LA FUENTE DEL REY
Se celebran las fiestas de la
Coronada del sitio de la Fuente del Rey en la segunda mitad del mes de agosto.
Las conmemoran los vecinos de estas huertas y los socios del Club del mismo
nombre. En dos domingos diferentes de este periodo estival, el 18 y el 25. A
pesar de que la piqueta ha hecho gran mella en sus viviendas tradicionales
hasta el punto que ha surgido una nueva urbanización en este entorno
comprendido entre los Llanos hasta la Pasadilla y desde Santa Ana hasta el
Portichuelo, su historia se remonta a tiempos remotos.
Con la aldea de Santa Ana, la Fuente
del Rey se enreda en la nebulosa de los millones de siglos que conformaron un
paraje singular de frondosa vegetación. Bajo el llano casi desértico, todavía
se yerguen las casas de labranza de las
huertas (muchas transformadas en casas de segunda residencia o de
campo), entre olivares y tierra de calma, entre una pequeña concentración
urbana de segunda vivienda y hábitat
disperso, entre algún que otro edifico
industrial y los asentamientos agrícolas, entre almacenes de servicios y
fábricas abandonadas de licores, entre manantiales de agua y hortalizas de
verano, entre el monasterio trinitario
de finales del siglo XX y la ermita de
la Coronada, entre el Lavadero de Mendoza y Gatica y el cenit de las casas
modernistas, y entre sendas, servideras
y una carretera de asfalto, que ha destruido, en gran parte, su encanto hortelano veteado de moreras,
ciruelos y noqueras.
Responde, por el oriente, su fisonomía natural a las huellas dejadas de mar de Tethys, aquel mar que anegaba todo el territorio comprendido entre el Norte de África y el Sur de Europa con sus aguas someras, y que, durante el Cretácico, hace más de 65 millones de años, cubría todas las estas tierras. Y dejó, entre los Llanos y el Cascante y el Portichuelo, este paraje singular que define y genera toda su naturaleza, agreste y frondosa, antiguos viñedos y nuevos cultivos. Unos milenios, antes de Cristo, el hombre trashumante del Argar comenzó a pastar en aquel páramo de medio monte, cubierto de una capa de tomillo, romero y de hierbas resistentes a las máximas temperaturas. Habitó en los refugios de las cuevas cercanas a sus Tajos, y se enterraron en la cistas muy propias de estos hombres del bronce; luego lo hicieron en sarcófagos romanos, como el que se encuentra en el Museo Local y siempre nos recordaba el fuenteño Pepe Ibáñez su descubrimiento, así como el ocultamiento de la imagen de la Coronada. Los manantiales de las fuentes de la Hostia, Gallarda, Somera, y, sobre todo, de la Fuente del Rey, surtieron de agua a las ricas huertas que se cultivaron desde tiempos romanos hasta la actualidad en forma de villas. Junto al Llano, la tierra de labor se multiplicó en villas romanas, alquerías y esos cortijos de frontera que crecieron por entre aguas de caz del arroyuelo de la Fuente del Rey, fruto de los repartimientos para los caballeros, escuderos y ballesteros, con los que ocuparon las huertas y las hazas de sus derredores para abastecerse.
Muchos repobladores de Alcalá la Real recibieron, entre sus mercedes, un
solar o una casa en la Mota, una tierra del ruedo, una viña y una huerta
en este entorno de la Fuente del Rey (que luego pasó a sus sucesores y a las
fundaciones eclesiásticas a través de memorias de misas hasta que se desamortizaron en
tiempos de Carlos IV y Mendizábal). La arquitectura de piedra seca levantó
chozones de pastores, eras de trilla, bancales, cercas de corralones, y
viviendas donadas en tierras de propios por el cabildo alcalaíno para
hortelanos pegujareros y jornaleros. Cercanos a los caminos reales y pecuarios
de Frailes, Guadix, Fuente del Rey y el de los molinos de Huéscar, se
levantaron viviendas de un solo cuerpo, chozas de retama y algún que otro
molino, hoy solo quedan algunos vestigios de estas construcciones en medio de
viviendas blancas de los años posteriores a los sesenta del siglo XX. La Fuente
del Rey, en la actualidad, se ha convertido en un nuevo núcleo de
comunicaciones con su rotonda a la entrada del recinto hortelano, y, junto al paso
senderista en el carril de la bicicleta.
Buen
paraje para levantar en 1340 el campamento las huestes castellanas de Alfonso XI
antes de la conquista del rey Alfonso XI. La ermita neogótica de principios del
siglo XX es el epítome de este rincón alcalaíno, donde nació una de las
primeras cofradías de la abadía de la ciudad de la Mota, la de la Coronada, que
compartió nombres de la Caridad y de los Desamparados desde su fundación en el
siglo XV hasta el siglo XVIII. Muy ligada a este territorio, nunca abandonó
aquel rincón donde se alberga su imagen románica con el nombre de la Coronada.
La Fuente del Rey, en la Edad
Moderna, se constituyó como la primera zona de campo, incluso habitada con
varias viviendas y calles, muy preeminente por sus huertas, molino y pastos
además de sus razones históricas. No es de extrañar que hasta finales del siglo
XVIII figurase como lugar muy importante que definía partidos de campos, zonas
de recogida de impuestos, leva de soldados y otros relacionados con los
servicios municipales y nacionales. Se señalaba como inicio de este partido el
camino de Granada y Llanos hasta las Juntas, incluyendo el Palancares y Santa
Ana. Por otro lado, marcaban el límite Los Llanos hasta la Boca de Charilla. Fue
tierra de capellanes, beneficiados, hidalgos los Molina, los Miranda, los Núñez,
los Cabrera, los Pineda, Cardera, los Aranda…y de los hortelanos y pegujareros
que se asentaban junto a la Fuente Somera y la Fuente del Rey.
Aquel lavadero público levantado
sobre el manantial construido por Martín de Bolívar (1550), se cubrió bajo la
beneficencia de una abadesa jerezana (1780), que trató de cuidar la moralidad
pública de aquellas mozas que hacía la colada en los poyos de piedra enfangadas
hasta las rodillas con las frías aguas invernales. Recuerdo mis años de niño
ayudándole a mi madre tender las blancas sábanas sobre el césped verde del
centro y cantar aquellos versos.: Ay, Pobre barquito mío, / por el canal de las
aguas, /desciende sin rumbo fijo, /buscándole una bocana. / Pobre barquito mío,
/entre la blanca colada, /le presta un mástil y una vela, /aquellas manos muy
blancas. Eran tiempos de segadoras de aquellos campos, de regantes nocturnos
con las linternas de carburo, de anises matutinos de Garnica, y de hortelanos
renteros de hacendados, que mantenían las propiedades de aquellas huertas, hoy
es otra historia, la del bienestar, la de la segunda vivienda de unas nuevas
clases sociales. Ya no es partido de campo, y mi barquito de madera puede
navegar en la fuente. Si mi bisabuela Adelaida levantara la cabeza, no vería su
casa de los Núñez levantada, ni encontraría pasto para sus vacas. La fuente se ha hecho hidalga con los escudos
de toda la heráldica alcalaína, realizados con motivo de su restauración de la
I Escuela Taller de Recuperación del Patrimonio.
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