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domingo, 2 de octubre de 2022

ALCALAÁ LA REAL EN TIEMPOS DE CARLOS IV

 

 

CARLOS IV 1788-1808

 

 

 

El período del reinado de Carlos IV se caracteriza por una gran continuidad con respecto al período anterior. Si bien aparecen nuevas formas de contribución tributaria de la ciudad, debido a las nuevas guerras que surgieron contra Francia hasta el año 1797, año que tiene lugar el Pacto de san Sebastián. Posteriormente, el conflicto con Gran Bretaña volverá a incidir en la economía nacional, en la que pocos eran los recursos asumidos por las deudas de la guerra.  Las levas de voluntarios, el ofrecimiento de recursos, la constante sangría de cualquier tipo de imposiciones y las medidas desamortizadoras contra los bienes de las Obras Pías, comenzaron a incidir en Alcalá. No era extraño que en el 1688, el síndico personero recogiera las críticas de los vecinos que se veían agravados con las dobles imposiciones de los géneros, ganados y siembras, se retiraran los panaderos de los molinos por el excesivo arancel y los vecinos de la Rábita exigieran el nombramiento de un ministro que representara la nueva cortijada.

 

Una sociedad en decadencia

 


 Los más destacados fueron la nueva contribución extraordinaria del cuatro por ciento sobre las posesiones y el real por arroba de aguardiente y medio real por el vino. Como es lógico la ciudad siempre recurría estas medidas apelando a sus privilegios. De ahí que algunas medidas no llegaron a aplicarse o se retardaron como la orden del Consejo de imposición de 17 maravedís por fanega o 17 mas por real(cfr. 28-4-1798) o la venta de las casas de Propios, que no le afectaba a los bienes de la ciudad. Uno de los llamamientos más urgentes fue en el mes de agosto de 1798 solicitando un donativo voluntario de monedas y alhajas de plata y un préstamo patriótico de cuatro mil ducados del Pósito. Y el más sangrante en el abastecimiento local, la saca de un quinto o el veinte por ciento de los fondos del pósito, por lo que significaba para el desarrollo agrario y de abastecimiento de la población (Cf. 27-3-1799). Esto suponía  para un fondo de 26.865 fanegas y 111.556 reales unas 5.373 fanegas  y 22.311 reales, que se acumulaba a las deudas y obligaba a los anticipos del reintegro del trigo prestado por las sementeras. Muchas medidas se recrudecieron por el impedimento del comercio con América, debido a las guerras que tenían cortado el comercio marítimo y, por ende, el paso de caudales de aquella zona. Para   la emisión de pagos reales, la ciudad se agregó a la Caja de Málaga y se recibieron órdenes para división del pueblo y clases (Cf. 1-8-1799). Uno novedoso que intentó aplicarse fue le promovido por la Dirección General de Correos de gravar con dos fanegas de tierra u obrada de viña para cualquier vecino usuario ,y con  cuatro reales por caballeriza mayor y tres por menor de arriero o trajinante por el uso de los caminos y para su reparación, aunque luego se establecieron dos reales por arroba de sal por la Junta Nacional de Propios. El pago de 330 millones  mediante  el repartimiento entre todos los pueblos de España supuso un enorme derroche para poder contribuir a los 126.000 reales que habían correspondido a Alcalá , y obligó a tomar medidas recaudatorias contra los rompedores de tierras y casas y a solicitar un préstamo del abad mediante el cobro del período vacante. También se pidieron cuarenta y cinco mil reales de la Obra Pía del abad Moya y de la Fábrica de la Iglesia en una proporción de 25.000 y 20ooo reales. El cobro de todos estos préstamos provocó un conflicto con el abad, obligando a continuos retrasos. Continuas son las dilaciones en el pago de las rentas provinciales, frutos civiles y de la paja a la administración provincial. Uno de los ramos más importantes cuales eran el de pujareros y labradores se quejaban en 1802 de la disminución de su grupo  y del ganado lanar para librarse de las cargas impositivas que gravaban 25 reales a la yunta y en proporción del ganado y real y cuartillo por fanega sembrada.

Los últimos años del reinado fueron verdaderamente difíciles para la población. Las malas cosechas, las epidemias del año 1800 y 1802 en Andalucía y las sangrantes imposiciones dan lugar a la petición de moratorias y aplazamientos para poder pagar los nuevos impuestos, el impago de muchos de los anteriores , la decadencia de muchos recursos en agricultura y ganadería y, como síntoma de una sociedad en decadencia, ya no pueden acudir a los servicios de la Corona cuando en el año 1806 se le solicitan caballos para el ejército en la difícil situación de la guerra contra Inglaterra ocasionada por la difícil alianza hispano-francesa. 

Algunos bienes de la Obra Pía del Abad Pedro de Moya son vendidos, a pesar de que el ayuntamiento alcalaíno recurra la medida y ponga las bases para el nacimiento de un nuevo hospital, ya que el que había en el del Dulce Nombre de Jesús es pequeño, mal equipado y , a pesar de encontrarse en zona céntrica, el aumento de población necesitaba de unas instalaciones más acordes con los nuevos tiempos como se aprecia en la creación de nuevas plaza de mujer partera titulada. El asunto que llegó a los tribunales tuvo un veredicto a favor del cabildo alcalaíno que esclareció aquella administración oscura de unos bienes que se habían destinado más al enriquecimiento de administradores que a los fines que se había propuesto de beneficencia y apoyo a la educación de estudiantes.

La nuevas sedes provinciales de hospitales de expósitos no  llegaron a afectar a la ciudad, que mantuvo este servicio asistencial en la ciudad mediante el presupuesto con el  que los abades se hacían cargo.  

 

Castillo de Locubín y las aldeas

 


Lo que sí se observa un período de tranquilidad es en el litigio con la villa del Castillo, una vez que su Junta de Abastos y Propios logra la administración del abastecimiento, medidas de control y representación de la ciudad. Tan sólo, en el año 1801, la población del Castillo introduce una nueva pretensión de que se invierta en las obras públicas y en la construcción de las casas de los concejales y de la Junta de Propios el sobrante de las rentas del impuesto de posesiones con el fin de que  dar un  establecimiento a sus nuevos órganos administrativos (Cf. 31-10-1801). Sin embargo, la pérdida de autoridad del corregidor, en favor del intendente provincial, dio lugar a que este transmitiera una línea de actuación en la que  hacía prevalecer su autoridad jerárquica frente a la justicia local en el terreno económico, como se manifiesta en la gestión de propios. (Cf.31-8-1802). Al mismo tiempo, las nuevas cortijadas, aldeas y Frailes comienzan a organizarse bajo el control de la justicia que nombra dos ministros, a la manera de los alguaciles o guardas de campo, que suelen ser los representantes y los ejecutivos de todas las órdenes y de la política judicial y administrativa. Un factor importante en el asentamiento de los nuevos núcleos y su definitiva  consolidación va a ser la iglesia, que logrará ser, a través de los capellanes, el garante de los vecinos en las situaciones dramáticas de desabastecimiento y, en otras , de control de la población como censos, padrones y reparto de los alimentos. Dos ermitas se reedificaron en este período la de Frailes y la de Ribera a finales de siglo , y se construyó en 1689 una nueva en la aldea de la Acequia, junto a la rotura de Vicente de Díaz de Arjona en el cortijo de acequia y  el camino real con lo recaudado en el monumento de la Trinidad.

 

 Una nueva manera de gobernar se expresa al principio del mandato de los corregidores que se asesoran de los  privilegios y ordenanzas, al mismo tiempo que suelen programar la línea de su actuación mediante un Auto de Buen Gobierno dirigido a la población (Cf. 4-8-1800) 

Algunas costumbres desaparecen  en estos tiempos como las corridas de toros, organizadas por las cofradías y las congregaciones marianas como las de los Siervos de María en el año 1797 que desean organizar seis corridas de toros, algunas de muerte, y solicitan permiso de la Real Chancillería e informe de  presupuestos y posibles beneficios. De los datos se desprendían unos ingresos de 20.000 a 24000 reales de vellón y unos gatos de 12000 reales de vellón, la presencia de muchos forasteros a los espectáculos, que se complementaban con fiestas de moros  y cristianos, provocando la deficiencia de hospedaje y abasto de pan. Para ello sugería otras medidas extraordinarias(cf.13-1-97). En el año 1805 se mantuvieron estas restricciones a espectáculos.  La educación para las clases jornaleras se incrementa en la ciudad mediante la incorporación de un maestro y un ayudante de primeras letras (Cf.6-5).

Al mismo tiempo se asiste a una nueva instrucción formativa en las escuelas, por medio de la difusión de nuevos métodos de enseñanza que pretendían un enfoque básico en el alumnado. Aunque la escritura era el objetivo primordial, también se procuraba por la Corona que se difundieran la pasión por la agricultura  como el Apéndice de Educación al  Discurso de la Industrial Popular.  El arte de escribir por reglas y con muestras de Torcuato Toro de Rivas se difundió en todas las escuelas para los alumnos de las primeras letras. En esta misma línea se creó una nueva Junta Municipal de Sanidad, que trataba de regular la higiene y la salud de los vecinos, procurándose de la ubicación de cementerios municipales y de otros aspectos relacionados con los vecinos en tema de control de alimentos, aguas, y servicios sanitarios.

 

El abad y el municipio

 


El conflicto entre los estamentos eclesiástico y civil surge con la llegada de los  nuevos abades que trataban  de implantar un rigoricismo y una austeridad de formas que no concordaban con los  regidores, acostumbrados a las fastuosas fiestas del Corpus. El primero que desencadenó la situación fue el Abad Palomino Lerena. Sus medidas de prohibición de las procesiones de Semana Santa por el escándalo de los rostrillos y el desplazamiento de las andas del Corpus por el porte de la Custodia en su mano entablará un largo litigio entre los dos estamentos, que poco a poco acabará diluyéndose al mantener el abad aquellos formalismos en los últimos años, levantar las procesiones de los rostrillos y caretas de las procesiones del Viernes santo y al comprobar los miembros del Cabildo municipal el talante filántropo del abad Palomino, emparentado con el ministro de Hacienda Lerena, cuyo  testimonio quedó reflejado en una obra pía para beneficio de los pobres jornaleros, administrada por el conde de Altamira. A ello coadyuvó su provisor don José de Ortega, que se distinguía por su celo, caridad, desinterés e instrucción y la propia ciudad  pidió la prórroga tras el fallecimiento, a pesar de que se mantuvo la tradicional  petición de un obispo para la nueva situación en el año 1800, al recaer en Manuel de Trujillo.

Por este tiempo, las misiones de frailes es frecuente en la  formación de los vecinos a través de los sermones en los grandes acontecimientos o en momentos como la llegada del padre Diego de Cádiz que visita la ciudad con gran aceptación de todos y presencia del cabildo. De ahí que en el año 1801 se celebren en el convento de Capuchinos honras por su muerte con presencia de l propio cabildo. La caridad y la limosna eran sobre todo las medidas que más propugnaba en  estas circunstancias la iglesia como una manera de paliar las diferencias sociales entre los miembros de la población. No obstante, la devoción de la Santísima Trinidad fue una de las que más se propagaron con la presencia de este monje hasta tal punto que hicieron colectas para levantar monumentos y hubo regidores que sus propias casas

adornaron con este elemento iconográfico.

Con el abad Trujillo se iniciaron los mismos pleitos, agravados por el plan beneficial, que pretendía atajar la situación de los beneficiados ausentes de la ciudad, creación de la nonata colegiata y nueva iglesia mayor, discusiones protocolarias en la jerarquía y saludos  de actos , y, sobre todo, en las relaciones entre ambos con motivo de la cuestión social de los jornaleros en el repartimiento y limosna de los fondos. El asunto  alcanzó cotas de gravedad entre ambos estamentos, porque sus homilías y arengas dieron lugar al levantamiento de los jornaleros y a la ruptura de las relaciones entre los dos cabildos, llegando el pleito a la Chancillería de Granada.

Las dilaciones del ayuntamiento en el pago de los préstamos concedidos daba a lugar a un enfrentamiento larvado con la Abadía. Se intentaron todas las fórmulas, incluso, la venta de los bienes propios. Pero, la situación llegó al límite en el mes de mayo de 1801 con un cruce de acusaciones entre el abad y el ayuntamiento. Para los miembros de este órgano el abad era acusado

sobre el abuso, indiscreción y demás movimientos que finge, que han causado  levantamientos y asonadas en los mismos trabajadores socorridos, no está otra cosa que proyectos de estos mismos señores caballeros Capitulares a fin de manejar a su arbitrio qualesquiera limosnas, que así en el tiempo como en el subcesivo, se han dado y dan con el colorido de un fondo  fuera  de dichos infelices.


Al mismo tiempo, consideraba el ayuntamiento que la limosna  procedía del fondo de las rentas decimales de la Real Capilla de Granada  y del diezmo del  aceite del Castillo de Locubín que no se incluía en las partes de la anterior capellanía. Por eso, no era de extrañar que la respuesta eclesial quisiera mantener su independencia en las ceremonias religiosas, obviando la presencia de cabildo   y causando desaires y desaveniencias que provocaban la desafección y falta de armonía.

Como con Palomino, el abad Trujillo retomó las riendas y al final, se creó un buen clima con las autoridades civiles que le apoyaron en todas las gestiones para la creación de una Casa de Misericordia que pretendía la educación, crianza, alimentación de los niños , en donde se incorporaban los fondos de la parte diezmal correspondiente a la Real Capilla de Granada(cfr. 14-9-1801). La erección definitiva tuvo lugar en el año 1804 según comunicaba el EXcmo. Sr. José Eustaquio Moreno Colector General de Expósitos (Cf.18-5-1804). Días más tarde surgen las primeras desaveniencias sobre el control del nuevo establecimiento público con el nombramiento de un director o un capellán rector, en el que se dividían los pareceres de ambos cabildos, quedando al fina la dirección en manos del cura de santo Domingo.   Aunque también el abad solicita fondos del cabildo municipal, pronto se percibe que la situación no permitía nuevos arbitrios para afrontar este servicio.

Las clases privilegiadas logran ejercer un control de la sociedad, y eso invita a que muchos vecinos hacendados traten de  ocupar el status de hidalguía mediante las distintas revisiones  del censos y padrones. Aunque el corregidor estableció un informe a la Sala del crimen de Granada sobre los hidalgos, son muchos los que quieren incorporarse, ligados con familias de hidalgos  o ilustres hacendados a través de la Maestranza de Granada. Incluso, los puestos de defensa del común como los diputados y personero fueron ocupados mediante su elección restringida de entre los veinticuatro electores de las dos parroquias y recayeron en familias  hidalgas o personas relacionadas con la administración de la ciudad ( medidores, contadores, depositarios del Pósito).

 En este contexto hay que comprender los enfrentamientos con el abad de la ciudad, Antonio Palomino, primo del ministro de Hacienda Manuel de Lerena, en torno a cuestiones de protocolo en las procesiones del Corpus, cuando el abad abrió un amplio litigio que duró desde los años noventa hasta el 98 con motivo de sacar la hostia sagrada en sus manos y no en las andas con el boato típico de esta fiesta tan arraigada y barroca en la ciudad. El asunto trascendió a otras esferas de la religiosidad popular prohibiendo  las procesiones de Semana Santa que no ofrecían a aquel abad humilde y austero un ejemplo de vivencia cristiana más bien un aspecto carnavalesco, porque no comprendía os rostrillos y vestimentas anacrónicas que pervivían en la dramatización de la Pasión de Jesús. Lo mismo acontece con las preeeminencias entre regidores para sustituir al corregidor, que se dirimían entre el regidor decano o de l antiguo abolengo. Varios son los padrones y abundan los expedientes de hidalguía que se tramitaron en este período. Destaca el del año 1801 por barrios y parroquia, comprobándose el asentamiento urbano de las familias hidalgas frente a la ausencia de cualquier miembro de este estamento en las aldeas. Por parroquias, existían unos 23 hidalgos en la parroquia de Santa María la Mayor y 26 en Santo Domingo de Silos (cfr18,20 -4-1801).  


Continua durante los años 1797 , 1798,  1799, 1800, 1801 y 1802 ( esta última con nieves intensas) el ciclo de inviernos duros de restricción del pan, carestía de precios, lluvias y tormentas que provocaban la ausencia del trabajo y miseria de jornaleros, y obligando a medidas de repartos por cuarteles y en las casas capitulares y en los conventos de santo Domingo y Consolación a través de boletas, limosnas del corregidor, regidores,  los pudientes hacendados, del Pósito y del Abad. Muchas veces se perdían incluso los nuevos productos como el aceite , como sucedió en el año 1800, en el que  se ve que comienza a incidir dicha labor agrícola en la clase jornalera para alimentarse y para el trabajo.

 

1788

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1789

 

sequía

 

 

 

 

 

 

 

1790

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1791

 

x

 

 

 

 

 

 

 

1792

 

x

 

tormentas en Julio

 

 

 

 

 

1793

 

 

 

temporales en mayo

 

 

 

 

 

1794

 

x

 

 

 

 

 

 

 

1795

 

 

 

tormentas

 

 

 

 

 

1796

 

 

 

lluvias

 

 

 

 

 

1797

 

 

 

temporalss

 

 

 

 

 

1798

 

x en abril

 

 

 

 

 

 

 

1799

 

 

 

tormentas

 

 

 

 

 

1800

 

 

 

temporales en enero

 

Peste terciana en Santa Ana

 

 

 

1801

 

 

 

temporales

 

peste

 

 

 

1802

 

 

 

tormentas

 

 

 

 

 

1803

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1804

 

 

 

 

tormentas

 

 

 

mala cosecha

 

1805

 

 

 

lluvias en enero

 

enfermos del lazareto

 

Reparto de trigo a pobres

 

1806

 

 

 

tormentas en abril

 

terremotos en octubre

 

destrozo en campos y cortas cosechas

 

1807

 

x

 

 

 

langosta

 

 

 

1808

 

x

 

 

 

 

 

 

Hallándose el fruto  del aceite que es uno de los primeros de necesidad casi perdido  por no poder recoger la aceituna.

En la mayoría de las ocasiones los diputados del común y el personero se hacían eco de la situación en situaciones como ésta:

 


se encuentran en vandadas por la calle pidiendo limosna e implorando la caridad para no morir de hambre con sus pobres familias (Cf.22.4.1797)

 La miseria invadía aún más en los presos de la ciudad, a los que hubo que librarlas alguna cantidad y medidas extraordinarias.

Aunque la ciudad se representaba por dos comisarios regidores o jurados, pronto el control de la distribución de los recursos del Pósito y otras fuentes se ponían en manos de capellanes, y párrocos o representantes del Abad. Las rogativas a la Patrona con su traslado a la iglesia  de la Veracruz proliferaron en estas ocasiones para impetrar la ayuda divina a través de la Virgen, porque el pueblo y el cabildo alcalino era muy creyente en su mano auxiliadora. No sólo era difícil la primera estación del año sino también la primavera por las tormentas frecuentes que asolaban los campos y destrozando con frecuencia las mieses, arbolado y frutales.

Sin embargo una orden del Supremo Consejo de Castilla impidió las medidas que hasta ahora se arbitraban en estas situaciones  a costa de la autonomía local, que solía librar trigo del Pósito en estas circunstancias azarosas mediante su restricción en situaciones urgentísimas, lo que podía lugar a motivos de conflictos que hasta ahora se paliaban, librando de la situación a los hacendados que eran los primeros que iniciaban  las limosnas en los momentos de ausencia de trabajo, en los que a veces la situación se recrudecía con levantamientos, al menos de palabras, que insinuaban ya lo que podría ocurrir momentos de tragedia. No era de extrañar que aquella masa de desfavorecidos presentara escenas dantescas en la primavera con:

infinitos clamores del común y más quando se hallan en la estación presente las pobres mujeres y sus familias sin el amparo de sus marido por hallarse estos en las campiñas (Cf. 4-6-1798).

 

La situación social, en  la que se unían la problemática del paro estacional de los jornaleros  con los prestamos de escarcha y sementera y las nuevas medidas recaudatorias de la Corona, daba lugar a que se le pidieran elevados préstamos al abad con el fin de cubrir los envíos de recursos en el año 1799. De  ahí que, ante la solicitud de más de 200.000 reales a la autoridad eclesial, el abad sólo pueda cooperar con el préstamo de 100.000 reales, ya que las nuevas circunstancias de su feligresía en nuevos ámbitos urbanos obligaban a la reconstrucción de nuevos templos como era el caso de las reconstrucciones y nuevas ermitas de Frailes y la Ribera( Cf. 29.3.). En los años finales del siglo XVIII y XIX, la limosna se iniciaba por el corregidor y todos los miembros del ayuntamiento-regidores, jurado, personero, diputados y escribanos, se constituían grupos de comisarios con el corregidor y párrocos para pedir por las casas de los hacendados y luego se repartían en los conventos, dando lugar a un nuevo conflicto entre los dos estamentos ante la grave situación, como la del año 1802 que se tildó de urgentísima necesidad y calamidad con todo rigor ante la propuesta al Consejo Supremo de Castilla  de constituir un fondo perenne de las rentas decimales para esta necesidades por parte de los regidores  (Cf.13-1). Cosa que provocó desaveniencias con el clero, dando lugar al levantamiento de los  jornaleros mediante la influencia del propio abad, según hemos comentado.

 


En 1804, todavía se resintió la ciudad de los malos años anteriores, prohibiéndose sacar trigo, maíz y cebada, y de haber enviado grandes cantidades a Málaga y la Costa y se llevó a cabo un registro de los partidos del campo, que ya estaban perfectamente delimitados en los siguientes y representados por los alcaldes de las cortijadas: Santa Ana, Ribera y Mures, Acequia, Cantera Blanca, Valdegranada, Viñuela, Caserías de san Isidro, la Rábita y Charilla. Fue un año que llegó a suspenderse la feria ante la escasez de trigo y el posible contagio de la peste de Málaga.

En 1806, el propio Godoy escribía a Alcalá lamentándose de la triste situación  que sufría el vecindario, afligido con los continuos terremotos.(29.10.1806)    

 

Peste terciana en Santa Ana

 

 

De nuevo renacieron con más virulencia en la aldea de Santa Ana las fiebres tercianas en agosto de 1800 que afectaron a mayor número de vecinos, muriendo 21 personas y recayendo en la enfermedad 282 personas, aplicándose las mismas medidas que se llevaron a cabo en el año 1784. La epidemia de 1800 que asoló muchas partes de Andalucía Oriental no afectó en muertes ni enfermos, pero obligó a la ciudad a tomar las medidas de prevención que supuso el establecimiento de un cinturón de tropas  y construcción de un barracón en la zona de la cruz de los Moros y san Blas para impedir la llegada de contaminados por el Levante y del Sur. Al mismo tiempo se instalaron dos casas de campo, propiedad de los regidores,  que hacían de hospital de cuarentena en los cortijos de las afueras distantes  de la ciudad y otro de enfermería en el cortijo de los frailes de  Consolación de los llanos, donde se instaló un molino de viento. A todo ello se añadieron tumultuosas procesiones de rogativas en las que participaban la mayoría de las imágenes de la ciudad- la Patrona, la Virgen de las Angustias, san Roque, santo Domingo, Jesús Nazarena y el Cristo de la Salud- para impetrar la ayuda del cielo, ya que el miedo que invadía en estas ocasiones era muy grande entre los vecinos.

 

La destrucción de los montes       

 

Los años finales de este siglo supusieron un movimiento importante en la roturación de las tierras y en su venta a censo perpetuo a muchos labradores. Esto provocaba una ansia por los labradores para la roturación de tierras en muchos lugares que estaban destinados al pasto de ganado. Los corregidores y sus ministros se vieron obligados a adoptar medidas de control. Entre los terrenos usurpados se encontraba la dehesa de los Llanos, que en el año 1790 fue inspeccionada y se castigaron a los roturadores furtivos, en beneficio del ganado y pasto común. Los terrenos de Charilla, rodeados de distintas dehesas la tallar y  de las yeguas y potros, son objeto de queja de los vecinos que no encuentran donde pactar sus ganados de cerda y lana. En Mures, las obras del convento de Consolación también de nuevo dan lugar al arrendamiento en las suertes anteriores que se habían realizado años antes con motivo de la iglesia de las Angustias.  


En concreto, un real decreto de ocho de julio de 1797, comisionó a don José María León para llevarlo a cabo. Este lo ejecutó, pero permitió que se desmontaran más terrenos de lo permitido, ya que se beneficiaba por la prorrata que cobraba por parte de cada fanega entregada. La situación era desesperante en 1798 y no servían para nada ningún tipo de medidas coercitivas ni los bandos del corregidor, como  se manifiesta a lo largo de los cabildos por parte del síndico, personero y algunos regidores:

ha dado lugar a que sean mayores en forma que ni han cesado ni cesan el romper, quemar los montes y arrancarlos (Cf.27-5)

 

       Dio  un gran impulso a la vida rural  convertir muchas tierras en labor, pero también provocó un conflicto de intereses entre los habitantes del casco urbano, de las aldeas y de Frailes con los criadores de ganado. A esto hay que añadir que muchos propietarios de ganado caprino vieron sus intereses afectados por muchos rompimientos de montes, y destrucción del arbolado de encinar y de la maleza, que intrusos campesinos llevaron a cabo de una manera ilegal. Muy significativos fueron el rompimiento de los montes en las zonas de Charilla y Frailes, o  el abrevadero del Robledo que se encontraba inutilizado, concretándose en las dehesas, abrevaderos, descansaderos, apartaderos, caminos y majadas. Varios pleitos se entablaron entre ganaderos y nuevos campesinos por los terrenos de la Majada de la Silla, Cerro del Encarvo, el Cuello, de la Zorra, Romanilla, de los Regajos, de la Choza, Navasequilla y Abulágar. A esto se añadía que conforme pasaba el tiempo y no se ponían medidas adecuadas los abusos se extendían en el corte de chaparras  y la quema de monte bajo  presagiando nuevas tierras de labor en otras zonas.  Como dato significativo, en la población de Frailes el corregidro tuvo que ejercer medios violentos y la justicia en la aprensión de los rompedores intrusos, que no eran pocos sino que en número de setenta y nueve  actuaban solidariamente ante las medidas de presión del corregidor. Así en 1799, la Solana de la Parra, Cerro del Piruétano, Cañada de las Nogueras, Hoyo del Peñón y la Sierra de San Pedro configuraban nuevos terrenos de labor del mapa comarcal diferentes a la zona de Charilla y Frailes. El síndico, defendiendo los intereses de la ciudad y los propietarios de ganadero caprino acudieron a la Corona para defenderse de este desorden, que se había provocado y de la permisividad del comisionado y así lo manifestaban de una manera exagerada:

Ya no hay pastos ni arbolados y todo constituye a Alcalá en notable indiferencia será mayor si el desorden no se contiene. Y continua dirigiéndose a la Junta de Caballería: la necesidad que nos hallamos de defender los privilegios de la Ciudad y comodidades del vecindario.

  

Más explícito el testimonio del alguacil mayor Juan Fermín de Callava de la insostenible situación al reconocer el término:


el cual se halla sumamente destrozado, causando un dolor incomparable al mirarlo, rompiendo cada vecino quanto se le antoja a su  voluntad, destrozando los montes y sacando las matas de cuajo, los cuales daños nos los pueden pagar con cuanto caudal tienen, por no tener aprecio, que, aunque han venido varias órdenes del Real y Supremo Consejo, para que cesen los nuevos rompimientos, se han publicado y fijado edictos en varias ocasiones, no se ha obedecido, ante si han continuado y continúan destrozando todo el término, siendo los principales motores los vecinos de la Cortijada de Frailes y Charilla, que estos , como son muchos, y entre tanto a poco les cuesta, suministran varias cantidades de dineros con lo que obscurecen la verdad, queriendo aparentar que la noche es día, y sin  tener presente el temor que deben tener  a los destrozos, que por su culpa se causan, que por lo de consiguiente, no cumplen como vecinos legítimos que deben ser, por lo que en esta atención y teniendo presente sobra justificación de todos estos procedimientos, y así mismo que este Pueblo llegará a verse el más infeliz de todo el mundo, por dicha causa, pues en el día se está experimentando, que en todas las inmediaciones de los demás a él se encuentran las carnes buenas y a precios más equitativos, los labradores más pujantes con los ganados que mantienen que los de esta ciudad, por cuanto los infelices quieran tenerlos no pueden ejecutarlo por no tener tierras donde anden con la continuación de los rompimientos.

 

La posición de los afectados era curiosa al alegar que tan sólo, según recogemos  estas palabras,:

 

Se hicieron presente al Consejo los recursos de Diego Romero y consortes hasta el múmero de 79 todos vecinos  de la misma población con la misma pretensión que Manuel Romero por iguales causas de molestarles el corregidor de dicha ciudad, a instancia de un religioso Franciscano secularizado que quería acomodar un atajo de ganado cabrío.        

Este contexto no sería comprensible si los regidores, jurados, diputados del común y personero hubieran cumplido con las obligaciones que contraían en los acuerdos continuos de las distintas sesiones. Sin embargo, imbuidos y aprovechándose de las mismas circunstancias, muchos de ellos junto con los oficiales de la ciudad  como los abogados, contadores, procuradores, eran los primeros que cometían tropelías, aumentaban sus peculios, invadían las zonas de pasto común, las veredas, majadas y abrevaderos sin manifestar en modo alguno un testimonio ejemplarizante de la población que, en su mayoría jornalera, invadía los restos que no habían usurpado los grandes propietarios. El asunto se dirimía entre el establecimiento de nuevos canones, o rentas a las nuevas rentas y su posterior reversión en terrenos baldíos en perjuicio de los bienes de propios o la ejecución de medidas por parte del Consejo Supremo de Castilla a través del Tribunal Regio, a cuya espera se agrandaba cada día más el problema.


En medio de todo este embrollo legal, medidas contemporanizadoras ,algunas que otras multas fácilmente asumibles por los infractores, la pérdida de terrenos comunes y el detrimento del pasto común en beneficio de la agricultura, más bien, de algunos avispados  propietarios, y los jornaleros que tuvieron posibilidad en las zonas más desfavorecidas, la situación se pudría, quemaba a corregidores y creaba la división entre los miembros del cabildo municipal, no muy decidido de afrontar el problema por las cargas que le supondría la investigación y por las personas de su entorno afectadas. El asunto alcanzó su grado más álgido con la acusación de verse impulsados todos estos desmanes por el regidor Nemesio de Torres, que protegía, animaba y amparaba a los rompedores ilegales de tierras, actuación que debió investigar y castigar el propio alcalde mayor ante la acusación de algunos regidores y los diputados y personeros del común en el año 1798. Todo el conflicto provino a consecuencia del incendio provocado de la dehesa tallar, que se le atribuyó al mencionado regidor, como manifestó el alcalde mayor ante las acusaciones del personero y el regidor Benavides. Las consecuencias habían sido notorias, porque en el Barranco de la Plata, la Majada de la Silla, y Cerro Encarvo de Frailes habían sido rotas 225 fanegas de tierra y treinta y nueve personas estaban implicadas en presencia de los alcaldes del lugar Juan Mudarra y Francisco de Peña. A través de diversas investigaciones y declaraciones de los guardas, acusan al regidor Nemesio de Torres, que en su período se vio implicado en mayor número de casos de malversación  de fondos, tráficos de influencia en las compras y favoritismo de familiares  para cargos y subastas.   

       Esta situación no sólo creó pleitos entre los vecinos sino también con los pueblos cercanos en la mojonera con Martos, donde los vecinos del Castillo de Locubín se habían adentrado en aquel término. También, antiguos hidalgos como Vicente Estrada en su cortijo de la Merced, o Fausto Fernández de Moya en la vereda de Palancares se vieron obligados a revisar linderos, y mojoneras por usurpación de tierras, unas veces cometidas por los labradores vecinos en terrenos linderos con los propios usurpados y otras, usurpadas por ellos mismos. Un caso especial fueron la familia de los Díaz de Arjona, cuyo asunto alcanzó el grado sumo de la violencia. Uno de ellos llegó a enfrentarse con armas con el corregidor Carbonell, matando a su propio hijo e hiriendo a su persona. Los miembros de esta familia era abogados, curas, oficiales  destacados de la ciudad que se habían enriquecido a través de sus oficios y la usurpación de tierras, queriendo alcanzarla hidalguía que se les denegaba. A ello se añadía que  uno de los terrenos invadidos por Juan de Dios de Arjona, era cercano a la aldea de santa Ana y se le achacaba la epidemia de la dura epidemia de tercianas. En medio de este clima, el ejercer la justicia tan devaluada por las medidas permisivas anteriores  hacía estallar estos conflictos.        

 


El veinte de abril de 1799, el corregidor de Alcalá  Gregorio Guazo aplicaba una orden del intendente de la provincia de Jaén por la que prohibía cualquier rompimiento de tierras nuevas, sobre todo, majadas, abrevaderos y caminos y dehesa de las yeguas, y la devolución de las tierras, arrestaba a algunos de los rompedores, como Manuel Romero que se resistió violentamente a la Justicia,  y se tomaban medidas con el fraude de los caudales públicos. Las medidas no respondían a la tradicional defensa de los pastos comunes hasta tal punto que sobreseyó el expediente de uno de los afectados, se encargó al mismo comisionario que graduara y reconociera todos los rompimientos antiguos y nuevos. Con el comisario José María de León la solución del problema se encontró con una doble dificultad. La oposición de algunos que  querían distinguir los rompimientos comunales de los propios para salvar  a través de los pleitos a todos aquellos que habían roto los terrenos a pesar de ser ,en el fondo, todos baldíos y públicos y de esta manera fingir falsos informes a la Corona. Por otra parte, el mismo había admitido y asignado algunos rompimientos y desmontes y los seguía permitiendo hasta tal punto que desde la fecha primera de las medidas restrictivas del siete de julio de 1798 lo acusaban los regidores alcalaínos se habían producido muchas más. Poniendo ejemplos, decían que en la Majada Coello de cinco o seis rotas el número se elevaba a catorce, y en la Majada Silla, Cerro Encarvo y otros descansaderos y abrevaderos de ganados se había roto y desmontado aquel precioso monte de encinas. Lo mismo sucedía en una extensión aguadero del Robledo, repartido a Fulano González. El interés era claro, pues se beneficiaban de la cantidad concedida para llevar la comisión que la había duplicado en la cifra de siete mil reales, obrando el y sus ayudantes 44 reales diarios. Los vecinos contribuían el pago mediante el prorrateo de las fanegas medidas. Benavides, uno de los regidores que más defendió los terrenos comunales, alegaba que estaba apoyado por el Intendente de Jaén Manuel Rubín y éste impedía la denuncia de síndicos y ayuntamiento de Alcalá al Consejo Supremo de Castilla  y la situación era desastrosa en los mencionados abrevaderos, descansaderos y apartados de ganado de las majadas del Cuello, silla, Zorra, Romanilla, Regajos, Solana del Madroñal, Lomillas Verdes, Zorra y su aguadero, Navasequilla y Abulágar, todos ellos de la zona de Frailes, donde se habían reducido todo a labor sin orden de cesar rompimientos y ninguna vereda y con tendencia a no quedar árbol alguno. Por otras zonas  se había iniciado la corta de chaparras y quema de monte bajo y el poco prado que quedaban como Piruétano, Cañada de las Nogueras, Joya del Peñón y Sierra de san Pedro.

Ante esta situación el cabildo municipal se hallaba dividido entre los partidarios de cesar y terminar con el gran destrozo de los montes y aquellos que subrepticiamente apoyaban al comisario y a los rompedores, como eran Nemesio de Torres y Antonio Morales, emparentados con el comentado comisario, y que apoyaban el informe de los labradores. El primero de ellos huyó a Madrid  y fue acusado de malversación de caudales del fondo del pósito por varios testigos, siendo apresado, y privado de cargos municipales por un cierto tiempo.

El alcalde mayor expedientó a los anteriores regidores y se formó una comisión de otros dos regidores que representaron en el Consejo de su Majestad los intereses de la ciudad que se hayan  destrozados, obviando y saltándose la autoridad del Intendente de Jaén de una forma secreta  en las personas de Benavides y Juan de Alcalá. De ahí que la situación no se pueda describir más desoladamente:

Todo el término se halla destrozado, causando un dolor imponderable del mirarlo, rompiendo cada vecino quanto se le antoja a su voluntad, destrozando los montes y sacando pies no quedaba encina ni chaparra que no se corte y reduzca a fuego  y se producían en algunos sitios como en Majada Coello  espectáculos de 36 hogueras de fuegos y amojonamientos de miembros de la corporación expedientados ante los mismos regidores y el mismo comisario, que trataban de emitir informes.

La situación ,a finales de año, continua en los mismos términos con nuevos repartimientos en la Solana y Majada del Majanillo y los Barranquillos de la Losa, Maleza de santo Domingo y Monte Tallar , Mata Hermosa  con el corte y quema de chaparros por los vecinos de Charilla y de Frailes destrozando majadas, aguaderos y coladas de caminos.


Aunque el intento de poner orden alcanzó las casas y huertos que habían invadido los caminos vecinales de una manera arbitraria, emitiendo órdenes de dejar libres los caminos, sin embargo el final de siglo y principios del siguiente no se escatimaban esfuerzos para introducir el olivo en terrenos baldíos o roturados como los LLanos, Prado de Viedma o las Nogueruelas en detrimento de las dehesas y pasto común. De ahí que la situación era insoportable en el año 1800 para los alcaldes de la cortijada de Frailes que se veían requeridos por la Junta de Propios y para los propietarios de ganado caprino en aquellos parajes hasta el punto  no había vecino que no hubiera roturado dos o más fanegas y hubiera sembrado con mucho más exceso, impidiendo el paso por las veredas que apenas permitían andar a un hombre a pie. El criterio se había hecho vox populi: cada vecino toma lo que le parece a medida de su gusto. A los anteriores parajes se añadieron otros nuevos como la Majada de la Zorra, la Zarza, Rodrigo Alonso, Solana de la Parra, cañada del Peñón y Cerro de Enmedio, Soto Redondo, aguadero de Navasequilla, Fuente la Parra, Barranco de Valdeinfantes, Cerro de Garcitocinos y colada de la fuentecilla.  Como cifra ilustrativa hasta el 1797 habían sido roturadas y desmontadas  602  fanegas de tierras  y a partir de ese año 1200 fanegas y los vecinos de aquel sitio de Frailes usaban de los recursos más siniestros sin que les afectaran cualquier medida preventiva o intimidatoria. A finales del año 1800, la ciudad recibió órdenes del intendente provincial para que continuaran la mensura, deslinde de los rompimientos de veredas  de campos, abrevaderos y majadas y los incorporados arbitrariamente y solicitan al corregidor la dimisión del comisario León.

Otro de los puntos al que también afectaron en el repartimiento de tierras era la sierra de san Pedro, en una cantidad que excedía las mil fanegas. En el año 1804, aunque se preferían los verdaderos pobres, tuvo lugar  esta importante operación que salió subasta entre los colonos que  mejor tanto por ciento ofrecían y con una anticipos para no obstaculizar la hacienda municipal.

En estos años debieron ser muy tensas las relaciones entre los vecinos que, en la despedida del corregidor en 1805, se evaluaba su gestión muy importante, porque:

 

ha sido infeliz el estado de los propios ...tocante al sosiego y tranquilidad pública y en la administración pública y el que de una plebe impetuosa, propensa a la ebriedad y a las quimeras, que aparece permitan transitar por las calles a los vecinos juicios, ha recobrado su natural carácter, siendo el pueblo más dócil y obediente de este reino.(4.12.1805)a

 

El orden público se benefició en muchas ocasiones del alojamiento en nuestra ciudad de la partida de escopeteros de Granada o la presencia de muchos regimientos de caballería en los mesones y en las casas particulares, pastando en las dehesas, como del Regimiento de Caballería de Santiago en 1797, el del Borbón de Málaga en 1798 o el de Calatrava de España. Aunque la presencia de malhechores y contrabandistas en la ciudad, hizo que se extremaran las medidas con dos o cuatro serenos, y la ayuda de comisarios de la Santa Hermandad de Ciudad Real. No obstante, muchas veces  el corregidor tan sólo mantenía de cuerpo de guardia dos alguaciles ordinarios  y tuvo que nombrar a vecinos honrados que provistos de armamento y con órdenes explícitas defendían a cada cuartel de la ciudad mediante rondas.

   


Las medidas liberalizadoras y de reformismo, impulsando nuevas fórmulas de riqueza, se mantenían, obligando a las autoridades municipales a llevar a cabo un padrón y censo quinquenal, según una orden de Manuel de Godoy,  en el que se respondieran una serie de cuestionarios para tomar medidas de progresos de sus habitantes en la agricultura, amén de su funcionalidad para las levas, sorteos y alojamiento de soldados.( Cf.3-10-1797) Por eso, aunque la comarca dependía prácticamente de la agricultura que permitía otros servicios judiciales, municipales, y , hasta eclesiásticos a través de sus propios o de las distintas contribuciones, no se olvidaban todavía otras fórmulas como podía ser el establecimiento de una Fábrica de Paños, bayetas y lanas en el Pósito Viejo que había sido solicitada en tiempos de Carlos III, y todavía no se había hecho realidad. Alguna dificultad tuvieron la instalación de dos fábricas de cantarería en la Tejuela  por motivos tan peregrinos como la distancia con el matadero. En esta línea de racionamiento fueron algunas medidas de cambiar de sitio en el abastecimiento de la sal , atendiendo más a razonamientos de rentabilidad que a privilegios anteriores.  La ciudad va a traer de Loja su abasto antes que del Arroyo y Algarve de Córdoba. Se apoyaba que se ahorraba el porte a través del acarreo del trigo hacia Málaga.

 

 

 

La preocupación por la red vial y la ciudad

 

Sigue la misma preocupación por los caminos, y aún mas por el ornato de la ciudad  y empiedro de la ciudad en las calles principales de tránsito como el Llanillo, Tejuela, Antigua, o Angustias , aunque ahora se lleve a cabo un control más estricto a través de la Junta de Caminos de Granada, Jaén y Córdoba, precedente de la Dirección General de la Andalucía Oriental, que llegaba a revisar todo los proyectos, ejecución de obras y proponía medidas de inversión en este apartado. El correo de la Corte a Granada y el camino de Málaga por idéntica razón  se hacía cada vez más rápido y necesitaba de unos firmes más estables que no sufrieran las inclemencias del tiempo, que seguían creando muchos problemas en los puntos negros del Barranco de los Postigos, puentes de Guadalcotón, Moriana, el Coto, pasada de los Prados de la Gitana  y del Palancares. Otros puntos que preocuparan fueron la entrada y salida de la población, la cuesta del Carril, Retamal y Hoyas de Hundieros.

Aunque relacionadas con las obras públicas, se levanta por el año 1797 la torre de las Casas Capitulares, instalándose un reloj por la necesidad que tenía la ciudad, obra de Juan Miguel de Contreras y, revisado por la academia a través del arquitecto Manuel Francisco de Leñeira. En los primeros años se le concedió la obra del reloj al regidor Fernando de Tapia.


 Las reconstrucciones resultaban muchas veces difíciles de atajar , produciéndose cierres de zonas como los Arcos de las Entrepuertas, llamado de san Nicolás, en la Mota o el lavadero de la Fuente Rey que fue restaurado por los años primeros del siglo XIX. Y las nuevas obras de los edificios, desgraciadamente, se llevaban a cabo con la reutilización de antiguos edificios civiles y religiosos: el Humilladero de la Tejuela, el Pósito Viejo, la ermita de la Magdalena servirán en la construcción de obras como las del Convento de Consolación o la ermita de san Blas, el poco patrimonio de la villa del Castillo de Locubín, representado en la Villeta y sus carnicerías  servirá para las obras de la Iglesia de san Pedro. Tras la participación del alcalaíno Antonio Martín Espinosa de los Monteros, a partir de los últimos años del siglo intervendrán en estas obras Juan López de Paz, procedente de Montefrío y natural de Santa Fé, y José María Armenteros, este último que era de Jaén  ya en el siglo XIX. Estos últimos junto con el corregidor,  fueron los que transformaron la Alameda de ser una pequeña dehesa es en la actualidad un recreo graciosísimo, plantado y embovedado de quarteles, con diferentes fuentes de que de presente se está concluyendo una hermosísima.

Una capilla se abrió en la pared de san Miguel en el convento de los Capuchinos, integrando el pórtico conventual a través del camino de la Fuente del Rey.      

El abastecimiento de agua para los animales y hombres se revisa continuamente y aumentan la construcción de fuentes en aldeas como Charilla, diseñada por José María Armenteros, o las de las Pilillas en el camino de Granada. Ya no sólo la ciudad de Alcalá   tenía un referente único sino que la nueva distribución entre las aldeas y su casco obligan a una nueva organización de servicios que debía satisfacer desde el ayuntamiento y que se ha mantenido hasta nuestros días. El desarrollo de la agricultura en los anteriores terrenos baldíos había culminado una nueva estructura social, económica y urbanística, incluso, cultural: Alcalá, sus aldeas y, el nacimiento de otros pueblos como  Frailes y Castillo de Locubín que en los próximos años del siglo XIX alcanzarán la independencia .     

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