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miércoles, 2 de julio de 2025

EL RETABLO DE LA SANTA CRUZ Y DE LA IGLESIA DE LA VERACRUZ DE ALCALÁ LA REAL.

 Tras la marcha de los Sardos, continua la presencia de  pintores y doradores granadinos en los años treinta del siglo XVII. Y así se constata la presencia de Lázaro Carrillo y Jusepe Boneta como pintores y doradores ( siendo fiado por el mercader granadino Jusepe Moreno)  que se comprometieron con el hermano mayor Francisco Mírez de Amezcua en 1631 a dorar el retablo de la capilla mayor de la Iglesia Veracruz[10]. Vamos a colocar algunas imágenes de uno semejante en la iglesia de san Francisco de Priego, también antigua cofradía de la Veracruz, que nació en el mismo año. 


La primera condición que le impusieron es el rellleno de todo tipo de huecos, hendiduras o deficiencias de la madera con ajo para dejar toda la superficie completamente llana para fijar el oro. La segunda se ledebá dar manos de aparejo sin  quitarle ninguna y este debía ser de oro macizo,  fno y bruñido, sin entremeter medio oro, ni plata ni otra cosa,  sobre el que se debían colocar  colores de gran calidad en todo los sitios que lo pidiere la obra, vestidos de Dios Padres, áneles altos y bajos;, y en el banco y el pedestal, donde hubiera huecos y no tableros las pinturas muy buenas , y en estos, donde se hicieran las pinturas  de los santos muy buenos; en lo alto estaba Dios Padre y los ángeles con sus alas de colores diferentes; en su centro  con adornos de frutas que imiten al natural , sus columnas correspondientes  y con su capiteles de colores diferentes y las medias cañas de azul y bermellón, el tablero y  la Santa Cruz, así como su friso,  de verde sobre oro y grabado con labores de oro y el campo de la cruz azul con algunas nubes, ángeles y serafines  y un cuadro en torno a la cruz , el friso de azul y oro tenía leyenda EXALTATIO (S) ANTE CRUCEM(S), la cornisa con los niños, estofado a punta de pincel como todos los sitios donde se dieren colores; un sagrario también de oro por dentro y fuera, bancos y pedestal, tableros de pinturas de colores en la frontal. Anota que tanto las columnas y el tablero de la Santa Cruz  como los ángeles han de ser estofados después de dorados y estos junto con serafines, Dios Padre, y niños han de ser encarnados a pulimento y con los ojos muy bien abiertos  .  Importó 12. 000 reales. Entre  los testigos se encontraban Juan de Ayuso y el pintor Andrés Asturiano. Importaron el dorado y pintura doscientos ducados (dos mil doscientos reales ), pagaderos en cuatro lazos: mil a la firma del contaato, cuatrocientos reales a media obra, otros cuatrocientoss acabada y otros cuatrocientos reales el día de san Juan. También, se le debían dar la madera de los andamios de colocar el andamio por parte de la cofradía.



Se comprometieron a que la obra ejecutada debía ser aprobada por dos maestros de cada una de las partes e hipotecaban dos mil doscientos reales sobre los bienes de la cofradía. Este retablo se trasladó en gran parte al altar de la epístola del crucero de la iglesias de Consolación. 







[10] AHPJ Legajo 4646 Folio 942. Año 1631. Escribano Cristóbal Nuño de Medrano. Legajo 4642. Folio 1170-4 Escribano Blas Martínez de Cáceres. 

DESDE EL MIRADOR DE LAS CRUCES, LA CARRERA DE LOS CABALLOS

 

LA CARRERA DE SAB BARTOLOMÉ

 

 fomento y el ejercicio de la caballería  le afectó al Arrabal Viejo  claramente con la  construcción de la Carrera de San Bartolomé. Esta vía de acceso  procedía del antiguo camino de San Bartolomé, tal como se observa en esta memoria de  Martín de Frías, casado con  doña Luisa de Herrera,  tenía casas, linderas con Pedro de Tojar y las de Juan de Aranda Pineda. Vivía en el Cerro de los Caballeros, lindera con el camino de la Calzada y Ejido de San Bartolomé”[1].En    1586,       ya comenzaron a  urbanizar este entorno: “Se ordena realizar la Carrera de Caballos, junto a San Bartolomé, para ejerció de los caballeros de cabildo”[2].   Con este acuerdo también, unos años después el asunto se tomó en serio y se   ordenó que “para la ejecución de la caballería se realizara una carrera en San Bartolomé,  y se adoctrinasen e a los caballos, se encargan Francisco de pineda y Pedro Veneroso. Se le concedió a Juan Garrido 730 reales para aderezo de carrera junto a la ermita de San Bartolomé[3].






En concreto, entre  1597 y 1599, como obra de interés publico  se hicieron trazas y se ejecutaron hasta los primeros años del siglo XVI.  La transformación de un simple camino a una carrera de caballos le dio un nuevo viraje  en  este momento incipiente de decadencia:

 

Se acordó sobre la Carrera de Caballos de San Bartolomé: que se acabare, pues costaba muchos ducados y es muy importante para hacer potros y correr los caballos y es va cayendo por no estar revocada y acabada de sentar unas losas. La obra fue realizada por Juan Sánchez, albañil. Se remató a dos reales y medio cada tapia con los materiales puestos y la obra a medio real por tapia en mano de obra. Tenía 150 varas de largo (124 metros) y media de alto por la parte alta y la baja, tres cuartas por haber manantial. Con la medida de Miguel de Lara, tenía cuatrocientas tapias  que no estaban acabadas ni revocadas la tela de la parte alta de dicha carrera (1815 reales)[4] pues costaba muchos ducados y es muy importante para hacer potros y correr los caballos y se  va cayendo por no estar revocada y acabada de sentar unas losas. La obra fue realizada por Juan Sánchez, albañil. Se remató a dos reales y medio cada tapia con los materiales puestos y la obra a medio real por tapia en mano de obra. Tenía 150 varas de largo (124 metros) y media de alto por la parte alta y la baja, tres cuartas por haber manantial. Con la media de Miguel de Lara, tenía cuatrocientas tapias  que no estaban acabadas ni revocadas la tela de la parte alta de dicha carrera. (1815 reales)



[1] APSMMA. Libro 1º de las capellanías de la Parroquia de Santa María la Mayor.

[2] AMAR.  Acta  de cabildo de 5 de septiembre de 1586.

[3] AMAR. Acta de 15 de agosto de .1599.

[4] AMAR Acta de 12 de julio de  1613.

EN PANSELINOS. RELATO DEL MORISCO ANDRÉS DE MENDOZA

 






EL MORISCO ANDRÉS DE MENDOZA

 

        No era un morisco normal como lo eran aquellos que vivían en la Mota. Bueno, más bien los pocos que habían quedado tras las diferentes dispersiones de años anteriores. En 1609, Andrés de Mendoza regentaba una tienda de la plaza de la Mota. Vendía y traficaba paños, pues el ganado lanar abundaba en la comarca alcalaína y los telares eran la herramienta de trabajo de las casas de muchos vecinos.

Los regidores se vieron obligados a examinar a todos los cardadores para ganar en calidad a la hora de las ventas en otros mercados de alrededor. Andrés prosperaba y, además, recibía el apoyo de un regidor que había llegado a la ciudad de la Mota a principios de siglo XVII. Este munícipe comenzó a traficar con el ganado y logró enriquecerse en poco tiempo despertando la envidia de la casta de los poderosos locales, los Cabrera y Aranda, ya que controlaban la riqueza de aquella abadía. Pero, a estos dos personajes se le cruzó un personaje sórdido y malévolo, Martín Jiménez Carrillo, la mano ejecutoria de la orden de la expulsión de los moriscos de la ciudad. Este contó con el apoyo del alcalde mayor que le preparaba todo el aparato jurídico para hacer realidad todos los actos infames. Y de sus instintos nefastos. Decir los apoyos jurídicos es un decir, porque este alcalde más que implantar justicia en era un experto en levantar altercados y pleitos contra todo ser viviente de la ciudad; sobre todo era el punto de mira del abad Alonso de Mendoza y todo su cabildo, pues había tenido la osadía de enfrentarse a un clérigo suyo con la espada en mano. A Andrés de Mendoza y Francisco de Herrera, le cayó la suerte de la pedrea con estos personajes cuando encontraron el motivo más nimio para desgajar la felicidad y la amistad de estos dos personales.

        Andrés temiendo lo peor, habló con su amo y le propuso abandonar la tienda de la Plaza Alta para retirarse a un escondrijo de unas de sus heredades. Baremaron diversas posibilidades y sitios; y se decidieron por la parte oriental de las tierras abaciales, porque le permitían escapar, en caso de verse cercado, por entre aquellos montes boscosos y cubiertos de encinares, quejigos y fresnos y dirigirse, a través de los montes granadinos, a tierras almerienses.  Así, lo hizo y se llevó a su mujer, con la intención de que vinieran mejores tiempos para su vida.

          Andrés, escondido en una alquería de retama de una casa de campo del regidor Francisco de Herrera, recordaba cuando la autoridad ordenó expulsar a todos los moriscos tras la guerra de las Alpujarras, y sólo se habían salvado aquellas mujeres, no por dignidad, sino por ser hilanderas de un arte que no lo sabían trabajar las mozas castellanas:  la seda. Él había tenido la suerte de vivir en este cortijo alejado de la fortaleza de la Mota, y no figuraba inscrito en ningún padrón. Hasta aquella casa rural de retama, no llegaron los alguaciles para detenerlo. Y eso que algunos ministros de la justicia venían persiguiendo a los leñadores furtivos y a los ganaderos forasteros: unos acudían a los montes para rozar ilegalmente los montes, y, los segundos, para pastar con sus ganados organizando intercambios ilegales fingidos y simulados para evadir la justicia. 

        Pero, aquel nefasto año del reinado de Felipe III, no le valieron las buenas artes ni la influencia de su señor Francisco de Herrera para salvarlo. Pues, don Francisco de Irazabal, envió un comisario llamado Martín de Carrillo, que había tenido conflictos con el buen regidor Herrera, lo había acusado en varias ocasiones para entablar pleitos de hidalguía, incluso llevó el conflicto a la Chancillería de Granada tachándolo de no ser cristiano viejo y ser un aventurero que había conseguido la nobleza por sus éxitos económicos; decía que había alcanzado con estos medios la regiduría alcalaína. Usando artimañas entre los vecinos consiguió que le desvelaran los moriscos escondidos, pues eran motivo de conversación de algunos resentidos que no pudieron escapar de la justicia y perdieron a sus esclavos moriscos con este último bando.

        Martín Carrillo estaba alojado en la posada de la calle Mesones, y, cercano a su estancia, se encontraba la casa de Francisco Herrera. A pesar de que entre los vecinos corrían como la mecha cualquier noticia, esta vez cogió de improviso al regidor. Bajó por entre las escaleras del Pósito y se acercó a su casa situada en la calle Cava, junto a una torre, por cuya puerta los vecinos se adentraban al barrio de Santo Domingo de Silos. Curiosamente los muchachos la utilizaban para jugar a los “apedraícos” y asaltaban de una casa a otra para divertirse y asustar a los vecinos del arrabal viejo. Aquel día de primavera no pude evadir la justicia, pues el comisario encontró al regidor dándoles órdenes para que le trasladara una carga de trigo a sus clientes de Granada. El comisario le comunicó la orden de detención y se llevó maniatado en medio de cuatro arcabuceros y dos alguaciles a su criado y su mujer.

        Lo metió en la mazmorra de la Cárcel Real, mientras formaba las diligencias para tramitar su traslado hacia África, en el primer embarque que anunciara el capitán General de la Costa. Habiendo pasado durante varios días detenido, lo envió en dirección hacia el puerto de Málaga junto con otra partida que habían recogido de otros pueblos de la Abadía. Desde Alcalá salieron escoltados de varios alguaciles y hombres con arcabuces a través del camino de los playeros y pasaron por pueblos del reino de Granada hasta llegar al puerto malagueño. Tras embarcar con otros muchos moriscos de otros reinos de Andalucía y pasar el mar, Andrés arribó en Tetuán, donde se alojó en un hostal para distribuirlos en otros pueblos de alrededor.

        Tras varios meses de soledad y privanza de su criado, Francisco de Herrera se enteró, por medio de un fraile trinitario, de que se encontraba en aquella ciudad africana. A escondidas, junto con su familia tramó un plan para rescatarlo, envió a su hijo y, dando dádivas a varios soldados de aquella ciudad africana, logró traerlo otra vez, junto con su familia a Alcalá la Real. Para que nadie lo descubriera, lo envió de nuevo a su alquería de la ribera de Frailes.

        Enterado de aquello Martín Carrillo, no cejó en el empeño de encontrarlo y además buscar cualquier motivo para detener al regidor Francisco de Herrera. Por eso, se valió de la influencia que tenía sobre el corregidor Pedro Enríquez de Valdelomar. También, para acusarlo le sirvieron varios asuntos sobre el origen del linaje de Francisco de Herrera. Se veía inmerso en aquel intento de condenarlo como fuera, incluso para remontarse a otros episodios supuestamente legales Ahora lo hacía con mayor encono y enojo, pues se enteró por oídas que se encontraba en la plaza de la ciudad regentando una tienda de telas con su mujer (los dos se hacían pasar por comerciantes portugueses) y envió una pareja de arcabuceros junto con el alguacil para detenerlo. Lo llevó de nuevo a los tribunales. Pero, de nada le valieron sus malas artes, porque el asunto llegó a la Chancillería y Francisco de Herrera montó una buena defensa de su detenido. Acusó a Martín Jiménez de usar las malas artes de la venganza y de valerse de delatores falsos. Le dio la vuelta a la tortilla, y encuadró a Andrés de Mendoza dentro de aquellas familias que habían detenido simplemente por encontrarse entre su familia algún ascendiente morisco. Incluso el oidor el licenciado Perada de Velarde falló a su favor y acusó a los delatores de actuar con pasión.

        Un día se encontró Herrera a aquel jovenzuelo comisario en la plaza y le dijo: 

-Tienes mucha ambición y te ha desbordado el ansia de alcanzar riquezas muy de prisa.

        Aquel le miró torvamente y le respondió:

-Todavía no las tienes todas contigo. Tú no te quedas atrás. Hoy, recibido una orden sobre los moriscos para que fueran apresados y enviados a las galeras como esclavos.

- ¿Y no perdonarías ni a sus hijos ni sus mujeres?

-Me los llevaría de esclavos, como dice la orden.

-No seas tan atrevido, que yo sepa se refiere a los que se cautivaseN de la Berbería... y a estos no le atañe...