RELATO DEL CALVINISTA
FRANCÉS PEDRO DE
El corregidor andaba muy ocupado
en los muchos negocios que le habían
sobrevenido en tan corto espacio de tiempo. Acudía al ayuntamiento todos los días,
ofreciéndose a los caballeros del cabildo municipal para resolverle los asuntos espinosos. No le importaba, pero había tenido
que emplearse a fondo con tantas cargas de
la ciudad por haber servido a
Pero, a mediados de junio del último año del reinado del rey Felipe III, le
atosigaba un asunto peliagudo, porque dependía
de él el futuro de la ciudad. Comenzaba a decaer el comercio del vino,
los reguladores de su venta, los
corredores, se habían hecho comerciantes y
empleaban malas artes para apoderarse de las ganancias de la cosecha en
detrimento de los labradores. La gente se reunía en cuadrillas, increpaba a los
regidores para desmantelar esta trama
mafiosa en la que estaban implicados algunos hidalgos y regidores. Pero,
el se sentía impotente. En medio de este embrollo, le presentaron un asunto de
caridad y amor cristiano también
muy extraño. A las primeras horas
de la mañana, le despertó el alguacil dando grandes aldabonazos a la puerta de
su Casa de Justicia. Su esposa, soliviantada, le espetó:
-Pedro, no escuchas las aldabadas de la puerta.
-uff…¡Qué dices! Déjame,
tranquilo, que he pegado ojo en toda la noche.
-Pedro, Pedro, que te llaman..
En la plaza, tan sólo los
comerciantes colocaban ordenadamente los
lienzos de tafetán en sus tiendas de los corredores del flanco
meridional de la plaza. También algunos
curas beneficiados, acompañados del sacristán, venían de la calle del
Preceptor y cruzaban el empedrado para adentrarse en la sacristía. En medio de
un silencio sepulcral, roto por los graznidos de los cernícalos, se escuchaba
la ronca voz del alguacil que sobresalía por encima de los repetidos golpes contra el
portón. Abrió los encerados de la ventana del balcón y, todavía , con un
pequeño capote que le ocultaban las bragas interiores que le llegaban
hasta el tobillo, saludó al alguacil y le recriminó
:-¿ No había tiempo para
comunicarme la noticia , tras la
audiencia? Tan urgente es el asunto que te ha traído a levantarme ¿Qué asunto me traes ?
-Cosas de religión. Cosa de protestantes,
de herejes contra los que combatimos.
-Que nos dejen en paz, ya se fueron
los moriscos y, ahora, nos saquean con
tantos impuestos, milicias y, para colmo, se infiltran en muestra
tierra.
-Mi señor, baje pronto. Le tengo
que comunicar un asunto importante.
-Espérame bajo los corredores, junto a las tiendas de
los escribanos, en la de Audiencia
Cerró la ventana el corregidor, se colocó su camisa,
su peto, su collera, y su valón con su sombrero de plumas y tomó
una copita de aguardiente de Rute para endulzarse la boca. Luego se fajó
el sable y se acicaló el
cabello y el bigote. Con unas
pocas ojeras, pasó por los
corredores y bajo las escaleras
desde el cuarto primero hasta adentrarse ena sus caballerizas. Le puso las
albardas al caballo y lo sacó por la
puerta trasera hacia la calle que daba a
la plaza. A la salida por la puerta de
las caballerizas, se encontró con el regidor Gamboa y con sus criados que los despedía antes de ir a la siega.
De
nuevo, se encontró con su alguacil bajo el
arco del cuerpo adelantado de la tercera tienda. Un poco malhumorado, le
increpó.
-¿con qué cosas de religión?
Anda, al grano, dime el meollo del asunto.
-Sí mi señor, han venido al
hospital una familia de herejes de
nuestra religión.
-Qué, pues , puede ser , un turco de tez amarilla.
-No, mi señor, alguien más peligroso.
-Entonces, un morisco que quiere vengarse de mí.
-Que no, que no. –Le insistía el
alguacil.
- ¿Entonces, qué puñetas es?
-No sé quienes son ni de dónde
vienen, un matrimonio con un hijo. Hablan una lengua que no llego a
entender. Tan sólo, con gestos, papeles que nos enseñan y algún que un vocablo castellano, vamos
sabiendo algo.
-¿Dónde se encuentran?
-Como su merced sabe, los hemos recogido en el sitio de costumbre.
-En el Hospital del Dulce Nombre
de Jesús.
El corregidor no le dio
importancia, podía ser un catalán de la
cofradía de Monserrate pidiendo limosna para santuario; un italiano que andaba
descarriado buscando trabajo artístico o un judío portugués que solían
frecuentar la ciudad vendiendo telas.
Pero, mientras bajaba por aquella calle y, al mismo tiempo, zoco de tiendas adosadas a la muralla, a la
que llamaban Entrepuertas, miró el
reciente derrumbe de la barbacana y preguntó de nuevo y le bromeó sobre el enigmático personaje:
-No me vaya a traer una familia
de cautivos de
-Que no, mi señor, que le digo
que es mucho más peligroso.
-No será uno de esos moros
rajados que todavía frecuentan la zona.
-Que no, no, que no son de la berbería.
Andaban enfrascados en la conversación y se iban
cruzando con los jornaleros que bajaban con los capachos llenos de las carnes
compradas en los altos de
-Ojo, con los ganaderos que nos invaden los montes. Protegeros, porque ya
nos han dado más de un susto en la
sierra de Locubín, pues poseen arcabuces.
A la altura del último tramo de la calle Real
escucharon los toques de las espadañas
de los conventos que anunciaban las primeras horas cantadas de los monjes
franciscanos y dominicos. Y, el semblante le cambió al corregidor y la dulzura brotó de sus labios:
-No será una extraña familia que
busca los puertos del Sur para embarcar
hacia América.
-Que no, mi señor. Yo, tan sólo
puedo decirle, que vienen destrozados.
Parece como si un huracán los hubiera arrastrada por estas agrestes sierras del
Sur.
En el compás de un convento franciscano, le comentó al alguacil las gestiones sobre la prosecución de la obra, ya que estaba detenida y `presentaba el aspecto de un estanque sin la cubierta, y todo ellos por varios motivos, entre ellos la financiación que les buscó con el préstamo del arbitrio del ultimo donativo a su majestad.
.
En la aceitería del Llanillo, hizo la última parada, y le preguntó a la tendera por el precio y el estado del aceite, al mismo
tiempo que, de nuevo, increpó al alguacil.
-Pero, ¿Quién te ha dicho que son
peligrosos?
-El hermano hospedero del hospital,
me decía que nos los comprendía.
-Pero, qué escuchó de ellos-
-Frases sueltas _.....somes
franceses….dejá cristianos……… avant de
Carvine ….
- De Calvino, sí
-Sí, sí de Calvino, de ese hereje
con cuernos que quiere destruir
nuestro Imperio.
-Casi seguro, Un comerciante,
como los que nos buscan todos los días las cosquillas bajando sus tiendas de
Al pasar por la primera posada, dejó su caballería en las
cuadras por si tenía que emplear mucho tiempo en el hospital. El primero en saludarlo fue el mayordomo, que lo subió a
Pronto dieron con el matrimonio
hacinado entre muchos pobres de solemnidad, enfermos y transeúntes. Apenas, el
padre levantaba la cabeza y se
sentía humillado ante la presencia de tantas personas. El corregidor le pidió
los documentos, en seguida le entregó un legajo de papeles escritos, al
parecer en provenzal
-Luego, usted es francés, cercano
a Ginebra, la tierra de Calvino.
- Oui, je suis français.
-Claro, claro, francés.y de pura cepa.
- Y, ¿ que pinta aquí con su mujer y su hijo?
-Mia madame est française, nous sonmes passé muchos
sufrimientos. Sin travail, en Francia, odiados por todos, condenados a muerte. Tome este escrito,
léalo.
No sabe lo
que hacer el corregidor. Sabe que es una familia francesa. Entiende las
grafías, pero no el contenido, comprueba que están escritas en francés.
Entonces, baja al cuarto de los mayordomos y envía al corregidor, para que
convoque a un mercader francés asentado hace tiempo en la ciudad- Se llamaba
Juan Serrete, era comerciante y tenía una tienda en
El alguacil toma el caballo y se adentra por las callejas del Llano de la
ciudad hasta topar con su casa en el
Arrabal Viejo. Sin poner obstáculo, Juan Serrete se vuelve con el alguacil y se
presta a todo tipo de colaboración con el corregidor.
. .-Dígame, señor, y pregúntame
lo que quiera. A su disposición, siempre.
.
– Lea este documento, pero vaya al grano.
- Condeno a
Piere de
En este momento, bajó de la
sala Pedro, pidiendo agua. El estado era lamentable, tenía mesados los
cabellos, varios cardenales se vislumbraban
por su espalda, dos cicatrices
mal cerradas partían en dos sus cejas y , tan sólo, la sábana de la cama cubría el resto del cuerpo.
Las órbitas de los ojos se asemejaban más a un
enfermo en fase terminal que a un
ser humano en edad madura. Con grandes gemidos, corta la lectura de su paisano
Serrete y le increpó:
-Yo no ser calvinista, serr cristiano.
-¿Cómo es eso?- le increpa el corregidor.
Lo escrito, escrito está, no me venga con falsas simulaciones y fingimientos.
Usted huye de alguien. Ha sido anatema de muchas personas y sambenito de muchos lugares. Dudo hasta si es francés.
-Lo soy, mi señor, y también ahora cristiano. Como usted, señoría.
Pero, a mi se me han caído todos los palos del sombraje Yo no suis ( le reprende
el corregidor, “soy”) de esa secta.
-Ya habla bien, los calvinistas
son una secta odiosa, no creen más que en el dinero, para ellos la riqueza más
que Dios, es su preocupación y ocpación.
, Son una secta secreta que hay que perseguir. Siga, siga, Serrete.
Pero, Serrete ya se perdía en los
términos jurídicos del fallo judicial, artículos y más artículos, fórmulas
y frases en latín que no entendía. Pero,
lo que sí tenía claro que, una vez que
todos los miembros de la familia participaron
del calvinismo, les remordió la conciencia y todos volvieron al antiguo redil
de
-Señor corregidor, ahora son
católicos, apostólicos y romanos. Muy claramente lo dice en este ´párrafo “
Pedro Roças se convirtió de nuevo al catolicismo y abandonó el calvinismo”.
-Sí mi señor, ser cristiano y
toda mi familia.
El corregidor no comprendía,
porque se habían alarmados los operarios, los enfermeros y el capellán del
Hospital. Era un cristiano como la copa de un pino, un cristiano de verdad, al que había que
aplaudir de sus estados metamórficos,
experimentar diversas doctrinas y, al final, quedarse con la religión de
su familia, era un mérito, en unos
tiempos en los que muchos europeos de las
zonas francesas cercanas a Ginebra se
habían pasado al luteranismo y habían seguido a otros líderes como Madelson
o Calvino. Pero, no comprendía el
lamentable estado, y llamó a su mujer y
a su hijo. Inmediatamente, se presentaron sucios, harapientos y cubriéndose el
sexo con la sábana del hospital. Lo que más le extraño, fueron los arañazos que
surcaban todo el cuerpo de la esposa del francés y el cabestro o la muletilla del joven para
poder andar, porque tenia un fuerte esguince de tobillo
-¿Qué os ha sucedido den este largo trayecto desde Francia hasta estas tierras?
-Nada, mi señor, déjeme que se lo
diga en francés a mi paysan Serrete.
Este, inmediatamente, iba
traduciendo literalmente “ en todos lugares nos recibieron como auténticos
adalides y héroes de la cristiandad,
en Burgos, en Sigüenza con los Mendoza ,
en Alcalá de Henares entre los estudiantes de
Al final divisamos, una mole muy
elevada, parece que le llamaban Peña de Martos, no entramos en el pueblo y
subimos a ella, desde allí como
eran la víspera de la fiesta de San Juan
contemplamos varias hogueras, planeamos una ruta guiándonos por dichas hogueras
evadiendo los pueblos, aldeas o cortijadas. Pero, mi hijo enfermó
-No me dirá que tiene la peste, la maldita
epidemia que nos ha mandado el Señor por tantos pecados que cometemos.
-No mi señor, sino que tropezó
con una zarza y cayó en un barranco, desde donde nos vimos negros para poderlo
sacar, ya que estaba malherido, sobre todo tullido en las piernas. Hicimos unas parihuelas con los
troncos de unas gruesas ramas de un quejigo; mi mujer y yo nos dirigimos, a través de
un camino destrozado, hacia
una ciudad que se erigía con un hermoso castillo. Preguntamos a unos ganaderos
y nos dijeron que se llamaba Alcalá
- Muy bien, usted es un cristiano
y ha sido víctima de los malditos
bandoleros, esos malditos bandoleros que heredaron las malas costumbres de las
partidas de los moros. Más nos valiera tener
Serrete, mientras el señor
preguntaba seguía absorto y ponía
extrañas cara ante el resto de la lectura del documento. Se saltaba muchas
líneas, y se decía entre sí , pura retórica,
adornos de abogados, pero, ya no pudo más, déjeme que le lea lo esencial.
-Piere de Roças est un asesino, sí
mi corregidor. Esto lo afirma.
- No, yo no
soy un asesino, lo hice por la fe de
mis antepasados, por Cristo Nuestro Señor. Soy inocente. No tuve más
remedio.
-Dígame, Serrete, es verdad que este señor es un asesino de carta cabal.
-Sí, mi merced, mató a una persona., a un ministro de Cristo y, por
eso le condenaron.
-Y, ¿cómo no le llevaron a la horca
y le dieron tormento?
- Sí, mi señor, que le dieron tormento en su pueblo, según dice
el documento, porque el se defendía de que era inocente de la muerte de aquella persona, vecina y amigo suyo. La
indagaron de todo, pues le probaron si
era un marido celoso, porque el su mujer
fue la causante del suicidio.
-Cómo, su mujer
fue la causante?
-Claro que sí, esto dice el
documento, le seguía, le perseguía el ministro de Dios.
-Sí mi corregidor-interrumpió
Pedro-, pero el ministro de Dios calvinista que los había convertido.
-Eso, eso. Le ministro calvinista
quiso, de nuevo, atraerla a su secta, cochinos luteranos, herejes infames, tan tozudos y tan iconoclastas. Y, , según dice le fallo judicial, el marido, una auténtico
converso, no tuvo más remedio que matarlo para que su mujer no cayera en la
secta calvinista.
-Anda, sube esta mañana a las
casas del cabildo, preséntate al regidor de turno, dale este billete y diles
que lo presente en la reunión de mañana.
Pedro no lo entendía: Pero
Serrete traducía: la cara del matrimonio francés cambió por completo. Así fue,
el francés subió por la calle del
arrabal de
-Limosna, por Dios.
Se la concedieron, como era normal. Mientras
tanto el corregidor se quedó arreglando unos asuntos de orden público con el
alcalde ordinario del Castillo que pedía un abogado para defenderse del pleito
de los montes. Al mediodía, subió a la
fortaleza, en su casa se echo a dormir, le dijo a su mujer que no le molestara y entre sueños repetía “su merced, un asunto
urgente”.
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