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viernes, 18 de mayo de 2018

EN ALCALÁ INFORMACIÓN DE HOY . MUDOS Y OTEROS.


MUDO Y OTEROS
Mudo y Oteros, dos calles,  cortas,  cardinas  y secundarias en torno  a los ejes de las que bajan perpendiculares al Llanillo, las de los Caños y la Real.  Parecen dos nombres antagónicos. La calle del Mudo ocupó esta calle y su callejón del mismo nombre (en algunas ocasiones, callejón del Colodrero, donde vivía una hornera que regentaba el horno del callejón cercano en siglos pasados),   que formaban una calle en forma de L.  Su nombre proviene de un vecino que se apodaba el Mudo en el siglo XVI, porque anteriormente recibió otros nombres como Labradores. El callejón del Mudo alberga casas, que se cimentan sobre  un subsuelo horadado por tumbas mozárabes y, algunas, incluso argáricas. Se mantuvieron hasta el siglo XXI formando vecindad en casas de las familias actuales, como la de Pepín Vega (+). El Mudo ha sufrido cierto deterioro de abandono de viviendas, pero se mantienen  blancas fachadas de otras viviendas, que manifiestan la buena labor de las familias alcalaínas que las cuidan y las blanquean. Y, según el  Catastro de la Ensenada,  el siglo XVIII, había pocos vecinos, muchos jornaleros, algún que otro jornalero y dos mujeres solas, ni un hombre de servicios ni oficios.
La segunda se refería  a otro vecino repoblador de Alcalá  que se denominaba con el segundo apellido referente a su  pueblo de origen leonés de Oteros. Y, del dicho al hecho. La sabiduría popular captó esa imagen de estrechura vial con el dicho “Esto está más estrecho que un carro en la calle Oteros”. Calle  que desemboca a dos placetas, la del Rosario y la de la Cruz de la calle Ancha. No sé por qué razón siempre esta calle me será mistérica Nunca encontré algunos hilos sin desvelar la madeja. Allí subí a casas para divisar el mapa astronómico desde el  mirador y observatorio con ansias de estación de nuestro amigo Bergillos.  Contemplé la salida del gallardete de la casa de los  Teva,  y me venían a la mente  los tiempos en los que el Rosario era una iglesia principal del pueblo. Compraba el pan y el vino de la tienda de Francisco. Iba por los dulces de varios familiares y buenas gastrónomas. Y me encanta todavía  escuchar el retumbar de las bandas y agrupaciones musicales en la Noche de la Víspera de San José cuando vuelven de agasajar al esposo de María. Mis amigos Rafael y Rita todavía mantienen su vecindad con mucho orgullo en una calle de rancio abolengo, En el Catastro de la Ensenada, aparecían 21 vecinos, la mayoría del campo. Y algunos apellidos se mantuvieron en esta calle y adyacente hasta muy entrado el siglo XX, los Hinojosa, Moya, Frías, Sánchez, Bolívar, González, Ceballos,
 También, en aquel catastro reformista, salvo algunos coheteros y unos hidalgos, abundaban los jornaleros y algún que otro pujaero, hombres del campo a porrillo, que ocuparon las zonas rurales de las aldeas con las desamortizaciones posteriores. Las dos calles se componían de  agricultores no privilegiados. Por eso no es de extrañar que, en estas dos  calles, vivieran predominantemente los agricultores  hasta muy recientemente. Los braceros y jornaleros que  sembraban las semillas en los meses otoñales, limpiaban los campos de malas hierbas en primavera, y segaban con el sudor de su frente los campos de otros.  Curiosamente, son un canto de cisne de un patrimonio rural, que ya no es de predominio agrícola sino que  entremezclan los vecinos de los servicios con los de la construcción y la industria. Nuevos tiempos, nuevos sistemas productivos. Al menos, salvo casos excepcionales, son dos calles que no han perdido la singularidad andaluza. ¿Hasta cuándo?

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