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miércoles, 9 de octubre de 2013

CAPÍTULO XIII. LOS ALCALAÍNOS EN LAS GUERRAS DE LA ALPUJARRA, PRIMERA PARTE.


 

 

 

CAPÍTULO XIII

 

            Tras la misa, Antón y su esposa salieron de la iglesia y se juntaron con otros vecinos en una amena tertulia  intercambiando algunas frases del sermón del abad. Despidieron al sacristán que en el claustro enseñaba  la doctrina cristiana a unos  niños sentados en un  banco.

            Por  las escalinatas de la plaza,  escucharon el sonido de una trompeta convocando  con su ronca llamada  a los que estaban dispersos por la Plaza Alta  casi desértica y por las calles adyacentes; llegaron un regidor, un portero de cabildo  y un ministril que hacía de pregonero aprovechando el mayor concurso de gente. Abrió un folio enrollado en forma de cilindro y, en voz alta,  a todos pidió que se hiciera silencio. Con voz ronca y algo desgarrada por el sobreesfuerzo de anteriores intervenciones y los fríos de invierno, leyó la última ordenanza que había aprobado el cabildo municipal del viernes. Muchos de los tenderos daban su anuencia a lo que escuchaban desde sus tiendas, porque obligaba a los playeros, los mercaderes del pescado de la Costa, a vender sus mercancías en la Plaza Baja de la Mota. Pues, hasta ahora, muchos vecinos se habían bajado al llano abandonado la fortaleza  y habían abierto tiendas y talleres fuera del  recinto fortificado. Incluso, en los mesones que se hallaban en la primera línea de los arrabales nuevos  se comercializaba muchas mercancías que venían destinadas al tradicional mercado; entre ellas, la que más se escapaba de este rigor y control era  esta de la venta del pescado de modo que , al final, quedaban las muestras más deterioradas para las tiendas de la Plaza Baja. 

            Bajaron Entrepuertas, un tramo de la calle Real y , por los Mesones Altos, dejándolos a la izquierda, se adentraron por la Puerta del Arrabal  del barrio de Santo Domingo. Dieron varias veces de bruces en el suelo al escurrirse por entre las piedras ígneas hasta que llegaron a su casa. La llave chirrió y, con gran esfuerzo, finalmente Antón abrió la cerraja. Leonor colocó la mesa y, aquel día, un guiso de asadura y cabezas sació el apetito del matrimonio.

            Tras la comida, limpió la mesa de las migajas del pan  y de algunos trocitos de carne que habían quedado; luego, se trajo de nuevo el legajo  titulado "Gómez de Mesía" y los papeles  con estrella  de ocho puntas aludiendo al reino nazarí. Lo abrió   de nuevo por el mismo lugar que lo había dejado antes de ir a misa.  Comenzó leyendo que, como era propio de su cargo,   el corregidor compartía la responsabilidad  gubernativa con la ciudad de Alcalá la Real, la capital del corregimientos, y con todos  los pueblos del corregimiento, Loja y Alhama, representados respectivamente por un alcalde mayor en su ausencia.

            Releyó la carta conjunta para las tres ciudades  avisando sobre el estallido de la guerra, al mismo tiempo que recibió, específicamente,  otra personal que contenía  el mismo mensaje  y mandamiento con términos más expeditivos al alcalde mayor.  Primero, se fijó en el folio en el que contenía la actividad bélica en tierras de Loja. Por estar más cercana  esta ciudad al frente de batalla, el alcalde mayor dividió la ciudad en varios barrios, repartiendo la vigilancia entre cuadrillas dirigidas por los regidores que formaban una compañía de cien soldados para hacer rondas de noche, pues esperaban asaltos,  imprevistos y a traición,  de los moriscos amparados  en la oscuridad del invierno. También tenía apuntado que, el  día 28 de diciembre, salieron de Loja  doscientos hombres en dirección hacia la Alpujarra bajo las órdenes del marqués de Mondéjar.

            Para fortalecer la  ciudad lojeña, al mismo tiempo, se realizaron muchos reparos de muros y portillos abiertos, así como gran número de obras de fortificación de la Alcazaba . Entre el  mes de febrero  y  mayo, el peligro del ataque de los moriscos rondó,  en  varias ocasiones, las ciudades de   Alhama y  Loja.   Pero el escribano guardaba solamente   estos datos de estas dos ciudades del corregimiento  de los  primeros momentos de la guerra; o, en algunos momentos, si trataban deL corregidor Gómez de Mesía, que se había trasladado inmediatamente al frente de batalla entre las ciudades de Loja y Alhama, donde había  un peligro mayor e inminente, dejando en Alcalá la Real al alcalde mayor Francisco Téllez.

 

            Había dividido en dos capítulos  la participación de las tropas alcalaínas en esta guerra: desde el principio hasta finales de  febrero; y, un segundo capítulo, relacionado con la llegada de don Juan de Austria. Del primer capítulo, copió dos títulos tenía apuntados :  " que las tropas del corregimiento de Alcalá la Real, se pusieron bajo las órdenes del  marqués de Mondéjar".  "Y este formó su campo contra los rebeldes". Y había copiado literalmente  algunos párrafos de Diego Hurtado de Mendoza y de otros cronistas para ampliar la secuencia histórica, como veremos a lo largo del relato con citas textuales o adaptaciones de los relatos.

            Este era  el  escenario bélico entre los dos  contendientes.   Los vecinos   de Granada  estaban  muy perturbados por las nuevas que cada hora venían de las muertes, robos e incendios cometidos los moriscos en las tierras sublevadas.  y  solamente pensaban en la venganza. El marqués de Mondéjar daba priesa a las ciudades que le enviasen gente para salir en campaña, porque en la ciudad no había tanta que bastase para llevar y dejar, certificándoles que de su tardanza podrían resultar grandes inconvenientes y daños, si los rebelados, que estaban hechos señores de la Alpujarra y Valle, lo viniesen también a ser de los lugares de la Vega, por no haber cantidad de gente con que poderlos oprimir, antes que sus fuerzas fuesen creciendo.

 

            Para enlazar con lo anterior, Antón releyó los escritos  primeros y fue resumiendo la lectura de la mañana  sobre   los  preparativos de la guerra en la ciudad de Alcalá :  el día 26 de diciembre  se reunieron dos veces por la mañana y por la tarde para el nombramiento del capitán y su estado mayor (un  alférez, un sargento  y cuatro cabos de escuadras),  fijaron 500 ducados  para el desempeño de la jornada, se ordenó al   jurado Pedro de la Peña que alistara inmediatamente  los soldados del Castillo de Locubín,  el alcalde mayor en Alcalá declaró el estado de guerra, añadiendo el envío del regidor Rodrigo de Góngora para darle de nuevo dinero cuando se juntaran en la ciudad, emitió otra orden militar  para  que estuvieran preparadas con sus sillas y pertrechos  todas las personas que tuvieran caballos y yeguas  con el fin de que lo pusieran a disposición de las autoridades en algún momento del conflicto bélico. El capitán  Juan de Figueroa nombró todos los cargos de la compañía de caballeros en la tarde del día 27 de diciembre: como alférez Francisco de Leiva Aranda, como sargento  Antón García de Rivilla , y cabos de escuadra Juan Gallego,  Juan de la Blanca, Martín de la Fuente y Hernán Ruiz de Cuenca y Cristóbal  para los soldados de la villa del Castillo. En la mañana del miércoles 29 , se reunió solemnemente el cabildo municipal y, bajo la presidencia del  señor alcalde mayor, representando al rey Felipe II, se llamó al capitán, y se le dijo:

-Le entregamos la bandera y todos los instrumentos de guerra para que acuda a las órdenes del señor Marqués de Mondéjar, capitán general,  al servicio de su Majestad.

-Lo acepto- respondió el capitán.

-Jura rendir  pleitesía y homenaje al rey en el nombre de mi, alcalde mayor.

-Lo juro.

            A continuación, el señor alcalde mayor le entregó la bandera de la ciudad con su asta y trapo para que defendiera al rey en tierras granadinas. Y , él a su vez, se al entregó al alférez.  El alcalde mayor le cogió a Juan de Aranda una mano con otra y metió la suya en medio, mientras el capitán dijo esto:

-Juro pleito homenaje  y , como caballero  notorio, según el fuero de España, tener la dicha bandera e los demás instrumentos  de guerra  de esta ciudad para servir  a Su Majestad Felipe II por la orden que le está dada por las cédulas del Ilustrismo señor Marqués de Mondéjar, capitán general , que la tornaré a esta ciudad a poder de la Justicia e Regimiento del de quien la recibe,  y en todo haré fiel que al servicio de Dios Nuestro Señor e Su Majestad  Real convenga como bueno  y leal capitán sopena de traición me conlleve y de las  otras penas establecidas contra los  capitanes que quebrantan  sus fees y pleitos homenajes y la fe debida su Re Nuestro Señor.

-¿Lo firma para ratificarlo?.

-Lo firmo.

            Tras solucionar  los difíciles problemas de  financiación del traslado de las tropas, marcharon los cien tiradores alcalaínos, en su mayoría arcabuceros,  hacia Granada, y lo mismo lo hicieron las otras ciudades del corregimiento de Loja y Alhama con un número similar de caballeros. El capitán Juan de Aranda Figueroa gozaba del apoyo unánime del cabildo municipal porque era joven para el combate,  tenía buenos antecedentes en otras lides y  prestigio y  calidad humana para la tropa. Este, que no  Diego de Aranda como solía nombrarlo Hurtado de Mendoza y le corregía con gran cabreo el oficial de escribanía Antón en sus cuadernos, ganaba nada menos que dos ducados diarios por día de jornada, el alférez Francisco de Leyva uno, el aposentador y tamborilero que marcaba el paso, otros seis reales; ya cada uno de los cien arcabuceros, tres reales por mes, elegidos entre los cuatrocientos peones que fueron ala plaza por ser los más hábiles en su edad para afrontar esta difícil campaña. Los del Castillo formaban una escuadra con doce ballestas, diez arcabuces y tres sin armas;  las tres escuadras alcalaínas, surtida de hombres jóvenes  de oficios artesanales campesinos  y reemplazando a los padres  para no dejar a las mujeres y niños sin alimento,  iban equipadas  en su mayoría con arcabuces salvo tres o cuatro ballestas, dos tambores y, sin armas, el furriel y aposentador Cristóbal Jiménez.  El capitán les previno que les pagara cuarenta reales a cada soldado por el momento y estuviera a su cargo en cada día del camino el avituallamiento , pero que no les diera todo el dinero, porque ya sabía que muchos de ellos en otras ocasiones lo habían dedicado a gastarlo en juegos de apuestas entre ellos y luego asaltaban todas las alquerías por donde pasaban causando malestar entre los vecinos. Junto al capitán,  Juan de Aranda marchó  a Granada  un comisario que se entrevistó con el Marqués de Mondejar comunicándole que la ciudad estaba sin fondos. En este mismo día, esta compañía marchó a Granada y se puso bajo las órdenes del marqués.

            En el día 30 se recibió una nueva carta del día anterior  del Presidente de la Audiencia comunicando la grave situación en que se encontraba la ciudad  con la rebelión de los moriscos del  reino de Granada, y pidiendo otros doscientos tiradores de Alcalá para defender,  bajo sus órdenes y  como guarnición suya,   el Albaicín, lo que dio lugar a que el alcalde mayor Téllez convocase a cabildo, en su aposento de las torres de   la Justicia, a los caballeros  del cabildo municipal y se eligiera al regidor  Baltasar de Aranda para que hablara con el presidente del Audiencia y aclarara el asunto ante la confusión de noticias, órdenes y el nerviosismo reinante. No obstante para no caer en olvido se tocó la campana mayor de la Mota anunciando un alarde ante la Casa de Justicia de la Mota con el fin de que acudieran las personas útiles entre 20 y 40 años con sus armas   y se previnieran las cabalgaduras disponibles en la ciudad y su villa del Castillo de Locubín. Una vez hecho el alarde  para completar la lista,  el alcalde impidió salir de la  ciudad a cualquier persona  requerida para   esta leva, pues el último día de año no contaba más que  con catorce hombres en la plaza.

             El domingo día dos de enero de 1569, en medio de dilaciones de los regidores y  requerimientos de los jurados para cumplir las órdenes superiores, el alcalde mayor convocó un nuevo cabildo con la presencia de Baltasar de Aranda recién llegado de Granada y con  dos cartas bajo la manga. El alcalde mayor leyó la primera, la del presidente de la Chancillería,  para que se le enviaran tiradores  sin capitán ni alférez  y prometiéndoles buen sueldo, lo que fue aceptado por todos los presentes. Pero sacó una nueva carta del marqués de Mondéjar que les exponía la difícil situación por la que atravesaban en el reino de Granada, al mismo tiempo que les daba el agradecimiento  por el envío de los cien hombres bajo las órdenes de Juan de Aranda. Pero el marqués alarmaba deque " los enemigos se habían engrosado en gran número y se habían rebelado en toda la Alpujarra" y  solicitaba, con un nuevo mandamiento,  que enviaran para pelear en la taha de Órgiva toda la gente útil a pie y caballo , que hubiera en Alcalá sin reserva de ninguna  persona al mando de un nuevo capitán.

            Como sabía que la tarea era difícil , el alcalde mayor obligó a los vecinos con una multa de 3.000 ducados en caso de deserción  al mismo tiempo que mandó al portero traer una caperuza, donde introdujo los nombres de los cinco regidores presentes en el cabildo. Llamaron a un niño de seis años  y este sacó en suerte ( bueno, por lo que aconteció posteriormente, mala suerte) el nombre de Pedro Serrano de Alférez para que se hiciera cargo  como capitán de llevar las tropas al marqués de Mondéjar . Inmediatamente,  pidió la palabra y rechazó su nombramiento, pero , para paliar su negativa, propuso para este encargo  a su hijo Francisco de Aranda. Todos lo rechazaron, y el muy testarudo trató de escabullirse de la responsabilidad alegando que se sentía muy enfermo y con muchos achaques en los pies. El alcalde mayor lo amenazó con una pena máxima para las Penas de Cámara del Rey. Al día siguiente, por la tarde, le obligó a formar su equipo de mando (el alférez y los oficiales) con la advertencia  de que lo mantenía preso en su casa.

            Por este día, no se habían enviado todavía los cien hombres al Presidente y el  alcalde tomó cartas en el asunto convocando un nuevo cabildo para las tres de la tarde y  amenazando  a los desertores  con una importante pena económica y al  regidor Serrano de Alférez le obligó a asumir el cargo de llevar  los nuevos soldados para Mondéjar.  Como se  resistía, llamó a los alguaciles y le pusieron dos hombres de guarda en su casona de la fortaleza de la Mota. Al final , todos llegaron a  una acuerdo de que se eximiera a Serrano  de esta misión, y que el jurado Lope de la Guardia trasladara a 75 hombres a Granada y se los entregara a Juan de Aranda Figueroa, mientras Pedro Serrano  quedara en Alcalá para la gobernación de la ciudad en estos momentos difíciles atendiendo a su veteranía y experiencia. 

 

            Siguió el oficial entremezclando leyenda de la crónica de cronistas y de  Diego de Hurtado y anotando en medio las actuaciones del cabildo alcalaíno. En Granada, habían llegado  las compañías de caballos y de infantería del corregimiento alcalaíno  ( Loja, Alhama, Alcalá la Real), Jaén y Antequera, y el marqués pareciéndole tener ya número suficiente con que poder salir de Granada, partió de aquella ciudad lunes a 3 días del mes de enero del año de 1569, dejando a cargo del conde de Tendilla, su hijo, el gobierno de las cosas de la guerra y la provisión del campo; y aquella tarde caminó dos leguas pequeñas, y fue al lugar de Alhendín, donde se alojó aquella noche, y recogiendo la gente que estaba alojada en Otura y en otros lugares de la Vega. A la mañana del siguiente día, el ejército del marqués  caminó la vuelta del Padul, primer lugar del valle de Lecrín, pensando rehacer allí su campo. Llevaba dos mil infantes y cuatrocientos caballos, gente lúcida y bien armada, aunque nueva y poco disciplinada. Acompañábanle don Alonso de Cárdenas, su yerno, que hoy es conde de la Puebla, don Francisco de Mendoza, su hijo, don Luis de Córdoba, don Alonso de Granada Venegas, don Juan de Villarroel, y otros caballeros y veinte y cuatros,   y Antonio Moreno y Hernando de Oruña, a quien Felipe II había mandado que asistiesen cerca de su persona por la práctica y experiencia que tenían de las cosas de guerra, y otros muchos capitanes y alféreces, soldados viejos entretenidos con sueldo ordinario por sus servicios. De Jaén iba don Pedro Ponce por capitán de caballos, y Valentín de Quirós con la infantería. De Antequera Álvaro de Isla, corregidor de aquella ciudad, y Gabriel de Treviñón, su alguacil mayor, con otras dos compañías. Capitán de la gente de Loja era Juan de la Ribera, regidor; de la de Alhama, Hernán Carrillo de Cuenca, y de Alcalá la Real, Diego de Aranda ( borró Diego y puso Juan de Aranda Figueroa). Iba también cantidad de gente noble popular de la ciudad de Granada y su tierra, y las lanzas ordinarias, cuyos tenientes eran Gonzalo Chacón y Diego de Leiva y la mayor y mejor parte de los arcabuceros de la ciudad, cuyos capitanes eran Luis Maldonado, y Gaspar Maldonado de Salazar, su hermano. Con toda esta gente llegó el marqués de Mondéjar aquella noche al lugar del Padul, y antes de entrar en él salieron los moriscos más principales a suplicarle no permitiese que los soldados se aposentasen en sus casas, ofreciéndole bastimentos y leña para que se entretuviesen en campaña, porque temían grandemente las desórdenes que harían; y aunque el Marqués holgara de complacerles, no les pudo conceder lo que pedían, porque el tiempo era asperísimo de frío, la gente no pagada, y acostumbrada a poco trabajo, y se les hiciera muy de mal quedar de noche en campaña; y diciendo a los moriscos que tuviesen paciencia, porque sola una noche estaría allí el campo, y que proveería como no recibiesen daño, los aseguró de manera, que tuvieron por bien de recoger y regalar a los soldados en sus casas aquella noche, aunque no la pasaron toda en quietud, por lo que adelante diremos.

            Este era el escenario de las tropas del marqués de Mondéjar. Pero, el de los moriscos ofrecía, de oídas y por los mensajes de los espías y fugitivos cristianos de aquellas tierras, varios frentes. El primero llevaba  el camino de Órgiba, lugar del duque de Sesa (que fue de su abuelo el gran capitán), entre Granada y la entrada de la Alpujarra, al levante tierra de Almería, al poniente la de Salobreña y Almuñécar, al norte la misma Granada, al mediodía la mar con muchas calas donde se podían acoger navíos grandes. Sobre esta villa, como más importante, se pusieron dos mil hombres repartidos en veinte  banderas: las cabezas eran el alcaide de Mecina y el corcení de Motril. Fueron los cristianos viejos avisados, que serían como ciento y sesenta personas, hombres, mujeres y niños; recogiolos en la torre Gaspar de Saravia, que estaba por el Duque. Mas los moros comenzaron a combatirla; pusieron arcabucería en la torre de la iglesia, que los cristianos saltando fuera echaron della: llegáronse a picar la muralla con una manta, la cual les desbarataron echando piedras y quemándola con aceite y fuego; quisieron quemar las puertas, pero halláronlas ciegas con tierra y piedra. Amonestábalos a menudo un almuédano dende la iglesia con gran voz, que se rindiesen a su rey Aben Humeya. Llamaron a un vicario de Poqueira, hombre entre los unos y los otros de autoridad y crédito, para que los persuadiese a entregarse; certificándoles que Granada y el Alhambra estaban ya en poder de los moros: prometían la vida y libertad al que se rindiese, y al que se tornase moro la hacienda y otros bienes para él y sus sucesores: tales eran los sermones que les hacían.

La otra banda de gente caminó derecho a Granada a hacer espaldas a Farax Aben Farax y a los que enviaron, y a recebir al que ellos llamaban rey, a quien encontraron cerca de Lanjarón, y pasaron con él adelante hasta Dúrcal. Pero entendiendo que el Marqués había dejado puesta guarnición en él, volvieron a Valor el alto, y de allí a un barrio que llaman Laujar en el medio de la Alpujarra; adonde con la misma solemnidad que en Granada, le alzaron en hombros y le eligieron por su rey. Allí acabó de repartir los oficios, alcaidías, alguacilazgos por comarcas (a que ellos llaman en su lengua tahas), y por valles, y declaró por capitán general a su tío Aben Jahuar que llamaban don Fernando el Zaguer, y por su alguacil mayor a Farax Aben Farax. (Alguacil dicen ellos al primer oficio después de la persona del Rey, que tiene libre poder en la vida y muerte de los hombres sin consultarlo). Vistiéronle de púrpura; pusiéronle casa como a los   reyes de Granada, según que lo oyeron a sus pasados. Comenzaron por el Alpujarra, río de Almería, Boloduí, y otras partes a perseguir a los cristianos viejos, profanar y quemar las  iglesias con el Sacramento, martirizar religiosos y cristianos, que, o por ser contrarios a su ley, o por haberlos doctrinado en la nuestra, o por haberlos ofendido, les eran odiosos. En cuanto esto pasaba envió a Berbería a su hermano (que ya llamaban Abdalá), con presente de captivos y la nueva de su elección al rey de Argel, la obediencia al señor de los turcos; diole comisión que pidiese ayuda para mantener el reino. Tras él envió a Hernando el Habaquí a tomar turcos a sueldo, de quien adelante se hará memoria. Mas éste dejando concertados soldados, trajo consigo un turco llamado Dalí ,capitán, con armas y mercaderes en una fusta. Recibió el rey de Argel a Abdalá como a hermano del rey; regalole y vistiole de paños de seda; enviole a Constantinopla, mas por entretener al hermano con esperanzas, que por dalle socorro. En este mismo tiempo se acabaron de rebelar los demás lugares del río de Almería.

            En Alcalá la Real, durante  todo el día cuatro  se prepararon tres escuadras de soldados a pie  y se les asignaron a cada  cabo de estas, la mismo tiempo  que los proveyeron de armas: la mayoría. de la  villa del Castillo , portaban ballestas, espadas y rodelas y los de Alcalá, el resto, en menor cantidad, arcabuces. También se pusieron a las órdenes del jurado Lope de la Guardia y marcharon a Granada para juntarse con las tropas del capitán Juan de Aranda. 

 

            Estos soldados vivieron unos momentos muy intensos hasta el día  8 de enero , como cuenta  Hurtado,  refiriéndose al levantamiento que comenzaba a dar frutos de  Aben Humeya en muchos territorios de la Alpujarra: " Temía el Marqués, si grueso número se acercase a Granada, que desasosegarían el Albaicín, levantarían las aldeas de la Vega, y tanto mayores fuerzas cobrarían, cuanto se tardase más la resistencia; daríase ánimo a los turcos de Berbería de pasar a socorrellos con mayor prisa, confianza y esperanza; fortificarían plazas en que recogerse, y no les faltarían personas pláticas desto y de la guerra entre otras naciones que les ayudasen, y afirmarían el nombre de reino, puesto que vano y sin fundamento, perjudicial y odioso a los oídos del señor natural, por grande y poderoso que sea; daríase avilanteza a los descontentos, para pensar novedades. Estando las cosas en estos términos vino Aben Humeya con la gente que tenía sobre Tablate, y trabando con don Diego de Quesada una escaramuza gruesa, cargó tanta gente de enemigos, que le necesitó a dejar la puente, y retirarse a Dúrcal. Estas razones y el caso de don Diego fueron parte para que el Marqués, con la gente que se hallaba, saliese de Granada a  resistirlos, hasta que viniese más número con que acometellos a la iguala. Hay diferencias entre los cronistas, pues difieren en las cifras, como acontece  con Hurtado de Mendoza"   La gente que sacó fueron ochocientos infantes, y doscientos caballos; demás de estos, los hombres principales que o con edad o con enfermedad o con ocupaciones públicas no se excusaron, seguíanle, mirábanle como a salvador de la tierra, olvidada por entonces o disimulada la pasión. Paró en el Padul pensando esperar allí la gente de la Andalucía sin dinero, sin vitualla, sin bagajes: con tan poca gente tomó la empresa; pero la misma noche a la segunda guardia oyéndose golpes de arcabuz en Dúrcal, creyendo todos que los enemigos habían acometido la guardia que allí estaba, partió con la caballería: halló que, sintiendo su venida por el ruido de los caballos en el cascajo del río, se habían retirado con la escuridad de la noche, dejando el lugar y llevando herida alguna gente; y el Marqués para no darle avilanteza tornando al Padul, acordó hacer en Dúrcal la mesa. En tiempo de tres días llegaron cuatro banderas de Baeza con que crecía el Marqués a mil y ochocientos infantes y una compañía de noventa caballos; y teniendo aviso del trabajo en que estaban los de Órgiba, y que Aben Humeya juntaba gente para estorballe el paso de Tablate, salió de Dúrcal. Entre tanto el conde de Tendilla recebía y alojaba la gente de las ciudades y señores en el Albaicín; y porque no bastaba para asegurarse de los moriscos de la ciudad y la tierra, y proveer a su padre de gente, nombró diez y siete capitanes, parte hijos de señores, parte caballeros de la ciudad, parte soldados, pero todos personas de crédito: aposentolos, y mantúvolos sin palas con alojamiento y contribuciones. El Marqués dejando guardia en Dúrcal, paró aquella noche en Elchite, de donde partió en orden camino de la puente; y habiendo enviado una compañía de caballos con alguna arcabucería a recoger la gente que había quedado atrás, para que asegurasen los bagajes y embarazos, y mandado volver a Granada los desarmados que vinieron de la Andalucía; tuvo aviso que los enemigos le esperaban, parte en la ladera, parte en la salida de la misma puente, y la estaban rompiendo Eran todos cuasi tres mil y quinientos hombres, los más dellos armados de arcabuces y ballestas, los otros con hondas y armas enhastadas: comenzose una escaramuza trabada; mas el Marqués visto que remolinaban algunas picas de su escuadrón, arremetió adelante con la gente particular de manera, que apretó los enemigos hasta forzarlos a dejar la puente, y pasó una banda de arcabucería por lo que della quedaba entero. Con esta carga fueron rotos del todo, retrayéndose en poca orden a lo alto de la montaña. Algunos arcabuceros llegaron a Lanjarón, y entraron en el castillo que estaba desamparado: reparose la puente con puertas, con rama, con madera que se trajo del lugar de Tablate, por donde pasó la caballería: el resto del campo se aposentó en él sin seguir los enemigos, por ser ya tarde y haberse ellos acogido a lo fuerte, donde los caballos no les podían dañar.

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            El día siete de enero marchó el alcalde Téllez  a Granada con 100 soldados solicitados por el presidente de la Chancillería  para proteger el Allbaicín y se los entregó en persona, asignándolos al comisario Lorenzo de Ávila, y  pagándoles  cierta cantidad, al mismo tiempo que le dio una carta de agradecimiento para la ciudad . Mas el conde de Tendilla lo alojó en casas pobladas, y no yermas; y  los soldados fueron  regalados y muy bien tratados ; y se les dio posadas y contribuciones, pues no había orden de poderlos entretener de otra manera; que al servicio de su majestad convenía que los moriscos no tuviesen libertad de poder meter moros de fuera ni hacer juntas secretas en sus casas, sino que estuviesen los soldados siempre delante para que viesen y entendiesen lo que decían y hacían diez mil moriscos que había en el Albaicín para poder tomar armas; y que si alguna desorden hiciesen, en tal caso lo remediaría castigando a los culpados;  pero aconteció que "la licencia militar no soltase la rienda con más cudicia y menos honestidad de lo que aquí podríamos decir. Pasó este negocio tan adelante, que muchos moriscos, afrentados y gastados, se arrepintieron por no haber tomado las armas cuando Abenfarax los llamaba, y otros enviaron a decir a Aben Humeya que mientras el marqués de Mondéjar estaba fuera de Granada se acercase por la parte de la sierra con alguna cantidad de gente, y se irían con él. El conde de Tendilla en este tiempo, usando de la preeminencia de capitán general, y viendo la necesidad que había de gente de ordenanza, nombró siete capitanes y les dio sus conductas para que la hiciesen. Hizo comisario y sargento mayor a Lorenzo de Ávila, que ya estaba sano de las heridas que le dieron en Dúrcal, mandándole que se alojase en el Albaicín para reparar las desórdenes de los soldados. No mucho después mandó su majestad ir a Granada a don Antonio de Luna, señor de Fuentidueña, y a don Juan de Mendoza Sarmiento, para las cosas que ocurriesen de la guerra, y el conde de Tendilla dio cargo de la gente de guerra de a pie y de a caballo que se alojase en los lugares de la Vega a don Antonio de Luna, y a don Juan de Mendoza dejó en Granada,

 En Alcalá la Real, el día ocho se reunió el cabildo con mucha urgencia y bajo la presidencia del teniente  de corregidor Martín Ruiz. Los miembros del ayuntamiento estaban enterados hasta el mínimo detalle de que  Aben Humeya y Aben Farax habían sublevado muchos pueblos de la Alpujarra y habían conquistado muchos terrenos divididos  en dos partes. Con este temor tras las orejas, declararon que se pregonaran un  nuevo alarde general  para  todos los vecinos  y se presentaran todo tipo de armas y , junto con del alcalde mayor, se hiciera una lista  por los comisarios Pedro de los Ríos y Rodrigo de Góngora. Llegaba hasta tal punto inquietud  y  miedo que  los vecinos asumieron aquella guerra como si fuera un ataque a la antigua frontera del reino de Castilla y como cruzada en favor de la fe católica. Referían que a aquellas  fechas habían salido  para luchar más de 800 hombres con orden militar y sin órdenes. Además,  para evitar  alguna incursión enemiga se impidió la salida de cualquier vecino del Castillo y Alcalá.

            El día diez, el cabildo alcalaíno recibió una  carta enviada desde el frente de Alhama de su corregidor Gome Mesía de Figueroa, manifestando que algunas alquerías de la  jurisdicción de Alhama, pertenecientes a su corregimiento, se habían levantado en armas  y se habían llevado sus haciendas retirándose  al interior de la Alpujarra y juntándose con los sublevados. Les decía también que Alhama se encontraba en sumo peligro, pues, como se ha dicho anteriormente, su defensa militar se había quedado mermada  con el desalojo de dos compañía de soldados que habían acudido de protección ante el llamamiento del Marqués de Mondejar, como se ha visto anteriormente. Solicitaba nada menos que otros cincuenta o sesenta soldados, para completar una compañía  con los que pudiera alistar de la ciudad Loja. Les requería sumamente que no se recataran esfuerzos, porque Alhama se encontraba como paso de camino para la con conexión entre los sublevados de la Alpujarra y la Serranía de Ronda y Málaga. A través de esta misiva, enviada el día nueve de enero,  también se documentaba que Loja se encontraba muy mal pertrechada, porque habían salido ya casi cuatrocientos soldados muy bien armados en la misma misión solicitada por el marqués. Prometió  darles un ducado a cada soldado de socorro por la guerra.  

            Ante tanto requerimiento de  recursos humanos y militares los regidores  y jurados no sabían como responder al corregidor, pues  se encontraban desbordados en todos los campos. Ya no daban para más. Se habían enviado más de doscientos hombres al frente de Órgiva, otros doscientos al Presidente de Chancillería ( hubo regidor que lo elevó a quinientos hombres); la ciudad se había quedado sin armamento  y munición, y no quedaban más que   ancianos y desarmados en Alcalá y su villa del Castillo de Locubín.   No obstante, ordenaron que se hiciera un nuevo alarde general. Ya no le quedaba más recurso que ira a Sevilla y Córdoba por comprar una remesa de arcabuces. Pero no podían quitarse las pulgas de encima y le acosaba el tiempo y la responsabilidad . Por eso, no se salieron del cabildo, sino que se citaron para proseguirlo en la casa de la Justicia o posada del alcalde mayor.

            Mientras trataban sobre la inminente respuesta al corregidor, se hizo otro nuevo alarde, donde se juntaron ante su puerta unos doscientos hombres, entre gente sin armas, tullidos, deficientes  y muy ancianos. Se acordó comunicarle a Gome Mexía a través de regidor  Rodrigo de Aranda, la situación en la que se encontraba la ciudad por falta de personas para formar alguna escuadra hábil y  además  se  aprobó que fuera acompañado de dos soldados, uno  a pie y otros a caballo, para protegerlo de cualquier ataque en el camino. También  se le describía  como se encontraba la ciudad de soldados de reserva.Y, en concreto, como  la guerra cada vez parecía más  acercarse a Alcalá  y, para evitar cualquier ataque nocturno  e imprevisto,  habían repartido y dividido a los últimos alistados de esta alarde  en seis escuadras de 25 hombres  para protección de la ciudad de Alcalá con el  objetivo de que recorrer  la ciudad, desde lo alto a lo bajo, cada noche de dos en dos  escuadras: una  al mando del regidor el alcaide  Pedro de los Ríos, otras dos  de Rodrigo de Góngora y Pedro de la Peña; y otras dos para Francisco Serrano Aranda y el jurado Luís de Villalobos, que  se encargarían de proteger a los vecinos en caso de un ataque enemigo y de salvaguarda de la gente de lugar de los muchos ladrones, porque habían numerosas casas abandonadas y se habían retirado a Alcalá y  sus alrededores algunos soldados desertores, enfermos y heridos. También se encargaban de tener abiertas y cerradas las puertas de la ciudad. Fijaron como  sitio de reunión era la placeta de la Mora, donde se colocaría una lumbre abastecida por la ciudad. Las mismas medidas se tomaron para el Castillo de Locubín donde se repararon los boquetes de su fortaleza. No olvidaron de fijar una contraseña para evitar intrusos. También, se ordenó que un tambor tocara la queda para que la gente se encerrara en las casas y aderezara los tres cañones de tiro,   en palabras suyas encabalgar los tres tiros de  la fortaleza.

            Los soldados alcalaínos vivieron desde el día diez la toma de Órgiva. Así se describe por los cronistas:

Toda aquella noche estuvieron las tropas del marqués  en Tablate con muchas centinelas por los cerros al derredor, por ser sitio dispuesto para poder hacer los enemigos cualquier acometimiento; y otro día, martes 11 de enero, dejando el marqués de Mondéjar en aquel presidio una compañía de infantería de la villa de Porcuna, cuyo capitán era Pedro de Arroyo, para que la gente y las escoltas pudiesen ir y venir seguramente, caminó la vuelta de Lanjarón, que está legua y media más adelante, en el camino de Órgiba. Este día tuvo nuestra gente algunas escaramuzas ligeras con los enemigos, que viendo marchar el campo, bajaron de las sierras, y tentaron de hacer algunos acometimientos en la vanguardia; mas luego se retiraron hacia una sierra que está a la parte de levante del lugar en el propio camino real, donde se habían juntado muchos dellos con propósito de defender un paso áspero y dificultoso por donde de necesidad había de pasar nuestro campo el siguiente día. Teníanle fortalecido con reparos de piedras y peñas sueltas, puestas en las cumbres y en las laderas que venían a dar sobre el camino, para echarlas rodando sobre los cristianos cuando fuesen subiendo la cuesta arriba. El marqués de Mondéjar llevaba tanto deseo de socorrer la torre de Órgiba, que no quisiera detenerse aquel día; mas húbolo de hacer, porque llegó la retaguardia tarde, y llovía y hacía el tiempo trabajoso; y demás desto, no estaba determinado si pasaría adelante con la gente que llevaba, o si esperaría que llegase la otra que venía de las ciudades. Estuvo allí aquella noche a vista de los enemigos, que teniendo ocupado el paso con grandes fuegos por aquellos cerros, no hacían sino tocar sus atabalejos, dulzainas y jabecas, haciendo algazaras para atemorizar nuestros cristianos, que con grandísimo recato estuvieron todos con las armas en las manos. Al cuarto del alba llegó a la tienda de don Alonso de Granada Venegas un soldado que venía de la torre de Órgiba, y dio nueva como   los cercados se defendían. Otro día miércoles, antes que amaneciese, mandó el marqués de Mondéjar a don Francisco de Mendoza, su hijo, que con cien caballos y doscientos infantes arcabuceros subiese una ladera arriba, donde había una sola senda áspera y muy fragosa, y fuese a tomar las espaldas a los enemigos, llevando algunos gastadores con picos y hazadones que la allanasen, porque se entendió que puestos en lo alto, hallarían disposición en la tierra para poderla hollar. Y siendo el día claro, partió el campo, yendo los escuadrones proporcionados y bien ordenados, conforme a la disposición de la tierra, y dos mangas de arcabuceros delante, que por las cordilleras de los cerros de una parte y otra del camino que hacía el campo, iban ocupando siempre las cumbres altas. Desta manera fue caminando nuestra gente la vuelta del enemigo, que estuvo un rato suspenso entre miedo y vergüenza, no se determinando si pelearía, o si, dejando pasar a nuestro campo, le sería más seguro romperle las escoltas y necesitarle con hambre; mas aun esto no supieron hacer los bárbaros ignorantes, porque en viendo que los caballos habían subido con la escuridad de la noche por donde apenas entendían que pudiera andar gente de a pie, entendiendo que no habría sierra, por áspera que fuese, que no hollasen, perdieron la esperanza de lo uno y de lo otro, y determinaron de tentar otra fortuna retirándose a la aspereza de las sierras, donde no les pudiese enojar la caballería; mas no lo pudieron hacer tan presto, que dejasen de recibir daño de los que ya les iban en el alcance; y dejando el paso y el camino desocupado, pasó nuestro campo a Órgiba, y aquella tarde se alojó en el lugar de Albacete con grande alegría de todos, mayormente de los cercados, que habían estado diez y siete días peleando noche y día con grandísimo trabajo y peligro. Habíales faltado ya el bastimento, y si no fuera por algunos moros padres y maridos de las mujeres que el alcaide había metido en la torre, que secretamente le habían dado agua y otras cosas de comer, poniéndolo de noche en parte que los cristianos lo pudiesen recoger, hubieran perecido muchos de hambre. También les habían traído munición de Motril, que les hubiera faltado si un animoso soldado natural de Órgiba, llamado Juan López, no se aventurara a ir por ella; el cual aprovechándose de la lengua árabe, en que era muy ladino, y del hábito de los moros, salió a media noche secretamente de la torre, y pasando por medio de su campo, fue a la villa de Motril y trajo un gran zurrón de pólvora y cantidad de plomo y cuerda a cuestas, con que se defendieron de aquellos lobos rabiosos ciento y sesenta almas cristianas, y entre los otros, cinco sacerdotes. El marqués de Mondéjar dio muchas gracias a Dios por tan buen suceso, y despachó luego correo con la nueva, que no fue menos bien recibida que la de Tablate. Y pareciéndole tener suficiente número de gente para allanar la tierra, escribió a don Francisco Hurtado de Mendoza, conde de Montagudo, asistente de Sevilla, que no le enviase la gente de aquella ciudad ni la de la milicia de Sevilla, Gibraltar, Carmona, Utrera y Jerez, que ya se había juntado para hacer la jornada. Esta carta llegó estando en Alcalá de Guadayra, y con él Juan Gutiérrez Tello, alférez mayor de Sevilla, con dos mil infantes arcabuceros con que servía la ciudad a su costa; y Gonzalo Argote de Molina, alférez mayor de la milicia de la Andalucía, con los capitanes y gente della. Luego despidió el Conde los dos mil arcabuceros de Sevilla, y mandó a Gonzalo Argote que con la gente de la milicia fuese a embarcarse en las galeras del cargo de don Sancho de Leiva; para guarnición dellas; de cuya causa no acudió la gente de Sevilla mientras el marqués de Mondéjar estuvo en campaña, hasta que adelante se le envió nueva orden para que la enviase, como se dirá en su lugar.

 

            En los  días siguientes a la toma de Órgiva, los alcalinos se dedicaron  a hacer gestiones para arreglar zonas aportilladas en los muros, preparar las piezas de artillería, buscar fondos para hacer frente a los gastos y llevar a cabo el envío de Pedro Serrano de Alférez a la Corte para gestionar fondos para la ciudad. Además  vendieron 100 fanegas de trigo de propios  para pagar las necesidades más perentorias de la guerra. Los soldados alcalaínos acompañaron al  marqués de Mondéjar en su campaña de entrada en la Alpujarra. Los cronistas abundaron en pequeños enfrentamientos y asaltos a diversos sitios. Así  lo resumen e ilustraban el itinerario militar " El  marqués de Mondéjar pasó a la tahá de Poqueira y la ganó. Siendo avisado el marqués de Mondéjar por algunas espías como Aben Humeya y Aben Jouhor juntaban a gran priesa los moros de la Alpujarra y los que se habían retirado del paso de Lanjarón para defender la entrada de la taa de Poqueira, aunque llevaba la gente fatigada del camino, otro día de mañana, que fue jueves a 13 días del mes de enero, salió de Albacete de Órgiba, dejando de presidio en aquel lugar al capitán Luis Maldonado con cuatrocientos soldados, para que recogiese los bastimentos y municiones que viniesen de Granada, y los fuese enviando al campo. Llevaba el marqués de Mondéjar su campo copioso de gente muy lucida y bien armada, porque habían llegado a él muchos caballeros. Sacó la infantería en tres escuadrones y la caballería a los lados, de manera que podía salir y acometer sin turbar las ordenanzas: las mangas de los arcabuceros iban de un cabo y de otro ocupando las cumbres, y delante iban las cuadrillas de la gente del campo suelta descubriendo la tierra. De esta manera caminaba nuestro campo con paso lento y reposado, cuando llegaron a él cuatro caballeros veinticuatros de Córdoba con cuatro compañías de gente de aquella ciudad, las dos de caballería y las dos de infantería, que enviaba el conde de Tendilla desde Granada. De las primeras eran capitanes don Pedro Ruiz de Aguayo y Andrés Ponce, y de las otras dos Cosme de Armenta y don Francisco de Simancas. Habiendo pues caminado las escuadras tres cuartos de legua, y llegado a un llano que llaman el Faxar Ali, los moros, que dejando atrás los pasos y lugares fuertes donde estaban, se habían puesto en tres emboscadas para recebir a nuestro ejército en la angostura de las sierras, cuando les pareció tener bien tendidas sus redes, salieron a las mangas de los arcabuceros que iban de vanguardia, y acometieron la que iba más alta tan determinadamente, que fue necesario  reforzarla con más número de gente. Pasando pues el marqués de Mondéjar adelante para guiar algunos caballos que se hallaron en la vanguardia, le convino hacer alto, y formar escuadrón a tiro de arcabuz de los enemigos, y desde allí socorrió a todas partes, porque cargaban de manera, que en todas era bien menester socorro.. Ganáronse las cuatro alcarías de aquella taa, sin hallar quien las defendiese, siendo la disposición de la tierra tan favorable a los moros, que si tuvieran ánimo de defenderla, fuera menester más tiempo y mayor número de gente para ganárselas. Llegado el campo a Bubión, los soldados subieron en cuadrillas por la sierra arriba, y captivando muchas mujeres y niños, mataron los hombres que pudieron alcanzar, y les tomaron gran cantidad de bagajes cargados de ropa y de seda, que llevaban a esconder por aquellas breñas. Cobraron la deseada libertad en Bubión el vicario Bravo y ciento y diez mujeres cristianas, que tenían aquellos herejes captivas. El siguiente día, viernes 14 de enero, estuvo el campo en aquel alojamiento, y desde allí envió el marqués de Mondéjar una escolta con los heridos y enfermos a Granada, con orden que a la vuelta acompañase los bastimentos y municiones que había en Órgiba, y envió a dar aviso al capitán Luis Maldonado del camino que pensaba hacer, para que de allí adelante supiese por dónde había de encaminar la gente y el bastimento que viniese al campo. Díjose aquel día misa con grandísima solenidad, y oyéronla todos los cristianos con mucha devoción puestos en sus ordenanzas debajo de las banderas; que cierto era contento verles glorificar al Señor por la vitoria y por la libertad de tantas almas cristianas como se habían redimido.





 

El marqués de Mondéjar dejó de presidio en Tablate al capitán Pedro de Arroyo con la compañía de infantería de la villa de Porcuna, para asegurar aquel paso a las escoltas que fuesen de Granada, con orden que no dejase pasar los soldados que se iban del campo sin licencia. Pudiendo pues hacer algún reducto donde meterse de noche, y tener su cuerpo de guardia y centinelas, como es costumbre de gente de guerra, estuvo tan descuidado, que los moros de la comarca tuvieron lugar de ofenderle a su salvo, porque su fin solo era salir al paso a los soldados que se iban del campo sin licencia, para quitarles por de contrabando los ganados, las esclavas y los bagajes que llevaban.Viendo el descuido de los nuestros, juntaron mil y quinientos moros, y los acometieron a media noche por tres partes; y entrando el lugar y la iglesia, degollaron todos los soldados que allí había, y los despojaron de armas y vestidos y de todas las cosas que tenían ellos tomadas por de contrabando; y no se teniendo por seguros entre las viles tapias de las casas, se tornaron a subir a la sierra. Esta nueva llegó a un mesmo tiempo a Granada y al campo del marqués de Mondéjar, y fue volando a la corte de su majestad, y con ella se aguó algún tanto la vitoria de aquellos días, porque juzgaban los contemplativos el daño y el peligro harto mayor de lo que era, diciendo que había sido ardid de guerra del enemigo dejar pasar nuestro campo a la Alpujarra, y cortar a las espaldas el paso por donde les había de entrar el bastimento, para necesitarle a que se retirase o pereciese de hambre. Mas luego cayó esta quimera, y se supo como Tablate estaba por los cristianos, porque el marqués de Mondéjar, sabiendo que los moros no habían osado parar allí, ordenó que la primera compañía que llegase, quedase en el lugar de presidio; y llegando Juan Alonso de Reinoso con la gente que enviaba la ciudad de Andújar, guardó la orden del Marqués y el paso con mucho cuidado; y hallando a Pedro de Arroyo caído entre los muertos con muchas heridas mortales, le hizo curar; mas él estaba tan debilitado, por haber estado tres días sin refrigerio, que llevándole a Granada murió en el camino. No se descuidó el conde de Tendilla en este socorro, porque luego que supo la rota de Tablate, aquella mesma noche envió a llamar a don Álvaro Manrique, hijo del conde de Osorno, caballero del hábito de Calatrava, que estaba alojado en una alcaría de la Vega con ochenta caballos y trecientos infantes de las villas de Aguilar, Montilla y Pliego el cual llegó antes que fuese de día a la puente Genil, donde ya el Conde le estaba aguardando con ochocientos infantes y ciento y veinte caballos; y entregándole toda aquella gente, le envió a poner cobro en aquel paso, con orden que, dejando buena guardia en él, pasase a juntarse con el campo del Marqués su padre; el cual partió luego, y hallando el lugar desembarazado, cumplió la orden del Conde, y se fue a juntar con nuestro campo en Juviles. El tiempo nos llama ya a que volvamos al marqués de los Vélez, que dejamos en el lugar de Tavernas.




 

            El día 14 el regidor  Rodrigo de Aranda  volvió a Alcalá  con una carta del corregidor, desmontándole los argumentos de su fingida  inacción en ayudarles con varias escuadras de soldados, pues consideraba que Alcalá estaba fuera de cualquier sospecha de ataque de la gente de los moriscos e importaba mucho la defensa  y guardia de la ciudad de Alhama. Al mismo tiempo, insistía que había que enviar los soldados requeridos  y que no había inconveniente  en que les pagaría la ciudad de Alhama.

            Convencidos los regidores de la necesidad urgente de soldados solicitada por el  corregidor,  acordaron enviar otros 25 hombres al  mando de n Rodrigo de Góngora y se ordenó  hiciera una leva  general por los cortijos para formar la escuadra  sin alistar  a los labradores ni propietarios. Se envió a  Martín del Campo para que  se lo anunciase al corregidor.

            N o sólo la ciudad estaba cansada de la sangría de hombres y de la muerte de sus soldados, sino que se veía obligada, por una provisión real, a enviar todo tipo de provisiones para sustentar al  ejército que había acudido contra el levantamiento, aunque se le  pagara las personas particulares con precio razonable y justo. Pero esto no era óbice para que se desabasteciera a Granada de trigo en forma de pan amasado o harina, aceite, cebada para las caballerías, cecinas, queso, ganados para la carne , leña y  carbón. Además se obligaba  con la amenaza de un castigo y multa  cien mil maravedíes si no cumplían este mandato, y, para dar más rango a la misión se usó por destinatario al Presidente de la Chancillería Real y con el compromiso que lo devolverían a los pósitos de cada ciudad. En un  papel aparte,  el alguacil  Pedro Nuño trajo la carta, donde  venían anotadas las cantidades fijas  para sacar del Pósito ( de Alcalá y de  Loja,  de 1000 fanegas, 500 de Alcaudete  y Martos, 100 de Porcuna y 2000 de Jaén ).

Para llevar a cabo esta labor de intendencia, el alcalde mayor  ordenó pregonar, durante varios días y en varias sesiones y plazas de la ciudad,  que los vecinos  entregasen en la misma ciudad de granada, pan vino y tocino  donde se les abonaría el importe . Y el mayordomo del Pósito no tuvo más salida que  entregar las1000 fanegas al alguacil .

            En el campo de batalla, con el marqués de Mondéjar  se adentraron a Pitres de Ferreira,  y partió de la taa de Poqueira, para ir en seguimiento de Aben Humeya y del Zaguer; y dejando el camino derecho, tomó la cordillera alta de una sierra que se hace, entre estas dos taas, llevando la artillería y los bagajes, no sin grandísimo trabajo, por hacer el tiempo áspero de frío y estar las sierras cubiertas de nieve. Mas entrando en la tahá de Ferreira, no halló enemigos con quien pelear; y lo que hubo notable en este camino fue que, pasando por junto al lugar de Pórtugos, se vio un gran humo que salía de la iglesia, y era que unos cristianos cautivos, queriéndolos matar sus amos, se habían recogido y hecho fuertes en la torre del campanario, y los herejes le habían puesto fuego para quemarlos dentro. Luego sospechó el Marqués lo que debía ser, y mandó a don Luis de Córdoba y a don Alonso de Granada Venegas que con doscientos infantes y cincuenta caballos fuesen a ver qué era; los cuales llegaron a la iglesia sin impedimento, porque los moros se habían ido huyendo en viéndolos asomar. En este tiempo caminaba nuestra gente la vuelta de Pitres, lugar principal de aquella taa, el cual habían dejado los moros despoblado, y en la iglesia estaban ciento y cincuenta cristianas captivas, que fueron puestas en libertad, no habiendo consentido Miguel de Herrera, alguacil de aquel lugar, que los monfís y gandules las matasen. Había entre estos algunos hombres nobles de buen entendimiento que no deseaban más que la paz y quietud de sus casas, y así hacían algunas obras que entendían serles provechosas algún día. El que hacía más instancia en que la tierra se apaciguase era don Hernando el Zaguer, a quien Aben Humeya había hecho su capitán general; el cual, viendo que los moros se habían retirado del paso de Lanjarón, y después de Poqueira, sin dar batalla a nuestro campo, y conociendo su perdición, juntó los alguaciles y hombres principales de las taas que tenía por amigos, y queriéndoles persuadir a que, pues no eran poderosos contra su majestad, buscasen algún buen medio para que los perdonase. Y  aprobando su considerado parecer los ancianos que allí estaban, llamó a Jerónimo de Aponte y Juan Sánchez de Piña, a quien dijimos que había salvado las vidas en Ugíjar, y dándoles parte de lo que tenían acordado, les rogó que fuesen a tratar el negocio de la reducción con el marqués de Mondéjar, y le informasen del arrepentimiento que tenían los moriscos de la Alpujarra, y le suplicasen de su parte intercediese con su majestad para que perdonase aquel yerro, y se hubiese piadosamente con aquellos pueblos que humildemente se querían poner en sus manos; y que mientras esto se negociaba, rendirían las armas y las banderas, dándole una cédula firmada de su nombre, por la cual le asegurase su persona y familia. Con esta embajada, y una carta del Zaguer para el Marqués, en que se despulpaba de lo hecho y cargaba la culpa a los monfís, partieron Jerónimo de Aponte y Juan Sánchez de Piña de Juviles, y llegaron a Pitres el mesmo día que entró el campo, y dieron su recaudo al marqués de Mondéjar; el cual, para responder a ella y dar orden en enviar las cristianas a Granada con escolta, por el estorbo que hacían, y poder informarse de los adalides del campo cómo se podría desechar un paso dificultoso que tenía por delante en el camino de Juviles, se hubo de detener en aquel alojamiento el día siguiente. La respuesta que dio a Jerónimo de Aponte fue que tornase al Zaguer y le dijese que, rindiendo las armas y las banderas, como decía, y dándose llanamente a merced de su majestad, holgaría de ser su intercesor para que se hubiese misericordiosamente con ellos; mas que se resolviesen, porque no suspendería un solo momento la ejecución del castigo que llevaba comenzado. Y disimulando la cédula de seguro que pedía, le despachó luego.

            Luego que en Pitres tuvieron un ataque nocturno de las tropas de Aben Humeya, donde no pudieron intervenir los arcabuceros alcalaínos, estos tuvieron una gran participación en el siguiente asalto. Pues, el siguiente día, que fue lunes 17 de enero, partió el marqués de Mondéjar del alojamiento de Pitres, y con un temporal recio de agua y nieve, dejando el camino derecho que iba a Juviles, tomó la vuelta de Trevélez. No había caminado legua y media, cuando se descubrió el campo de los moros que iban hacia Juviles por la cordillera del cerro de la otra parte del río, donde había estado alojado aquella noche; los cuales entendiendo que nuestra gente hacía el mesmo camino y que les tomaría la delantera, enviaron seiscientos hombres con tres banderas, que entretuviesen con escaramuzas mientras se adelantaban los demás. Viéndolos venir el marqués de Mondéjar, mandó a los capitanes Diego de Aranda ( don Juan de Aranda, corregía de Alcalá la Real) y Hernán Carrillo de Cuenca que fuesen con sus compañías a darles carga. Los moros, pareciéndoles que era poca gente, hicieron rostro, y los nuestros, aunque hacían muestra de ir hacia ellos, no se alargaron todo lo que era menester. Entonces el Marqués envió a don Hernando y don Gómez de Agreda, hermanos, vecinos de Granada, y otros gentile sombres que se hallaron par dél, a que reforzasen las dos compañías con quinientos arcabuceros; mas luego advirtió que era entretenimiento que procuraba el enemigo, para tener lugar de ponerse en salvo; y haciéndolos retirar, caminó con los escuadrones a paso largo, enviando delante a los capitanes Gonzalo Chacón y Lorenzo de Leiva, y Gonzalo de Alcántara con sus caballos y algunos peones sueltos, a que atajasen el campo de los moros, que iban a más andar por aquella loma. La caballería pasó el río y fue tomando lo alto; mas por mucha priesa que los capitanes se dieron, cuando llegaron arriba ya habían pasado, y solamente pudieron alancear algunos que se quedaron rezagados, y porque cerraba la noche, dejaron de seguirlos. Llegó nuestro campo a alojarse por bajo del lugar de Trevélez entre unos chaparros, cerca de un alcornocal y del río, por la comodidad del agua y de la leña tan necesaria para guarecer la gente del frío que hacía. Los moros tomaron lo alto de la sierra, y no pararon hasta meterse en la nieve, donde perecieron cantidad de mujeres y de criaturas de frío, y aun de los cristianos amanecieron helados a la mañana tres o cuatro, y algunos caballos reventaron de comer una maldita yerba que hallaron por aquellos valles.
Los moros que iban huyendo delante de nuestro campo fueron a parar aquella noche a Juviles, donde tenían recogidas las mujeres y la riqueza de aquellas taas, pensando defenderse en el sitio de aquel castillo antiguo que dijimos, el cual era asaz fuerte para cualquier batalla de manos Está el castillo de Juviles en la cumbre de un cerro muy alto, arredrado de las casas a la parte de levante; y aunque tiene los muros por el suelo, es sitio en que los enemigos se pudieran defender si su desconformidad no se lo estorbara. Caminando pues nuestra gente hacia él, a la media ladera del cerro bajaron tres moros ancianos con bandera de paz delante; y siendo asegurados para poder llegar, dijeron al marqués de Mondéjar como los caudillos con la gente de guerra se habían ido huyendo, y que ellos por sí y por los que dentro del castillo estaban, le suplicaban los quisiese recibir a merced. Entonces mandó a don Alonso de Cárdenas, y a don Luis de Córdoba, y a don Rodrigo de Vivero y a otros caballeros, que se adelantasen y se apoderasen del castillo y de lo que hallasen en él; los cuales lo hicieron luego, no sin murmuración de los soldados, pareciéndoles que lo aplicaría todo para sí; mas el Marqués les dio a saco todo el mueble, en que había ricas cosas de seda, oro, plata y aljófar, de que cupo la mejor y mayor parte a los que habían ido delante. Fueron los rendidos trecientos hombres y dos mil y cien mujeres; y porque tenía aquel sitio algunas veredas por donde poderse descolgar los que quisieran de parte de noche sin ser vistos, mandó que bajasen los captivos al lugar, y metiendo las mujeres en la iglesia, pusiesen los hombres por las casas. Esto se comenzó a poner luego por obra; y como el cuerpo de la iglesia era pequeño, y la gente mucha, de necesidad hubieron de quedarse fuera más de mil ánimas en la placeta que estaba delante de la puerta y en los bancales de unas hazas allí cerca, poniéndoles gente de guerra al derredor. Sería como media noche, cuando un mal considerado soldado quiso sacar de entre las otras moras una moza: la mora resistía, y él le tiraba reciamente del brazo para llevarla por fuerza, no le habiendo aprovechado palabras; cuando un moro mancebo, que en hábito de mujer la había siempre acompañado, fuese su hermano o su esposo u otro bien queriente, levantándose en pie, se fue para el soldado, y con una almarada que llevaba escondida le acometió animosamente y con tanta determinación, que no solamente la moza, mas aun la espada le quitó de las manos, y le dio dos heridas con ella; y ofreciéndose al sacrificio de la muerte, comenzó a hacer armas contra otros que cargaron luego sobre él. Apellidose el campo, diciendo que había moros armados entre las mujeres, y creció la gente, que acudía de todos los cuarteles con tanta confusión, que ninguno sabía dónde le llamaban las voces, ni se entendían, ni veían por dónde habían de ir con la escuridad de la noche. Donde el airado mancebo andaba, acudieron más soldados, y allí fue el principio de la crueldad, haciendo malvadas muertes por sus manos; y ejecutando sus espadas en las débiles y flacas mujeres, mataron en un instante cuantas hallaron fuera de la iglesia; y no quedaran con las vidas las que estaban dentro, sí no cerraran presto las puertas unos criados del Marqués que se habían aposentado en la torre, por ventura para mirar por ellas. Hubo muchos soldados heridos, los más que se herían unos a otros, entendiendo los que venían de fuera que los que martillaban con las espadas eran moros, porque solamente les alumbraba el centellar del acero y el relampaguear de la pólvora de los arcabuces en la tenebrosa oscuridad de la noche; y estos eran los que mayor estrago hacían, queriendo vengar su sangre en aquellas cuyas armas eran las lágrimas y dolorosos gemidos. En tanta desorden el Capitán General envió a gran priesa los capitanes Antonio Moreno y Hernando de Oruña y los sargentos mayores a que pusiesen algún remedio, y todos no fueron parte para ponerlo, por haberse movido ya todo el campo a manera de motín, indignados los soldados por un bando que se había echado aquel día, en que mandaba el Marqués que no se tomase ninguna mujer por captiva, porque eran libres. Duró la mortandad hasta que, siendo de día, los mesmos soldados se apaciguaron, no hallando más sangre que derramar los que no se podían ver hartos della, y conociendo otros el yerro grande que se había hecho. Luego comenzó a proceder el licenciado Ostos de Zayas, auditor general, contra los culpados, y ahorcó tres soldados de los que parecieron serlo por las informaciones. Este mesmo día el Zaguer, que se había retirado a Bérchul, envió a decir al marqués de Mondéjar que se quería reducir; el cual envió a don Francisco de Mendoza y a don Alonso de Granada Venegas con un estandarte de caballos y una compañía de infantería a recoger los que quisiesen venir; mas después se arrepintió el Zaguer, temiendo que se haría algún riguroso castigo en él, y se embreñó en las sierras; y don Francisco de Mendoza llevó consigo a su mujer y hijas y familia, y obra de cuarenta cristianas captivas que estaban con ellas; y con esto se volvió a Juviles, informado que Aben Humeya se había ido a meter en Ugíjar.

            Luego mandó el marqués de Mondéjar dar sus salvaguardias a los moros reducidos que habían venido con el beneficiado Torrijos, y les ordenó que fuesen a los lugares y hiciesen de manera que los vecinos se volviesen a sus casas, no consintiendo que se les hiciese mal tratamiento, porque otros se animasen viendo el acogimiento que se hacía a estos, y el rigor de que se usaba con los demás que estaban en su pertinacia. Esto que el General hacía no placía a los capitanes y soldados enemigos de la paz ni a los que se veían ofendidos de las tiranías de aquellos rebeldes, pareciéndoles que era demasiada misericordia la que usaban con ellos; y quien más lo sentía eran las cristianas que habían sido captivas, que con lágrimas y sollozos tristes contaban las crueldades que habían hecho, los regocijos con que habían apellidado el nombre y seta de Mahoma, y el escarnio y menosprecio con que habían tratado las casas de nuestra santa fe delante dellas; mas todo lo atropellaba el marqués de Mondéjar, entendiendo ser aquello lo que más convenía. Habiendo pues de pasar el campo adelante, porque iba en él mucha gente inútil, envió a Tello de Aguilar con la compañía de caballos de Écija y dos compañías de infantería a Granada, con las cristianas captivas y con los heridos y enfermos. Detuviéronse seis días en el camino, porque iban las mujeres a pie y eran ochocientas almas. Al entrar de la ciudad metió la infantería de vanguardia y los caballos de retaguardia, y ellas en medio a manera de procesión; los escuderos les llevaban cada dos niños en los arzones y en las ancas de los caballos, y algunos tres, dos en los brazos y el mayor en las ancas. Salió gran concurso de gente a verlas entrar por la puerta de Bibarrambla, y entre alegría y compasión, daban todos infinitas gracias a Dios, que las había librado de poder de sus enemigos. Llegándolas a saludar, había muchas que en queriendo hablar les faltaban las palabras y el aliento: tan grande era el cansancio y congoja que llevaban. Había entre ellas muchas dueñas nobles, apuestas y hermosas doncellas, criadas con mucho regalo, que iban desnudas y descalzas, y tan maltratadas del trabajo del captiverio y del camino, que no solo quebraban los corazones a los que las conocían, mas aun a quien no las había visto. Desta manera toda la ciudad hasta el monasterio de Nuestra Señora de la Victoria, que está encima de la puerta de Guadix, donde llegaron a hacer oración, y de allí fueron a la fortaleza de la Alhambra a que las viese la marquesa de Mondéjar. Y volviendo a las casas del Arzobispo, las que tenían parientes las llevaron a sus posadas, y las otras fueron hospedadas con caridad entre la buena gente, y de limosna se les compró de vestir y de calzar.


                   

            El 20 de enero, se recibió una carta del capitán Juan de Aranda en la que señalaba que ya no les quedaba arcabuces ni ballestas, tan sólo espadas y lanzas y se encontraban  en el fragor de los combates de las Alpujarras y solicitaba que se les proveyera de cien arcabuces por el bien de la república  con sus municiones ya aderezos. Se convocó un cabildo, donde relataron que fueron a Málaga y no encontraron armamento para comprar- Librando 700 ducados de los bienes de propios,   se enviaron  a Juan de Frías  y Pedro de la Peña a Sevilla y Cádiz para comprar arcabuces .  Se les pusieron varios acompañantes  y guardas para protegerlos en caso de ser asaltados por   bandoleros  monfíes en los peligrosos caminos.

            Unos días después de la toma del castillo de Jubiles   desertaron muchos soldados alcalaínos y  abandonaron  el campo de batalla detal manera que se recibió  el  día 24 de enero una cédula real exponiendo la grave situación de las tropas cristianas en la Alpujarra porque se habían producido varias deserciones de solados, entre ellas  las de los soldados alcalaínos y  obligaba  a que volvieran bajo la bandera del marqués.

            Además,  el marqués  de Mondéjar ordenó al capitán  Juan de Aranda traer a Granada en cabalgada varias compañías de cristianos y monfíes . Desde la capital de la Alhambra  se trasladó a Alcalá la Real. Pues, antes del día 29 de enero, el maques le  dio licencia  a que acudiera a su ciudad de Alcalá la Real y se trajera, con sus  órdenes  y  las del conde de Tendilla  bajo la ejecución del alcalde mayor, a los desertores  alcalaínos.  También , en un cabildo  el capitán alcalaíno solicitó que  se les diera dinero, porque se habían quedado sin un real. La ciudad  le entregó cien ducados junto con una carta dirigida al marqués de Mondéjar. De nuevo el día  30  de enero, se  solicitó que volviera  a  Granada para incorporarse  al campo de  batalla una vez  recogidos los soldados desertores tras el pregón coercitivo  en  el que se leyó  la cédula real de  vuelta forzosa a las filas.. 

            No podían contar estos soldados nada de lo que ocurrió en el campo de batalla, porque no llegaron a integrarse hasta la llegada de don Juan de Austria . Pues  una vez juntados los soldados, llegaron  a Granada el día dos de febrero, domingo de noche. Parece que los soldados no andaban muy contentos con las condiciones pactadas con el cabildo alcalaíno y se alborotaron en motín. Ante esta situación, el capitán le  envío dos cartas. En una de ellas solicitaba dinero para  socorrerlos en la cantidad que recibían las compañías de otras ciudades. Al principios   se arregló el asunto  si se hubiera enviado 100 ducados para la compañía . diez para alférez , 20  para sargento  y cabos de escuadra y soldados el resto.  y el resto para los soldados . Pero no se hizo, y, a  partir de este momento,  el malestar se adentró en la tropa, pues no estuvieron de acuerdo con la paga envidada por el mayordomo Rodrigo de Tordesillas  y los soldados y oficiales no la aceptaron. El capitán no hacía sino dar dilaciones para recibir el nuevos socorro que los entusiasmara de modo que regresaron a Alcalá más  de cien soldados y  muchos de ellos, unos cuarenta,  eran de  la villa del Castillo. El capitán general conde de Tendilla les envió un  nuevo requerimiento para que volviesen bajo la  bandera del capitán y lo exigió al ayuntamiento con órdenes tajantes.  En los días siguientes  se cumplieron las  y se formaron las escuadras, entregándose  de nuevo al capitán  Juan de Aranda.

El quince de febrero se presentó  el mayordomo Rodrigo de Tordesillas para hacer frente de socorro y se dio  una comisión a tres regidores para hablar con el marques para que lo relevase de la guerra por ser ciudad de frontera y estar muy gastada

Por unas  cuentas que el capitán  Juan de Aranda en un cabildo de junio de 1569, se supo  que  había estado como capitán  durante  56 días  y que había enfermado el 26 de febrero, el alcance de los gastos era  43.520 maravedís como capitán  y 36.000  para el  alférez. El propio marqués ordenó  que se relevaran las tropas alcalaínas;  el cabildo municipal reclamó de la  Corte artillería y nuevas  municiones Volvieron las tropas en  marzo de 1569  y se puso al frente de ellas el alférez Francisco de Leiva, su sobrino.

            Pero, en ese, momento, Antón encontró un documento que  su escribano guardaba  como oro en paño. Lo dejó  para otro día.

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