Es frecuente en el mundo artístico que surjan en torno a uno de los genios gran número de discípulos, que le acompañan en la elaboración de las obras y, a veces se conviertan en artistas de primer rango como es el caso de Juan Martínez Montañés con su taller de colaboradores y su discípulo Juan de Mesa. Tambien, ultimamente hay noticias de los talleres familiares como los Mena o los Raxis Sardos, en los que, en el caso de estos últimos, pueden sobrepasar el número de la docena de artistas y colaboradores entre el progenitor, hijos y nietos.Otros, como en el campo de la arquitectura, suelen ser más reducidos, si nos centramos en Andalucía Oriental en casos como los González( Alonso, padre y Luis González) o los Aranda (Gabriel, Ginés Martínez, Juan de Aranda Salazar y Francisco de Aranda).
Parece como si
sustituyeran a los antiguos gremios del medievo que en los grandes centros
urbanos tuvieron que hacer frente a la gran cantidad de solicitudes y contratos
que cabildos eclesiásticos, cofradías, monasterios y otras entidades públicas y
privadas emprendieron para expandir la religiosidad del momento postridentino.
Es verdad que
la labor del maestro ha eclipsado la labor de todos sus colaboradores, que han
quedado en el anonimato de la historia por la genialidad del artista o, a
veces, incluso, por la notoriedad de la obra en un contexto muy determinado,
que olvidaba otro tipo de obras que se expandían por los rincones más
inesperados de la geografía andaluza.Así, la obra del Jesús Nazareno, de
Priego, atribuida a Pablo de Rojas, perfecta e,impregnada del mejor clasicismo
ha quedado muchas veces olvidada de la crítica hasta que el profesor Orozco la
puso a la luz y colocó en su verdadero
valor artístico.
También, a esto
coadyuva que los pueblos andaluces solían contratar de acuerdo con las
posibilidades económicas acudiendo a artistas colaboradores y de segundo orden
para los críticos del momento y, que, luego, han sido recuperados por las
nuevas investigaciones. Pensemos en la familia de los Raxis, hasta ahora,
apenas estudiados o, a lo más, centrados en el figura de Pedro de Raxis por su
labor en la capital granadina y en su labor de policromar las imágenes de Pablo
de Rojas.
Con estos
precedentes, hay que añadir que quedan por estudiar todavía comarcas enteras
que en siglos anteriores alcanzaron una enorme influencia y prestigio por
provenir de situaciones privlegiadas de frontera, de beneficios eclesiásticos o
de otra índole, en las que los mecenas o las instituciones ejercieron una gran
labor difusora y protectora de artistas. Este es el caso de Alcala la Real,
cuna de artistas, ciudad privilegiada gracias a su situación fronteriza en
muchos períodos de la historia, donde nació y creó su principal taller la
famila de los Raxis o Sardos. También, el ilustre imaginero Juan Martínez
Montañés inició sus primeros pasos de su vida, ya que su padre, muy relacionado
con la Abadía, alcanzó algunos cargos como mayordomo del Hospital del Dulce
Nombre de Jesús, y lo debió relacionar con el mundo del arte de los Sardos, muy
conocidos suyos por la labor artística en las pequeñas obras, que elaboraban
para cofradías y hermandades de su momento, en este caso de la Cofradía de la
Santa Caridad, en la que tenía una participación muy importante. En este
contexto no es de extrañar que, una vez que los artistas habían alcanzado
cierta fama , emigraran a otros contextos más prolíficos para ejercer su
oficio, como fue el caso de Pablo de Rojas, algunos Raxis y , desde el principio,
Martínez Montañés. Esto provocaba que los artistas colaboradores cubrieran el
vacío dejado por los primeros, produciendo unas obras de menor calidad que la que
en otros pueblos o ciudades alcanzaron con la marcha de estos insignes artistas.
Pero aquella
huella quedó marcada en los vecinos que, cuando se ven obligados a renovar la
imaginería en los albores del barroco, no regatean medios para contratar los
mejores artistas que sustituyan a las obras de los creadores renacentistas y
olviden a artistas mediocres que hicieron la transición entre los Sardos y los
nuevos Mora o Bocanegra. Claro ejemplo de este desarrollo artístico que venimos
describiendo es la historia de la abadía alcalaína: comienza con la producción
artística de los Sardos Raxis, inicia un declive con la segunda generación,
continúa con mediocres artistas como Pedro Cobo o Juan de Flores a lo largo del
siglo XVII, y contrata a los mejores artistas del momento,a partir de mediados
de este siglo como los Menas o los Mora.
En este último
período se encuentra el nuevo descubrimiento,
que queremos dar a la luz, en la sección de protocolos del Archivo
Histórico Provincial de Jaén. Es un
contrato, realizado entre Bernardo de Mora con el administrador y mayordomo de
la Abadía para la ejecución de siete imágenes del altar mayor de la Iglesia
Mayor. Lejos de su interés localista, resulta interesante por las conclusiones
que se derivan de él para el estudio de esta importante familia artística del
Barroco andaluz. Por su trascendencia lo vamos a transcribir, adaptándolo
ortográficamente:
En la ciudad de
Alcalá la Real en diez y ocho días del mes de febrero de mil setecientos y
uno años ante mí el escribano público y testigos parecieron
de la una parte el Licdo don Gabriel Muñoz, presbítero, notario del Santo
Oficio Capitular del Cabildo Eclesiástico de esta ciudad y mayordomo de de las
fábricas de las Iglesias de ella; de la otra, don Bernardo de Mora, vecino de
Granada, y estante en esta ciudad, dijeron que, de orden del Illmo sr.don Diego
Castell Ros de Medrano del Consejo de Su Majestad y abad de esta abadía y en
virtud de su decreto, por donde se manda que se hagan siete efixies para los nichos del altar mayor de la Santa
Iglesia Mayor de esta ciudad, y en
virtud del dicho decreto ,dichos dos otorgantes lo tienen tratado y, por esta
escritura ,el dicho don Bernardo de Mora se ha de obligar a dar a toda
costa puestos en la ciudad de
Granada y el dicho don Gabriel Muñoz,
como tal mayordomo y en virtud del dicho
decreto a pagar para dichas hechuras lo
que adelante se dirá .Y es, a saber, que el dicho don Bernardo ha de dar hechas dichas hechuras de
escultura en esta manera: una
imagen de la Asunción de Nuestra Señora con su trono de
ángeles, un San Pedro apóstol, un san Pablo apóstol, un Santo Domingo de Silos,
un San Dionisio Areopagita, un Santiago Apóstol y un San Sebastián
mártir, las cuales dichas imágenes, que son siete, las ha de dar fenecidas y
acabadas con toda su perfección en la dicha ciudad de Granada
para colocarlas en sus nichos para el día de San Pedro del año que
vendrá de mil setecientos y dos en la forma siguiente:la imagen de Señor San
Pedro apóstol la ha de dar acabada a toda costa y perfección para el día veinte
de junio que vendrá de este presente año; y la de Asunción de Nuestra Señora
para el día último de julio que vendrá de este presente año y las demás
imágenes en el discurso del tiempo referido hasta el día de San Pedro de
setecientos y dos, que es cuando ha de
estar fenecida dicha obra; y por el valor y precio de dichas imégenes, el dicho
don Gabriel Muñoz le ha de dar al dicho
don Bernardo quinientos reales de a ocho de plata de a quince reales de vellón cada uno en esta manera: los cien pesos para el día
veinte de junio que vendrá de este presente año y otros cien pesos para el día
último de julio así mismo que vendrá de
este presente año, y los trescientos
pesos restantes hasta los quinientos
referidos en dos plazos, el primero de ciento cincuenta pesos para el día de Pascua de Navidad que vendrá ,fín de este presente año y los
otros ciento y cincuenta pesos restantes para el día de San Pedro del dicho año que vendrá del mil setecientos
y dos. Y para que tenga efecto esta escritura, confesando por cierta y
verdadera la relación de ella, el dicho
don Gabriel Muñoz, como tal mayodomo de la dicha fábrica y en virtud dedicho
decreto, se obligó con los bienes y rentas de dicha fábrica a cumplir, dar y pagar los
dichosquinientos pesos del valor referido al dicho don Bernardo por los
dichos días y plazos ,arriba expresados,
y el dicho don Bernardo se obliga a cumplir con dar las dichas siete
imégenes fenecidas ycabadas para los
días y tiempos referidos, puestas en las dicha ciudad de Granada, y para ello
obligó su persona y bienes muebles y raices habidos y por haber, y dieron poder
cumplido a las justicias y jueces de su Majestad, que de él fueron, que de cada
una de las partes puedan y deban conocer, para que a ello le apremien como sentencia pasada en cosa juzgada,
renuncunciaron a las leyes, fueros y derechos
de su favor y la general y así lo otorgaron y firmaron, siendo testigos
don Juan de Ortega, don Antonio de Contreras y Agustín de Cobaleda, en
Alcalá e yo el Escribano que doy fé y
conozco a los otorgantes.
Fue el escribano, en concreto, Juan Ramírez de
Tordesillas, que ,evidentemente, lo firmó juntamente con el mayordomo y
Bernardo de Mora. Posteriormente se hizo un traslado del documento el día
dieciseis de septiembre de 1702.[1]
El documento
mencionado se refiere a don Bernardo de Mora, que coincide con los trazos
gráficos de Bernardo Francisco de Mora, padre de toda la familia de los Moras.
Era el cuarto hijo que nació en
Granada y fué bautizado el uno de mayo
de 1655 en la parroquia de San Gil. Eclipsado por la fama del padre y de sus hermanos y
anteriormente por la de los
Menas, hasta ahora ha pasado olvidado por la historia, ya que la única
referencia provenía del profesor don Manuel Gallego Burín: sin atribucion
artística alguna y, debido a a la ausencia de documentación de los archivos de
Granada, con los únicos datos biográficos mencionadoas anteriormente.[2]
Probablemente
debió iniciarse como colaborador en el taller de su padre y sufrió las
desaveniencias entre los hermanos y , cuando estaba a punto de convertirse en
famoso artista, le sobrevino la muerte, precisamente en el año 1702. Es curioso
que en la estampación de su firma coincida con José de Mora, su hermano,
anteponiendo el don- lo que no hacen el padre ni su hermano Diego. Por otra
parte, las grafías coinciden más con su padre que con los hermanos y, además
añade, un segundo apellido, que posiblemente añadiría-cosa frecuente, en
aquellos tiempos, de Pinar.
Con Alcalá la
Real, y, en aquellos tiempos, su villa del Castillo Locubín, estaba relacionada
su ama de casa y cuñada, esposa de
Diego de Mora, llamada Ana de Soto, que
cuidó a toda la familia hasta el
casamiento en 1682 con su hermano Diego. Aunque ya desde el 165O había emigrado
a Atarfe, no es de extrañar que sus informaciones sobre la Abadía fueran útiles
en las contrataciones de obras. Pues son varias las atribuciones, aparte de las
anteriores, a los Moras en el terreno abacial tanto en Alcalá, Priego, y
Carcabuey.
Un nuevo Mora,
Bernardo, nos ilustra de este ambiente de familias artísticas y del desarrollo posterior
de sus miembros. Sería interesante que se abundara sobre su obra, porque tal
vez muchas de las atribuciones a José o Diego pudieran ser obra de este
artista.Como ya han hecho muchos investigadores, hemos tratado de profundizar
en los protocolos notariales de Granada en torno a los años de su muerte.Los
frutos han sido baldíos por las circunstancias azarosas que sufrieron, pero
puede ser que otas comarcas parecidas a la alcalaína complete la biografía y la
producción artísitca de este maestro.
Desgraciadamente,
en la guerra civil española desaparecieron las
anteriores imágenes, que se encontraban en la Iglesia de Consolación de
Alcalá la Real, ya que sustituyó como
Iglesia Mayor al templo de la Fortaleza de la Mota. Posteriormente se hicieron
reproducciones de San Pedro y San Pablo, de bella ejecución, de nuestro
contempráneo Nicolás Prados, imitando a las de Bernardo de Mora, hijo, que
destacan por su majestuosidad y la ejecución de un extraordinario artista.
Por las
fotografías que se conservan de las restantes ,se observa una peor calidad en
las de San Dionisio y Santiago, siendo mediocre la de San Sebastián y
pareciéndose mucho a la Asunción de la Cartuja, la que hizo para el retablo de
la Mota. También sabemos que fueron posteriores
y se escalonó su ubicación en la Iglesia sin ajustarse a la firma del
contrato. En el nueve de Marzo de 1702, se bendijo la imagen de San Pedro por el abad Castell en el Convento de la
Trinidad y el día diez del mismo mes se trasladó a la Iglesia Mayor. El trece
de mayo de 17o3, se trajeron las imágenes de San Pablo y de Nuestra Señora de
la Asunción. Al año siguiente en 1704 se bendijeron las de Santo Domingo de
Silos y san Dionisio Areopagita.
Con esto se
abren varias interrogantes acerca de la autoría. De ahí que nos preguntemos si
prosiguieron sus discípulos las obras y así se demuestra la decadente calidad
en las últimas producciones o si quedaron a medio ejecutar o si fueron obra de
los talleres de sus propios hermanos.[3]
Esto nos lleva
a conjeturar si no le sobrevino la muerte en este momento, dando lugar a la participación de algunos miembros de su
taller en la finalización de la obra. Pero lo importante, lo digno y destacado
es un nuevo Mora, Bernardo Hijo, que abre una interrogante en la producción
artística con esta contribución de la comarca alcalaína por medio de este valioso contrato.
FRANCISCO
MARTIN ROSALES
[1] ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE JAÉN.
Escribano Juan Ramírez de Tordesillas. Veintiocho días del mes de febrero de
1701. Folio 218 y 219.
[2] GALLEGO BURÍN,
Antonio. José de Mora. Facultad de Letras. Granada. 1925.
[3] GARRIDO
ESPINOSA DE LOS MONTEROS, Diego. Historia de la Abadía de Alcalá la Real.
Diputación Provincial de Jaén. 1996.
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