Hay núcleos alcalaínos que existieron y
desaparecieron antes de que se hablara de la España vaciada. Respondían a
tiempos de conquista del monte entre roturaciones, desmontes y talas salvajes.
Incluso, a periodos en los que los movimientos migratorios le incidieron por
razones bélicas, sociales o económicas. Para encontrarlos, mejor es venir acompañados.
Por expertos o guías del lugar, y los mejores cicerones son los alcaldes
pedáneos. Con Antonio López Moyano, recorrimos de la dehesa del Cam
ello hasta el núcleo desaparecido de la Ciudad. Por la calle, donde pasa el antiguo camino de las Pilillas que se adentra al Camello, se dirige la ruta hacia una amplia colada. Esta penetra en los actuales terrenos de la Sierra del Camello, y llega a una era, desde donde nuestro guía nos dirigió una lección de las casillas abandonadas y el hábitat disperso que emigró a otras tierras en la segunda mitad del siglo XX, al mismo tiempo que explicó la roturación de estos terrenos, los chozones y las casas derruidas , que abundaban a las faldas del Camello; a ellas se entra por veredas desde una colada central que sirve delimitación de las suertes y trances junto con elementos geográficos como barrancales y arroyos.
Y, a continuación,
por una puerta de cerco entramos a una vereda de ganado encerrado por vallas, proseguimos el camino,
en medio de un paraje de fresco natural entre chaparros, encinares, monte bajo
y un camino, que no se prestaba a descuido alguno porque podía uno dar de
bruces en el suelo. Una larga columna de un solo individuo abrazaba al monte y
divisaba las cimas de los montes cercanos. En algún paraje, pudimos
contemplar los montes de derredor desde Villalobos hasta Mures. La Pedriza,
Alcalá, Santa, Ana, algo de Frailes, la Martina, Marroqui, y, asomando Ahillos,
las Sierras de Jaén.
Enlazamos con el camino
de Illora que nace en la Peña del Yeso. Más ancho, y menos peligroso, se
rondaba por un terreno de ganado mientras subíamos una cuesta empinada hasta
las Caballerizas, Antes, nos detuvimos en la cuarta dolina, la de la
Calera, el antiguo hoyo de Cequia, donde recibimos una lección doctoral del
alcalde pedáneo ( no lo digo fingidamente, sino con toda la sinceridad del
mundo), con la que nos ilustró del origen de esta dolina que simula el coso
taurino rodeada de un graderío natural, donde todos sentados escuchábamos su
origen geológico tras una erosión natural y comparaba con las cuevas de
Aracena, Y recordó el caudal del pozo y su potencia preservada gracias a sus
gestiones del alcalde pedáneo; no reparamos en establecer una confrontación con
la descripción de los humedales del Libro de esta dicha vereda sale del Palancares,
alindando a la mano derecha con la dicha agua que baja de Acequia hasta que se
aparta de ella y entra por mano izquierda tierras de propios de
esta ciudad, n las quales por esta dicha mano llega hasta el camino de Granada,
y passado del va todavía las dichas tierras alindando por aquella
cordillera arriba hasta lo realengo de los Hoyos que dizen de Azequia do acaban
esta vereda”.
Luego, topamos con un
ganado ovino protegido por unos obesos mastines que nos miraba a los caminantes
de reojo bajo la protección de sus pastores y dueños. Al llegar a las
Cabrerizas, contemplamos los abrevaderos antiguos y modernos realizados de
forma daliniana con bañeras reutilizadas. Llegamos a un cortijo abandonado y a las antiguas cuevas de
arenisca para lavar los objetos de metal en las cocinas de la Sierra Sur. En este cerro existe un fenómeno geomorfológico, que
ha dado lugar a una formación rocosa muy particular, producto de un proceso de
erosión diferencial causada por los agentes meteorológicos. Es cierto que la
peculiar formación a la que nos referimos, ha sido objeto de culto en épocas
pasadas, como lo atestiguan las romerías que hacían los habitantes de la aldea
hacia este lugar, así como la denominación que recibe: la
Virgen del Camello.
Por una vereda exterior, nos adentramos
a esta roca contemplando terrenos granadinos, el cortijo del Menchón, el
Quejigal, las Parrillas, el valle, las lindes y campos extensos de olivar y
cereal, regado por el Palancares. En sus derredores, parecía un
encuentro romero y, atentos a las palabras de Antonio López, recordamos el
origen de aquella roca humana con similitud icónica de una virgen theotocos,
donde se celebraba la fiesta de abril por el día de San Marcos. Bajamos el
camino y nos dirigimos a la carretera que se dirige al Menchón Alto, desde
donde nos adentramos una vereda que nos conducía a la Ciudad, un
lugar curioso que fue la mayor concentración de este partido de campo en el
siglo XIX y XX, superando a los núcleos de Cequia, Pilillas y Ventorrillo. En
el diccionario de Madoz, este núcleo formaba parte de las 34 casas dispersas
del partido del campo en que se halla
dividido el término de la ciudad de Alcalá la Real, y afirmaba demás casas
son insignificantes, edificadas en suertes de propios. Y, alude a este entorno el Camello, más
elevado y extenso que los anteriores de la Jineta y Malabrigo, y aunque de su
misma naturaleza, casi todo cubierto de monte bajo , pues las numerosas y
corpulentas encinas que lo poblaban han desaparecido para leña este monte y sus
faldas se denomina dehesa del Camello, que corresponde al cauda de propios , y
los 3 cerros forman cordillera de Este a Oeste a 1 leguas de Alcalá la real. El
río Palancares atraviesa en dirección de Oeste a Este este partido de campo,
cuyas tierras en su mayor parte son de buena calidad.
Al bajar nos encontramos con un antiguo pozo cubierto con la forma de los antiguos pajares, carrucha con cubeta y bebimos de su rica agua.
Descendimos y llegamos a un fresno, a un
quejigo, testigos del antiguo arbolado medieval, y a una doble encina, donde
los aldeanos de los años posteriores a la posguerra celebraban la fiesta de la
Virgen de Fátima. Parecía como si el Menchón Bajo nos mirara y nos solicitara
una visita para otra ocasión. Pues se conserva de 1917 un
plano, obra del Anselmo López Nieto, y recoge toda la comarca
alcalaína, y, en este partido podemos distinguir los siguientes datos
geográficos que nos sirven para mostrarnos un paisaje y un hábitat con
una mayor proliferación de casas, chozas, cortijos nuevos que en la referencia
actual, y, el mantenimiento de los ACTUALES en el cruce de camino
de la Escaleruela y Ciudad, casilla del Tío Sancho, el núcleo
de la Ciudad , casa de Francisco Coca, Juan Pérez,
Dolores Márquez ( estas tres junto al límite).
Entre olivos, actualmente llegamos a las
ruinas de las antiguas viviendas de La Ciudad, rememoraban los roturadores de
terrenos de propios que lindaban con los de los monjes cartujos, desamortizados
por Mendizábal. También, nos recordaran a la vivienda de muchos vecinos de
mediados del siglo XX, entre ellos la familia Arjona y a mí me vino a la mente
la de Adolfo Díaz. Muros medio caídos, ventanas sin marcos, hornos de barros
entre maleza y los olivos, una fuente seca donde había triones y otros anfibios
de su misma especie. Seguimos ya por una amplia vereda y una cuesta hasta dar
de nuevo con la carretera asfáltica, nos detuvimos en los Capachos, en su
mirador, nos miraba el Quejigal y compartimos lecciones de su antigua atalaya,
bajamos a la plaza de la ermita de san Isidro, luego por la carretera y más
tarde por la trocha hacia las Pilillas.
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