Frecuentan los Zumacales de los Tajos, denominados de la
aldea de Charilla, en las primeras semanas de noviembre, los curiosos
visitantes que acuden a la ciudad de la Mota para gozar de un paisaje singular.
En siglos anteriores, el zumacal alcanzaba una producción de 124 fanega en
tierras de cuarta calidad, entre peñascales, manchones y zonas de pasto. Su
plantación no se concentraba en la parte que se extiende
bajo el cerro de los Llanos entre los Torcales y Buhedos, sino que sus dominios
se ampliaban con otros parajes como el Cañuelo, Camuña y Entretorres. Cada fanega de zumacal producía ocho arrobas
y costaba el precio de la uva nueva por arroba.Por un contrato entre el curtidor Alonso de Osuma y el jurado Pedro de Frías le compraba ante el escrinbano Antón Garvía de los Ríos en 1 de diciembre de 1551 nada menos que cien arrobas por valor de 80 maravedíes cada arroba . Era un producto agrícola muy
valorado. Una fecha que nos indica que era un producto muy aprreciado . Incluso, la industria
artesanal del zumacal tenía una presencia bastante patente en la autarquía
económica del municipio alcalaíno de modo que hubo un molino de zumaque en la
zona de las atarazanas de la Tejuela. Algunos recuerdan el empleo del zumacal
hasta tiempos recientes de mediados del siglo XX en talleres artesanos; otros
estudiosos remontan su descubrimiento industrial como conservante de la piel a
tiempos argáricos. Hoy, este arbusto, que se convierte en el símbolo otoñal de
la Sierra Sur, actualmente atrae más por sus destellos estéticos que por su
utilidad y aprovechamiento industrial. Convierte los terrenos del antiguo
portillo de los Aspadores en un arco iris de variopintos colores en torno a las
diversas tonalidades entre el rojo y el amarillo, pasando por el marrón y el
verde. Para acercarse a contemplar este recinto natural, casi una reserva de
nuestro tiempo, hay que partir de la zona norte de Alcalá la Real, y compartir
con los muchos grupos que acuden a este alumbramiento que no se alarga muchos
días.
Puede partirse de cualquier punto de Alcalá la Real.
Hagámoslo en los aledaños de Huerta de Capuchinos. Lo recorremos Llanillo
arriba, parada en Consolación, Tejuela abajo y camino de Charilla llaneando. Y,
en dirección a los alrededores de la ermita de San Marcos, por una estrecha
vereda, se topa entre restos de antiguos recintos de la Edad de los Metales,
con los olivos que crecen a los pies del tajo del Hacho, donde el escultor
Vicente Moreno ha esculpido en las rocas areniscas un programa iconográfico de
una cosmovisión de nuestro mundo. Y no es extraño que haga recitar a los poetas: Ese
tajo se reviste de Caronte, /fue violentamente por algunos traspasado, /una
cabra de Lot se manifiesta/en su boca con aspecto de bifronte. /Fue antaño una
luz resplandeciente, /una llama de almenara en alerta/protegiendo el ruedo de
San Marcos. Embaucan
el Tajo Hacho-su sentido mágico de sino trágico- y la luminaria de comunicación
para las atalayas el Norte (Navas, Mimbres, Charilla, Cogolla, Boca de
Charilla, la propia de la aldea de fandango, Moraleja, Cascante, y Dehesilla y
la propia ciudad fortificada de la Mota). Cercana
se halla una mansión troglodita, de un vecino que ha esculpido una casa de
campo, desde las camas hasta los gallineros a la manera de la casa de la Piedra
de Porcuna.
Tras despedirnos con una escena familiar en un alto
relieve, y, al llegar al cruce de caminos entre los de Rodaguevos y antiguo
camino de Charilla, se hace nueva parada, se topa el grupo con la Martina al
frente y, a las espaldas, los tajos alcalaínos recordando a Tetis, la diosa
mítica del mar. Se constatan los efectos en las caras
visibles de la roca con sus paleolíticas cuevas de mar fosilizadas y el enjambre
polipicado de los pájaros en la roca arenisca. Un paisaje de Matusalén,
esos tajos alcalaínos y tenantes, /antaño ciudad argárica y centenaria, / por
su presencia corroídos y horadados, /dejan traslucir en forma catenaria/un
panel de celdas columbarias.
Y, camino adelante, al llegar a la vereda del lagar, cambia
el paisaje, del olivar al antiguo mundo del arbusto mediterráneo entre
encinares y zarzales, donde se nos manifiestan los pinos, los arbustos, las
zarzas, las retamas, la higuera y los primeros zumaques, entre verdes y ocres,
apenas rojizos, clamando por el agua. En
medio de tierras roturadas, /de hombres pobres y solemnes, /se levantan sus
piedras en mausoleo/de un infame esfuerzo de esas gentes/ arrancando
los yeros y las escañas. /Ayer, el zumaque reinaba en su solana,
/convertido luego en ocre tinte, /estrujo en las negras atarazanas/de las
aguas de las limpias Azacayas, /hoy se brindan ufanas en un bosque de otoño/para
curiosos de colores de esperanza.
Entre escaleras,
escalerillas, escaleruelas, rampas, veredas, sendas, senderillas, pequeños
espacios abiertos entre las rocas y los arbustos, y, en medio de todo este
bosque mediterráneo, los zumacales asoman entre el rojo final y el
amarillo de su secado de hojas; a veces
los gránulos secos y ennegrecidos contrastan con el rojo carmesí pasado de color
y pálido como el estandarte o pendón del rey conquistador de la Qalat Banu Said.
Olor a fresco, suelos rociados y piedras que rompen las pisadas del humus. Por
una escalinata más amplia, y quitándose de encima las varetas de pincho y espinos,
entre matorrales, piedras, erillas, veredas negras de lodo, y zarzales
por doquier, cubiertos de liquen y musgo verde y blanco, se llega al lagar de
Monte el Rey, un paraje descrito en el
Libro de la Montería del rey Alfonso XI, donde se realizaban la caza del
oso, los jabalíes, el ruedo... y se divisa Charilla, el Sotillo, la Celada... Los chiquillos
disfrutan de caminar hacia lo alto del paso de los Aspadores como si vivieran
una aventura o simularan un personaje del cuento de la Caperucita cuando iba
por el bosque. Al llegar al Lagar del Pincho, se ofrece como un mirador su
antesala que nos dirige la vista hacia el altozano de Charilla. Bajo su rellano, el antiguo
basurero, sellado ofrece el pie de cuesta en su momento inicial con los tajos
en caída. Cercana La Gotera, la cueva del agua.
Al
regreso, por los llanos, entre la cultura de las cuevas, la primera ciudad
argárica, san Marcos, la Verónica, ...y, por el Clavario, al llano.
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