En
una ciudad como la nuestra se echa de menos la antigua taberna, por lo que la
definía e imponía su sello costumbrista y de singularidad social. Sería acertado
que se incorporaran en forma de mesones:
con su renovación, pero con su vino de la tierra y el aperito de sabor de
aceituna aliñada con tomillo, romero y ajo crudo. Es verdad que ha quedado,
como un testigo quijotesco, la de Luis
Miracielos en el segundo tramo de la
calle los Caños. Pero, este taberna no es sino el crisol de una Alcalá que ha cambiado en muchos aspectos.
Tampoco,
es una nostalgia de aquellos
vetustos establecimientos que se
remontaban a los siglos XVI y XVII y
abundaban en Alcalá vendiéndose los
mejores vinos que buscaban los taberneros entre sus tinajas para no perder el
emporio comercial del rico torrontés de
esta zona de Andalucía. Esta taberna es
una isla de la Alcalá que ha pasado de una sociedad rural a una
ciudad eminentemente de servicios, a medio camino entre su pasado rural y el
sector predominante de servicios con algunas industrias agropecuarias y del
plástico. Una Alcalá que ha perdido las
casas entrañables de vecinos del casco histórico-artístico, moteadas por las
tabernas del Atranque, Joaquín Hermoso,
el Gordo, el bodegón de los Muertos, Callejas o Canastas, Caniles, Vicente
Romero, o Sansón en los barrios altos; o en la calle Real, se levantaban como
reminiscencias de su hidalguía , la de Juan Manuel, Noni, Roldán, o Torreznico;
o estacionales, las había como la de
Manuel Rosales, Vicente "Caroca" o Francisco Rosales; y, en
los barrios medios, la de Anchuela y Galán hacia la parte meridional , y más al norte, la de la
Anastasia, Góngora, Gutiérrez, Canovaca, las de las fondas, y la Tercia;y, en el centro
de la ciudad, el bodegón del Pradillo,
tiendas de las fondas de la plaza como la de Antonio Martín entre otra, o las
de la Tejuela y el Llanillo, de la familia Hinojosa en los
primeros años del siglo XX. Si muchas paredes de estas tabernas hablaran ( en
la mayoría de los casas transformadas en bloques de pisos o casas casi
abandonadas), nos haría revivir una sociedad, donde la oficina de empleo tenía
su sede en un clima imbuido entre botellas de vino del terreno; en lugares, que se convertían en las oficinas de
depositaría para pagar los jornales, saldar deudas, cumplir con los préstamos y
abrir anticipos entre familias. Y, en la taberna, no se ejercía sólo esta función puramente laboral hasta tal
punto que los munícipes , incluso, dispusieron normas de prohibir el pago de
jornal en medio del ardor de los ricos caldos para que no se engañara a la parte más débil y
analfabeta, sino que eran auténticos
casinos de los pobres, donde se evadían penas, hambre y preocupaciones con los
juegos básicos de los naipes y las chanzas entre los clientes y el tabernero.
Hubo tabernas que, además, fueron sedes
de movimientos sociales y políticas, pues en ellas se reclutaban militantes y
simpatizantes para la vida política, se hacían campañas de divulgación de
propaganda de los partidos ( y durante muchos años del partido único); incluso,
las hubo donde se tramó alguna conspiración para derrocar el poder local o
donde, tras la guerra civil, fueron detenidos y dieron con sus cuerpos en las cárceles,
porque, por los años cuarenta, cantaron
aires de libertad tras el triunfo de los países democráticos sobre Hitler.
Alcalá, hoy día, es más moderna, con más
servicios de hostelería, pero falta esa taberna social, que creaba amigos, y,
no se convertía, como los establecimientos públicos actuales, en un enjambre
sin maestro. ¿ Quién le pondrá el
cascabel a gato?
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