El toque de campanas se sentía esta noche, era primnavera; se convertía la ciudad en un lugar de misterio en esta estación del año, pues en verano a las diez de la noche casi apagaba los últimos rayos de la luz del sol. Sonaban nueve campanadas de tres en tres en volteo de la campana María, intercaladas por la de Santo Domingo como si se asemejara al toque de entierro. Todos reconocían el anuncio de salir del puesto de trabajo y encerrarse en las casas, las primeras que cerraban eran las puertas del Hierro, Lanzas, Imagen; luego Zayde, el Aire, Peso de la Harina, Nueva, Rastro, Cañuto y Arrabal. Y acababan con la de losÁlamos, Granada, Villena y del Campo. Una vez entrado los vecinos en sus casas , cerraban sus puertas, portones , grilletes, verjas y ya no los abrían hasta el alba. Raro era el día en que se rompía aquel cierre de la ciudad de la Mota y la ciudad del valle que comenzaba a llenar el valle que cerraban los cerros de l Mota y Los Llanos. A veces, se escuchaban a los animeros y a los que llevaban la santa comunión a los enfermos, pero eran en determinados días, en otoño. Este toque de queda se distinguía por llamarse toque de ánimas, ya que las familias rezaban por sus difuntos al escuchar estas campanadas, sonaba diferente al del toque de laudes, ángelus o vísperas .
La campana María sobresalía con su toque lánguido y pausado y se diferenciaba de cualquier sonido llamando a una misa o repique general. Duraba un décimo de hora y se escuchaba en toda la ciudad, los campaneros solían ser los mismos de siempre. Esta noche de 29 de junio de 1612 , lo hacían los sacristanes. Tocaban las campanas con cierta alegría a pesaar de que la oscuridad del bocel de la torre del campanario no se identificaba salvo por el fulgor del candil que les había llevado a la Sala del Reloj, donde pendían las sogas de las campanas. Gerónimo Jiménez y Pedro de Arjona se intercambiaban los silencios con la mirada y jadeaban tras subir las más de cien escalinatas, desde la puerta de la capilla del baptisterio. En el rellano del coro, se cruzaron la mirada, mientras recordaron la entrevista con el alcaide don Antonio López de Gamboa:
-Nos dijo cuánto llevamos de sacristanes- dijo Gerónimo.
-Hombre, cada uno entró tras la prueba de Doctrina- contrestó Pedro de Arjona.
-Hoy, a lo mismo, pero más contentos.
-Me falta la respiración, pero es de alegría por el contrato.
-Nos hemos obligado, claro , es un compromiso muy serio, pero seguro.
-Sí, ya lo sabíamos y los habíamos hecho todas las noches.
-Y lo haremos, mientras seamos sacristanes de la Iglesia Mayor. Tañerermos este toque.
-El que llamamos Oración de las Ánimas.
-Mira el reloj, solo faltan unos minutos para la siete, todavía no ha llegado el verano, estamos en en el primer verano (primavera).
-Ya llegará cuando por San Juan toquemos a las nueve de la noche.
-Qué señor más formal, don aAntonio. Nos ha renovado el contrato por otros tantos años.
-Ha cumplido con el vínculo que instituyó su madre doña Teresa de Eraso.
-Y nosotros tan puntuales como la pica de una lanza, a las siete, ni un día en falta.
-Y, don Antonio, hombre de palabra, nos pagó los seis ducados del año pasado, een el día de hoy.
-Y no faltará la paga en 1613 por este día.
-Bueno, él no lo paga, lo hace el arrendado de su cortijo de La Merced.
-Exactemente, Diego Ramírez.
-Dijiste la Merced.
-Si fuera de día veríamos desde esta torre donde empiezan sus tierras y casi se pierde la vista en su extensión.
-¿Sabes su historia?
-Me llama la atención por el nombre.
-Creo que está claro y evidente que responde a una merced real a uno de los capitanes que acompañaron a los Reyes Católicos en la toma del Reino de Granada.
-Sí, pero lo cierto que su nombre ya era una realidad en el siglo XVI.
- Y pasó por las herencia al alcaide a través de su madre.
-Recuerdo un contrato de arrendamiento entre su propietario y el arrendador. Este era mi pariente Antón de Arjona. Y el propietario el señor Benito López de Gamboa, que compró la alcaldía de la fortaleza de la Mota, oidor de la Chancillería Real y Consejero de las Indias de Felipe II. Su hijo Antonio López de Gamboa heredó la alcaldía y fue regidor perpetuo y escibió una monografía de los orígenes y antiguedades de Alcalá la Real. Lo representaba su hermano el licenciado y presbítero Francisco de Gamboa, que ejercía el cargo de provisor vicario del abad en 1570 (ambos Benito y Francisco eran hijos del capitán Antón de Gamboa que fue vecino de Alcalá la Real y formó parte de los ejércitos de los Reyes Católicos). Pero lo importante del documento radica en los datos que aporta sobre el cortijo.
-Dime, dime, este cortijo se componía de unas 300 fanegas y una casa de teja, denominada también cortijo. Se ubicaba en el paraje del Tablero y le dicen de la Merced de Francisco Grimaldo.
-Mira fíjate en lo que me dijo su arrendador.
-Esta tierra esta mezclada, y hay una encina que sobresale, perdurará por el tiempo, le gusta su sombra al ganado
-Me cuentan que esta encina más antigua y de mayor sombra hace unos años un rayo hirió de muerte su tronco inabarcable por más de cinco personas
-Bueno vamos, da el toque que te has pasado de hora quince minutos.
Con el toque lúgubre, comenzaban a encenderse las cocinas y de las chimeneas francesas de la Mota salían unas columnas de humo, el murumullo de los rezos de ánimas se distinguía sin apreciar los rezos de los animeros, habían concluido las actividades, y el toque de queda invitaba a pedir por los difuntos. Se le fue el santo al cielo a los sacristanes y lo prologaron treinta minutos.
-Que no es el día a 2 de noviembre, para dar un toque de treinta minutos, y para pedir por los difuntos en su día.
La María emitía un sonido grave, un sonido muy especial.
Cien quintales peso,
quien no me crea
que me coja en peso
de la Mota los Llanos
y de los Llanos a la Mota.
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