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domingo, 3 de noviembre de 2013

LA AGUARDENTERÍA DE LA TEJUELA


 

 

 

 

Ante el escribano Manuel Montes Lezcano, un  10 de diciembre de 1718  comparecieron varias personas, todas ellas reclamadas y citadas  por el alcalde mayor  Pedro Montemayor y Pizarro en su casa de la calle Real, ya que el ayuntamiento se la había alquilado por ser un cargo oficial. Habían acontecidos reyertas entre pastores por cuestión de pastos, entre agricultores por motivos de aparcería y lindes, pero este litigio,  ante los mismos ojos del alcalde mayor y no enterarse  de nada,  se pasaba de castaño oscuro. Pues, a unos metros, un poco  más debajo de la aguardentería se había formado un altercado impresionante y nadie quería saber nada de nada. Caminaban un maestro herrador  y un campesino Tejuela abajo, y al revolver de una esquina se encontraron unas mujeres en tono pendenciero tirándose de su cabellera y lanzándose arañados,  y  estos dos vecinos se dijeron el uno al otro.

 

-Vámonos, hombre, ellas que lo armaron, lo desarmarán.

-Vámonos.

Juan de Frías se encerró en su casa y, tras pasar  unas horas, escuchó tras la reja, que no era ruido de mujeres sino una pendencia entre otros dos vecinos suyos, Juan de Vílchez y el menor Pedro Cañete.

La aguardentera Mariana de la Peña acudió a la casa de Juan de Vílchez y contempló la escena. Vio a este medio muerto y tirado al suelo lleno de sangre. Y escuchó que el agresor era un tal Cañete, del que no se dio cuenta de su presencia, porque no tenía ánimo para ello. Juan Peñalver, vecino de tapia lindera, frontero,   salió al amanecer de su casas  y  no percibió nada, solamente, pudo manifestar que un tal Cañete el mozo iba,  paseo arriba abajo,  como si tuviera la mosca tras la oreja. Ya muy tarde, llegó a su casa  y quedó informado de la pendencia entre Cañete y Vílchez,  y de que este último, su vecino, se hallaba herido en la cama por una pedrada de Cañete.  

            Pero, a Cañete no le valió de nada el escabullirse  y salir del atolladero, sino que fue reclamado por la justicia para que se presentara.

El alcalde mayor, habiendo percibido los mismos rumores que los otros vecinos, ni corto ni perezoso había convocado  en primer lugar al escribano Manuel Montes y a sus alguaciles mayores. Les ordenó que el primero escribiera que se abrieran  los autos  y, a continuación, a su equipo policial que trajeran presos a sus vecinos Pedro Cañete, que los  vecinos apodaban “El menor”, y a Juan de Vílchez.

El escribano, a instancias del alcalde mayor y abogado  Pedro  Montemayor y Pizarro, redactó que se había  producido  un altercado muy grave entre los dos vecinos, en forma de  disgusto y pendencia causándose  graves heridas a Juan de Vílchez por parte de Cañete, al que había que infligir un cruel castigo. Inmediatamente, les dio una orden de detención  para que comparecieran  como reos y, al mismo tiempo  para esclarecer las circunstancias, convocó a varios testigos  que hubieran presenciado el caso.  

El alguacil Jacinto Retamosa, tras haber jurado que diría la verdad, fue el primer en manifestar el contenido de los acontecimientos, declarando que Cañete acudió  a la casa de Juan de Vílchez y le dio una pedrada, provocándole la caída; inmediatamente salió corriendo. Pero el mismo lo persiguió y pudo prenderlo, por eso lo tiene preso ante su autoridad. Se presentaron en casa de Juan de Vílchez, y lo encontraron acostado en la cama con la cabeza liada con unos  trapos blancos en forma de vendas.

Como el afectado era Juan de Vílchez, el alcalde mayor le  pidió que declarara ante la cruz  el  relato de los acontecimientos. Y así los hizo:

-“Yo le debía a Pedro Cañete  tres cabezas de obrada con su peón”.

-Es decir el importe de tres días de trabajo con su correspondiente mula,  lo que es frecuente en nuestros pagos donde se intercambian animales y trabajo en labor de aparcería-interrumpió el escribano.

-Déjeme, señoría, que se me va el hilo, pero hace unos días vino Cañete a mi casa y me pidió la mula a cuenta de  lo que le debía,  con el fin de que iba a arar las tierras del cura José Solís. Se la prestó, y,   tras la obrada, se la trajeron, al anochecer,  el cura y Cañete, destrozada y renqueando, jadeando  como si se fuera a morir. Se lo voy a decir más claro que el agua, me la trajo con el mismo efecto que si hubiera salido de un río, reventaíca.

-Déjese de epítetos, vaya al grano.

-Volvió de nuevo otro día y se la dejé con el fin de que le pagaría a cuenta de otra peonada. Y, esta mañana, mire su señoría por donde,  cuando acabé de dársela de nuevo, se dirige a mí con estas palabras: me dice el cura Solís que eres un hombre pícaro, ruin y embustero.

-Claro, y, en consecuencia,  empezó la trifulca.

-Pues claro que sí, cómo iba a  consentir yo aquello. Le dijo que no me lo creía, también que el cura no era un hombre, que yo  averiguaría todo esto. Y, alterado, hecho una hidra o un energúmeno,  porque no podía más...le dije que no se llevaba la mula.

--De seguro que  entonces  cambiaron las cosas.

-Como lo sabe, cogió la mula para llevársela y yo tiraba de mi mula para meterla en mi casa, `pero Cañete, se arrodilló  y agachó, cogió una piedra igena

-Que no; ígnea, volcánica,  me demuestra que es un cateto.

- … y me la tiró a la cabeza.       

-Pero mi mujer que presenciaba la  escena lo cogió del brazo y no pudo alcanzarme. De nuevo se soltó y cogió otra piedra  que le hirió en la frente. Caí desmayado, y entre nubes, acudió a mis gritos el síndico  alguacil que me preguntó si quería querellarme con quien me había herido, para que corriese con los cargos de mis heridas y daños.

-Y, usted,  Juan, que me dice?

-Que no, que no me quiero querellar, que yo corro a cargo de mis curas, medicinas y boticas, y me pongo en manos de cirujano para que cierre mi herida. Señor alcalde, primero es la salud; luego, ya veremos…

-Atente a tus razones y, pero debes mantener bajo mis órdenes, no  te excedas con alguien. Y, como no quieres querella, debes pagar todos los perjuicios que se te han ocasionado.

Llamó al cirujano y le reconoció. Lo primero que hizo fue quitarle los trapos y dirigiéndose al alcalde mayor, le diagnosticó:

-tiene varias heridas, una en la frente  y otra en la cabeza en el coronal; los trapos están llenos de sangre, para que conste en la diligencia.

-Gracias, Ginés Terol,  cúrelo.

 

 

Se puso a curarlo para emitir su parte médico  y así se los manifestó al alcalde mayor :

 

- Pero , se lo voy a diagnosticar en e términos médicos “He curado a  Juan de Vílchez,  vecino de esta ciudad,  de una herida   contusa fracturando el cráneo en el  gueco coronal continuando con el criborio  otra herida que tiene  el susodicho en el coronal continuando en la comisura coronal y son peligrosas  por el sitio que ocupan  y por los accidentes que `puedan sobrevenir , que esto al verdad  a su saber y entender. Lo firmo ,  a requerimiento de su merced

-Gracias, Ginés.

 

Se tomaron una parada el escribano y  el juez. En el ínterin acudieron los testigos. Un tal Juan Márquez, maestro herrero,   le dijo al escribiente que todo fue al amanecer cuando los campesinos salían al campo,  y en la esquina de la aguardentería donde tomaban la  energía y el combustible para iniciar la tarea, escucharon varias mujeres alteradas, a las que trataron de ayudarle. Desistieron de su colaboración y auxilio  y no dieron más que estos escuetos datos, tan solo escucharon voces y gritería.  Juan Guerrero dio más detalles, porque muy ceremonioso manifestó que venía del Llanillo hacia la Tejuela cuando oyó grandes voces y se acercó al lugar de la pendencia y, en sus palabras lentas y calmosas,  manifestó que los “quiso meter en paz”, pero no pudo, pues no lo respetaron. Y dio un nuevo dato, me insinuando que anteriormente Juan de Vílchez le lanzó otra pedrada a Cañete que le cayó a la espalada.   

No estaba muy conforme el alcalde mayor con las declaraciones del primero y mandó al ministro de justicia que se trajera de nuevo  a Cañete ante su presencia, al mismo tiempo que ordenó que se le embargaran los bienes de su casa. Y envió al síndico  con  varios ministros de justicia fueron a la  calle Pastores y recogieron  todo el mobiliario de esta persona , poca cosa , alguna ropa de cama,  un bufete de nogal, varias arcas,  objetos de cocina-olla, una caldera , una artesa,  cinco retazos de tela, otra caldera, un caldero, un perol, una aja de agua, dos pares de trébedes, un asador, dos candiles, una sillería  de enea , seis lienzos de pintura,… y  escasa vestimenta, si esta puede llamarse a dos calzones pequeños, un jubón de sempiterna con mangas de calimaco , una espada de caballo, una escopeta de cartuchos , una capa de paño, manto de anascote, pollera , y algunos instrumentos del campo como a azada y el amocafre.

            El síndico subió a un cuarto de la segunda planta  con las mujeres  y le preguntó qué había allí.

-No se lo puedo decir ni pienso abrirle, porque esta habitación pertenece a

Juan Garrido.

-El labrador-le contestó el síndico.

-Sí mi señor.  Pero yo no le puedo abrir, y me niego a que lo haga.

-Bueno, alguacil, llama al cerrajero Antonio, que venga…

Acudió el cerrajero y encontraron muchos bienes muebles dentro de ella. Un serón  con cuatro fanegas de  harina,  20 fanegas de trigo,  una arroba de lino,  media fanega de palo herrada,  un arcón con vestimenta (  chamarra de paño fino y azul,  calzones con botones de plata,  capa de lamparilla,  mantilla , medias, capa de pelo , jubón de rato verde, una montera,  varias piezas de  cáñamo, sábanas,  camisas,  calzoncillos). Y el síndico le dijo:

-Llevad todo a las casas y depósito de Pedro Fernández.  Y que firmen los testigos que se los hemos dado y no lo puede devolver hasta que haya sentencia firme.  ,

            -Siempre, Cañete y su familia, con sus pillerías. Por eso, se ve en estos enredos.    


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