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COSTUMBRISMO DEL AMBIENTE RURAL DE LA SIERRA SUR. LAS ALDEAS ALCALÁINAS
.
Actualmente,
es difícil percibir el ambiente rural y la dispersión poblacional tal como se
manifestaba a lo largo del siglo XIX. Fue fruto de una gran labor roturadora
que partió de los repartimientos de tierras y roturación de campos para
conseguir arbitrios desde Alfonso XI hasta el mismo siglo XX, que culmina el
proceso desamortizador con los bienes propios. Al mismo tiempo que se produjo un
gran movimiento migratorio desde los núcleos urbanos a las anteriores
cortijadas, que dieron lugar a núcleos más concentrados, en forma de aldeas,
Principalmente y hábitat disperso a lo largo de los territorios cercanos a los
caminos reales, veredas, veredas, ventas, molinos, dehesas, servideras,
descansaderos y abrevaderos. Se dividieron en doce partidos de campo
que recogió el Diccionario Histórico-Geográfico de Madoz, simplemente un
refrendo de aquellas divisiones administrativas de índole local para el pago de
impuestos, guarda de montes y tierras privadas y comunales, reclutamiento y
levas, y disfrute de servicios religiosos
Muchas aldeas vivieron su punto álgido a partir de los años treinta del
siglo pasado hasta que comenzó la diáspora de los años sesenta, y, a pesar de
que mantenían una gran dispersión de sus viviendas, consiguieron engrandecer
los núcleos constituyentes a partir de un edificio público o religioso, o
simplemente expandido en torno a un cortijo de labradores. Durante estos años,
se asentaron muchos vecinos y, además, se establecieron algunos servicios
públicos como el correo, el estanco, la escuela y la iglesia (a veces,
compartidas en un mismo edificio.
Unas costumbres peculiares, unas formas de vida especiales y un trabajo
agrícola-ganadero, marcado por la distancia con el casco urbano más cercano y
la dispersión se sus viviendas rurales. Sus vínculos de unión comarcal y de
apertura ante el progreso radicaba en el
desplazamiento a la ciudad de Alcalá la Real para comerciar sus
productos, surtirse de los servicios básicos como los religiosos (
matrimoniales, funerarios y bautismales)
y la celebración de las fiestas y ferias, así como, a la inversa, la
celebración de las fiestas aldeanas, que
fueron programándose con el esplendor y la inauguración de sus templos, atrajo a los vecinos del casco
urbano y de otras aldeas y cortijadas de su derredor. Desde la tradicional
Santa Ana, patrona alcalaína y la Coronada, hasta la fiesta de San Isidro,
surgieron, antes de los años treinta del siglo XX, una gran cantidad de fiestas
aldeanas, como la de San Juan y San Jerónimo en las Riberas, la Cruz en la
Pedriza y Hortichuela, san José en la Rábita, san Miguel y Nuestra Señora del
Rosario en Charilla y Fuente Álamo, San Vicente en Grajeras, y san Roque en
Mures.
Se cerró el círculo en muchas de ellas, cuando se propagó la devoción de la
Virgen de Fátima, que daba lugar a celebrar la fiesta por el me de mayo y
estrenar una puesta en sociedad de los niños aldeanos recibiendo las primeras
comuniones. Al mismo tiempo que los doce partidos de partidos de campo se
acrecentaron con nuevos núcleos rurales como Villalobos, las Peñas, Venta de
los Agramaderos, Puertollano y la Hoya entre otros.
EL
COSTUMBRISMO
Recoger
las peculiaridades de aquellos tiempos consiste en remontarse a un periodo
comprendido entre el Catastro de la Ensenada y los años cuarenta del siglo
XX. Analizamos el contraste entre Alcalá
la Real y el mundo de los cortijos y aldeas con estas palabras: En este
primer tercio del siglo XX la gente vive anclada en el tiempo. Si para
cualquier vecino de una ciudad populosa el campo representa el sosiego y el
descanso, la vida sana y el placer del ocio, para el cortijero o aldeano es el
trabajo duro y la pobreza, el olvido y la humildad. Realmente son dignas de
admiración estas gentes sencillas y honradas, que viven en unas
condiciones precarias, en donde todo lo de los demás está ausente:
la cultura, la educación el confort, el progreso… . Y en verdad que, si nos atendiéramos al
simple dato de la escritura y lectura básicas, hasta muy entrado el siglo XIX,
no existen escuelas en las aldeas, menos aún en los cortijos, y , tan
sólo, muy pocos vecinos de estas zonas
sabían leer y firmar. Con la extensión de las escuelas, comenzando por la parte
de Charilla, Santa Ana, Riberas, Mures, Ermita Nueva, la Rábita, dio lugar que
el campesino se liberara de muchos aspectos, pero tuvo que pasar un siglo para
la cultura y educación públicas se ofreciera a toda la población. Y en verdad
que hubo momentos, desde finales del siglo XIX, en los que los maestros
garroteros y los centros de las sociedades obreras significaron cierta
apertura. El tipo de vivienda responde a
diferentes formas de vida. Desde el cortijo al chozón de retama, pasando por la
casa de teja, el núcleo fundamental es la familia. Esta familia se compone de
una persona que ejerce el patriarcado. Y se encuentran desde el viudo o el
soltero con familiares o sirvientes hasta la familia numerosa con varios hijos
y varios sirvientes (gañanes o mozos de soldada o suelos y sirvientes ganaderos
o porqueros). Generalmente, en las casas de los más pudientes (los labradores
de cortijos y los pujareros) suelen aumentar el número de miembros, mientras
que los jornaleros y las viudas, salvo el caso de algunas labradoras, las familias
no llegan a sobrepasar los tres miembros. Conforme se alcanza el siglo XX, el
núcleo familiar queda reducido a grados de parentesco, y no se adscriben los
miembros ajenos a los vínculos consanguíneos
En
la mayoría de las viviendas rurales, el centro de la casa es el cuarto de
entrada, que hacía las veces de comedor y cocina, cercano al portal, que no
siempre se encuentra en las viviendas. Su mobiliario consiste en una mesa muy modesta,
unas banquetas y unas sillas de anea. El instrumental de la comida suele ser platos
y cucharas de palo, a veces de cerámica o de otros materiales de alfarería o
vidriados. Se da el caso de que una misma familia utiliza la misma cuchara y
tenedor, la navajilla suele ser individual. Por turno rigurosos pasaba de mano
en mano el cubierto hasta que se agotaba el alimento. El padre iniciaba la
primera cucharada y daba la señal del final de la comida con la guarda del cubierto
en el cebero. A continuación, suelen los campesinos atender los animales en los
tinados, cuadras, caballerizas, zahurdones y gallineros. Y bajo la luz del
candil o la lumbre, la sobremesa es la antesala de las horas de sueño. Suelen prevenir la labor del día siguiente,
realizar algunas labores de telar, punto e, incluso, del horno de pan. En la tertulia,
el padre de familia suele contar algunas historias o leyendas de su pasado miliciano,
y no quedan en el arcón del olvido las vivencias de santeros. Abundan también
las leyendas de fantasmas, tesoros y bandoleros y triángulos de amor. Solía
concluir la tertulia con el rezo del rosario entre los labradores, que se
despedían de la patrona colgada en las litografías adquiridas a los demandantes
que acudían a las casas y cortijos con motivo de las fiestas de la Virgen de
las Mercedes, Cristo de la Salud, Cristo del Paño, Aurora y Santo Domingo. Y
así lo recogía Antonia Conde: Labrador,
si tú quieres,/ fruto del campo, /con tu mujer y tus hijos,/ reza el rosario,
Juega, entre los vecinos de los
partidos del campo, un papel fundamental el
Zaor, que es una palabra vulgar con el apócope del zahorí, generalmente
ejercía de ministro de la justicia, vocal de barrio y, ya muy adentrado el
siglo, de alcalde pedáneo. Este
personaje suele desplegar, en la vida de los aldeanos y cortijeros, una
influencia proverbial. Lo mismo daba recetas vegetales para la cura de las enfermedades,
que interpretaba todos los sueños y desvaríos del entendimiento. Como
trotamundos, les proyectaba la mente a los parajes más exóticos del mundo, y,
como hombre organizativo, lo mismo preparaba una procesión que un carnaval en
una concentración de vecinos de los cortijos, o una fiesta de la cruz en una
era. En estos terreros muy secanos, su mayor impacto lo ejercía en la búsqueda
de las aguas subterráneas y en la proyección y apertura de pozos.
El horario de la
gente del campo se regía por la universal ley de “sol a sol”, y, en las
primeras luces de la alba, tras el canto de los gallos, se incorporaban a sus
tareas en las tierras roturadas que rodeaban a la vivienda, en las propias o
del cortijo arrendado. Generalmente, su trabajo consistía en la tala de los
montes, roturación de campos, siembra,
escarda, siega y recogida de la cosecha por ser los campos de sembradura que
solían calificarse de diversas cualidades ( desde la
primera calidad, sin interrupción de siembra anualmente, hasta la sembradura de
habas, yeros y escañas de seis años en seis años que ocupaba la cuarta escala);
por las tierras de Alcalá, el viñedo suele ocupar el laboreo del olivar, y se
complementa con el zumacal y la ganadería, pastoreo, y la apicultura. El que
ocupaba mayor número de personas se relaciona con el laboreo de los cereales.
María Pilar Contreras así lo describe :
“Lejos de arredrarles o entristecerles el
natural cansancio por producido por la
continua tarea, alegres y solícitos, dan
al viento cantares característicos del
país, mientras los capataces o aperadores con la mayor pulcritud y agilidad
condimentan el rico y fresco gazpacho
que les ha de servir de merienda, después de transportar de un lado a
otro los sacos o costales repletos de semillas; esta animación y pequeña
algazara dan vida y colorido al cuadro que alumbrado por el sol de Andalucía,
ofrece un golpe de vista admirable”.
A principios de siglo XX, Jesús
Rodríguez Jiménez comentaba la vida campesina y abundaba en otros detalles,
distinguía ente los trabajadores fijos de los cortijos y eventuales, el lugar de contrato en los
alrededores del hostal de la fundación Moya, o en Consolación, la función del
amo que proporcionaba pan, tocino, ajos y aceite para hacer las migas, el comienzo de la
jornada tras la comida miguera, el final de la jornada con el Ave María
Purísima del aperador, el gazpacho del mediodía y el cocido de noche, la rebusca y de frutos silvestres, volatería
caracoles y ranas por los eventuales.
No todo radicaba en trabajar, sino que solía acabarse
el final de una cosecha con la fiesta del remate, a la que acudían todos los
jornaleros a la casa de un labrador y celebrar una fiesta. Decíamos “… lo hacían nuestros paisanos, a lo largo de
las diversas estaciones del año y en las tareas agrícolas y artesanales. Desde
los encuentros familiares y festivo s, como el nacimiento, boda, petición de
mano, hasta los puramente religiosos, como las fiestas navideñas, ofrecían momentos
oportunos para desarrollar la copla andaluza, composición breve, poética, que
suele servir de letra a un cantar En
nuestra tierra abundan las canciones de olivar, de arriero, de coro”.
En las Caserías de San Isidro, resalta esta canción labradora, recogida por
Rafael Jesús Peinado Cano: “La perdiz
canta en el monte, / la liebre en el retamal, / el gazpacho en el dornillo. / ¡Vámonos
a merendar!
EL
NACIMIENTO
El
nacimiento de un miembro familiar era celebrado siempre por todos. El Zahorí era convocado para leer el futuro
del niño, y, lo que era muy frecuente, ante las primeras enfermedades prevenir
o curar el mal de ojo de los recién nacidos, ya que abundaba la muerte de los
recién nacidos y de las madres en medio de unas condiciones ínfimas para
realizar el parto con el uso de barreños y los recursos más artesanales que
podía uno figurarse. Por eso, solían trasladarse los más pudientes a la ciudad
de Alcalá la Real, en los días anteriores del parto para ser asistidos por las
comadronas. Es curioso que muchos pequeños solían morir en los primeros días de
verano y saciaban su tristeza aludiendo que los recogía bajo su manto la Virgen
del Carmen, devoción que se extendió en la iglesia de la Veracruz. Antes del
nacimiento, se solía preparar el vestido que dominaban de “cristianar”, con su
gorrito y capa blancos o de color hueso, la cuna y los amuletos o medallones,
sobre todo, del Ángel de la Guarda, y se elegían los padrinos de la ceremonia.
No siempre daba lugar a todos estos preparativos, sino que, a veces, ante
riesgo de muerte, se hacía en los primeros días del nacimiento.
El
día del bautizo se centraba en la ceremonia religiosa y el baile posterior, al
que se invitaba familiares y amigos. Lo
más curioso es el ceremonial de regreso a la casa de la familia del bautizado.
Suelen acudir a la puerta de la iglesia los niños de los vecinos y familiares,
que arremeten contra los padrinos a gritos de “roña, roñica, una lismonica…”
roña, roñura, si no me das un chavo, que se muera la criatura…”. Desde el
templo hasta la casa del nacido, el padrino saca de sus bolsillos monedas de
poco valor y las arroja a al suelo para que las recojan los zagales al vuelo.
En el portal se repite en varias ocasiones la misma tirada de monedas. A continuación,
se celebra un pequeño convite, al que se invita con garbanzos tostados,
licores, arresoli. A veces se hacen bailes entre los presentes en el salón de
la casa. Si recogemos un baile aldeano,
María Pilar Contreras así nos lo describe:
“En las fiestas de campos, días de rifas (hoy muy
frecuentes en las aldeas), bautizos, bodas y romerías, abundaban las almendras
y el garbanzo tostado; y alguna vez, muy rara, por cierto, el licor (según
ellos el arresoli), bebida clásica, superfina, que solo se usaba en las grandes
solemnidades.
EL
MATRIMONIO
Eran
frecuentes las concentraciones humanas en las aldeas con motivo de sus patrones,
las cruces y el uno de mayo, los remates, el carnaval…Eran momentos propicios
para el encuentro entre jóvenes. La
pedida de mano a los padres se declaraba y se representaba con muestras de
regalos y, sobre todo, los pañuelos. Dolores López cantaba: Ese pañuelo que arrojas, /en el suelo despreciado,
/ recógelo, tu , velera, /por ser de tu buen amado./ Ja, ja, Así me lo pongo
bando/, así, a lo bandolero, /así a lo sevillano/, y así a lo caballero, /,
ja ja//. Y la presentación oficial ante los vecinos del a aldea o cortijada.
Era frecuente que mostraran una rigurosa seriedad en la primera salida, se
asistía a la misa de la ermita, junto con familiares y amigos, y, si existía
algún puesto, convidarse tras la ceremonia. Tras los meses posteriores de
maduración del noviazgo, se fijaba la fecha de la boda. Por un lado, la novia
se esmeraba en asimilar todas las enseñanzas de la comida y mantenimiento del
hogar junto con la preparación de su ajuar. Por su parte, el novio deja de
frecuentar los encuentros con otros amigos en fiestas de aldeas, y se dedica a
ahorrar para tiempos posteriores al matrimonio. Suelen existir acuerdos de
dote. Las familias más hacendadas reflejaban la dote que se les concedía a los
hijos mediante un documento ante el escribano, y, posteriormente, el notario.
El estudio de los enseres y bienes que se suelen recoger radica en una lista
muy variada, que, al final, se reduce a cantidades de la moneda del momento. Se
especifica desde las fincas que se incluyen en la prestación dotal desde una
finca extensa hasta el último broche de adorno, pasando por el mobiliario de
cuartos, cocina, aposentos, vestuario, ornamentos y cuadros, instrumentos y
herramientas de oficios y de labranza, censos, y memorias. Varía de una familia
a otra y sería objeto de otra comunicación.
En
las casas y, sobre todo, en las aldeas, se suele hacer la limpieza general de
la casa, y no es de extrañar que la primera mansión del nuevo matrimonio se
reserve en una parte de la casa o se amplíe una parte del cortijo. Se suele
prevenir la alimentación matando los mejores carneros, elaborando queso y requesón,
y reservando huevos y gallinas para la pepitoria.
Los
días anteriores de la boda eran muy propensos para invitar a los vecinos a que
acudieran a la casa del nuevo matrimonio para que contemplaran sus habitaciones
y estructura, los enseres y el estado de la nueva vivienda. Es curioso que, sobre
la cama, algún bromista coloque unas tijeras y, en alguna alcayata, un pero
colgado de una cuerda. Esta costumbre la usaba el sacristán de la iglesia
Francisco Gámez, cuando se hacían reformas en la ermita de San Juan. Era una
manera de vacunarse ante las críticas de los invitados. A la boda y el convite, asistía todo el mundo
sin tarjeta de invitación, esta costumbre todavía se mantiene en algunas aldeas
alcalaínas. El día de la boda, antes de acudir a la ceremonia, los padres de
los contrayentes impartían una singular bendición a cada uno de sus hijos, y se
cubren con la célebre capa española o los mejores trajes. Benigno Trujillo, a
sus 94 años, así lo recordaba: “Por la
salud, señorita, / y la de tu esposo amado, ya dejas de ser mocita, Dios te
eche la bendición, / de bienes y salud colmada, / Es distinta obligación, /
como mujer casada./ En
las aldeas, incluso en verano la capa es signo de alcurnia y se tocan con pañuelos de color en la cabeza. Existían unos cantos
relacionados con los pañuelos. Cada invitado forma la correspondiente
comitiva de los contrayentes por separado y le acompaña desde la salida de su
casa hasta la iglesia; en primer lugar, lo hace el novio con sus familiares o
amigos, que recogen a la novia, y, juntos acudían a la iglesia, con la
preeminencia de las mujeres y los hombres cerrando el desfile nupcial. El
ceremonial se llevaba a cabo ante el sacerdote, según el ritual católico. En
las aldeas que no podían celebrarse misa se hace en las parroquias. Y la vuelta se hacía a caballería u al trote.
Suelen asomarse al camino los vecinos de las cortijadas y arrojar trigo a su
paso sobre las cabezas tras la vuelta al hogar; los padres suelen invitar a una
copita de aguardiente o licor. Y, a continuación,
se asistía al banquete o convite. En las aldeas, en una habitación de un
cortijo grande, aposento principal, orlado de colchas, cuadros y flores. En un lugar destacado se colocaban novios y padrinos.
Al final de la comida la novia “ponía la falda”, que consistía en que en su
regazo colocaba un pañuelo, en el que recibía los presentes, en la mayoría de
las ocasiones dinero puro y duro, que donaban los invitados haciendo ostentación
de entrega. Los primeros que entregaban
eran los padrinos y padres de los novios; luego los invitados y finalmente las
mujeres. En las aldeas decíamos “similar
a casco urbano, guarda aquí todavía aparecen días especiales”. Pues el
padre del novio llevaba a cabo intercambian de una manera solemne una serie de
frases con el de la novia, que se mantuvieron hasta muy reciente tiempo. Tras su ofrenda siguen los padrinos e, familiares
e invitados, con frases como Quisiera que
usted fuese una cosa como usted se merece.
Todos en silencio lo atienden y dice: - ¿Me da
su merced licencia para hacer una dádiva a la señora novia? Le responde el padre del novio: Haga usted la dádiva y Dios se lo premie.
Al anochecer, se regresaba a los hogares.
Al final de este ceremonial, se encerraban los
novios y padrinos y contaban el montante de los donativos. Luego, se servía chocolate
y roscas, arresoli, bizcochos de canela y de boda. Se acababa con un baile,
amenizado por las cámaras de música, y en el siglo XX, pequeñas orquestas, de
instrumentales básicos, en los que se impone poco a poco los bombos y la
batería como percusión, una trompeta, un vocalista, y un acordeón. Los muy
pudientes y hacendados prolongaba durante tres días la celebración del
matrimonio y el segundo día se suele hace la convidada de la mañana recorriendo
diversos domicilios y con degustación de licores y aguardiente con dulces. Era
frecuente, que, durante el primer año, el nievo matrimonio mantuviera el vínculo
en casa de los padres.
Unas
bodas especiales eran las de la etnia gitana, con sus rituales especiales del
paso del pañuelo, y el predominio del cante de castañuelas al son de la guitarra
y el vino de las sierras subbéticas.
Otra
boda singular era la que enlazaba la pareja con un viudo, no se veía privado de
la cencerrada. Consistía en la concentración de los jóvenes y vecinos a
cantarle chanzas y hacer percutir el instrumental más insospechado de cocina y
de labranza bajo el balcón o ventana del nuevo matrimonio durante varios días.
LA
MUERTE
Antes
de producirse el óbito final, los enfermos suelen recibir la extremaunción. El
sacerdote acudía acompañado del sacristán y de un monaguillo, que tocaba la
campana y avisaba paso del sacramento. A su paso, dos familiares solían portar
dos farolillos para iluminar el paso por las calles y prevenía a los vecinos y
los que se cruzaban para santiguarse y entonar un padrenuestro por el
moribundo. Ceremonia especial era la del Santo Viático o el Señor de los
impedidos, que consistía en trasladar la comunión a los más impedidos. Este
acto se organizaba desde las parroquias y se hacía un día especial en otoño, en
forma de procesión. Solían llamarse a la de las Angustias el Dios de Arriba y a
la Santa María la Mayor el de abajo.
La
muerte se anunciaba hasta mediados del siglo XX con el redoble de campanas, que
variaba su cantidad de sones de acuerdo con el sexo y la categoría social. En
las parroquias, y los más hacendados en la torre de la Iglesia Mayor. A la llamada de la campana, suelen acudir los
vecinos, amigos y familiares a la casa del difunto. Raro es el caso que se
realice en un salón de una institución, y se acude para dar el pésame a la casa
del finado. Consistía en una frase lúgubre acompañé
a usted en su sentimiento. Y suelen sentarse en torno al féretro y en las
habitaciones del portal, donde no suele hablarse o a lo más, se hace una
pequeña hagiografía, con un final que descanse en paz. Se escuchan algunos
gemidos de las mujeres, y a veces se enjuga la pena con algunos platos de
bizcotelas u chocolates. El ritual de la muerte de un niño, encerrado en un
ataúd banco, como signo de pureza, era muy curioso. Decíamos “Con la impresionante fe en la vida, se baila
alrededor de los angélicos, con castañuelas, bebiéndose vino y comiéndose
garbanzos tostados”. En la muerte de los adultos, acudían los vecinos y
familiares solían tocarse la cabeza con pañuelos de colores., según María Pilar
Contreras. En la ciudad, se suele
enterrar en las iglesias, ermitas y algunos cementerios colindantes como en la
Veracruz, hasta mediados del siglo XIX, asistiendo las cofradías con sus estandartes,
cruz y hachones y cera a la misa y al entierro en la cripta de la cofradías y
hermandades o de familias notables, todo ello pagado por ser miembro de asociación
o familia.
Hasta finales del siglo XX a la población de
todo el término, se trasladaban los difuntos a los dos cementerios de la
fortaleza de la Mota, al situado, primero dentro de la iglesia y, posteriormente,
la de fuera del recinto sagrado en sus dos secciones; por otra parte, a los que
se declaraban neutros como los masones o republicanos lo hacía en las Entrepuertas
en el Pósito de la ciudad. Pronto surgieron cementerios en las aldeas,
comenzando por Charilla, Mures, Santa Ana, San José, las Riberas y la Rábita. Y, en algunas, hubo hasta dos cementerios como
en Charilla. Solían hacer el velatorio en algunas iglesias del extrarradio y
luego subir a la Mota de noche a la luz de los farolillos de la Aurora, con el
ataúd y luminarias (el número de faroles variaba según la categoría social de
los familiares que costeaban este servicio). Desde las aldeas solían traer a
los fallecidos en unas parihuelas de madera sobre los mulos y, a veces, a
hombros.
EJEMPLO
DE HÁBITAT RURAL
CAÑADA
HONDA
Esta zona manifiesta
la evolución de lo rural a las nuevas formas de mecanización. Desde el cruce de la carretera de Fuente Álamo, bajando el camino lindero
con la actual carretera de Priego por el entorno del antiguo cortijo del Fundo,
o de las Monjas Dominicas, se desciende entre olivos hasta el cortijo y
molino de la Chinche, deteniéndose en el núcleo en torno a la ermita de las
Casería. Virando hacia el oriente, por un camino secundario y tras una subida,
y pasando bajo el cerro de la casa de Juan Rufino, dejamos varias casas abandonadas de
Canales y otras en usos ganaderos, por medio de ribazos y lindazos de flora
silvestre de gayumbares, majoletas, tapaculos, encinas y alguna hoguera, nísperos,
hasta llegar al pequeño puente que salta el arroyo de Cañada Honda. Desde allí
se perciben las casas de los Bonifacio, Vitela, y se contemplan los cortijos de
los Coscojales, el cerro del Olivar, Camy, la Saetilla, Cornicabra, Toro y
Albarizas. Por camino lindero al arroyo, se sube hacia la carretera de Fuente
Álamo, dejando atrás casas de Benignos, fuente y lavadero de la Rata, casa
Bonifacio, Pulido, Retamero, Custodio entre otras y mirando a la derecha los
olivares del cortijo de las Monjas. Tras llegar al cortijo de Bermejo, se desciende
al punto de partida.
Se observa el paso de los tres tipos de viviendas (cortijo
de teja, vivienda de teja o de retama y chozón de retama) a la proliferación de
casas de segunda vivienda o de aperos, casas abandonadas de teja, y los
cortijos y chozones desaparecidos o sustituidos por grandes naves de maquinaria
agrícola. desparecidos que recuerdan las
dimensiones en torno a las diez varas y la presencia de un lavadero común convertido en fuente sin agua. Es curioso el vestigio de las casas de teja o chozones de retama: suelen conservar unas diez varas de frente y
unas cinco de fondo; a veces se adosan a cuevas naturales que le sirven de
caballerizas o cuadras, de dos plantas- la primera hace de portal, cocina y
cuarto con una sola puerta o portón; y la segunda, con uno o dos pequeños vanos
hace de cámaras. Estas casas se han transformado en viviendas similares al
casco urbano, tras adosarle varios cuerpos y abrir otro tipo de balcones de
cerrajería metálica.
La tipología de los cortijos varía
de una zona a otra, pero suele
diferenciarse muy poco, salvo el contenido de sus elementos interiores y las
dimensiones de anchura y longitud, así como la presencia de edificios anexos:
corrales, tinados, pajares, zahurdones, chozones y cuevas. En las Caserías, junto al de La Cuesta de las Monjas
dominicas se labraba en 1750 el cortijo del Allozo. Este era la situación de
partida
El aparcero era Manuel Nieto (vecino 2054),
un labrador de 60. Su familia se
componía de su mujer María de Peñalver, seis hijos entre ellos os hembras. Este
cortijo pertenecía al presbítero Gaspar de Jerez en la Fuente del Allozo. Sus
habitaciones se componían de un cuarto y cocina en bajo; y cámara y pajar, en
alto; a estos elementos se añadía el corral. No era de grandes dimensiones, tan
sólo, de cinco varas de frente (unos cuatro metros y medio) y ocho de fondo (unos
siete metros), y se diferenciaba de la mayoría de ellos, que solía ser la
fachada de la puerta de mayor longitud que el fondo o hastial. Como era lógico,
se justificaba su construcción y uso por estar rodeado de 130 fanegas de tierra
(linderas con las monjas dominicas de la Encarnación, del cortijo don
tierras de don Pedro de Viedma, con el camino de Priego. Mantenía en tipo de
arrendamiento más frecuente de siete partes se pagaban dos partes al dueño y al
cuarto de semillas. Estos cortijos mantuvieron un paisaje entre tierra
sembradura y monte, pues el del Allozo, con 120 encinas y quejigos en 12
fanegas, se labraban 112 de tercera calidad, 25 de segunda, 30 de tercera, y 37
de cuarta.
Los labradores solían complementar sus recursos
y ganancias con el arrendamiento de otras tierras. Este era el caso del
labrador del Allozo, porque tenía arrendadas 16 fanegas en la Cañada del Dornillo,
labradas a manchones y restantes de sembradura, lindera con tierras del
Pósito, de la Santa Iglesia Mayor, herederos de don Lorenzo de la Cruz, y el
arroyo que bajaba de la Cañada del Membrillo, con 24 encinas y quejigos. Lo
arrendaba de ocho partes / dos para el dueño, y al cuarto de las semillas por
ser de tercera y cuarta calidad.
Y
complementaba sus recursos con ganadería y animales domésticos: para
alimentación y labranza 4 vacas, para transporte y traslado de personas, una
yegua y una jumenta, Y para consumo familiar, 3 cerdos de cría, 3 lechones y 6
lechonas. Curiosamente, sabía leer y escribir y no sabía firmar.
Este
cortijo se encuentra inventariado en una reciente edición y así se especifica
su conservación: Caserío de reducidas
dimensiones, vinculado a terrenos en principio de sembradura, plantados de
olivar en las últimas décadas del siglo XX. En origen configuraba un conjunto
de planta en L, con patio delantero, al que se fueron añadiendo varias
edificaciones transversales. En el cortijo destaca el bloque, mejor conservado,
de una voluminosa pieza de dos alturas, con la vivienda principal, bajo tejados
a cuatro aguas. Parte de las dependencias se encuentran muy deterioradas.
Muchos cortijos
cayeron con el tiempo en manos de rentistas foráneos, que enlazaron por
uniones matrimoniales con hidalgos alcalaínos. Este es el caso del cortijo de
la Fuente la Negra
MURCIA
ROSALES, Domingo y MARTIN ROSALES, Francisco. Alcalá la Real. Cancionero,
relato y leyendas. Alcalá la Real. 1993.
CONTRERAS, María del Pilar, La andaluza, Costumbres de Alcalá la Real (Jaén).
Manuscrito recogido por Manuel Pérez Urbano. Boletín de Estudios Giennenses.
Número CL. Jaén 1993.
Ibídem.
Pág. 551.
Ibídem.
Pág. 553.
CORTIJOS, HACIENDAS Y LAGARES DE LA
PROVINCIA DE JAÉN. CONSEJERÍA DE FOMENTO
DE LA JUNTA DE ANDALUCÍA.2018.
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