Luminaria y
pasión. Estas dos palabras enmarcan los últimos días de este mes de marzo
lluvioso, a medio camino entre el crudo invierno alcalaíno y una primavera que nos alumbra unos campos
llenos del verdor más intenso que podíamos esperar.
Las
luminarias de san José se encendieron en varios rincones de la ciudad de la Mota, al mismo tiempo que quemaron los trastes viejos y los ramones de los olivos nevados de la
Sierra Sur de Jaén con su acción purificadora
y catártica. También se prenderán
en el Sábado de Gloria y anunciarán una
resurrección que coincidirá con esta estación del
mundo natural.
Mientras
tanto, por otro lado, los rostrillos, las túnicas penitenciales, las
caperuzas multicolores y la cera de los
cirios semansanteros recordarán la memoria de pasión y sufrimiento de un perdedor que, al final, triunfará con su palma
de victoria y en medio del signo de la luz.
Algo
parecido acontece en nuestra sociedad,
porque cada día se propagan los perdedores y se multiplican las pasiones
de muchas personas y familias. No hay que acudir a tierras del Tercer Mundo, a
donde casi nunca tuvieron la suerte de disfrutar del calor de una luminaria
festiva; simplemente, hay que echar la vista a nuestro derredor para palparla de
carne y hueso.
Pues
el único brote de luz ha quedado
reducido a la acción solidaria de la mano
tendida de un vecino o un familiar
jubilado (la mayoría de las veces de una organización humanitaria) y, sin
embargo la pasión ha anidado en muchas familias que sufren el paro, el despido
forzoso, la pobreza más excluyente que podría acontecer a un ser humano, o la carencia de los elementos más imprescindibles de las
personas como son el alimento, la
vivienda y la asistencia básica social.
Estos,
en suma, son los perdedores de nuestro entorno con nombre y apellidos (los
crucificados por el poder injusto e
imperante de un mundo egoísta y usurero) y, por otra parte, la pasión
nazarena se representa en nuestros días
en muchos hogares. Y podríamos describirla con los numerosos cuadros del vía
crucis sangrante, real y viviente- digo,
más bien, sufriente- que anida en muchas
familias, cuyos sentencias de desahucio proliferan, las
caídas de rodilla no quedan reducidas a tres estaciones sino que sufren
la humillación diaria de la angustia y desamparo de los poderosos y los flagelos y la cruz se han
grabado sobre sus hombros hasta hundirlos en la desesperanza. Esperemos que las
luminarias pronto traigan otros aires y un mundo diferente lleno de luz y utopía. Venga la auténtica
resurrección.
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