EL VINO DE LA SIERRA SUR
En
un tiempo tan agradable del año como es la estación otoñal, la vendimia ocupa
un lugar primordial dentro de las faenas de los labradores del campo. No debe
desorbitarse la importancia de este producto que, hace unos años, recibió el
título de mención honorífica, a un paso o peldaño en la posible denominación de
Origen de “Vinos de la Sierra Sur” gracias al tesón y trabajo del frailero Luís
Aceituno. Es evidente que nuestros montes y nuestros llanos ya no están ocupados por las grandes extensiones de
viñedo, que desgramadamente casi
desaparecieron con la
incorporación de España en la
CEE. Suena a música celestial el privilegio del vino, concedido por Carlos I y
Juana de Amor, que convertía a nuestro
torrontés en vino de mesa de muchos hogares de Andalucía e, incluso, bebida exquisita de algunos reyes como Felipe
III y Felipe IV; también , muchas personas se han olvidado del vino baladí que
acompañaba a muchos jornaleros con su dosis de excitante benigno y de acicate animoso
a la hora de enfrentarse al duro mundo del trabajo campesino ; y, ya no digamos,
ni se nos ocurra hablar sobre otras
variantes de vidueño y sobre el de más ínfima calidad como era el del estrujón que quedó como un fósil pastoso en los huecos de las bodegas de la Mota. La traicionera filoxera del siglo XIX arrasó los
campos de la Sierra Sur donde el hombre colocó, a lo largo y a lo ancho, extensos
olivares. Y, luego, le sobrevino
la puntilla con el economicismo de turno europeo: pues se fomentó la
rubia cerveza del Rhin en lugar
de los ricos caldos de nuestra comarca;
nos convertimos de la noche a la mañana en señoritos de las ferias
de sello sevillano con la manzanilla
y el finolaína abandonando
nuestros sabrosos ponches y nuestros vinos de bodegones y
tabernas de lagar de las calles del casco antiguo y aldeas, donde se creaba
aquella atmósfera de sana sociabilidad y
de la cultura en la calle. Una cultura que, en algunos aspectos, podíamos
remontar a tiempos lejanos del padre de Juan Ruiz de Cisneros, nuestra versión
del Arcipreste de Hita, y deberíamos revivir
con una ruta del pan talar y el
vino del lugar, recreando ambientes de tradición molinera y panadera junto con
el lagar, el bodegón y la taberna de los labradores. Pues ya nos decía el profesor italiano Gianluca
Pagani acerca del poema de la
alimentación recogida en El Libro de
Buena Amor: “… había muchos productos que
eran objeto de consumo por parte de todos los sectores sociales: como el vino y
el pan. Aunque difiriera la calidad de los mismos, que bajaba proporcionalmente
al estatus social”.
Como
no somos tan ricos como quisiéramos o , quizás, pretendimos serlo , convendría
que nos iluminara la torre del Cascante en medio de los viñedos de Marcelino y
nos hiciera ver la importancia que “ con pan y vino, se hace el camino”; pues
con vino se realiza hasta los actos más profundos del alma humana como son el
sacrificio divino. Y, por otra parte,
deberíamos apostar un producto de soberanía alimentaria, cercano,
saludable y ecológico como son los Vinos de la Sierra Sur. Conocimos sus
lagares y sus bodegas, todavía nos quedan algunos vestigios casi arqueológicos.
Incluso, los hay que se atreven a porfiar los foráneos cava y champán con sus
vinos espumosos. Nos ha tocado el momento de la crisis, y, en cierto sentido, de
la autarquía económica Y qué cosa no es
mejor que defender nuestros productos y no depender de los vaivenes
financieros. Además, es el momento de
salir a la calle y reivindicar los antiguos bodegones, mesones y tabernas,
donde las viandas caseras realizaban la
ceremonia del ágape solidario y benefactor de la felicidad asociativa.
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