EL TERSORO HISPANOMUSULMÁN DE LOS QUIBIRES
DE LA FUENTE NUEVA DE ALCALÁ LA REAL
De todos es sabido que los territorios que ocuparon los musulmanes en el
Al ´Ándalus fueron propicios a los movimientos migratorios por las distintas
invasiones desde la entrada árabe a la península ibérica hasta el final del
reino nazarí de Granada. Estos desplazamientos poblacionales se ocasionaban
por motivos de guerra, persecuciones u otros motivos. En muchas ocasiones, el
abandono de sus antiguos asentamientos motivaba la esperanza de la vuelta en
tiempos de mejor situación social. No era un hecho ocasional que guardaran
sus enseres más valiosos para recuperarlos a la vuelta. Esto daba lugar a
que, junto a las alquerías, en los terrenos cultivados juntos a las
corrientes de aguas, como fuentes, huertas, cequias, alquerías y fundos se escondieran
los tesoros hispanoárabes. Las leyendas se multiplican en versiones variadas
de tesoros escondidos bajo un elemento natural-un árbol, una cueva, o una
sima.- a los que acudían los repobladores o conquistadores o los labriegos
con una condición básica para que pudieran ser descubiertos. |
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En la Alcalá de los Banu Said, se
produjeron en diversos momentos de su historia estos movimientos migratorios,
que afectaron a los mozárabes, a los muladíes y a las diversas etnias árabes,
como almohades, y almorávides. Como tierra de frontera, la ciudad cayó en
diversos momentos en manos de los reinos cristianos desde el siglo X. Por eso
no es de extrañar que hayan aparecido los tesoros de Ermita Nueva y de
Charilla, o se encuentren lugares imbuidos de leyendas de tesoros como
Charilla, La Pedriza, las Riberas, La Rábita, Majlacorón, Cequia o Fuente
Álamo. Se conservan relatos como los de la Encina Leona del cortijo Bajocar,
la Leyenda de la Mezquita de oro del Cerro del Águila, el Túnel de la Cañada de
Ámbar hasta la Peñuela desde Venta Quenada, la Cueva de Rubio en la Joya de
Charilla, la de la Loma de Mures, Malagüilla….
Tampoco extraña que se ratifique este
descubrimiento de tesoros con documentación objetiva. Me refiero a una
escritura ante el escribano Alonso Ramírez en 1566 (Legajo 4720, folios 135-137
y 141-142) sobre el descubrimiento del Tesoro de los Quibires de la
Fuente Nueva de Alcalá la Real.
Corrían tiempos que la ciudad fortificada
de la Mota se encontraba habitada, junto con sus arrabales de su derredor,
antiguas albacaras, por los primeros descendientes de los conquistadores y
primeros pobladores. A partir de los primeros años del siglo XVI, se comienza
una nueva repoblación que comienza a asentarse en los arrabales nuevos, Los
reyes permitieron que los terrenos, que se extendían desde la Carrera Vieja
hasta la Corredera y el Tiro de la Piedra, y desde la fuente de la Tejuela y
Barrero hasta el ejido, fueran repartidos entre las familias hidalgas de la
ciudad. A través de grandes hazas que se correspondían con las manzanas de la
ciudad del llano, luego subdivididas por las calles, los Padilla, Gómez Muñoz,
Cabrera, Hidalgo, Montesinos, Pineda, Garrido, Gadea reciben estas parcelas que
transformaron en solares para edificar y vender mediante censos perpetuos y,
además, urbanizaron con calles disvisorias. Entre estas hazas, a mediados del
siglo XVI, la familia de Pedro Hernández de Aranda había heredado un haza por
encima de la Fuente Nueva, lindera con una zona llena de viñedos viejos de la
ciudad de Alcalá la Real antes de los Reyes Católicos, donde se construyó la
Fuente Nueva, se abrió una calle por encima de ella y entre dos caminos, el de
la Fuente del Rey y el que subía a dar con el camino de la Fuente Solera y molinos
de Huéscar.
A mediados de siglo Pedro Hernández de
Aranda, que había heredado de su familia Pedro de Pineda Góngora el haza de
este entorno, había vendido varios solares. Los nuevos repobladores y vecinos
solían edificar una casa, cercar su solar y corral abrir una portada, colocar
varios cuerpos y en ellos sus palacios, caballerizas, cámaras, dormitorios, y
algunas otras habitaciones como cocinas con chimeneas francesas. Como es
lógico en la labor de roturar el terreno, tajarlo y allanarlo acudían otros
vecinos. En 9 de enero de 1567 Tomé Gallego y Bartolomé Ortega , por una parte
, y, por otra parte Pero Hernández de Nocete en nombre de Pero Hernández
de Segura, su cuñado, manifestaban que habían entablado un pleito ante el
corregidor y la justicia de la ciudad y la Real Chancillería de Granada
en razón de " un tesoro de quibires, que han hallado
junto a la Fuente Nueva, término de esta dicha ciudad, y sobre ello han traído
provisión de Su Majestad , para que los dichos quibires se vuelvan a
poder del depositario, que los tenía en depósito, e, porque los pleitos son
dudosos y por evitar los gastos que del dicho pleito se pueden seguir, y
en bien de paz e concordia de los que se han convenido y concertado
em esta manera que los dichos Bartolomé de Ortega y Tomé Gallego se
obliguen a dar e pagar al dicho Pedro Hernández de Segura e al
dicho Pedro Hernández Nocete en su nombre ocho ducados de la moneda
usual el plazo que del susodicho declarado en recompensa de los
gastos e costas que el dicho Pedro Hernández de Segura ha hecho en el
dicho pleito y poniendo en efecto los dichos Bartolomé de Ortega e Tomé
Gallego juntamente y de mancomún e a voz de uno cada uno por su
parte ". Fijaban de fecha para cumplir la cantidad de el
día de Nuestra Santa María de Agosto en la cantidad de 50. 000 maravedíes para
las partes convenidas, la que aceptaba el acuerdo y la otra para la Justicia.
El documento se repite con otro afectado del pleito Ginés de Pedroche, fiado
por Alonso de Cea, en la misma fecha y en los mismos términos de concordia, con
la cantidad de cincuenta reales. para la fecha de Santiago Apóstol, y con la
pena de cincuenta mil maravedíes, repartido entre la parte obediente y las
penas de cámara, en caso de que no hubiera acuerdo.
Como es lógico se comprendía que el tesoro
se hallara en este entorno, pues era una zona cercana a una fuente y el ejido
de la ciudad, que se regaba con sus aguas, y bajo los viñedos que dispondrían
de casetas o pequeñas alquerías, donde ocultarían el tesoro dentro de pequeños cantarillos.
El quibir nos sorprendió, hasta cierto punto. Parecía como si mantuviera
el origen con la corriente de agua, grande, el Guadalquivir, e incluso con
algún imán el Quibir. Pero, si nos fijamos más profundamente estaba relacionado
con las monedas y joyas que debían guardar en los pucheritos. En este caso,
este pucherito guardaba una gran cantidad de quibires, esa moneda musulmana,
que los reyes convirtieron en maravedíes. Formaba parte de los pesantes, los
dineros y quibires, que reproducían al mitqal de plata
que equivalía en tiempos nazaríes a diez dineros, o dirhams,
cuya dobla recibía el nombre de quibir. Su conversión a
la moneda castellana se evaluaba en un pesante valorado en 30 maravedíes, el
dinero o dirham en tres maravedíes y el quibir en
seis.
No debía tener solo quibires el tesoro,
también otros objetos de adorno y joyería. Pero quedó en manos del depositario
municipal, que no transmitió a las arcas este tesoro, porque nunca más se supo
de aquel tesoro o fue fundido en lingotes o monedas del mismo metal.
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