LA MAGNA EXPOSICIÓN EN EL CDL ANIVERSARIO DEL NACIMIE
NTO DE JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS
En el ecuador de la celebración del
450 Aniversario del Nacimiento de Juan Martínez Montañés, se viene celebrando
una magna exposición sobre su vida y su obra en el Aula Magna del exconvento de
San José de los Padres Franciscanos Capuchinos. Un espacio del antiguo templo
que se ha queda pequeño para albergar las setenta muestras y documentos de esta
importante iniciativa cultural. Son muchos los estudiosos y amantes de la obra
montañesina que han pasado por ella. Y, bajo la nueva mano organizativa del
comisario Juan Cartaya se han visto sorprendidos de entrar en un contacto
directo y singular con el Dios de la Madera, que es el título que preside la
muestra expositiva.
El
espectador se encuentra, en primer lugar, una renovación en el conocimiento de
la infancia del genio e hijo predilecto de la ciudad de la Mota, cuando accede
al rincón de los pies del templo. Su pila de bautismo, su árbol genealógico, la
mano de su padre o de los bordadores que trabajaron en Alcalá la Real, y el
entorno artístico de la Alcalá que contempló en sus primeros años de su
infancia son palpables en los restos retablísticos de la iglesia parroquial de
Santo Domingo de Silos. Si hubiera que fijarse en algún detalle, nos quedaríamos
con dos objetos: la escritura de arrendamiento de la casa de la calle Real y la
tabla de La Circuncisión. El primero nos trae a colación una nueva lectura de
sus primeros pasos gracias a los documentos del Archivo Histórico Provincial,
que se exponen junto a la partida de bautismo de la iglesia de Nuestra Señora
de las Angustias, actual sede de la parroquia dedicada al Patrón de Alcalá la
Real. La tabla de la Circuncisión crea un hilo umbilical de los artistas
alcalaínos, que compartieron vida con el niño montañesino y su padre en el
taller de bordado. Parece como si los Sardos-Raxis, Martín Pérez, Jusepe de
Burgo o Rodrigo de Figueroa le hubieran inspirado el tratamiento de niño
montañesino.
Granada y
Sevilla se muestran y se funden en la exposición como dos peldaños de su
carrera artística. Y lo hacen de la mano de sus maestros, sobre todo la ciudad
de la Alhambra a partir de las muestras de los Raxis- Sardos, estos artistas
que se afincaron en tierras alcalaínas y expandieron su obra por las tierras
abaciales del Sur de Jaén y en las provincias colindantes. Su primer maestro el
imaginero Pablo de Rojas se presenta con las mejores muestras de su producción
artística con la Virgen de los Favores y los dos Crucificados, el del Seminario
y el de la Capilla de los Beneficiados de la Catedral de Granada. Además, su
sobrino y estofador Pedro de Raxis ilustra de la influencia de esta importante
familia en su paso de Montañés por Granada.
Sevilla, la Babilonia
del Mundo, se enmarca con documentos y obras el entorno DE Francisco de Pacheco
junto con varios retratos que dejan entrever la personalidad del Lisipo
español. Pero, su participación en la Granada, el acta de su examen de artista,
y sus contratos de obras enmarcan a un triduo de Inmaculadas, que explica
perfectamente la razón de que sus manos surgiera una obra como la Cieguecita de
la catedral sevillana.
Es verdad
que sus modelos iconográficos quedan insinuados en el caso de los Niños Jesús y
de los Jesús Nazarenos con algunas muestras de obras montañesinas o de copias
posteriores, pero el rincón que envuelve en la santidad supera esta ausencia.
Pues, allí se encuentra en un diálogo intenso entre imágenes del Dios de la
Madera y de sus discípulos y coetáneos. Desde el Cristo majestuoso de Rojas
hasta el de la capilla del evangelio, perteneciente al ático del monasterio de
Santa Clara, se invita al acercamiento del espectador para entablar una
reflexión sobre la lección de aprendizaje entre el discípulo y el maestro. Entre las imágenes del san Juan Bautista y
del san Juan Evangelista, se comprende el paso del manierismo al naturalismo
montañesino. Las de las Santas, desde Santa Inés hasta la Magdalena, interrogan
sobre un patrimonio andaluz que supo captar el mundo tridentino y se encuentra
envuelto en el arcón de su recuperación. Otras forman un coro envolvente como
Zacarías y san José que se funde con las nuevas corrientes del misticismo de la
época de Martínez Montañés. San Francisco de Asís y san Ignacio de Loyola
persuaden al visitante a un intimismo y a un sentimiento protobarroco, que
todavía no cae en el dramatismo de tiempos posteriores, hacen meditar y
compartir unas vivencias como si se tratara de personajes reales por la
expresión de sus rotos. El retablo del convento sevillano de Santa Clara parece
como si hubiera bajado de las alturas para hacernos comprender mejor la obra
montañesina, que se complementa con otras muestras de particulares, cofradías e
iglesias sevillanas.
El testero del presbiterio capuchino
queda reservado para una muestra de la obra retablística de Martínez Montañés,
entre el retablo de la iglesia sevillana de san Onofre y la tabla de la Adoración
de los Pastores del monasterio de Santa Clara. Contemplar esta última es retrotraerse
a la obra de su maestro y proyectarse en las tablas del monasterio de San
Isidoro de Santiponce. La armonía, el equilibrio, la perfección clásica se
ejemplifican en este rincón, donde se recuerda su intervención en la obra no
religiosa del genio de la madera con su amistad con Velázquez y el busto de la
cabeza de la estatua de Felipe IV.
No queda espacio en la sala para
exponer más obra, unos apuntes artísticos sobre su discípulo Juan de Mesa
sirven de contraste de una muestra que ha debido suponer un gran esfuerzo para
los organizadores y las instituciones promotoras, al mismo tiempo que nadie
debería perderse y comprender con su visita la influencia de la ciudad de la Mota
en la obra montañesina.
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