NAVIDAD GITANA
Sonaban bulerías entre los tragos de anís. La familia de los gitanos
Muñoz habían encendido una fogata delante de su chabola adosada al muro oriental
de la arruinada iglesia del patrón de la ciudad. La niña
Esperanza preguntaba a su padre sobre
sus antepasados y su vivienda a las
afueras de la ciudad. El padre levantaba el codo para apurar los últimos sorbos
del rico anisete de Rute y le cantaba una
bulería jadeando las últimas palabras.
Después de
cien años muerto
y con la tierra echada en la cara,
si yo escuchara, hijita, tu ruego,
de nuevo resucitara.
-Anda, padre,
cuéntame.
-Otra vez, me vienes con
los cuentos. De nuevo, quieres que te relate las leyendas de la mora y de la
llave de la ciudad.
-No, padre. No entiendo
por qué somos diferentes. Vivimos fuera del pueblo y ya no existen viviendas en
nuestro derredor. Más abajo, la familia de Malagón por las Escalerillas de Santo Domingo. Y, en la casa
cueva del camino de Vinuesa, otra familia.
-Te lo
contaré. Pero, ten en cuenta que somos gitanos. Y este era nuestra manera de
vivir. Escúchame. El relato es largo. Mis abuelos me lo contaron.
Los padres, Antonio José Muñoz y Juana
Maya, junto con su hijo Francisco Pedro provenían de la ciudad de la Peña de Martos (bueno,
otros decían que éramos naturales de Torredonjimeno); y su esposa María Antonia Fernández
Medrano, de la villa de Cabra de Santo Cristo. Esta se marchó de
Cabrilla y se juntó en la feria
de Torredonjimeno con Francisco Pedro, se conocieron hace dos años y, como tratantes de animales en la feria, corrían de un sitio para otro.
Disponían de pocos medios, hay noticias de que en Alcalá
poseían una jaca, dos borriquillos que se habían mercado en Campillo de Arenas,
un mulo que habían cambiado por un asno, y, lo habían mercado en los tratos con los cortijeros de Valdepeñeras.
Los
hijos hacían vida marital, pero sin papeles y para salvar la vigilancia
solicitaron el empadronamiento en varios sitios, entre ellos Torredonjimeno y
en Alcalá. Quedó embrazada María, porque el hijo andaba loco por ella. Y mira
que María cayó enferma. El dinero que habían juntado por el matrimonio lo
gastaron en médicos y medicinas. No culminaron las bodas por la Iglesia.
Alegaban que no se habían casado porque el suegro
y padre se encontraba enfermo, y, en cuanto mejorara y la fortuna le
ayudara, lo harían. Pero no declararon
la verdad o fingieron que estaban
casados a la hora de presentar papeles en los sitios que se les pedía. En la
feria de septiembre, de este pueblo, ya se juntaron por completo y les recriminaba que no le gustaban aquellas
paces y que iban contra las leyes de Dios.
-No estáis en la gracia de Dios
-Sois un escándalo para la buena gente-les recriminaba
su madre.
Pero no conseguían nada, y su hijo le
amenazaba con que lo podía perder de toda vida si dejaba a su mujer, o me amenazaba con que podía cometer una
locura. Y transigieron.
Tras la feria se fueron a Frailes, y pudieron evadir la justicia de Alcalá. Allí, consiguieron
una casa y compartieron vivienda los
cuatro. Más bien que casa, una cueva, le decían la cueva de Ciriaco García. Pero,
un día los descubrieron, y los alcaldes de la justicia José Cano y Bartolomé Cuenca, ministros de aquella aldea,
acudieron a aquella vivienda, acompañados de seis vecinos para detenerlos, y
llamando a la puerta encendió la lámpara el padre no le dio tiempo a
defenderse, pues estaban el resto de familiares en la cama. Los prendieron por orden del corregidor
Orencio de Sanataloria. Le decomisaron
el caballo blanco y de pintas negras en
la cabeza junto con sus albardas, y las otras
bestias que se las entregaron a Anselmo Ibáñez para que los asumiera en depósito por los gastos de su mantenimiento y para recuperarlos posteriormente tras los
juicios. Y los trajeron atados con
tomizas a la ciudad de la Mota. Los presentaron
al alcalde mayor y este con los
alguaciles los entregó al carcelero para que los ingresaran en el presidio
real.
Noche de cuatro lunas
y un solo árbol,
en la punta de una aguja
está mi amor bailando.
Los ingresaron en la cárcel, a finales del mes de
noviembre. El carcelero se lamentaba de que aquel preso no le agradaba, ya que no podía pagar los gastos de su manutención. Y lo dejaba sin
comer. Además, no acudían los miembros de su familia con los canastos de
algunos panes y las viandas de las
despensas, como acontecía con los presos de la ciudad. A los pocos días de su ingreso, escribieron una carta al corregidor
y le pidieron que los reconocieran como pobres
de solemnidad y les aplicaran las
partidas de este tipo de presos, ya que no los socorrían ni la cofradía del
Dulce Nombre de Jesús. Tan sólo habían desayudando con el pedazo de pan que le
dieron otros presos compañeros de celda. Este primer escollo se solventó antes
de la Inmaculada y comenzaron de disfrutar de algunas dádivas y donaciones de
memorias y fundaciones de la ciudad para los presos y de las partidas del propio ayuntamiento, No quedaba
muy claro que ambos estuvieran casados
por derecho, sino que convivían en pareja. Sobre todo, los hijos. Para afrontar
los gastos el alcalde les embargo el caballo. El alcalde mayor envió por el mes
de octubre un correo al alcalde de Torredonjimeno
para que le comunicara el tiempo de estancia de las dos parejas en aquellas tierras,
a lo que le correspondió con una misiva que le confirmó su estancia.
Con
sus esposas se vieron entre rejas, sufrían muchas penalidades, no tenían con
que caerse muertos, ni nadie que
les aportara un plato de lentejas, vivían de la caridad pública hasta que no se casaran los hijos,
todos comenzaron a sufrir picores en todo el cuerpo y algunas dolencias,
Con roca de pedernal
yo me he hecho un candelero,
para yo poderme alumbrar,
porque yo más luz no quiero,
yo vivo en la oscuridad.
El asunto vino a oídos del abad que inició los correspondientes trámites para el matrimonio
canónico, encomendó al notario Manuel
Martínez a que se cumpliera el periodo de las admoniciones. Y llegó el día once de
diciembre cuando celebró el matrimonio de los hijos en la propia
prisión,
Al fin Francisco Pedro Muñoz y María
Antonia Fernández Maya aportaron la
partida de sus esponsales al corregidor. Y le insistían que habían cumplido con
los requerimientos, al mismo tiempo le sus suplicaba que, una vez cumplidos
todos los trámites, por caridad les soltaras de la cárcel:
Lo que tu querer me cuesta
tres añitos de enfermedad
y tres de convalecencia.
El día 16 de diciembre, se escuchaban a los auroros por la calle Real cantando canciones acompañados de zambombas, botellas estriadas, ginebrinas, guitarras, bandurrias y laudes. Venían a pedir el aguilando a la casa del hermano mayor, que se ubicaba junto a la calle Gala. En la cárcel Real, la familia Muñoz despertaba de la siesta y se levantaba de su jergón. Se asomaba a la reja. Y, vio entrar al alguacil mayor de la ciudad. Desde arriba, escuchaba que daba órdenes para liberarlos. Pero debían acompañarlos para dirigirse a la casa del alcalde mayor. Tras comunicarle la orden el carcelero, recogieron el hato y en un petate las pocas existencias de aseo, vestido y cobijo junto con una manta vieja y descosida. Salieron acompañando al alguacil y calle Tejuela arriba, viraron hacia la calle Real, y, se presentaron a la casa del alcalde mayor, en cuya sala de audiencia se valía de los servicios de el escribano Sola. El alcalde mayor les puso firmes y en pie, pues se habían sentado en el banco de reos. Y solemnemente les leyó el fallo judicial.
Se encontraban los
Muñoz, nerviosos y mirándose de reojo el uno al otro, con un nudo en la garganta y el aire contenido en su
pecho, como si quisiera estallar la
bomba interior de su respiración. Solemnemente,
el alcalde Jover le indicó al escribano si estaba preparado para escribir la sentencia,
a lo que Sola le contestó que ya había mojado la pluma con la tinta y estaba dispuesto a los requerimientos
de su señoría, De un cajón de su bufete recogió entre sus manos unos folios, y,
solemnemente, alzó la voz con estas palabras. “Por
orden del Señor Corregidor le transmito el acuerdo que se sobresea en estas
diligencias en el estado que se hallan”.
Los dos condenados se miraron de frente y sus rostros estallaron entre una sonrisa
que se correspondió con un gemido profundo de descarga interior. Pero, el alcalde
mayor les impidió que hicieran cualquier
muestra de regocijo hasta que no quedaran advertidos de los demás aspectos del
fallo. Y les indicó que tanto al padre Francisco como al hijo José se le condenaba al pago de las costas de todo
el auto judicial, y de todos los perjuicios que habían causado o causaren en el
futuro, y lo debían pagar mancomunadamente. Y, de forma amenazadora, el alcalde
mayor se dirigió al padre:
-Quedan apercibidos en caso de reincidir en
el mismo delito de ocultamiento de delito por parte del padre en su hijo, que
serán condenados los dos sin necesidad de disimulo, auto u otro.
-Lo sabemos y acatamos, no lo volveremos a hacer.
A continuación, el alcalde mayor se dirige al
escribano del cabildo y le ordenaba que quedaran inscritos en el Libro del Padrón de la ciudad, y le
obligaba a ejercer su oficio en la ciudad.
>>Era la
Navidad de 1809. La ciudad de la Mota se movía entre el miedo y el frío
invierno por la llegada inminente de las tropas imperiales francesas. En las cuevas, se había albergado esta
familia. Aquella noche cantaba músicas con ginebrinas y castañuelas, como nosotros
en estos días. Celebraban sus navidades, ocho días antes de la Noche de la Misa
del Gallo. Cumplían las órdenes del alcalde Mayor Jover. Nada menos que los
había condenado a pagar las costas de un juicio incomprensible. Pero bendita
condena. El padre acariciaba al caballo que le había costado 60 reales por el
tiempo que estuvo alojado en las caballerizas del mesón de enfrente de la cárcel.
Su hijo le recordaba.
-Papa, eso fue el caballo. Pero, más costó la
libertad.
-Dímelo. 44 reales de papeleo.
-No señor, los papeles no valen. De autos, comparecencias
en la cárcel y la definitiva´- le interrumpió el padre.
-Sí mi papa, pero el papel costó un real.
-Hijo, pero al
papel no se le cayeron las letras. Los cuarenta que le tuvimos que pagar a los
alcaldes de Frailes por la detención y prisión y otros sesenta por la notificación
en la cárcel de nuestra libertad.
-Sí, papa, fueron 169 reales en total. Pero
es Navidad, y tenemos casas, somos vecinos de este pueblo, y, al menos podemos
cantar.
Yo he pasado fatigas dobles,
pero va a llegar la horita
que mi gustito se logre.
Con la ganancia del sebo,
yo les voy a comprar a mis niños
unos zapatitos nuevos.
Esta noche me mudo,
me llevo un chisme,
yo me llevo la caldera,
aunque me tizne,
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