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martes, 18 de enero de 2022

LA PLAZA DE TOROS DE SAN FRANCISCO DE ALCALÁ LA REAL




 

Desde el siglo XVI, huno en Alcalá la Real corridas de  toros. Se celebraban con motivo de las festividades religiosas o extraordinarias como tratados de paz, llegada de corregidor o abad, ferias. El concurso de gente daba lugar al desarrollo de otras actividades que venían celebrándose en otras fechas festivas del año, como eran  los toros, las veladas musicales y los espectáculos públicos. Y aunque en fechas cercanas y posteriores a la feria solían celebrarse corridas de toros y fiestas de moros y cristianos, -la mayoría de ellas organizadas por cofradías o conventos, como las que se hicieron para el dorado del retablo de la iglesia de Consolación-, en el siglo XIX, una vez que se restableció la tradición taurina, prohibida por Carlos III, se van a correr toros durante los días de la feria. Así en el año 182O, llegaron a celebrarse cuatro corridas de toros, según manifiesta el acta del dos de septiembre. Lo normal eran dos novilladas en los días más importantes de feria.

El lugar, que actuaba como coso taurino, eran las plazas de Alcalá la Real. Durante los siglos XVI y XVII, la plaza de Alta de la ciudad fortificada ofrecía un recinto adecuado con la balconada de los corredores, casas de cabildo, corregidor y de señores hidalgos, Al bajar la ciudad  al llano, las cercanías del nuevo ayuntamiento fueron los sitios propios para ubicar el ruedo. En, primer lugar, cerca de la fuente de la Mora, junto a las casas de Tapia, donde se había ubicado el cabildo en los primeros años del siglo XVIII; a partir de los años treinta, la nueva plaza del Ayuntamiento y Casas de Enfrente fue el sitio del coso taurino hasta el siglo XIX.

Con motivo de la desamortización de Mendizabal, el monasterio de San Francisco de la Observancia pasó a manos privadas. Quedaron en pie algunos edificios de vivienda: celdas, refectorio, corredores; templo, sacristía y otras dependencias. Se les adjudicaron a varios vecinos de la ciudad en nueve partes, tres para Vicente García Ibáñez, tres para José Montañés, una para Vicente  García Taheño, y dos para Antonio Arjona. En concreto, el 18 de marzo de 1856 se firmó un contrato de venta de estas dos partes que pasaron al hacendado liberal Juan de la Cruz Sánchez Cañete, persona que había adquirido más posesiones en este proceso desamortizado. Las cláusulas del documento son muy interesantes. Reflejan claramente que la plaza de toros se hallaba inclusa en el exconvento de San Francisco, en concreto por la zona del claustro, cuyos corredores se transformaron en el graderío, y la parte central en el coso.

Como es lógico, se celebraban corridas de toros a la manera de principios de siglo. Y prosiguieron hasta los años treinta, Acontecimientos nacionales motivaron que, en el año 1928, con motivo de la Guerra de África, en Melilla, se suspendiera la feria empleándose su presupuesto en favor de las familias de los soldados muertos y de los heridos.

No obstante, en momentos en los que otras actividades festivas se prohibieron como en la República, la feria de septiembre nunca desapareció y seguía considerándose como una actividad comercial de importancia.

A veces, circunstancias luctuosas como en el 1956, dio lugar a la interrupción de las actividades festivas con motivo de la caída de la plaza de toros.

Por otro lado, el edificio quedó en ruinas, y no se salvó hasta hace un año una parte de una habitación adosada a la cabecera de la iglesia. Hoy, la plaza de toros es un huerto urbano y el resto son casas adosadas, unas en  pie y otras en ruina. 

    

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