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martes, 27 de noviembre de 2012

MERCANCIAS NO, DERECHOS SÍ


 

 

            Escuchaba, hace unos días, en un programa de radio a una tertuliana, que se apartaba del común denominador de sus compañeros de emisión, al referirse al tema de la vivienda, con una rotundidad que demostraba cómo podría haber cambiado al mundo, si se hubiera puesto al hombre por centro del mundo y no se hubieran focalizado  todas las actividades en el interés económico, que nos invade por todas partes a las que dirijamos nuestras miradas. Lo hacía comentando el injusto panorama que sufren muchas familias españolas con  el tema de la vivienda. Sin dar rodeo alguno, concluía que habría cambiado mucho la situación actual, si no se hubiera concebido la vivienda como mercancía -lo que ha predominado entre todos, aunque ahora nos rasguemos las vestiduras-  y se hubiera  interpretado como  un derecho constitucional  y básico de una familia o de cualquier individuo. Más claro que el agua, pues  ahora algunos no estarían angustiados por haber invertido todos sus ahorros  en este bien inmueble para sacar la tajada de más alto usurero que podía adivinarse (  pues los hubo que multiplicaron por tres y por cuatro el valor de su piso o local, y en un margen  de tiempo supersónico,  de la noche a la mañana);  a otros,  se les habría solucionado su alojamiento  promocionando  fórmulas, que se apartaran del lujo y del derroche con  la construcción de pisos de  carácter social  o en forma de alquiler para los jóvenes o familias  (como todo quisque de los países europeos), es decir si hubiera prevalecido el derecho colectivo.  Por eso, ahora protestamos y  nos lamentamos, y con razón, de que, en la mayoría de las ciudades españolas. se encuentre un número inmenso de viviendas vacías y  otras muchas personas  sufran la exclusión de este derecho básico de las familias. No debemos acudir al muro de las lamentaciones, en este momento crítico-en el buen sentido etimológico de esta palabra griega, de discernimiento, de análisis  y de juicio- sino afrontar el porvenir con sensatez y sentido colectivo, porque ya está bien que se salven siempre los mismos de todos los tiempos, en este caso, los que tienen la sartén por el mango del mundo financiero.

            Dejándonos de apasionamientos, porque el horno no está para bollos y  tal vez lo esté para una dulcería caliente, sugerimos una fórmula que, hace tiempo, recogí de unos  grupos muy preocupados por el bien colectivo y el bienestar social de toda la población. Me refiero a la triple acción que enmarcan estos tres infinitivos: ver, juzgar y actuar. En cuanto el verbo de acción ocular, no quiero presentar este aciago paisaje, no hay más que acercarse a cualquier medio de comunicación diaria, sea audiovisual o escrito, para contemplar una sociedad con altísimo nivel de paro y, con ello, privada de las necesidades básicas y a un escaso margen de  verse  en la pobreza económica y la ausencia de servicios públicos, si seguimos por estos derroteros. Pues me he referido a la  vivienda como derecho constitucional, pero podríamos seguir describiendo el trabajo, la educación, la sanidad, los servicios sociales, .... Si emprendemos la acción de juzgar, aquí deberíamos sentirnos todos culpables porque subidos a la cresta de la ola de ese capitalismo dulzón que nos hacía a todos ricos, creíamos que todos podíamos subir a Marte en un cohete espacial; y no nos dábamos cuenta de que en nuestro mundo rayano, faltaba la solidaridad, se habían perdidos los valores básicos de la auténtica libertad y ni siquiera se había dado un solo paso en los escalones de la igualdad. Por  eso, en este preciso momento,  es conveniente que, a la hora de actuar, no nos dejemos llevar por las coordenadas que nos imponen los mismos de siempre, pues vamos a caer en los iguales defectos y en los  propios pendulazos de la historia. Se nos ha dado una oportunidad óptima para crear un nuevo mundo. En una revista del Militante del Mundo Rural , por cierto de Acción Católica, nos pintaba los dos escenarios en los que hoy día nos encontramos  con estas palabras "El momento actual es difícil y el futuro incierto. El movimiento de los indignados y el de los financieros marcan dos destinos distintos para la humanidad. Es verdad que  no se ha alcanzado todavía la fuerza suficiente para provocar un cambio social ni para frenar los duros ataques que proceden del neoliberalismo, pero sí que ha supuesto una alternativa y un desafío al liberalismo y a la socialización del coste de la crisis". Se ha empezado con el esperanzador diálogo de solucionar el  trágico desahucio de viviendas, es el momento de cambiar la dinámica de partidos y personas para crear un nuevo clima social que haga posible  el hecho de compartir  colectivamente los problemas del presente y soñar un futuro distinto.  
 

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