Con frecuencia, los escritores rebuscan en los arcones de la Historia los personajes
más inverosímiles con el fin de llevar a cabo un reportaje inédito. Y, en la vida local, no se
frecuentan los vecinos del pueblo llano,
que ejercen de ciudadanos y que, en demasía, han merecido la medalla del
reconocimiento colectivo. La figura del
alcalde pedáneo es una buena muestra de esta realidad; se remonta a los
inicios de nuestra romanización, porque participan de la delegación del
“legatus pro pretore” (el delegado del jefe) y de los duumviros o ediles
locales (por su incardinación y su representación de su ámbito territorial).
También, durante el Antiguo Régimen, lo fueron ministros de justicia,
ejerciendo la persecución de los castigos, la representación de la autoridad de
la máxima autoridad municipal y real – la de los corregidores- y desplegando la labor de síndicos personeros a
favor de sus vecinos antes cualquier medida
arbitraria de las autoridades foráneas.
A
partir de la Constitución
de la Pepa y de la
I República , se abrieron nuevos aires en
estos representantes y sus competencias se ampliaron los barrios y aldeas con representación política. El alcalde pedáneo vivió, como los
representantes de distrito de las grandes capitales, a expensas de alcaldes de los
partidos turnistas, que eran los que nombraban. Siempre, las autoridades locales, conscientes de que
el alcalde pedáneo era su máximo representante
delegado en su ámbito concreto,
cuidaban esmeradamente de cada uno de
ellos. Esto no era óbice de que, si llegaban los liberales, eligieran a los
compromisarios de su partido; o, si lo hacían los conservadores, lo cambiaran por
un miembro de sus filas; incluso vino la Segunda República ,
y se nombraron los miembros de la coalición republicano-socialista.
Con la llegada de la actual democracia, se frecuentó la
consulta a la hora de elegir a estos delegados de la alcaldía. Se asumía la
delegación y la representación, de un lado; pero, por otro, se invitaba a
participación vecinal. En la historia de las consultas hay casos curiosos y extravagantes de las
disfunciones de no comprender la singularidad de este cargo, pero no puede
olvidarse que entre el alcalde pedáneo y
la máxima autoridad siempre se ha establecido un inteligente equilibrio, en el
que se fundamenta la auctoritas del
alcalde pedáneo, o sea entre la
delegación y la representación popular.
Muchos
alcaldes podrían encarnar esta manera tan acertada de ejercer este cargo tan
entrañable. Nos quedamos con Pepe la
Cal , recientemente fallecido y que desempeñó el cargo de alcalde pedáneo de la aldea de Santa Ana
durante un amplio periodo de tiempo (1991-2007) . Con Pepe la vocalía de barrio se humanizó, porque bebió
de fuentes de un padre de bien, muerto
repentinamente en los años treinta del pasado siglo, al que la aldea le rindió
una solemne despedida por su entrega a la República. Desde
julio de 1991, Pepe supo perfectamente ejercer
el verbo conjugar su delegación municipal con hacer valer su
representación vecinal, sin intimidarse
con los arañazos de los demagogos
de turno; se convirtió en un reivindicativo personero de su pueblo, de su gente
y de sus representados, ya que fue concejal en 1995, Lo hizo con la fuerza del
voto oficial de las urnas, y con la
gallardía de no creerse ufano ni ostentoso, sino sencillo, con el alma humilde
que siempre le ha caracterizado. Probablemente, durante estos meses de verano y
con la enfermedad acosándole a diario, haya recorrido en la agenda de su
memoria todas las obras y servicios en
las que colaboró y compartió con la
corporación municipal alcalaína (por ejemplo, en educación, cuando la escuela rural
de Santa Ana se remodeló, se amplió, y se incorporó al C.P. Sierra Sur dentro de todo el Ciclo de Primaria de la ESO , o se creó la guardería; en asuntos sociales y médicos, cuando se pusieron en funcionamiento y se
levantaron el Centro Social en octubre 1992 o el nuevo consultorio en 2006;
en las fiestas, cuando se dieron grandes pasos de progreso;
o en Patrimonio artístico, cuando se
convirtió Santa Ana en un lugar para visitar y la Escuela Taller intervino en varias restauraciones
de la iglesia de Santa Ana y la
Fuente del Rey en 1992, y cuando con vecinos de Santa Ana y su parroquia
se dio una nueva imagen a sus cuadros, imágenes, retablo, fachadas, o cuando
se descubrió la tumba algárica del Humilladero y cuandol as monjas trinitarias se trasladaron a la Fuente del Rey).
Todo esto lo procuró, durante
estos años de mandato con la vista puesta en
sus vecinos y prestando su más leal colaboración y su incondicional disponibilidad
personal ( la gran ampliación industrial
de la aldea de Santa Ana , los nuevos servicios
médicos, escolares o sociales que se renovaron en la aldea y la Fuente del Rey, el empuje
del sector servicios de este rincón tan entrañable de Alcalá, la participación
ciudadana de uno de los tejidos más vivos de nuestro alrededor). No podemos
soslayar que, en la industria, se
amplió el minipolígono del Chaparral y se
crearon naves industriales municipales y
particulares como Caiba, Planta Hormigonera,
Cotex, Troflex, en sus inicios, y
Bandesur, Cooperativas textiles, Cartonaje;
se abrió la explotación de la cantera del Chaparral; tembién, en
servicios. se puso en funcionamiento el Centro Agroganadero, proliferaron de empresas de servicios como los mesones
rurales o el concurso de Hortalizas, se
donó la finca de la Solana
y ENAGAS instaló algunos puntos y depósito fundamentales por su zona en 1993,
sin olvidar el polígono urbano de la Fuente del Rey y del Chaparral,
los Semáforos en Santa Ana, la pavimentación de calles y plaza y el Parque del
Comendador y Fuente Pero,
por encima de todo, Pepe fue el prototipo del alcalde pedáneo, como todos los
que he conocido, hombre de consenso,
servidor de sus vecinos, amante de la paz social; y siempre abierto a las empresas futuras que
beneficiaban a este partido de campo. No
fue un francotirador encubierto, ni se
escondió en las catacumbas: un hombre leal con la autoridad, responsable con sus vecinos y excelente mediador en los momentos difíciles. Con este bagaje de
José La Cal ,
Santa Ana recordará un periodo singular y de progreso de su historia. Su
homenaje no es sino un pequeño reconocimiento de una entrega total, generosa y,
a veces, incomprendida.
Y en verdad que, a lo largo de
sus dieciséis años de alcalde pedáneo fue una
persona que supo conjugar los intereses de los vecinos con la
representación del gobierno local: Por
ello, la historia de su aldea es una muestra de un manifiesto progreso en la
extensión de servicios, en la diversificación económica con el desarrollo del
tejido industrial ( dos polígonos) y en
la paz social de la que disfrutaron en estos años de democracia, cuando tuvo el honor de ser alcalde
pedáneo y concejal.
Francisco Martín Rosales
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