CAPÍTULO XII. SIGUE EL RELATO DE LOS ALCALAÍNOS EN LA GUERRA DE LA
SUBLEVACIÓN DE LOS MORISCOS.
Marchó, muy de
noche, a su casa; en el trayecto apenas podía distinguir, bajando por entre la oscura y pendiente
calle del Postigo, algunas escalinatas que le adentraban en el barrio de
Santo Domingo. Llegó a su casa, subió a los cuartos de la segunda planta que
daban a las cuevas horadadas en la roca .
Durmió como un lirón sobre su
cama de lienzo de estopa, y, cubierto solamente con sábanas de tiradizo. Al día
siguiente, era domingo, muy de mañana
bajó a su cuarto de entrada y sacó de su
alacena sus cuadernos de apuntes. Desató las cintas, y comenzó a leer los
folios que trataban sobre la participación de los alcalaínos en la Guerra de
Granada Contra los Moriscos. Lo hizo de corrido, sin comentario alguno,
iniciando la lectura por el folio que había señalado, el día anterior, con una cuartilla llena de garabatos y firmas
de ensayo. Era un
día antes de la Navidad de 1568, en
Alcalá hacía una noche de perros, con
mucho frío y cayendo la nieve en los picos más altos del Camello, Martina,
Solana de Montefrío y la Mota. Lo mismo que
le comentó en un libro Diego
Hurtado de Mendoza, un escritor noble de Granada, cuyo relato fue entremezclando el
oficial de escribanía con sus notas" hacía aquella noche tan mal tiempo, y caía tanta
nieve en la sierra que llaman Nevada y antiguamente Soloria, y los moros
Solaira, que cegó los pasos y veredas
cuanto bastaba, para que tanto número de gente no pudiese llegar. Sin embargo,
el rebelde Farax con sus ciento y cincuenta hombres, poco, antes del amanecer,
entró por la puerta alta de Guadix, donde se junta con Granada el camino de la
sierra, con instrumentos y gaitas, como es su costumbre. Llegaron al Albaicín,
corrieron las calles, procuraron levantar el pueblo haciendo promesas,
pregonando sueldo de parte de los reyes de Fez y Argel, y afirmando que con
gruesas armadas eran llegados a la costa del reino de Granada: cosa que
escandalizó y atemorizó los ánimos presentes, y a los ausentes dio tanto más en
qué pensar, cuanto más lejos se hallaban; porque semejantes acaecimientos,
cuanto más se van apartando de su principio, tanto parecen mayores y se juzgan
con mayor encarecimiento Los moriscos,
hombres más prevenidos que diestros, esperaban por horas la gente de la
Alpujarra: salían el Tagarí y Monfarrix, dos capitanes, todas las noches al
cerro de Santa Helena por reconocer; y salieron la noche antes con cincuenta
hombres escogidos, y diez y siete escalas grandes, para juntándose con Farax
entrar en el Alhambra; mas visto que no venían al tiempo, escondiendo las
escalas en una cueva se volvieron, sin salir la siguiente noche, pareciéndoles
como poco pláticos de semejantes casos, que la tempestad estorbaría a venir tanta
gente junta, con que pudiesen ellos y sus compañeros poner en ejecución el
tratado del Alhambra; debiéndose esperar semejante noche para escalarla. Mas
los del Albaicín estuvieron sosegados en las casas, cerradas las puertas, como
ignorantes del tratado, oyendo el pregón; porque aunque se hubiese comunicado
con ellos, no con todos en general ni particularmente, ni estaban todos ciertos
del día (aunque se dilató poco la venida), ni del número de la gente, ni de la
orden con que entraban, ni de la que en lo por venir ternían. Díjose que uno de
los viejos abriendo la ventana, preguntó cuántos eran, y respondiéndole seis
mil, cerró y dijo: «Pocos sois y venís presto»; dando a entender que habían
primero de comenzar por el Alhambra, y después venir por el Albaicín, y con las
fuerzas del rey de Argel. Tampoco se movieron los de la Vega, que seguían a los
del Albaicín; especialmente no oyendo la artillería del Alhambra que tenían por
contraseño. Había entre los que gobernaban la ciudad emulación y voluntades
diferentes; pero no por esto así ellos como la gente principal y pueblo,
dejaron de hacer la parte que tocaba a cada uno. Estúvose la noche en armas;
tuvo el conde de Tendilla el Alhambra a punto, escandalizado de la música
morisca, cosa en aquel tiempo ya desusada; pero avisado de lo que era, con
mejor guardia. El Marqués, aunque no tenía noticia de la contraseño que los
moros habían dado a la gente de la Vega, y él le tenía dado a la gente de la
ciudad, que en la ocasión había de disparar tres piezas; temiendo que si se
hacía pensasen los moros que estaba en aprieto, y acometiesen el Alhambra en
que había poca guardia, mandó que ningún movimiento se hiciese, ni se pidiese
gente a la ciudad; que fue la salvación del peligro, aunque proveído a otro
propósito; porque acudiendo los moriscos de la Vega a la contraseño,
necesitaban a los del Albaicín a declararse y juntarse con ellos, y como
descubiertos, combatir la ciudad. Bajó el Conde a la plaza nueva y puso la
gente en orden: acudieron muchos de los forasteros y de la ciudad, personas
principales, al presidente don Pedro de Deza, por su oficio, por el cuidado que
le habían visto poner en descubrir y atajar el tratado, por su afabilidad,
buena manera generalmente con todos, y algunos por la diferencia de voluntades que
conocían entre él y el marqués de Mondéjar. Éste con solos cuatro de a caballo
y el corregidor, subió al Albaicín, más por reconocer lo pasado, que suspender
el daño que se esperaba, o asosegar los ánimos que ya tenía por perdidos,
contento con alargar algún día el peligro; mostrando confianza, y gozar del
tiempo que fuese común a ellos, para ver como procedían sus valedores; y a él
para armarse y proveerse de lo necesario, y resistir a los unos y a los otros.
Habloles: «Encareció su lealtad y firmeza, su prudencia en no dar crédito a la
liviandad de pocos y perdidos, sin prendas, livianos; hombres que con las
culpas ajenas pensaban redimir sus delitos o adelantarse. Tal confianza se
había hecho siempre, y en casos tan calificados, de la voluntad que tenían al
servicio del Rey, poniendo personas, haciendas y vidas con tanta obediencia a
los ministros; ofreciéndose de ser testigo, y representador de su fe y
servicios, intercediendo con el Rey para que fuesen conocidos, estimados y
remunerados». Pero ellos respondiendo pocas palabras, y ésas más con semblante
de culpados y arrepentidos que de determinados; ofrecieron la obra y
perseverancia que habían mostrado en todas las ocasiones; y pareciéndole al
Marqués bastar aquello sin quitalles el miedo que tenían del pueblo, se bajó a
la ciudad. Había ya enviado a reconocer los enemigos; porque ni del propósito,
ni del número, ni de la calidad dellos, ni de las espaldas con que habían
entrado se tenía certeza, ni del camino que hacían. Refirieron que habiendo parado
en la casa de las Gallinas, atravesaban el Genil la vuelta de la sierra; puso
recaudo en los lugares que convenía; encomendó al corregidor la guardia de la
ciudad; dejó en el Alhambra donde había pocos soldados mal pagados, y éstos de
a caballo, el recaudo que bastaba, juntando a éste los criados y allegados del
conde de Tendilla, personas de crédito y amistades en la ciudad. Él, con la
caballería que se halló, siguió a los enemigos llevando consigo a su yerno y
hijos ; siguiéronle, parte por servir al Rey, parte por amistad o
por probar sus personas, por curiosidad de ver toda la gente desocupada y
principal que se hallaba en la ciudad. Salió con la gente de su casa el conde
de Miranda don Pedro de Zúñiga , que a la sazón residía
en pleitos, grande, igual en estado y linaje: eran todos pocos, pero
calificados. Mas los enemigos, visto que los vecinos del Albaicín estaban
quedos, y los de la Vega no acudían; con haber muerto un soldado, herido otro,
saqueado una tienda y otra como en señal de que habían entrado, tomaron el
camino que habían traído, y por las espaldas de la Alhambra prolongando la
muralla, llegaron a la casa que por estar sobre el río llamaban los moros
Dar-al-huet, y nosotros de las Gallinas, según los atajadores habían referido.
Pararon a almorzar, y estuvieron hasta las ocho de la mañana: todo guiado por
Farax para mostrar que había cumplido con la comisión, y acusar a los del
Albaicín o su miedo o su desconfianza, y aun con esperanza que llegada la gente
de la Alpujarra harían más movimiento. Pero después que ni lo uno ni lo otro le
sucedió, acogiose al camino de Nigüeles arrimándose a la falda de la montaña, y
puesto en lo áspero, caminó haciendo muestra que esperaba. Pocos de la compañía
del Marqués alcanzaron a mostrarse, y ninguno llegó a las manos por la aspereza
del sitio; aunque le siguieron por el paso del río de Monachil hasta atravesar
el barranco, y de allí al paraje de Dilar, por donde entraron sin daño en lo
más áspero.
Duró este seguimiento hasta el anochecer,
que pareció al Marqués poco necesario quedar allí, y mucho proveer a la guarda
y seguridad de la ciudad; temeroso que juntándose los moriscos del Albaicín con
los de la Vega, la acometerían sola de gente y desarmada. Tornó una hora antes
de media noche.”
El
escribano tomó un folio aparte y leyó esta copia de una carta que en la noche posterior a este relato le había enviado el Márqués del Mondejar a la
ciudad, desde la Alhambra de Granada,
e inserta en el acta del cabildo del 26 de diciembre de 1568,
día cuando llegó a Alcalá , a Loja y Alhama , el siguiente de suceder los hechos. Se leyó
en las salas altas del cabildo
tras haberse reunido urgentemente en la
madrugada del día siguiente. Y, esta misiva, la ciudad de la Mota quedó enterada del levantamiento de los
moriscos.
:
“Magnifico Señor. Por mandato,
que envié para la ciudad de Loja y
Alhama/ extenderé a vuestra merced el aviso que tenía y lo que después/ ay que
decir, es que anoche intentaron de levantar/ el Albayzín y que gran número de
los enemigos va creciendo/ y desvergonzándose de manera que conviene salir yo
en/ persona a remediarlo y allanarlo y conviene con toda / brevedad y presteza
del mundo la gente de esa ciudad / a dese aquí con gran brevedad porque depende de ello/ la guardia y seguridad de este reino
y de qualquier negligencia / que esto ubiere podrá resultar daños
irreparables/importásele a vuestra merced siendo, como es ministro de Su
Majestad/ si que en esas ciudades de su corregimiento oviese algún descuydo qué
cosa / y qué tanto va, el qual creo yo que no avrá . Nuestro Señor la muy
magnifica persona de/ vuestra merced
guarde y acreciente. De Alambra a 26 / de ciciembre de 1568 al servicio
de vuestra merced, el muy noble”.
Comprobó que,
en el dorso, estaba escrito su destinatario: al muy magnífico señor
don Gómez de Figueroa, corregidor de Loja, Alhama, o, por
ausencia, al acalde mayor.
El
marqués llamó a la gente, sin dinero alguno, y a Alcalá lo hizo
porque estaba muy cercana a la zona del conflicto,
y , alegando que venían
a servir al Rey, les previno que
se jugaban la seguridad, al mismo tiempo que les comunicaba que estaban
a ligados a su persona , y a la memoria de su abuelo y padre ( el escribano
recordaba siempre el afecto que mantenía el abuelo con esta ciudad donde pernoctó en tiempos de los Reyes Católicos y vio nacer a su hijo Antonio) , cuya fama era grande en aquel reino.
Comenzaron a dividirse los hidalgos en
diversos pareceres, porque si hubo quien les movió la esperanza de ganar o de conseguir fama y otras cosas “por el ruido o por vanidad
de la guerra”, los hubo también reticentes a querer juntarse para afrontar esta contienda. No
obstante, Alcalá compartió la llamada con
otras ciudades y señores de la
Andalucía. Sabía que los caballeros alcalaínos habían asumido, desde antiguo, la obligación de acudir en ayuda del Rey y debían
cumplir con su cometido a usanza del cabildo municipal.
Por eso, se veían obligados a traer la gente
a su costa durante el tiempo que duraba la
comida que podían traer a los hombros ( y le aclaraba Hurtado “talegas
las llamaban los pasados, y nosotros ahora mochilas”). En las negociaciones
posteriores, Mondéjar les comentó el
modo de financiar la operación: “se contaba comida para una semana; mas acabada, servían tres
meses pagados por sus pueblos enteramente, y seis meses adelante pagaban los
pueblos la mitad, y otra mitad el Rey: tornaban éstos a sus casas, venían
otros; era una manera de levantarse
gente dañosa para la guerra y para ella, porque siempre era nueva. Esta
obligación tenían como pobladores por razón del sueldo que el rey les repartía
por heredades, cuando se ganaba algún lugar de los enemigos".
Como los alcalaínos
no respondieron a los primeros avisos ni
a las primeras horas, el marqués convocó también , según contaba Hurtado de Mendoza, a
soldados particulares aunque ocupados en otras partes; a los que vivían al
sueldo del Rey, a los que, olvidadas o colgadas las esperanzas y armas,
reposaban en sus casas. Proveyó de armas y de vitualla; envió espías por todas
partes a calar el motivo de los enemigos; avisó y pidió dineros al Rey, para
resistillos y asegurar la ciudad.
También
recogió el clima imperante en la ciudad
de la Alhambra para persuadirlo aún más a la hora de tomar la decisión de emprender pronto la marcha” Mas
en ella era el miedo mayor que la causa: cualquier sospecha daba desasosiego,
ponía los vecinos en arma; discurrir a diversas partes, de ahí volver a casa;
medir el peligro cada uno con su temor, trocados de continua paz en continua
alteración, tristeza, turbación, y prisa; no fiar de persona ni de lugar; las
mujeres a unas y a otras partes preguntar, visitar templos: muchas de las
principales se acogieron a la Alhambra, otras con sus familias salieron, por
mayor seguridad, a lugares de la comarca. Estaban las casas yermas y las
tiendas cerradas; suspenso el trato, mudadas las horas de oficios divinos y
humanos, atentos los religiosos y ocupados en oraciones y plegarias, como se
suele en tiempo y punto de grandes peligros.
No andaba con
presteza la ciudad de la Mota ante esta inesperada situación de guerra. Pues respondió
con una escueta carta al Marqués de Mondéjar evadiéndose del compromiso y aludiendo
que habían estado recientemente defendiendo la Costa de unos barcos turcos con una compañía de
soldados. Querían autojustificarse dando por comprensible la actitud de Alcalá, pues no
sólo, debían a hacerse frente a lo que
suponía de sangría de hombres, sino también el acopio de efectivos por parte
de Alcalá y Castillo en la proporción de
un tercio a dos tercios ( 24 por ciento
para la villa castillera y otro 57 por ciento para la ciudad de Alcalá la Real fuera de
dinero u hombres). Además, alegaban las pocas armas eficaces que le quedaban en
su armero municipal, ya que los soldados alcalaínos disponían, en su mayoría,
de algunos arcabuces, pero, otros muchos
sólo tenían ballestas, picas, y espadas de tal manera que, tenían que cambiar estas últimas y comprar nuevos arcabuces. Por eso,
el corregidor no se anduvo con
chiquitas, porque su postura , en
asuntos de la Corona
, era tajante; a pesar de que, en los primeros momentos, tratara de mediar en
las continuas dilaciones y achaques
contemporanizadores de los miembros del cabildo municipal (pues les había
salido bien a los miembros del cabildo en otros tiempo la táctica de retardar y alargar
con alegaciones su presteza en
el envío de las tropas alegando servicios anteriores), Como es lógico,
el marqués no atendió, en esta ocasión, tampoco las evasivas, sino que envió otra
segunda carta , en términos muchos más agresivos:
Recibí la carta de vuestra merced a veintisiete de este y oy a Rodrigo
de Góngora, regidor de esta ciudad, tengo a muy bien entendido y entendida la
voluntad con que esa ciudad a servir y sirve
gente / a Su Majestad, le obligara en postergar a rebelarla, pero por la
necesidad presente no se puede tener
resspeto a nada, e así recibiere vuestra merced, que toda presteza posible se me envíe toda la gente útil para pelear
que ay , oviere de prestar a Su Majestad, se lo encargo e mando , que no espero
ya otra cosa, para sí al campo ,
sino que me llegue alguna gente.
Alhambra 28 de diciembre de 1568.
Sin miramiento alguno, se tocó
aleo, se hizo el alarde por las calles
altas de la Mota, los barrios de Santo Domingo y Nuevos y , una vez reunidos los
soldados en la Plaza Alta, se le repartieron los arcabuces, espadas, ballestas,
lanzas y
picas, e , inmediatamente organizados en una compañía con sus capitán , alférez y sargentos, el
corregidor se aprestó a que salieran
de la ciudad; iban en formación como una
compañía de cien soldados tiradores al mando del capitán y regidor Juan de Aranda Figueroa.
Llegaron a Granada, se pusieron a las órdenes del marqués, con el que acudieron
a sofocar primero cualquier revuelta que
sugiera en el Albaicín y, posteriormente,
se dirigieron a la primera línea de batalla, donde se
mantuvieron desde 31 de diciembre del
año 1568 hasta el 26 del mes de febrero del año 1569 en el frente de Órgiva. Cayó enfermo el
capitán y fue sustituido el 16 de marzo por
el alférez, su pariente Francisco de Leiya.
La mujer de
Antón lo llamó desde la cocina. Le
decía que estaba dando el último toque la campana de la Iglesia de Santa María la Mayor. Cerró el cuaderno , se arregló un poco
colocándose un recio manto de lana y cubriéndose la cabeza con un gorro; después se cogieron del brazo y desviándose de las escalinatas del Postigo, por el Cañuto para evadir los copos de
nieve se dirigieron a la Iglesia de
Santa María para asistir a Misa Mayor. Puso
una señal en el cuaderno y dejó en este
párrafo la lectura de la Guerra contra los Moriscos para la tarde de este frío domingo al calor de la chimenea.
Año es el 1568 No 1563
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