LA
FE DEL ROMERO
I. Y a continuación , expone la
primera razón del amor a la Virgen de la Cabeza:
porque
en las almas creyentes .
incólume se conserva
la
fe en la divina imagen
aparecida en la sierra.
Esta fe que se plasma en una profunda transformación de los primeros
romeros de la vida de NUESTRA
cofradía. Y a mi me gustaría convertirme
en un romero de aquellos que LA fundaron. Corría el año del 1561. Un puñado de laboriosos agricultores y
ganaderos, gente del campo, se reunían en la iglesia de san Marcos y acordaban formar
aquella asociación religiosa, que tenía como luz y guía la Virgen de la Cabeza.
Eran otros Juanes de Rivas que laboraban los extensos campos alcalaínos con
sus yuntas de bueyes, y con sus manadas apacentaban los Cerros del
Camello, de la dehesa de Mures, de Navasequilla o de la sierra de san Pedro. Sabían que, en
primavera, la Virgen se apareció, siglos antes, a un pastor que, de seguro,
había contactado con algunos de estos antepasados trashumantes. Debieron escuchar la voz de la campana que cantaba
de esta manera Guardia Castellanos:
Yo de san Marcos soy la campana,
La
más humilde, modesta y llana
De
cuantas tiene la cristiandad.
Durante
el año callada y muda
Ni
un solo instante mi voz aguda
Turba
el reposo de la ciudad,
Mas, cuando llega de mi patrono
La
renombrada festividad,
Me
envalentono,
Y
desechando mi encogimiento,
Cambio
de tono
Y soy proclama que esparce el
viento
Del
territorio por el confín.
Mas
cuando siento más energía
Y
al cielo atruena mi voz de hierro,
Es
cuando asoma la luz del día
En
el que debe la cofradía
Que
en pie sostiene la ermita mía,
Volver
al Cerro.
Y
en mi espadaña toca que toca,
Sugestionada
por su grandeza,
Grito
yo loca:
¡Viva
la Virgen de la Cabeza!
Acudieron a su toque los primeros romeros, como el pastor de Colomera,
y fueron convocados para ver a la Virgen
Morenita. Nombraron su primer hermano
mayor, por cierto lo llamaban prioste. Fue Aparicio Martínez de Coloma. Y años más tarde recayó en Juan de Álvaro, un
hombre ligado con la abadía, pues un familiar suyo llegó a ser nada menos que
mayordomo de la Iglesia Mayor Abacial. De ahí no nos extraña que el abad Diego
de Ávila diera anuencia a este grupo de vecinos para fundar la cofradía, y lo
hicieron como decían algunos testigos por la
gran devoción que aquellos hermanos tenían a Nuestra Señora de la Cabeza.
Adquirieron una tienda de campaña para recogerse cuando fueran a la iglesia donde estaba la imagen de
Nuestra Señora, se hicieron un estandarte y banderolas. Y con toda su familia
por el camino del barranco de los Postigo, Martos, Torredonjimeno hasta el
Pilar de Moya, siguiendo por Escañuela, Arjona y Arjonilla se encaminaron hasta
el Santuario. Deberían de estar contentos porque ellos, de seguro que lucieron todas
las obras de arte que encargaron a la familia de Pablo de Rojas, y al padre
Martínez Montañés. todo lo mejor que se
le podían ofrecer a la Reina del Cielo, los cetros, y el bordado del estandarte,
que ocupaba, por aquellos tiempos, el importante puesto detrás de las cofradías
de Martos y Écija. Su organización se
basaba en un sistema de rotación de cargos, el hermano mayor y los alcaldes que
se nombraban año tras año. La componían setenta y seis hermanos que daban
limosnas y una cuota de entrada de seis reales y un hacha de cera para las
procesiones. Acompañaban con la cruz de enterramiento y el gallardete a los hermanos
fallecidos. Y lo más me llamaba la atención de esta gente, su devoción a María
la tenían tan impregnada que era su advocación preferida hasta tal punto que
contribuyeron a extender su culto en tierras americanas como el inquisidor
alcalaíno Antonio de Castro y Castillo
que reedificó una capilla de dedicada a la Señora en el año 1639.
Y así le cantaríamos a estos hombres:
Señora de la Cabeza,
si me volviera romero,
cuatrocientos años ha,
portaría yo el primero
un gallardete bordado
con su tarja y terciopelo.
En una cara pondría
la bendición del cielo,
tu imagen de Morenita,
bendiciendo a nuestro pueblo,
Y, en el fondo, entre la llave
orlada de leones fieros
el abad santo Domingo
que, a los dos, va presidiendo.
Señora de la Cabeza,
Si me volviera romero,
cuatrocientos años ha,
no sería yo cicatero
en ofrecerte del campo
ramas del verde romero,
que crecen en nuestros montes
de la Martina y el Camello.
montado sobre mi potro
y a mis bueyes conduciendo
todas mi familia iría
en Abril a tu Cabezo.
Señora de la Cabeza,
si me volviera romero,
cuatrocientos años ha,
como un hombre pujarero,
Te traería pan y trigo,
mijo, cáñamo y centeno
de los llanos de estas tierras, .
que sembré con tanto esfuerzo.
Mi mujer te ofrecería
para ornar tu presbiterio
de tafetán bello terno,
que de seda te tejió,
las frías noches de invierno, .
en el telar de su casa
con un candil ceniciento.
. Señora de la Cabeza,
si me volviera romero,
cuatrocientos años ha,
como devoto primero,
abejas de mi colmena,
porfiando en el Cepero
libarían rica miel
y cera con gran esmero,
que nunca se apagarían,
ya corrieran fuertes vientos.
Señora de la Cabeza,
Si me volviera romero,
cuatrocientos años ha,
cando nació aquel genio,
le donaría madera
de pino para tus cetros,
do Montañés esculpiera
el pastor con sus borregos
y, en medio, a la Virgen Santa,
bajando desde los cielos,
y, en sus brazos, le pondría
al Niño Dios bendiciendo.
Señora de la Cabeza,
Si me volviera romero,
con los sesenta cofrades,
que, al principio, compusieron
esta primera hermandad,
me haría tu tamborilero,
redoblándole a la Virgen
con un sombrero de fieltro
y de encajes un roquete
que me lo compró mi abuelo.
Y a la Virgen le diría:
“Señora tu eres mi Mota,
mi peldaño para el cielo
sin ti no tendré la meta
Que, en mi vida de romero,
Te pedía en tu ermita
de san Marcos, en aquel cerro,
sin ti, nunca alcanzaría,
El premio de mis trabajos,
mis cruces, tus seguimientos
Tras acabar el camino
de peregrino terreno”.
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