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domingo, 28 de octubre de 2018

EN LA SEMANA DEL DIARIO JAÉN MAGNA EXPOSICIÓIN EN ALCALÁ


LA MAGNA EXPOSICIÓN EN EL CDL ANIVERSARIO DEL NACIMIE















NTO DE JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS

En el ecuador de la celebración del 450 Aniversario del Nacimiento de Juan Martínez Montañés, se viene celebrando una magna exposición sobre su vida y su obra en el Aula Magna del exconvento de San José de los Padres Franciscanos Capuchinos. Un espacio del antiguo templo que se ha queda pequeño para albergar las setenta muestras y documentos de esta importante iniciativa cultural. Son muchos los estudiosos y amantes de la obra montañesina que han pasado por ella. Y, bajo la nueva mano organizativa del comisario Juan Cartaya se han visto sorprendidos de entrar en un contacto directo y singular con el Dios de la Madera, que es el título que preside la muestra expositiva.
           El espectador se encuentra, en primer lugar, una renovación en el conocimiento de la infancia del genio e hijo predilecto de la ciudad de la Mota, cuando accede al rincón de los pies del templo. Su pila de bautismo, su árbol genealógico, la mano de su padre o de los bordadores que trabajaron en Alcalá la Real, y el entorno artístico de la Alcalá que contempló en sus primeros años de su infancia son palpables en los restos retablísticos de la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos. Si hubiera que fijarse en algún detalle, nos quedaríamos con dos objetos: la escritura de arrendamiento de la casa de la calle Real y la tabla de La Circuncisión. El primero nos trae a colación una nueva lectura de sus primeros pasos gracias a los documentos del Archivo Histórico Provincial, que se exponen junto a la partida de bautismo de la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias, actual sede de la parroquia dedicada al Patrón de Alcalá la Real. La tabla de la Circuncisión crea un hilo umbilical de los artistas alcalaínos, que compartieron vida con el niño montañesino y su padre en el taller de bordado. Parece como si los Sardos-Raxis, Martín Pérez, Jusepe de Burgo o Rodrigo de Figueroa le hubieran inspirado el tratamiento de niño montañesino.
            Granada y Sevilla se muestran y se funden en la exposición como dos peldaños de su carrera artística. Y lo hacen de la mano de sus maestros, sobre todo la ciudad de la Alhambra a partir de las muestras de los Raxis- Sardos, estos artistas que se afincaron en tierras alcalaínas y expandieron su obra por las tierras abaciales del Sur de Jaén y en las provincias colindantes. Su primer maestro el imaginero Pablo de Rojas se presenta con las mejores muestras de su producción artística con la Virgen de los Favores y los dos Crucificados, el del Seminario y el de la Capilla de los Beneficiados de la Catedral de Granada. Además, su sobrino y estofador Pedro de Raxis ilustra de la influencia de esta importante familia en su paso de Montañés por Granada.
 Sevilla, la Babilonia del Mundo, se enmarca con documentos y obras el entorno DE Francisco de Pacheco junto con varios retratos que dejan entrever la personalidad del Lisipo español. Pero, su participación en la Granada, el acta de su examen de artista, y sus contratos de obras enmarcan a un triduo de Inmaculadas, que explica perfectamente la razón de que sus manos surgiera una obra como la Cieguecita de la catedral sevillana.
            Es verdad que sus modelos iconográficos quedan insinuados en el caso de los Niños Jesús y de los Jesús Nazarenos con algunas muestras de obras montañesinas o de copias posteriores, pero el rincón que envuelve en la santidad supera esta ausencia. Pues, allí se encuentra en un diálogo intenso entre imágenes del Dios de la Madera y de sus discípulos y coetáneos. Desde el Cristo majestuoso de Rojas hasta el de la capilla del evangelio, perteneciente al ático del monasterio de Santa Clara, se invita al acercamiento del espectador para entablar una reflexión sobre la lección de aprendizaje entre el discípulo y el maestro.  Entre las imágenes del san Juan Bautista y del san Juan Evangelista, se comprende el paso del manierismo al naturalismo montañesino. Las de las Santas, desde Santa Inés hasta la Magdalena, interrogan sobre un patrimonio andaluz que supo captar el mundo tridentino y se encuentra envuelto en el arcón de su recuperación. Otras forman un coro envolvente como Zacarías y san José que se funde con las nuevas corrientes del misticismo de la época de Martínez Montañés. San Francisco de Asís y san Ignacio de Loyola persuaden al visitante a un intimismo y a un sentimiento protobarroco, que todavía no cae en el dramatismo de tiempos posteriores, hacen meditar y compartir unas vivencias como si se tratara de personajes reales por la expresión de sus rotos. El retablo del convento sevillano de Santa Clara parece como si hubiera bajado de las alturas para hacernos comprender mejor la obra montañesina, que se complementa con otras muestras de particulares, cofradías e iglesias sevillanas.
El testero del presbiterio capuchino queda reservado para una muestra de la obra retablística de Martínez Montañés, entre el retablo de la iglesia sevillana de san Onofre y la tabla de la Adoración de los Pastores del monasterio de Santa Clara. Contemplar esta última es retrotraerse a la obra de su maestro y proyectarse en las tablas del monasterio de San Isidoro de Santiponce. La armonía, el equilibrio, la perfección clásica se ejemplifican en este rincón, donde se recuerda su intervención en la obra no religiosa del genio de la madera con su amistad con Velázquez y el busto de la cabeza de la estatua de Felipe IV.
No queda espacio en la sala para exponer más obra, unos apuntes artísticos sobre su discípulo Juan de Mesa sirven de contraste de una muestra que ha debido suponer un gran esfuerzo para los organizadores y las instituciones promotoras, al mismo tiempo que nadie debería perderse y comprender con su visita la influencia de la ciudad de la Mota en la obra montañesina.
           

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