Escuchaba, hace unos
días, en un programa de radio a una tertuliana, que se apartaba del común
denominador de sus compañeros de emisión, al referirse al tema de la vivienda,
con una rotundidad que demostraba cómo podría haber cambiado al mundo, si se
hubiera puesto al hombre por centro del mundo y no se hubieran focalizado todas las actividades en el interés económico,
que nos invade por todas partes a las que dirijamos nuestras miradas. Lo hacía
comentando el injusto panorama que sufren muchas familias españolas con el tema de la vivienda. Sin dar rodeo alguno,
concluía que habría cambiado mucho la situación actual, si no se hubiera
concebido la vivienda como mercancía -lo que ha predominado entre todos, aunque
ahora nos rasguemos las vestiduras- y se
hubiera interpretado como un derecho constitucional y básico de una familia o de cualquier
individuo. Más claro que el agua, pues ahora
algunos no estarían angustiados por haber invertido todos sus ahorros en este bien inmueble para sacar la tajada de
más alto usurero que podía adivinarse (
pues los hubo que multiplicaron por tres y por cuatro el valor de su
piso o local, y en un margen de tiempo
supersónico, de la noche a la
mañana); a otros, se les habría solucionado su alojamiento promocionando
fórmulas, que se apartaran del lujo y del derroche con la construcción de pisos de carácter social o en forma de alquiler para los jóvenes o
familias (como todo quisque de los países
europeos), es decir si hubiera prevalecido el derecho colectivo. Por eso, ahora protestamos y nos lamentamos, y con razón, de que, en la
mayoría de las ciudades españolas. se encuentre un número inmenso de viviendas
vacías y otras muchas personas sufran la exclusión de este derecho básico de
las familias. No debemos acudir al muro de las lamentaciones, en este momento
crítico-en el buen sentido etimológico de esta palabra griega, de
discernimiento, de análisis y de juicio-
sino afrontar el porvenir con sensatez y sentido colectivo, porque ya está bien
que se salven siempre los mismos de todos los tiempos, en este caso, los que
tienen la sartén por el mango del mundo financiero.
Dejándonos
de apasionamientos, porque el horno no está para bollos y tal vez lo esté para
una dulcería caliente, sugerimos una fórmula que, hace tiempo, recogí de
unos grupos muy preocupados por el bien
colectivo y el bienestar social de toda la población. Me refiero a la triple
acción que enmarcan estos tres infinitivos: ver, juzgar y actuar. En cuanto el
verbo de acción ocular, no quiero presentar este aciago paisaje, no hay más que
acercarse a cualquier medio de comunicación diaria, sea audiovisual o escrito,
para contemplar una sociedad con altísimo nivel de paro y, con ello, privada de
las necesidades básicas y a un escaso margen de
verse en la pobreza económica y
la ausencia de servicios públicos, si seguimos por estos derroteros. Pues me he
referido a la vivienda como derecho
constitucional, pero podríamos seguir describiendo el trabajo, la educación, la
sanidad, los servicios sociales, .... Si emprendemos la acción de juzgar, aquí
deberíamos sentirnos todos culpables porque subidos a la cresta de la ola de
ese capitalismo dulzón que nos hacía a todos ricos, creíamos que todos podíamos
subir a Marte en un cohete espacial; y no nos dábamos cuenta de que en nuestro
mundo rayano, faltaba la solidaridad, se habían perdidos los valores básicos de
la auténtica libertad y ni siquiera se había dado un solo paso en los escalones
de la igualdad. Por eso, en este preciso
momento, es conveniente que, a la hora
de actuar, no nos dejemos llevar por las coordenadas que nos imponen los mismos
de siempre, pues vamos a caer en los iguales defectos y en los propios pendulazos de la historia. Se nos ha
dado una oportunidad óptima para crear un nuevo mundo. En una revista del
Militante del Mundo Rural , por cierto de Acción Católica, nos pintaba los dos
escenarios en los que hoy día nos encontramos
con estas palabras "El momento actual es difícil y el futuro
incierto. El movimiento de los indignados y el de los financieros marcan dos
destinos distintos para la humanidad. Es verdad que no se ha alcanzado todavía la fuerza
suficiente para provocar un cambio social ni para frenar los duros ataques que
proceden del neoliberalismo, pero sí que ha supuesto una alternativa y un
desafío al liberalismo y a la socialización del coste de la crisis". Se ha
empezado con el esperanzador diálogo de solucionar el trágico desahucio de viviendas, es el momento
de cambiar la dinámica de partidos y personas para crear un nuevo clima social
que haga posible el hecho de
compartir colectivamente los problemas
del presente y soñar un futuro distinto.
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