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sábado, 6 de octubre de 2012

EL VINO DE LA SIERRA SUR


EL VINO DE LA SIERRA SUR

 

            En un tiempo tan agradable del año como es la estación otoñal, la vendimia ocupa un lugar primordial dentro de las faenas de los labradores del campo. No debe desorbitarse la importancia de este producto que, hace unos años, recibió el título de mención honorífica, a un paso o peldaño en la posible denominación de Origen de “Vinos de la Sierra Sur” gracias al tesón y trabajo del frailero Luís Aceituno. Es evidente que nuestros montes y nuestros llanos ya no  están ocupados por las grandes extensiones de viñedo, que desgramadamente casi  desaparecieron con la  incorporación de España en  la CEE. Suena a música celestial el privilegio del vino, concedido por Carlos I y Juana de Amor,  que convertía a nuestro torrontés en vino de mesa de muchos hogares de Andalucía e, incluso,  bebida exquisita de algunos reyes como Felipe III y Felipe IV; también , muchas personas se han olvidado del vino baladí que acompañaba a muchos jornaleros con su dosis de excitante benigno y de acicate animoso a la hora de enfrentarse al duro mundo del trabajo campesino ; y, ya no digamos, ni se nos ocurra hablar  sobre otras variantes de vidueño y sobre el de más ínfima calidad como  era el del estrujón que quedó como un  fósil pastoso en los huecos de las  bodegas de la Mota.  La traicionera filoxera del siglo XIX  arrasó los  campos de la Sierra Sur donde el hombre colocó, a lo largo y a lo ancho,  extensos  olivares.  Y, luego, le sobrevino la puntilla  con el  economicismo de turno europeo: pues se  fomentó la  rubia cerveza del Rhin  en lugar de los ricos caldos de nuestra comarca;  nos convertimos de la noche a la mañana en señoritos de  las ferias  de sello sevillano con la manzanilla y el finolaína abandonando nuestros  sabrosos  ponches y nuestros vinos de bodegones y tabernas de lagar de las calles del casco antiguo y aldeas, donde se creaba aquella atmósfera de  sana sociabilidad y de la cultura en la calle. Una cultura que, en algunos aspectos, podíamos remontar a tiempos lejanos del padre de Juan Ruiz de Cisneros, nuestra versión del Arcipreste de Hita, y deberíamos revivir  con una ruta del pan talar  y el vino del lugar, recreando ambientes de tradición molinera y panadera junto con el lagar, el bodegón y la taberna de los labradores.  Pues ya nos decía el profesor italiano Gianluca Pagani acerca del  poema de la alimentación recogida en El  Libro de Buena Amor: “… había muchos productos que eran objeto de consumo por parte de todos los sectores sociales: como el vino y el pan. Aunque difiriera la calidad de los mismos, que bajaba proporcionalmente al estatus social”.

            Como no somos tan ricos como quisiéramos o , quizás, pretendimos serlo , convendría que nos iluminara la torre del Cascante en medio de los viñedos de Marcelino y nos hiciera ver la importancia que “ con pan y vino, se hace el camino”; pues con vino se realiza hasta los actos más profundos del alma humana como son el sacrificio divino. Y, por otra parte,  deberíamos apostar un producto de soberanía alimentaria, cercano, saludable y ecológico como son los Vinos de la Sierra Sur. Conocimos sus lagares y sus bodegas, todavía nos quedan algunos vestigios casi arqueológicos. Incluso, los hay que se atreven a porfiar los foráneos cava y champán con sus vinos espumosos. Nos ha tocado el momento de la crisis, y, en cierto sentido, de la autarquía económica Y  qué cosa no es mejor que defender nuestros productos y no depender de los vaivenes financieros. Además, es el momento de  salir a la calle y reivindicar los antiguos bodegones, mesones y tabernas, donde las viandas caseras realizaban  la ceremonia del ágape solidario y benefactor de la felicidad asociativa. 

 

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