Desde el siglo XVI, huno
en Alcalá la Real corridas de toros. Se celebraban
con motivo de las festividades religiosas o extraordinarias como tratados de
paz, llegada de corregidor o abad, ferias. El concurso de gente daba lugar al
desarrollo de otras actividades que venían celebrándose en otras fechas
festivas del año, como eran los toros,
las veladas musicales y los espectáculos públicos. Y aunque en fechas cercanas
y posteriores a la feria solían celebrarse corridas de toros y fiestas de moros
y cristianos, -la mayoría de ellas organizadas por cofradías o conventos, como
las que se hicieron para el dorado del retablo de la iglesia de Consolación-,
en el siglo XIX, una vez que se restableció la tradición taurina, prohibida por
Carlos III, se van a correr toros durante los días de la feria. Así en el año
182O, llegaron a celebrarse cuatro corridas de toros, según manifiesta el acta
del dos de septiembre. Lo normal eran dos novilladas en los días más
importantes de feria.
El lugar, que actuaba como
coso taurino, eran las plazas de Alcalá la Real. Durante los siglos XVI y XVII,
la plaza de Alta de la ciudad fortificada ofrecía un recinto adecuado con la
balconada de los corredores, casas de cabildo, corregidor y de señores hidalgos,
Al bajar la ciudad al llano, las cercanías
del nuevo ayuntamiento fueron los sitios propios para ubicar el ruedo. En,
primer lugar, cerca de la fuente de la Mora, junto a las casas de Tapia, donde
se había ubicado el cabildo en los primeros años del siglo XVIII; a partir de
los años treinta, la nueva plaza del Ayuntamiento y Casas de Enfrente fue el
sitio del coso taurino hasta el siglo XIX.
Con motivo de la
desamortización de Mendizabal, el monasterio de San Francisco de la Observancia
pasó a manos privadas. Quedaron en pie algunos edificios de vivienda: celdas, refectorio,
corredores; templo, sacristía y otras dependencias. Se les adjudicaron a varios
vecinos de la ciudad en nueve partes, tres para Vicente García Ibáñez, tres
para José Montañés, una para Vicente García
Taheño, y dos para Antonio Arjona. En concreto, el 18 de marzo de 1856 se firmó
un contrato de venta de estas dos partes que pasaron al hacendado liberal Juan
de la Cruz Sánchez Cañete, persona que había adquirido más posesiones en este
proceso desamortizado. Las cláusulas del documento son muy interesantes. Reflejan
claramente que la plaza de toros se hallaba inclusa en el exconvento de San
Francisco, en concreto por la zona del claustro, cuyos corredores se transformaron
en el graderío, y la parte central en el coso.
Como es lógico, se celebraban corridas de
toros a la manera de principios de siglo. Y prosiguieron hasta los años treinta,
Acontecimientos nacionales
motivaron que, en el año 1928, con motivo de la Guerra de África, en Melilla,
se suspendiera la feria empleándose su presupuesto en favor de las familias de
los soldados muertos y de los heridos.
No obstante, en momentos en los que otras actividades festivas se
prohibieron como en la República, la feria de septiembre nunca desapareció y
seguía considerándose como una actividad comercial de importancia.
A veces, circunstancias luctuosas como en el 1956, dio lugar a la
interrupción de las actividades festivas con motivo de la caída de la plaza de
toros.
Por otro lado, el edificio quedó en ruinas, y no se salvó hasta hace un año
una parte de una habitación adosada a la cabecera de la iglesia. Hoy, la plaza
de toros es un huerto urbano y el resto son casas adosadas, unas en pie y otras en ruina.
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