Los vecinos franceses comenzaron sufrir las pullas de los alcalaínos. Pero pasó el momento tormentoso, y llegó la tranquilidad. Pues se libraron del cautiverio en el ayuntamiento, e, incluso, no se les llegaron a incautar sus bienes, porque se remontaron a la presencia de sus padres desde los últimos decenios del siglo anterior para justificar que ya eran vecinos de pleno derecho. Así lo hizo Luís Fullierat, un comerciante que en el Llanillo regentaba una tienda y arrendaba el mesón de la Trinidad. Y, sobre todo, Vicente Mirasol, administrador de los bienes de la desamortización. Este, sobre todo, por su padre Bernardo Mirasol. Se había casado con una castillera Antonia Extremera y había adquirido algunos bienes desamortizados a obras pías y cofradías, vivía en la esquina del Llanillo con la calle Bordador y gozaba de un gran prestigio, porque no solo regentaba con gran aceptación del público su comercio, sino que se le adjudicaban muchois servicios de la hacienda naciona, provincial y local.
Tras la batalla de Bailén, llegó el otoño y hubo una tregua, Pero el invierno de 1809 a 1810 fue aciago para la causa nacional. Ciento cincuenta mil hombres atravesaron los Pirineos para venir a reforzar las tropas de ocupación en la Península, sometiendo en su avance cuantas villas y ciudades encontrara al paso, y hasta entonces libres de la tiranía extranjera. En los últimos meses del año 1809 fueron un continuo ejercicio de prácticas devotas, y mientras tres cuerpos de ejército fuertes ochenta mil hombres al mando de los más prestigiosos mariscales del Imperio amenazaban invadir las provincias andaluza, el Ayuntamiento y la Junta de Gobierno Local, celebraban reunidos frecuentes asambleas, deponían sus odios y sus antagonismos para organizar novenas, procesiones y rogativas a todos nuestros santos titulares, antiguos y modernos, Santa Ana, San Sebastián, Santo Domingo de Silos y Nuestras Señora de las Mercedes y amén de cumplir con todas las fiestas votivas como la de Santiago Apóstol, san Blas, san Roque y la de san Miguel Arcángel.......
Pasaron las navidades y el día de Reyes. Y el alcalde
mayor se alertaba ante la situación inminente de invasión francesa.
Pues sabía que, el veinte de enero de 1810, atravesó José Bonaparte el puerto
de Sierra Morena con cincuenta mil franceses, derrotando en Despeñaperros
a las fuerzas españolas que intentaron cerrarle el paso, a la vez que otros
entraron por Almadén y Villamanrique, reuniéndose en Andújar, La Carolina, y
Baílén, pernoctando sobre los mismos campos donde año y medio antes tantos laureles
cosecharon los españoles. Desde Córdoba le venían noticias de que, dividido
aquel poderoso ejército en tres columnas, el rey José se dirigio a Córdoba con
los mariscales Victor y Soult y el General Mortier, donde entraron entre
aclamaciones del pueblo que los recibió con fiestas, mientras Desoyes tomó la
ruta de Linares y Baeza, y el Conde Sebastiani Úbeda y Jaén, cuyas
plazas, como así mismo las demás del tránsito, se rindieron sin disparar un
tiro.
Las noticias corrían como la pólvora. El alcalde Jover recibió el último Diario de Jaén sobre las noticias de la guerra; pues, 19
de enero de 1810, unos días antes de la entrada de las tropas
bonapartistas en la ciudad de Jaén, ya, se cortó la comunicación, porque no se editó más este diario y dio comienzo el régimen josefino en la capital y provincia del Santo
Reino.
El 23 de enero, el
general Sebastián cercó a la ciudad de Jaén, y le hicieron frente unos
7.500 soldados patriotas capitaneados por Areizaga y que apostaron 48 cañones
en las murallas del alcazar jiennense. Pero, poco pudieron conseguir, pues
cundió el desánimo como la pólvora, Pues Areizaga abandonó la capital en direccion a Guadix y el grueso de soldados se despojó de sus
uniformes y se dispersóa. Este mismo día, los franceses entran en Jaén sin
encontrar resistencia alguna.
En poder del invasor la capital y las principales plazas de la Provincia, el alcalde mayor auguraba que no podía tardar en correr la misma suerte, máxime teniendo en cuenta que era paso forzoso para Granada, donde aún funcionaba una Junta que se titulaba Suprema y aspiraba a compartir la dirección del Reino con la Junta de Sevilla.
Y así aconteció. En la misma capital Sebastiani organizó el
nuevo avance disponiendo dos columnas: la una con los dragones de Milhaud
como fuerza de choque, tomó camino de Alcalá la Real y la segunda, con la
brigada de caballería de Perreymond, marchó por Cambil e Iznalloz hacia
Granada.
En las primeras horas del veintiséis de enero de 1810, corrió por la población, como una chispa eléctrica, la noticia que los franceses se acercaban. Las campanas tocaron a rebato; se cerraron los comercios y talleres, y en todos los conventos y parroquias se puso a la adoración de los fieles el Santo Manifiesto, en tanto que la campana de la Ciudad convocaba a sus ediles y a los vocales de la Junta de Gobierno. Al caer la tarde, un bando pregonado a son de clarín en las esquinas, mandaba a los habitantes de la población iluminar las fachadas de sus casas durante la noche, prohibiendo salir a la calle niños y mujeres, y un tamborilero de las “Milicias Honradas” atronaba las desiertas calles tocando a generala Cerró la noche...en el salón de las casas consistoriales, los señores regidores y vocales de la Junta del Gobierno, constituidos en asamblea de Seguridad Pública, tomaban acuerdos y dictaban órdenes que, aunque tardíos, respondían, acaso por primera vez, a las circunstancias del momento y al patriotismo y tradiciones del pueblo alcalaíno”
Al amanecer el día veinte y siete, un cuerpo armado compuesto de dos
secciones de “Milicias Honradas”, la una, y otra de “Voluntarios Municipales”
salía por la Tejuela y Cruz de Villena, despedido por el ronco sonido de la
campana del Concejo. Iban doscientos o más; gente brava mandada por señores principales.
Entre ellos el señor Provisor don Antonio María Ruiz, siendo uno de los
individuos de la Junta de Gobierno en el año 1810, y conocida la entrada del
enemigo, preparó para la defensa según acuerdo de dicha Junta, saliendo
con cuarenta hombres al Barranco de los Postigos a cortarlo y defenderlo.
Llegados que fueron al Barranco de los Postigos y parapateados en sus escarpes
y cortaduras, vieron avanzar un destacamento de fuerzas españolas. Era el
General Freyre que derrotado el día veinte en Sierra Morena, se dirigía
sorteando los peligros de un nuevo encuentro con el enemigo, a ponerse a las
órdenes de la Junta Suprema de Granada; con los mil quinientos hombres a
caballo y un parque de artillería compuesto de treinta cañones que los
acompañaban, salvados de la derrota-Alegando no ser el expresado barranco el
sitio más a propósito para hacer maniobrar su caballería, dejó en él
apostados algunos de aquellos bravos para señalar la presencia del enemigo y
fue a situarse con sus tropas y el resto del paisanaje a un paraje más adecuado
y por él elegido, bastante más aproximado a la ciudad. Actuó con lógica,
afirmaba el alcalde mayor que era de presumir que, descontada la derrota por
aquel experto militar, buscara de intento la proximidad de nuestra población
contando con que aquellos paisanos, sus auxiliares, al batirse en retirada,
opondrían en las calles de la misma una tenaz resistencia al enemigo que
entretenido por estos y por la codicia del botín de la ciudad entrada a saco,
darían espacio a sus tropas para ponerse a salvo; y así lo pensó, y el alcalde
se ratificaba que fuerza era reconocer que los hechos respondieran a la
previsión.
El alcalde los comprobó y
nunca concibió esta acción de Alcalá como una batalla, tan solo permitió que se
salvaran las tropas del general francés que se dirigió desde Jaén hacia Alcalá
la Real y más acá de dicho punto le hizo frente la caballería española de
Freyre que, atacada por fuerzas superiores, fue rota y en parte dispersa. Fue
en el sitio de las Azacallas, y tan cerca del pueblo, que los cañonazos
hacían retemblar las casas, retumbando en las calles como truenos. En las
primeras horas de la tarde, la victoria se había declarado por los franceses, y
los cañones del parque que conducía el General Freyre, pasaban en huida
rebotando con estruendo sobre el empedrado del Llanillo, mientras la
Caballería para proteger su retirada, intentaba aun a la entrada del pueblo
contener al enemigo. El formidable empuje de este y su superioridad numérica
hizo breve tal resistencia, y un momento después los dragones franceses pasaban
por la población como un huracán de sangre y fuego en seguimiento de los fugitivos.
Los voluntarios alcalaínos, apostados en los tapiales de las entradas en los
bordales de los patios y corralizas y en las esquinas de las calles, contribuyeron
con certeros disparos a retardar un tanto la entrada del enemigo, y ya dentro
de la población y retirándose de calle en calle, conforme este iba avanzando
siguieron haciendo fuego por buen espacio, hasta que habiendo entrado una
sección de franceses por los barrios altos de la Ciudad, cogiéndolos al
descender entre dos fuegos, tuvieron que disolverse, huyendo desperdigados en
demanda de sus domicilios, no sin haber quedado muchos tendidos en las
calles...
En los libros de cuentas del Hospital Militar del Dulce Nombre de Jesús y
Santa Ana , a partir del día 27 de enero, se pasó de veinte enfermos hasta más
de cien. Este fue el enfrentamiento. Unos cien vecinos cayeron heridos en
el avance de las tropas. Poca debió ser la resistencia ante el avance del
ejército imperial.
Evidentemente quince mil hombres de los ejércitos imperiales eran muchos,
incluso, pernoctaron dos días en Alcalá como castigo por su resistencia. Fueron
asaltados los comercios, las casas de los hidalgos, los conventos, las bodegas,
el Palacio Abacial, donde destruyeron los archivos, y los graneros de la Casa
de Misericordia, el de la Ciudad, el de la Capilla Real y muchos particulares.
Importaron los gastos doscientas ochenta y cinco mil reales con veinte
maravedíes sin contar las raciones para la tropa y la caballería que no se
incluyeron en unas facturas justificativas que se presentaron a los Perfectos
Provinciales unos años después. Además, sacrificaron 30 vacas para alimento de
aquellos días y se llevaron 120 terneras. Como botín, se
llevaron las mazas de plata de los porteros, el Escudo de Armas. Conchas de
agua bendita. Candeleros y cruces de oratorio y el retrato de Fernando
VII
El 28 ambas columnas sostuvieron combates frente a Alcaudete e Iznalloz,
respectivamente con fuerzas del General Freyre. Pero en Granada la moral se
derrumbó también, y al anochecer del mismo día entró triunfante en otra
importante ciudad que se le entregó sin la menor resistencia.
El alcalde se preocupó de la intendencia de la derrota reservando al corregidor que se encontraba enfermo. No tuvo muchos problemas de enterramientos, pues ni se levantó una partida de defunción en el archivo de la parroquia de Santo Domingo. Y, además, no inscribía ningún el libro de fallecimientos del año 1810. Ni un solo fallecimiento ni una mención a la muerte de algún alcalaíno que justificara las palabras de las habladurías de la gente. Más bien, se quedaba desbordado y sin poder para la diáspora de la gente te bien. Con sus propios ojos, contempló que Vicente Mirasol, recaudador de Rentas Estancadas, funcionario de aquella época, huyó de Alcalá con su familia por aquellos días y atravesando por sierras y lugares montuosos, y volvió días después. El mismo alcalde confirma que la historia se escribió con renglones torcidos. Tampoco hubo enterramiento alguno por aquellos días. Muchos huidos, cómplices de los franceses. Tal vez debieron sufrir las consecuencias de haber hecho frente, pero no con la intensidad que la gente le relataba, incluso algunos se apuntaban a su tropa. El 28 ambas columnas sostuvieron combates frente a Alcaudete e Iznalloz, respectivamente con fuerzas del General Freyre. Pero en Granada la moral se derrumbó también, y al anochecer del mismo día entró triunfante en otra importante ciudad que se le entregó sin la menor resistencia.
El alcalde se vio implicado en emprender muchos pleitos de arrendamientos, embargos, desahucios y fraudes. A esto se añadía que a la entrada del Ejército Imperial sufrió todo el rigor de la guerra a causa de la oposición que a su entrada hizo el General de Caballería Freyre; las cortas y pocas casas de comercio que en ella había, las unas padecieron mucho en sus intereses y las otras quedaron arruinadas; que igual suerte corrieron las otras pocas cosas de algún poder y de labradores, y algunos perdieron sus vidas. En Alcalá, se disolvió la Junta de Gobierno, se ausentó el Obispo-Abad, se disolvieron las comunidades religiosas, se cerraron las oficinas públicas y muchos afamados hidalgos huyeron de ella. Quedó un destacamento francés, bajo cuyo control estaba el comandante de la Plaza y Fortaleza Monsieur Mareschal. Este comenzó a imponer a los vecinos un tributo de cien mil reales para obras de fortificación de murallas y castillo de la Mota. Cada día obligaba a los maestros de obras a acudir a las obras de amurallamiento acompañado de los forzosos arrieros y jornaleros que hacían de peones de obras. El plan de los franceses consistió en fortificar parte de la fortaleza, con un muro interior que se extendía desde la Torre de la Cárcel hasta el castillo o alcázar, donde albergó el almacén, el alto Estado Mayor, el polvorín, y siete tahonas. El ejército se albergó en alojamientos de la ciudad. Conventos, posadas convertidas en cuarteles y domicilios particulares.
El alcalde mayor recibió a personas afectadas por la situación. Pero no
faltaban los pícaros. Era el caso de la familia de Paula Ocaña. Sus tres hijas
se quejaban que su padrastro se había apoderado de sus bienes como tutor y
curador. Y es revelador lo que aconteció en la sala de audiencia de la calle
Real.
-Soy el procurador de las hijas de Paula Ocaña.
-¿Qué asunto le trae?
-El colmo de la desgracia, señor alcalde.
-Dígame.
-Han sido estafadas.
-Cómo puede ser, si no nos quedan ni el hato que poner.
-Pues, así ha acontecido, señor alcalde.
-Le contaré que eran tres huérfanas de pocos meses, María, Josefa y Magdalena
pues su madre había muerto y vuelto a casas con Antonio de Zafra.
-Y ya la trama está servida, aprovecha el desmadre para hacerse de sus
bienes.
-Así fue.
-Pero Zafra me cuenta que los franceses le habían arruinado y
usurpado todos sus bienes.
-Ya me sé el relato. A alguien hay que écharle la culpa.
-No, señor alcalde. Así aconteció. los franceses cuando marcharon hacia
Granada. No marcharon de rositas. Como Atila, todo lo asolaban y destruían.
-¿Eran labradores esta familia?
-Sí, tenían arrendado el cortijo de Verdugo. Por cierto, Juan de la Fuente
que avala a Zafra también labraba un cortijo de la Fuente en las
Ventas.
-Un cortijo misterioso, se presta su ubicación.
-No mi señor, no hubo duendes ni verdugos. Su nombre era por el regidor
Alonso Verdugo. Pero, en este caso, los franceses fueron sus verdugos. Llegaron
las tropas imperiales, tras pasar arrasando los cortijos de la Mesa, Cabeza
Carnero, Pernia, todo lo que encontraban por el camino de Granada. Siempre con
la misma táctica. Se encontraban con las puertas abiertas. Zafra huyó en un
caballo. Pero dejó a su familia en el cortijo. Y ellas pudieron comprobar
todas sus fechorías. Se llevaron las cinco vacas, el asno, todos los alimentos
de las cámaras (tocinos, jamones, y frutos) y, reventaron las cerraduras de los
arcones y arcas para hacer pillaje de las ropas y zapatos de más abrigo. Los
dejaron con el hato puesto.
- Ya me ha puesto en aviso, pero¿ a qué viene todo este relato?
-Que el tutor no quiere pagarles a las hijas todas las rentas.
-Ni en guerra hay caridad.
Tras disgregarse la Junta de Gobierno, el comandante obligó a constituirse al “Municipalidad”. Pero no había medio alguno de encontrarlos, pues muchos habían huido a sus cortijos, otros no ponían sino exculpaciones para no participar ni colaborar con esta institución. Al final, el Perfecto de la Provincia consiguió que se reunieran algunos antiguos regidores y otros nombrados por él el día tres de febrero.
Unos días después, el alcalde mayor, recibía el periódico de la época,
el “Diario de Gobierno Granada” del año 1810. Leía las noticias más importantes. Se había constituido una nueva
junta al mando de Horacio Sebastiani, Tomás Solís, Félix Antonio Ruiz,
Idelfonso Montalvo, y Joaquín Luque que recibieron al Gobernador en Pinos
Puente. Desde allí se trasladaron a la Chancillería. El día 31 se celebraron
actos solemnes con misa, asistencia de los jefes militares autoridades
religiosas, estado mayor y oficiales. También se prestó juramento al Rey José
Bonaparte.
Reflexionó y comparó la actuación de los alcalaínos con la del recibimiento
de la ciudad de la Alhambra. En Granda parabienes; en Alcalá, imposición
de tributos tras imposición de tributos. A partir de mes de este
mes, el Diario le refería anécdota tras anécdota, puyas contra los
frailes, y algunos poemas, más bien, panegíricos en honor a los
franceses.
Pasado el primer momento de estupor, el pueblo empezó a mostrar
abiertamente su repugnancia a soportar los alojamientos de su odiada
guarnición, El 26 de febrero , se acordó constituir un cuartel capaz para
alojar estas tropas, con sus oficinas correspondientes, en el exconvento de la
Orden Tercera de San Francisco, sito en la iglesia de Consolación, mandándose
secuestrar todas las cazuelas y pucheros de los cuatro conventos suprimidos,
para atender el apuro de suministrar diariamente el gran pedido de estos
menesteres que hacían las tropas francesa para guisar sus ranchos. Y habiendo
llegado el veinte de marzo un destacamento de ciento veinte hombres a
caballo para reforzar la guarnición permanente de la plaza, se acordó en
sesión de día veinte y seis que se construyeran pesebreras de madera en los
ángulos del claustro bajo el referido exconvento, para atender dicha necesidad”.
Y llegó marzo. Cambió su papel. El día seis de marzo de 1810
murió el corregidor. Se llamaba don Orencio Antonio de Santaloria y Ramírez,
natural de Huesca, donde había sido regidor y colegial de Sanvicente Mártir.
Alcanzó el grado de académico de las Buenas Artes en Barcelona. Casado con doña
Josefa Godoy que se quedó en Alcalá. Vacante el corregimiento de la ciudad la municipalidad
acordó costear el enterramiento y exequias, y el señor ministro de la Casa
Calvo, nombró para sucederle don Tomás Antonio Ruiz.
Mientras don Orencio fue un hombre abierto a las inquietudes de la ciudad y
del agrado de los vecinos, el nombramiento del nuevo corregidor don Antonio Ruiz no
fue del agrado de los alcalaínos. Pero merece otro capítulo.
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