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viernes, 21 de octubre de 2022

EL SOS DE LAS DOMINICAS. EN ALCALÁ LA REAL INFORMACIÓN.





Hace unas semanas que la ciudad de Alcalá la Real se ha levantado con una llamada de auxilio por parte de las monjas que  componen el convento dominico de Nuestra Señora de la Encarnación. Si embargo, este edificio no fue su primer domicilio ni sirvió con esta función religiosa. Su primer destino tuvo lugar en la ciudad fortificada de la Mota, donde  estas monjas se alojaron en la casa de doña Leonor de Sotomayor y  fundaron  este monasterio femenino de la orden dominica. El ama, una devota y señora emprendedora, huérfana  de padre y madre, pensó fundar un convento. Cedió su casa, buscó  personas influyentes y poderosas entre los notables y ayuntamiento de la ciudad para que le ayudaran a hacer realidad el proyecto: No tuvo, al principio, muchas dificultades, porque la mayoría de los regidores y jurados  eran familiares suyos relacionados con las diversas ramas de  los Aranda. Como se suele decir, mató dos pájaros de un tiro, porque su plan contribuía con la defensa municipal de que  no se abandonara la privilegiada fortaleza, y, por otra parte,  sabía que le era imposible fundarlo en otro sitio, porque a nadie se  le permitía  edificar  edificios religiosos en los bajos de la ciudad alcalaína.
  Pero, pronto, comenzaron  a surgir raros inconvenientes,  acontecimientos  extraños e inesperados sobresaltos. Las primeras monjas  venidas de Almagro y Jaén se quejaban de las malas condiciones que ofrecía aquella casona al sotavento  y frío del cerro de la Mota. Pero, con la entrada de las nuevas inquilinas de Alcalá, muchas de ellas, procedentes de famosas familias hidalgas de la ciudad, comenzaron a revivir  las antiguas habladurías que corrían de boca en boca a lo largo de la ciudad. A ello se añadió que  se produjeron varias muertes de las doncellas más delicadas,  y  comenzaron a levantar los más inesperados comentarios sobre  la salubridad del convento y la presencia de un duende.   Su  llegada producía ahora mayor ansiedad  provocando grandes  desasosiegos; de nuevo,  hubo  abandono de otro grupo de monjas; en vano servían todas las prevenciones tomadas, y aparecieron  el agua rosada, las enfermedades.  la superiora  se le  colmó la paciencia y, secretamente, habló con varios señores de la ciudad para urdir un plan . Lo hizo con un regidor, familiar suyo, que le sugirió un cambio de residencia  del convento aprovechando que el abad había condescendido a que casi se convirtiera en parroquia una iglesia del llano de la ciudad. Llamó a un escribano y arrendó una casa;  trasladó de  noche a toda la comunidad a una casa de la calle Real  fuera de la fortaleza de la Mota. No estaban muy conformes los miembros del ayuntamiento que mantenían sus casas en la fortaleza para no perder los privilegios; también la reacción del abad como autoridad eclesiástica no se hizo esperar. Y, así, todas las monjas  recibieron un decreto de excomunión por haberse trasladado  de domicilio sin licencia abacial. Pero, pronto quedaron sin efecto aquella excomunión, pues obedientes y a regañadientes regresaron al convento. 

Días después, el mismo proceso y concatenación de hechos: enfermedades, miedos por el duende, exorcismos continuos... No podían resistir más. 
Y así llegó el 1602, esta vez  el plan se hizo con mayor sigilo. Se buscaron  de valedor al regidor Sotomayor  Aprovecharon la ausencia del  abad fuera de la ciudad, pues había marchado a Valladolid para arreglar asuntos familiares y personales de su estancia como abad de esta ciudad castellana. Como un reguero de pólvora se extendió que las mojas habían intentado pasarse a las casas de Cristóbal de Ibáñez junto a la ermita  de la Veracruz para hacer en ella su convento, esto  sin habérselo advertido  al abad  ni sin tener  el beneplácito del ayuntamiento de  la ciudad. Este convocó su cabildo, y  se dividieron los pareceres: el viejo alcaide y los hidalgos de sangre opinaron que no se podía permitir el traslado del convento, porque iba en contra de los intereses de la fuerza y conservación de la Mota; de mudanza nada, y menos sin estar presente el abad. El escribano  del cabildo, acordaba este criterio en contra del parecer de Sotomayor: Se hable con el  prior del convento de los dominicos para que no se bajen porque no tienen decencia ni custodia las casas que agora viven.
    Días después, de Valladolid regresó  el abad  mayor y  mantuvo la excomunión de todas las monjas, al mismo tiempo que  les tramó un ardid jurídico muy complicado. Convirtió en parroquia la ermita de la Veracruz, con lo que conseguía que no se pudieran levantar iglesia y convento cercano a sus  alrededores.  Las monjas no podían aguantar más. Habían vencido la casa de los duendes. Y ahora se veían rotas por los abandonos,  deshechas por los sinsabores de la ciudad y arruinadas  porque no podían afrontar la destrucción económica de sus bienes.
         Pero, como si se tratara un milagro, a  primeros de  1602,  nació un rayo de esperanza en la comunidad dominica. No podían levantar un convento, pero sus patronos le sugirieron que podían comprar y trasladarse a un recinto en forma de convento. Se buscó un lugar casi religioso, un hospital que, por supuesto,  tuviera un oratorio; y lo consiguieron, en el Llanillo, junto a la iglesia de la Veracruz. Le llamaban Hospital del Dulce Nombre de Jesús, donde se albergaba la imagen de la Coronada, patrona de los Desamparados y Madre de la Caridad.  Aquel  amplio recinto de casas tenía capacidad para albergar  aquella numerosa familia religiosa, Tan sólo, debían  buscarle traslado al hospital y les compraron las casas de enfrente, las que estaba anejas a la ermita de la Veracruz. La jugada era perfecta.
 
         Además le favorecieron las circunstancias, el cambio de criterio de las autoridades  y hasta  el tiempo. La peste intensa que azotaba a la ciudad  fomentó la marcha de la fortaleza de muchas personas  y  los regidores cambiaron de opinión con respecto a las monjas. Consideraban que los nuevos barrios de la ciudad necesitaban de servicios religiosos y, si el abad  había permitido la instalación de la parroquia  en la ermita de la Veracruz, no creía que fuera un obstáculo que estos se realizaran, como en otros lugares y obispados, en las nuevas dependencias del  monasterio.  Por eso, no es extraño, que un famoso regidor don Pedro Fernández Alcaraz alzara el tono y dijera en la sesión  del veinte de febrero de 1602 tocando el corazón  de los presentes:
 
         “No le demos más vueltas, y dejemos que las monjas  tengan allí el convento y se hagan en su templo los servicios religiosos de  impartir los sacramentos, Lo digo con mucha razón, porque no ha sido parte del no haber habido hasta hoy parroquia  para que deje de estar poblada como están  todos aquellos arrabales tan remotos de las parroquias antiguas que hay en esta ciudad. Por cuya causa,  han acabado muchas personas, grandes como recién nacidos,  los unos sin confesiones y  los demás sacramentos;  e las criaturas sin bautismo: cosas de grandísima lástima y sentimiento. (…)os  pido y  suplico a la ciudad nombre dos caballeros de ella para todo lo dicho tocante a esta causa de que favorezcan a estas santas monjas y por ser justa y sancta defensa"
 
         No hizo falta más. Se trasladó el convento al Hospital, el duende quedó en la Mota, en la casa vendida en 1603 a un  tal Francisco de Córdoba; que sepamos años después se abandonó  todo el recinto fortificado y con ella su casa. Por un encanto especial de aquel rincón los cernícalos y las aves  migratorias solían posar en los recovecos de las bodegas y planta baja de la casa del misterio, del duende, buscaban tal vez matar al duendecillo.
Y el duendecillo ha reaparecido queriendo destruir un patrimonio alcalaíno que albergó los enfermos y ancianos  de la ciudad durante el siglo XVI, los moriscos que venían de tierras de la Alpujarras hacia otras tierras de Castillo, e, incluso a los presos de ambos bandos de la Guerra Civil cuando se convirtió en cárcel. Hubo intentos de transformarla en escuela y mercado de abastos. Pero lo que no debemos permitir que este edificio patrimonial se venga abajo con tantos años de historia y tanta riqueza artística en su interior. Es una llamada a todos los vecinos y a las instituciones, pues debemos derrotar al duende de la destrucción y se quede convertido en una gárgola de la Iglesia Mayor de la  Mota.
 
 
 
 

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