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lunes, 12 de noviembre de 2012

ANTONIO LÓPEZ EXPÓSITO


 

 

            Hace años, me encontraba en un archivo parroquial de Alcalá la Real  tratando de concluir el árbol mi linaje familiar. Grande fue la sorpresa al toparme con su final, pues ya no podía avanzar más inserto en una partida bautismal  de una morisca proveniente de las Alpujarras  y avecindada en el municipio de la Sierra Sur por su amor con un campesino labrador del cortijo de un famoso alcaíde.  Con este panorama, me vino a la mente  la presencia del apellido de los Expósito tan frecuente en otras épocas  y encubierto en palabras  de  la Cruz o de otra índole.  Y, siempre me  ha llamado la atención  el interés por conocer sus orígenes de  los que ya  han asimilado  este apellido Expósito como si fuera López o Fernández. Le prometí a su hijo del  mismo nombre,  (y de seguro que lo  plasmaré por escrito) Antonio López Expósito  que se los investigaría por ser su padre un  hombre de aspecto cortesano, apuesto en las formas, siempre  con la sonrisa en los labios, educado y urbano en sus formas exteriores.

Respondía más a un doncel del mundo nobiliario  que a una persona muy n ligada al terruño, al que lo reconocía desde los ángulos más insospechados como pueden ser los rincones cinegéticos o los paseos trashumantes por los mismos senderos que en otros tiempos  recorrió  bajo la guía de su padre  atento al pastoreo  caprino o  lanar. Pues Antonio había sido cabrero en su mocedad, y, ya  en edad madura, fue peón de una tierra que remontaba sus orígenes en las suertes de propios de la ciudad  que había respondido el ayuntamiento entre los yunteros  humildes, desalojados por las injusticias de las hipotecas  obligadas y  de las  inclemencias del tiempo. Compartía las labores de la tierra con el oficio de matancero , que es así como se llaman a los matarifes y carniceros de los cerdos domésticos  De ahí que Antonio,  y por transmisión oral su hijos y nietos,  fuera los mejores  reconocedores de los  puestos más propicios  para esperar la perdiz,  excelentes expertos en recorrer los escondrijos en el corte de los Llanos transformados en una trinchera acolmenada mirando a la Celada y Veimtenovias o  avizores excelentes del prado donde reverdecían las setas  tras las primeras lluvias o  nacían los cárdenos espárragos trigueros. Con esa sabiduría popular supo mimar y trabajar la tierra  hasta que, por las necesidades tan profundas de mediados del siglo XX, tuvo que emigrar a Suiza. Luego, se convirtió en un fiel peón de esa cooperativa de Santo Domingo de Silos que tanto  contribuyó al desarrollo de Alcalá la Real, y creó escuela dando paso a su hijo para que aprendiera el oficio de la albañilería. Casado con  Consuelo Cano, tuvo una prole que no llegó a la familia numerosa de anteriores tiempos, pero que hoy día se considera con este adjetivo. Sus hijos Antonio, Manolo y Rosi saben lo que es su   luchar por ellos y  reconocen el trabajo de sus manos a favor de su manutención hasta que llegó la jubilación. No fue un hombre impasible, acomodaticio  ni amodorrado,  se le veía siempre con su vara de cabrero  andar caminos y desembocar desde la cañada Nevazo volviendo de la torre de la Moraleja desde donde podía contemplar la bella panorámica  de una ciudad de frontera y, en su derredor, unas tierras que se adentraban antiguamente al reino de Granda con un fondo de sierras, cortes montañosos y una pantalla blanca y majestuosa,  al fondo, por las cumbres de Sierra Nevada.  Tras la cotidiana caminata, frecuentaba la curia senatorial del Paseo de los Álamos donde los de su generación  arreglaban la ciudad  colaborando con las autoridades. Pero esa enfermedad incomprensible que le  recorría sus venas, de vez en cuando , le jugaba algunas malas pasadas y  le clavó un ictus  a forma de rejón mortífero que le paralizó sus  andarinas piernas  asentándolo en la cama de un hospital de Granada. No pudo reponerse de este zarpazo, lo había tocado de muerte, recorrió muchas noches con su pensamiento el campo trashumante de su pasión por sus hijos y  devaneó utopías que le gustaría que se hicieran realidad en su hijo Antonio.  Le tocó su final, su corazón no pudo más.  Que la tierra que tanto amó, en el andar y el labrar, te sea leve  como si fueras un hijo  de la madre Cibeles.   

 

 

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