SOBRE LA HISTORIA DEL PALACIO ABACIAL EN
EL LLANILLO
EL PALACIO
ABACIAL
En un manuscrito sobre la historia de Alcalá la Real, se escribía por
parte de su autor Agustín Garrido Linares, que
"así mismo el Ilustrísimo Señor Don Maximiliano de Austria
hiço la torre de la iglesia Parroquial de Santo Domingo de Silos, y el
Ilustrísimo Señor Diego de Ávila las Casas Abaciales que existen tan
próximas a su ruina inmediatas a la dicha Santa Iglesia Matriz, solicitando su
maior cercanía para su maior asistencia i régimen de su Culto"
Estos datos sobre los precedentes del Palacio Abacial nos manifiestan que,
en un principio, estuvo situado en la fortaleza de la Mota y adosado junto a la
Iglesia Mayor. Pero, por las fechas aproximadas del documento, las casas
abaciales se abandonaron en torno al primer decenio del siglo XVIII. Unos años
antes, algunos abades ya habían intentado el traslado de la
residencia abacial a la parte baja de la ciudad moderna, dejando el recinto
fortificado, a pesar de que el cabildo municipal se lo había impedido en
reiteradas ocasiones.
Las Casas Abaciales del Llanillo
En el año 1725, hay constancia de la presencia de los altos cargos del
cabildo eclesiástico en unas casas situadas en el Llanillo, donde convivían el
provisor y gobernador eclesiástico, un presbítero, el secretario del Gobernador
y un capellán con su familia( Padrón 1725. Casco Alcalá la Real). Podemos
concretar algunos detalles más sobre estas casas, pues partieron de varias
compras de casas desde finales del siglo XVII. En 25 de octubre de 1732, el mayordomo de las iglesias
parroquiales de Alcalá la Real llevó a cabo una operación para acrecentamiento
de las casas, que recogemos del escribano Francisco Montes ( Legajo folio 403). Catalina del Rosal, esposa de don
Fernando de Aranda, vecino de Loja, había aportado en 1669 [i]un
censo a la Iglesia de Santa María la
Mayor, en la cantidad de 4.200 ducados,
con los que sufragó el costo de un
tabernáculo al Santísimo Sacramento, y
con la obligación de decir una misa cantada perpetuamente en cada un año. Pero se llevó a cabo la
compra de las Casas Abaciales, y posteriormente,
en la cantidad de 18.323 reales y nueve maravedíes se adquirieron otras nuevas
situadas en el mismo Llanillo para la fábrica de la Iglesia Mayor, linderas con
las casas principales de las dichas fábricas por alto, y por lo bajo con Casas del
capellán Juan Cedillo
de Baeza ( que desde 1725 figuraba
lindero con ellas. Debieron ser la casas de María Hidalgo, que se mantuvieron
con la obligación de la manda de la memoria de la misa cantada. ,
No debía preocupar mucho en este tiempo su buen decoro ni se
construyó una mansión palaciega para el abad, porque los
cardenales Borja y de la Cerda y don Álvaro de Mendoza, abades de
Alcalá la Real, no residieron en ellas y, hasta muy avanzada la
segunda mitad del siglo XVIII, no hay testimonio alguno de una estancia prolongada
de abad alguno.
Por los años cuarenta y cincuenta, las fuentes documentales hacen
referencia a dos casas abaciales, que eran parte de patrimonio de la abadía y
que demandaban servicios del cabildo municipal. Por un acuerdo de los
regidores, en concreto, en los años cuarenta, se les concedió la licencia de
agua de la red municipal que transcurría desde la arqueta del Pilar de Mari
Ramos hasta la Fuente de los Álamos a través de la calle Pastores. Otro acuerdo
posterior del año 1749, ante la escasez y sequía que sufrían los vecinos,
obligó a una revisión de la cañería en las casas que se denominaban
Abaciales, Palacio Abacial o del Señor Gobernador de la Abadía.
Aquellas casas debieron estructurarse en torno a una planta central de
arcadas y un cuerpo de doble crujía, que daba a una sencilla fachada. En su
interior se distribuían el resto de dependencias, tanto oficiales-
la Cárcel Eclesiástica, la Biblioteca, el Archivo, la capilla del Abad, en este
caso, la del Gobernador, la sala de audiencias- como particulares,
dedicadas a los aposentos del abad y al resto de miembros de su
curia eclesiástica. De esta época, debe datar el claustro, con sus doce
columnas superpuestas de orden toscano, y la capilla de los
abades. Como típico de las casas de la ciudad llana, además se le
adosó un huerto a las espaldas del edificio que se describe en algunos
documentos, provisto de un bello jardín y, en su parte alta, unas habitaciones
que, en el resto de las viviendas de la ciudad, solían destinarse a graneros.
Todo ello estaba en consonancia con las casas y palacios señoriales que
solían estructurarse con el mismo claustro y la escalera frente a la puerta; en
este caso, en un lienzo lateral, fruto de reconversiones anteriores. Varios son
los arquitectos que intervienen en las obras municipales desde principio de
siglo hasta mediados del XVIII, pero no es de extrañar que en diversas fases de
esta obra imprimieran su huella los maestros locales Manuel de
Álamo, Mateo Primo y Felipe García Peinado. Por este último nos inclinamos principalmente porque la
semejanza de las bóvedas de las escaleras y la sencillez arquitectónica y
decorativa del interior del Palacio Abacial están muy relacionadas
con las de las Casas del Ayuntamiento y las de Enfrente que en el
año 1734 se estaba construyendo.
Otras nuevas aportaciones radicaron con
la compra de otras casas que se cambiaron por otras de las Casas de las Rentas
Decimales de la calle Real, para ubicar esos servicios, junto con las Casas
Abaciales, como comentamos en otra ocasión.
La
siguiente fase radicó en una transformación muy importante del Palacio Abacial
por parte del abad Mendoza y Gatica, que rectificó la alineación de la calle y
levantó nueva fachada (Años setenta del siglo XVIII). Pero esto lo comentaremos
en otra ocasión..
[i] Se hizo
memoria ante el prelado Abad y se
obligaba a pagarle cada a los beneficiados de la Iglesia mayor 16 reales de
vellón por la misa cantada. Ante el escribano Manuel Monte Lizcano.
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