores Francisco y García,
no han de pagar el interés alguno por el
perjuicio que recibiere”. Tenga, en cuenta, señor Cabrera que, en palabras de derecho “estos
arrendatarios reciben el molino en ribera moliente y corriente, que se entiende
presa llevada y portillo solado” . Y, además, simplemente da crédito de la
situación el juramento de palabra de los arrendatarios.
-Correcto, siga usted.
-Y si faltare una piedra o
rodezno o cualquier herramienta que impida el funcionamiento del molino, ¿qué
debemos hacer?- intervino el molinero García preocupado por los gastos que
conlleva la renta semanal.
-Comunicar a don Diego las
situaciones defectuosas y la del caz del río y jurarla de palabra por Dios-
piense que hay una riada o un tiempo de sequía que no puede regarse.
-Con esto, simplemente, ¿nos
libraremos de pagar la renta?
--Evidentemente, -le contestó el
escribano-. Esto simplemente vale, y sobre todo el juramento. para reforzar
su palabra en el caso de que don Diego no lo reparare.
- ¿No hay ninguna rebaja , en fiestas?- apuntó Francisco Hernández.
-Solamente, pagará un fanega de
harina en dos ocasiones: la semana de Navidad y la de Pascua Florida. Sólo en
esas fiestas.
-Y¿ qué más cláusulas quedan?-
dijo don Diego con ganas de marcharse.
El escribano leyó detenidamente
las condiciones finales de todos los documentos: las responsabilidades y
fianzas, los bienes de posible embargo, las leyes de derecho civil, las Cortes
de Alcalá de Henares, los motivos y las consecuencias de los incumplimientos …
-Todos, de acuerdo….
-De acuerdo.
-Pues, a firmar.
Lo hace con una letra cortesana
algo espigada el señor don Diego. Pero Francisco y García manifiestan que no
saben firmar. Van a la calle y llama a varias personas que firman y hace de
testigos. Eran Hernán Gutiérrez de Rueda, por los arrendatarios, y, para
representar al hidalgo, este se busca unos de su mismo estamento Pedro de
Aranda Góngora y Pedro de Pineda Vallaba. Se dieron todos las manos y se
desearon suerte.
Esta
vez, quisieron cortar el camino, se bajaron por las calles cubiertas del
Cañuto, por entre los distintos adarvillos interiores escalonados a San
Francisco , llegaron a la ermita de Santo Domingo y rezaron. Luego salieron por
la puerta de Granada dirección a las Riveras. Iban cantando.; primero lo hizo
García :
“Que
vengo de moler, moler
De
los molinos de abajo,
Y hablo con la
molinera,
No me cobra
los trabajos.
Se asoma el escribano al mirado y
escucha el eco de “moler, moler”. Fija la atención y sonríe cuando le contesta Francisco a su compañero:
Que vengo de moler, moler,
De los molinos de arriba,
y hablo
con la molinera,
No me cobran las maquilas.
Les interrumpe desde lo alto el
escribano:
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